Cada instante como una toma única de la vida, un amor desbordado por captar lo cotidiano. Rollos y rollos de paisajes inhóspitos y rostros que a medida que se revelan se van haciendo familiares como un misterio. Esa forma que adquiere el tiempo cuando nadie lo observa, allí nace la obra de Mariana Yampolsky. " Los mexicanos nacemos dónde se nos dé la rechingada gana", dijo alguna vez Chavela Vargas, y el dicho le aplica perfectamente a la fotógrafa que nació un 6 de septiembre de 1925 en Chicago hasta que a los 20 años tras estudiar Licenciatura en Artes pisaría suelo mexicano para quedarse allí el resto de su vida.
Atraída por una serie de conversatorios del TGP (Taller de Gráfica Popular fundada por los legendarios artistas Leopoldo Méndez, Pablo O'Higgins, y Luis Arenal Bastar creado en 1937) en la Universidad de Chicago quiso conocer de cerca esa pulsión del arte como forma política y parte fundamental de los sueños de revolución. Sería entonces, la primera y una de las pocas mujeres en hacer parte del aclamado taller en el que también empezaría su carrera como grabadora, dibujante, profesora de inglés y editora de libros sobre arte y arquitectura, labores por las cuáles también sería reconocida a lo largo de los años.
Sin embargo, no se puede dudar del destino, y aquello que depara el futuro, cómo un hecho puede fracturar y generar un camino por recorrer en eso que llamamos vida. Yampolsky, mientras trabajaba en un proyecto para el TGP en 1948 retrataría a sus compañeros con una Rolleicord a la que le sería fiel en sus más de 50 años de obra. A partir de allí, y apadrinada por nada más que la gran Lola Álvarez Bravo comenzaría su carrera como fotógrafa.
Elena Poniatowska, quién fue gran amiga de Mariana Yampolsky y siguió de cerca su trabajo, en 1999, en el libro recopilatorio Imagen - Memoria escribiría sobre la obra de la artista: " Jamás busca el instante decisivo. Para ella tomar una fotografía es un viaje interior (...) intuye los sujetos de sus fotografías incluso antes de verlos. Su visión se vuelve su punto de vista, su ideario, la forma en que encara la vida. Severa consigo misma, después de una trayectoria larga y laboriosa, tiene la satisfacción enorme de haber dedicado su vida a lo que ella más ama: México y su gente".
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Y es que cuando se ama, lo inexplicable es una sensación que consume el cuerpo. Un estallido similar a la locura. Entender, pensar, ser por aquello que se anhela. El amor como locura desmedida mientras transcurre el tiempo y lo convierte de forma inevitable en una obsesión. Para Yampolsky México fue la forma del amor, con todo lo que ello acarrea. Y a partir de ese fuego, una creación en forma de fotografías. Se nacionalizaría mexicana en 1954, para evitar que los críticos de su obra más arraigados en controvertir el hecho que una mujer extranjera se hiciera un nombre en los círculos artísticos plagado de visiones elitistas que en la indudable calidad del trabajo pudieran voltear la vista ante ese país cotidiano y por lo tanto plagado de enigmas como los festivales mexicanos, las diferentes culturas indígenas, los recónditos paisajes, los rostros ajenos o la vida siendo la vida que capturó la fotógrafa.
Yampolsky plasmó su propio México en más de 10 publicaciones recopilatorias y casi una veintena de exposiciones desde la década de los 60´s. Junto a ello, con una conciencia social impresionante fundó el Centro de Enseñanza de Lenguas Extranjeras del IPN; colaboró con el Centro de Investigación de la Artesanía y con la Comisión Nacional de Libros de Texto Gratuito además de ser fundadora del Salón de la Plástica Mexicana. Además, enseñó, a su manera, como esperar de aquello que transcurre en cada momento frente a nuestros ojos, sea un reflejo de incalculable belleza del milagro de existir. La fotógrafa fallecería el 3 de mayo de 2002 a los 76 años en Ciudad de México.
Recuerde que puede conectarse con la señal en vivo de la HJCK, el arte de escuchar.