Enfrentarse a una cinta de 179 minutos en un mundo hiper-conectado y lleno de cientos de estímulos por segundo podría resultar una odisea. Drive My Car, sin embargo es una oda a la belleza contemplativa, una revolución global en el séptimo arte acostumbrado desde tiempos inmemoriales a la acción sin sentido, a la demostración económica de los grandes estudios y las plataformas de streaming en narrativas muchas veces opacadas por la grandilocuencia vacía de una imagen estéticamente bella.
Esto se entiende mejor en palabras del filósofo y ensayista Byung Chun Han : “La era de la prisa, su sucesión cinematográfica de presencias puntuales, no tiene acceso a la belleza ni a la verdad. Sólo en una contemplación prolongada, incluso en una moderación ascética, las cosas descubren su belleza, su esencia fragante” . Y Drive My Car tiene eso como premisa fundamental: abordar la historia sin intermedios, cortes o bifurcaciones, dándole el debido tiempo que ocupa la realidad misma en historias similares que transcurren en lo cotidiano. En la vida real no hay saltos de guion, ni botón de adelantar.
La película de Hamaguchi estrenada en el Festival de Cannes y con cuatro nominaciones al Óscar en las categorías de Mejor director, Mejor guion adaptado, Mejor película internacional y Mejor película (siendo la primera película de origen japonés en esta última categoría) es un elogio a la simpleza técnica, la pureza fotográfica y una sutil mirada a uno de los temas que más espinas genera en la mayoría de las culturas: el duelo. Pero cuidado, no se queda solo allí.
No se trata de un filme con giros argumentales gigantes o sorpresivos, su grandeza no radica allí y eso no equivale a que parte fundamental de su éxito no recaiga en la adaptación del cuento. Su grandeza radica en plantear un cambio en la forma común de representar los sentimientos en pantalla. Solemos recurrir a las metáforas como un círculo común de expresión, a imágenes preconcebidas de cómo debemos sentir, cómo actuar y qué decir. Pareciese que tuviésemos un libreto para expresar lo que sentimos.
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Aquí no. Aquí la vida es retratada tal y cómo es. Con la parsimonia de las horas mientras cualquier tragedia ocurre y no da espera de sentar bases.
Podríamos dividir de forma fácil, la película en dos grandes partes: la primera, si se quiere, un prólogo del drama. Conocemos la cotidianidad de los personajes en los que rondará la historia. Kafuku, un director y actor de teatro consolidado que trabaja en adaptar la famosa obra de Chejov Tio Vania (un guiño al corazón de la trama si se quiere, en términos de agobio existencial). También aparecen en escena Oto, la esposa de Kafuku, una aclamada guionista y un tercero en escena que será Kōji takatsuki, un joven actor en crecimiento.
De repente, pasada la primera media hora, la vida de Kafuku cambiará para siempre. Primero un glaucoma que le impedirá conducir a futuro su coche, después, encuentra a su esposa siéndole infiel con el joven actor. Por último, su esposa aparece muerta por una hemorragia cerebral.
Y sin embargo, Kafuku no parece derrumbarse. Al menos no como estamos acostumbrados a verlo en pantalla. El único asomo de desdicha es un quiebre en medio de una de las presentaciones de Tio Vania. Esto abre paso a la segunda parte de la historia.
Dos años después, el protagonista acepta una residencia en Hiroshima donde volverá a dirigir la obra de Chejov. Allí conoce a Toko, una conductora asignada que le da el teatro mientras dura su estadía. Este es el corazón de la trama: El carro desde siempre ha sido el lugar seguro del protagonista. En él, repasa los fragmentos de las obras que dejó grabada su esposa en un momento también de introspección rutinario. Compartirlo, dejar que otra persona tome las riendas de ese “safe place” construido en soledad es una transgresión.
Poco a poco las conversaciones entre pasajero y conductora se hacen más íntimas. Comparten secretos, culpas, dolores, cargas. No hay consejos, no hay moralidad. Solo hechos. Aunque la herida sean los otros o el infierno como alguna vez declaró Sartre, también son la salvación parece decirnos Hamaguchi y Murakami. Al final, en un viaje compartido a la casa de infancia de Toko, las heridas parecen cerrarse. (Eso no quiere decir que caigan en el olvido).
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Lo más importante de todo este viaje, es que "no existe una escuela que enseñe a vivir" como cantaba alguna vez Mercedes Sosa. O en una frase de Sabato: “Aunque terrible es comprenderlo, la vida se hace en borrador, y no nos es dado corregir sus páginas.” Quizá “Drive My Car” tampoco sea un manual para seguir al pie de la letra sobre la vida, pero si de algo podemos estar seguros es que nos ayudará a comprenderla un poco mejor después de verla.
Por supuesto no será sorpresa si se lleva la mayoría de los galardones a los cuales fue nominado en la 94.ª edición de los Premios Óscar. Será recordada como un clásico atemporal del cine contemporáneo.
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