Entre risas, su saludo al entrar a la videollamada donde la esperamos más de cien periodistas en rueda de prensa contiene un aviso: “estoy encerrada durmiendo en mi estudio porque mi marido tiene Covid”. Isabel Allende repite rutinariamente el gesto de acomodar la solapa de su chaqueta y sonríe, siempre sonríe. Allende reside en California desde 1988, allí, desde su ya conocida casa en Sausalito, acompañada de un retrato de su madre y los ejemplares de su último libro El viento conoce mi nombre publicada por Plaza & Janés del sello Random House en las ediciones de español e inglés, conversa sobre política, movimientos sociales, censura, inmigración y niñez.
En esta novela, lanzada hace apenas algunos días, la escritora que se ha catalogado como “eterna extranjera” recurre a la separación de niños y sus familias en dos contextos históricos: por un lado, cuenta la historia de Samuel de cinco años, quien vive en la Viena de 1938 y sufre “la noche de los cristales rotos”, motivo por el cual su madre se ve en la obligación de salvar su vida enviándolo en un Kindertransport, uno de los trenes dirigidos hacia Gran Bretaña creados para salvar a los niños de origen judío del régimen nazi. Por el otro lado, ocho décadas después se teje un paralelo con Anita Díaz, quien escapa de El Salvador en un tren hacia Estados Unidos junto a su madre (dónde también hay espacio para rememorar el tránsito de migrantes ocurrido tras La Masacre de El Mozote, en 1981). Justo en el paso de la frontera, se ven separadas gracias una nueva política gubernamental.
Esta medida se trata de la política de “cero tolerancia” que impulsó Donald Trump ante los migrantes desde los primeros meses de 2018 que terminaría con más de 3.000 niños separados de sus familias en la frontera. Aún hoy existen cientos de casos donde la reunificación ha sido imposible, según el Departamento de Seguridad Nacional de Estados Unidos. Allende califica esta situación como la mecha para escribir esta novela. "Algunos eran bebés que los estaban amamantando y se los arrancaron de los brazos a las madres. Y apareció en la prensa entonces el reportaje de los niños en jaulas, llorando, en pésimas condiciones, de los padres desesperados y nadie pensó en la reunificación. Cuando el clamor publico acabó esa política, porque ya no se podía sostener, se seguía haciendo de noche, a escondidas, pero ya no era una política oficial, entonces no pudieron reunir a todas las familias porque habían deportado a los padres, no le habían seguido la pista a los niños y el resultado es que todavía tenemos mil niños que no han podido ser reunificados con su familia. Entonces eso fue lo que me motivó a escribir sobre esa tragedia, porque tengo una Fundación que trabaja con programas en la frontera y entonces me enteré de un caso muy dramático, como el caso de Anita (personaje de la novela) y luego me acordé de que no es la primera vez en la historia en que los niños son separados de los padres a la fuerza”.
El poder de El viento conoce mi nombre radica precisamente en la carga política (en términos artísticos) de dedicarle esfuerzos a narrar estas tragedias. Es la posición en la que la escritora en español más leída del mundo posa su mirada en las mujeres y los niños, los migrantes y las políticas de Estados Unidos, donde, aunque parezca una ironía, leyes antiderechos están ganando terreno. Por supuesto las preguntas que se van acumulando en el chat de la rueda de prensa empiezan a trascender del plano de la novela. Allende, responde aquellas que lee el moderador y no se amedranta, ni recalcula frente a los diversos temas que le plantean. Aquí lo más valioso también es que no hay titubeo de alguien que tiene 77 millones de ejemplares vendidos en el mundo, 60 premios, 15 doctorados y 25 libros traducidos en 42 idiomas. No está pensando en clave de difusión de su obra, ni mucho menos en términos económicos: está hablando alguien que sabe que su voz es importante para el mundo, y más aún que sabe como ser transparente frente a lo que piensa.
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Le piden consejos para los niños y responde: “Yo no sirvo para dar consejos y menos a los niños que ni siquiera me gustan. No puedo darles consejos a los adultos tampoco. Yo creo que el arte procura mantener vivo el estandarte de la libertad, pero al arte lo sofocan a menudo. En Estados Unidos están prohibiendo, sacando de las escuelas y las bibliotecas libros para niños que mencionan, aunque sea ligeramente problemas de raza, de género, problemas sociales, problemas de pobreza. Todo lo que el niño debería aprender, lo están quitando con esos libros. O sea que también hay que defender el derecho de la libertad de expresión”. Aprovecha nuevamente una pregunta que podría tener otro tipo de respuesta para afirmar su posición.
También se refiere a la cultura de la cancelación y el revisionismo histórico. Menciona el caso de Neruda a propósito de la crítica a su figura producto de la confesión en sus memorias de haber violado a una joven indígena: “no pueden eliminar la obra del poeta. En ese caso tendríamos que revisar a todos los artistas, a los políticos, a los científicos, a los inventores, a todo el mundo ¿y si acaso su vida no es perfecta, tendría que eliminar su obra? Volveríamos a la edad de piedra”.
Y es estos términos de revisionismo que contesta a la HJCK, cuando se le pide su opinión frente a los riesgos de censurar y prohibir el acceso de literatura a los niños y jóvenes. En Estados Unidos, donde según cifras del último informe del PEN AMERICA , solo durante el último semestre del año escolar 2022-23, se prohibieron 1,477 libros en escuelas del país (el más alto desde que se tienen registros) en los que se incluye La casa de los espíritus y que por supuesto, puede marcar una tendencia en las sociedades de occidente:
“Es uno de los riesgos más grandes. Al suprimir la literatura, es suprimir la historia. Hay un intento sistemático de tratar de ignorar por ejemplo en los Estados Unidos, todo lo que pasó en tiempos de la esclavitud, de tratar de ignorar todo el movimiento que hubo por los derechos civiles en los años sesenta, de tratar de ignorar las derrotas militares que ha tenido los Estados Unidos como por ejemplo en Irak y en Vietnam. No se habla de eso, entonces al ir censurando los libros, vamos censurando también la realidad, la historia de un país. Eso me parece gravísimo. Ahora, que censuren La casa de los espíritus, me parece estupendo porque gracias a eso tantos muchachos quieren leerla. Y si no, no tendría esos lectores. Basta que te prohíban algo para que te den ganas de hacerlo”.
Isabel Allende juega con el filo y coquetea con los bordes. Viene de una familia que huyó de una de las dictaduras más terribles del continente, su obra también ha pasado por la censura y prohibiciones en varias ocasiones y como suele ocurrirle a las mujeres, ha sido criticada hasta el cansancio por sus pares. Finaliza la llamada tras una hora de respuesta tras respuesta como solo pueden hacerlo aquellos que saben de lo que hablan y después de escucharla uno entiende porque aún inicia sus libros en enero, porqué aún sigue riéndose frente aquellos que criticaron su obra y en la hojarasca de estos tiempos, se permite opinar.
Recuerde conectarse a la señal en vivo de la HJCK, el arte de escuchar.
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