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Nadar sabe mi llama: una conversación con Gabriel Alzate

“Un lugar que no tenía nombre” es el más reciente libro de relatos del escritor Gabriel Alzate, ganador del Concurso Nacional de Novela y Cuento de la Cámara de Comercio de Medellín y publicado en alianza con Penguin Random House. Su prosa conjuga en diez relatos la ineludible certeza de que la literatura es una fisura donde los vacíos de lo no dicho se convierten en el reflejo de nuestra forma más genuina.

Gabriel Alzate
Gabriel Alzate nació en Medellín, estudió Sociología en la Universidad de Antioquia y Literatura en la Universidad del Valle.
Cortesía Penguin Random House / Jorge Idárraga

La ciudad se había convertido en un torbellino de hielos que caían del cielo. Atascado en medio del tráfico donde el tedio era protagonista, compartía de alguna forma la angustia del conductor rogando porque el granizo no dañara el parabrisas. Estábamos cerca al aeropuerto y el paso de los aviones se confundía entre la radio llena de carcajadas pregrabadas y el pitido sostenido de los carros.

La hora de la entrevista había pasado hace varios minutos. Mientras notaba que en cada paso iba dejando un rastro de lluvia por el suelo con mi sombrilla de estampados de corazones ligeramente destartalada, vi a Gabriel que me esperaba en compañía de una botella de agua y una agenda. Oriundo de Medellín, es sociólogo de la Universidad de Antioquia y Literato de la Universidad del Valle. “Hace diez años no pisaba Bogotá”, me dijo. La tardanza pasó a un segundo plano: todos saben que la lluvia transforma la ciudad en caos y aquí siempre ha llovido en demasía.

Ha sido docente casi el mismo tiempo que ha sido escritor. Desde 1985, cuando fue galardonado con el Premio Nacional de novela ciudad de Pereira (1985) con la obra Baile de Máscaras, su nombre es una constante en la literatura colombiana, reconocido a lo largo de cuatro décadas con el Segundo Premio Casa de la cultura de San Andrés (1987) el Premio Jorge Isaacs de cuento (1996) y el Premio Jorge Isaacs de novela (2002), el Premio nacional de novela Ciudad de Bogotá (2006) y ahora Premio Nacional de Cuento de la Cámara de Comercio de Medellín con su libro de relatos Un lugar que no tenía nombre, con historias marcadas por el vacío y la cotidianidad convertida en un brutal espasmo que atraviesa no solo el cuerpo, sino algo más profundo que se ha llamado alma.

Todos estamos un poco rotos, Gabriel lo sabe. Cada uno de sus relatos se asemeja a una casa abandonada, al polvo que cubre de olvido los objetos, a un jardín muerto por la ausencia de alguien que lo cuide, a la distancia ya insondable de quienes fueron amantes o familia, a la locura de aquellos que ya no regresarán, aunque estén presentes. Aun así, son de una belleza contenida que habita en cada espacio, allí donde las palabras respiran para que el lector sea partícipe del relato con su imaginación. Eso también es una forma de decirnos que todos podemos dejar que con el tiempo la herida se convierta en cicatriz. Gabriel habla sobre la felicidad de publicar, y enciendo la grabadora sin saber que la conversación sería una metáfora sobre los caminos que junta la poesía y el jazz.

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Quisiera que iniciáramos esta conversación sobre la línea temática bajo la cual se reúnen estos diez relatos del libro "Un lugar que no tenía nombre" y que bien denominó la escritora Sara Jaramillo Klimkert, parafraseándola un poco, como una inmersión a las grietas del alma humana. ¿De dónde nace ese interés por construir historias a través de estos relatos?  
Pienso que esa siempre ha sido mi inquietud y siempre ha sido mi preocupación cuando he escrito. Es más que todo una reflexión que apunta al interior; una mirada al interior desde afuera y que se proyecta de nuevo hacia allá: su manera de ser, de hablar, de relacionarse con los otros, cómo actúan en la vida, cómo se proyectan en el mundo, cómo sufren. Y si recuerdas, el elemento del “dolor”, el dolor de la vida está muy presente allí porque algunas veces lo asumen con una carga de fatalidad terrible y eso los anula y otras veces esa carga de fatalidad la convierten en su escudo y siguen. Esa carga de fatalidad la convierten en una deliciosa obstinación y les permite seguir, equivocados o no, no importa, pero siguen, que es lo que realmente interesa. Eso es lo que me llama la atención a mí, yo siempre he ido a la caza de ese tipo de situaciones para narrarlas.

Los relatos prescinden de lo fantástico, los personajes se ven en medio de situaciones cotidianas por más de ciertas manías. También prescinde de largas descripciones que suelen ser un elemento común al tratar estos tópicos. ¿Por qué decidir narrar de esta manera? ¿Es una forma de llevar la contraria y ponerle tu sello a la literatura?  
Yo pienso que siempre he llevado la contraria desde chiquito. Esa es una broma detrás de la que se esconden muchas verdades. A mí me parece que se puede narrar así porque la vida sin duda está llena de imágenes y esas imágenes nos están asaltando todo el tiempo por fortuna y hacen que la vida deje de ser plana y se proyecte en muchas direcciones e incluyen muchas contradicciones como dirían los académicos. Pero es fundamental porque enriquece; la tragedia enriquece, el dolor enriquece, la soledad enriquece a estos personajes, aunque a veces estén al límite y se precipiten. Busco que mies personajes estén afectados , las imágenes que mueven su mundo y su vida deben saltarles a la vista. Esas imágenes tanto como me sucede a mí, supongo que le tiene que suceder a todo el mundo.

La gente no lo cuenta porque quizá les da vergüenza. Leía ahora unas notas que había tomado de una entrevista que le escuché a la escritora irlandesa Maggie O’Farrell y una me dejó sorprendido. Estaba buscando mucho material sobre ella para comprender mejor algunas cosas que estoy leyendo y me encontré con esta frase: “uno pasa demasiado tiempo con su mente”. Y creo que sí, entonces me dijo Diego García Moreno el cineasta con quien estuve lanzando el libro en la Lerner: “es que tus personajes piensan mucho” y le dije no son mis personajes es todo el mundo. Lo que pasa es que la gente le da pena decir lo que piensa, no se atreve, le parece que si lo dice puede ser ridículo o puede ser estúpido, generar discordia, incomodidad.

Eso es lo que les pasa a mis personajes: piensan todo el tiempo cosas horribles"
Gabriel Alzate

Pero a mí me parece que de eso se trata y pues sí, uno pasa demasiado tiempo con su mente como dice O’Farrell. Eso es lo que les pasa a mis personajes: piensan todo el tiempo cosas horribles. Pero yo digo que es porque el señor que maneja el Transmilenio, la señora que vende las arepas en la esquina o el muchacho que va vendiendo cigarrillos o marihuana ¿por qué no van a pensar? Llevan su mundo y le echan mucha cabeza y les dan vueltas a las cosas. La gente piensa; entonces a mí me atrae mucho, que es lo que puede llegar a pensar la gente y mis personajes, por eso se detienen y hacen reflexiones, horribles a veces, muy desoladoras, la mayoría de las ocasiones, pero me gusta escribirlas.

Siguiendo con su prosa, que ha sido constantemente elogiada y que, en este caso en particular, hay una característica que parece ser esencial en los relatos y es el silencio y lo no dicho. En la poesía es común a la hora de recitar darle importancia precisamente a esto para recitar correctamente. ¿A qué se debe darle tanta importancia a lo no escrito en estos cuentos?
A mí me parece muy importante no decir todo. Ahora, no es que de manera consciente al escribir diga: “aquí voy a dejar de decir”, no. Es un hábito, una forma de narrar, donde dejo que los personajes vayan contándose o no... y quizá inconscientemente evito que digan todo lo que ellos quieren decir y al mismo tiempo de paso invito al lector a que vea qué hay detrás de esta no conversación, detrás del silencio.

Todos los cuentos tienen su música, tienen un ritmo y tú lo acabas de decir de alguna manera, unas pausas concretas, esos ritmos obedecen a eso. Los personajes los van marcando con silencios o con diálogos. Yo insisto en eso, a mí me gusta mucho manejar el diálogo porque ayuda a que los personajes tomen su propio ritmo y manejen digámoslo en esos términos musicales, su propia melodía y esas melodías se confrontan como si dijésemos hay un contrapunteo, entonces el contrapunto de aquí va una y aquí va la otra, se siguen en algunos. Aquí se enfrentan y se enfrentan para agudizar lo que está pasando.

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A mí me encanta escribir diálogos, no me parece fácil. Pero me encanta porque cuando los voy a escribir, pienso “este tiene que hablar de esta manera” y empiezo a escribir y estoy escuchándolo al mismo tiempo como si me hablara desde aquí dentro.

Siento que también el lector está presente dentro de los relatos como elemento activo, siendo él el que llena los espacios y los configura. ¿Lo pensó de ese modo? y si no, entonces ¿cómo debe enfrentarse el lector a estos cuentos?
Con los lectores de cuentos hay un inconveniente: son muy escasos. Y poco a poco va, digamos va creciendo en número, pero no de electores sino de cuentos. La gente está mal enseñada a leer cuentos, la gente lee mucha cosa que no tiene mucho sentido. Los buenos cuentos diría yo de los grandes cuentistas en la historia de la literatura exigen mucho y escribir bien un cuento cuesta y por lo general algunos malos lectores de cuentos o en general los lectores de cuentos esperan encontrar todo listo. No se esperan que el escritor les esté diciendo “bueno, piense pues. Haga un esfuerzo por entender este mundo, esta vida”.

Con los lectores de cuentos hay un inconveniente: son muy escasos"

Fíjate, cuando leen novela la gente se deja llevar. Es el oleaje que te lleva tranquilo o a patadas, pero te lleva a la playa. El cuento es como el río lleno de remolinos y remansos y entonces te paran allí y no te dejan avanzar porque están diciendo “¿qué es lo que está pasando aquí?”, siempre esperan una red, una solución, una respuesta y los cuentos no tienen por qué darla. Ahí está esa gran diferencia con la novela.

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Ha transitado en toda su obra entre la novela y el cuento. No puedo dejar de pensar en Cortázar y su analogía con el boxeo cuando decía que la novela ganaba por puntos y el cuento por knock out. Usted tiene algún predilecto entre los dos y sobre todo, cuándo en su proceso creativo una historia adquiere alguna de estas dos formas.
No ninguna preferida, me encantan ambas. A veces escribo ensayos, pero por ahí se quedan. A veces escribo crónicas de viajes, esas sí se publican de tanto en tanto porque son muy largas, entonces son de 17 ó 20 páginas y el editor cuando las va a publicar en revistas me dice “hay que reducirla a cinco” y yo me reviento, pero bueno lo hago. A mí ambos géneros me encantan, escribirlos me encantan. Ahí acabo de terminar una novela que no tiene título todavía, pero ese ya es otro problema.

Siguiendo un poco con las referencias, Roberto Bolaño decía que la literatura es un sinsentido. Sin embargo, los profesores suelen tener la labor de darle un poco de sentido a lo común, a lo social. Usted ha sido docente también por varios años, ¿ha pensado la literatura bajo el rotulo de alguna enseñanza más allá de lo escrito o está un poco más de acuerdo con Bolaño? 
Yo he trabajado durante muchísimos años en universidades. Ya estoy pensionado, pero doy un curso para dos grupos. Trabajé mucho tiempo en literatura una asignatura que se llamaba “el amor, los amantes y el erotismo” que rastreaba esos tres temas en novelas o en cuentos y la idea era gozar. Lo demás se podía ir al demonio. Disfrutábamos mucho porque se trataba de eso. Claro, la fiesta se acababa cuando había que calificar porque vos tenías que escribir, pues tenías que hacer una reflexión de tres páginas sobre el texto que acabas de leer, pero nos divertíamos, porque se trataba de eso. Pienso que la literatura la tenemos que gozar mucho, recomendarla, conversarla y discutirla.

Disfrutar de todos estos cuentos míos o de quien sea, ya sean de Tomás González o de cualquier autor foráneo como Juan Carlos Arnet para mencionar nuestro territorio o Faulkner, Cheveer o de Eudora Welty. Pero detrás de todo cuento siempre hay un drama social y político muy duro y ellos lo saben en el momento de escribirlo. Eudora Welty nació en Jackson Mississippi y ahí vive toda su vida. Escribió un cuento que se llama “¿De dónde viene la voz?” y lo toma ella para escribir de un hecho que sucedió en su ciudad, donde un hombre supremacista blanco asesinó a un líder negro, una historia del siglo XX y escribe ese cuento reinventándose el crimen. Y ahí está todo el problema del racismo en un solo cuento, pero no se menciona esa palabra. Eso es literatura grande, inmensa. Y siempre hay un trasfondo político, social (…) La sola actitud tuya de un personaje de esos frente al mundo ya es una actitud política. Mirar el mundo de alguna manera, eso es político también. Entonces no hay necesidad de plantear la literatura así en términos teóricos.

También debido a su relación con la academia no puedo dejar de preguntarle sobre cuál siente que es el papel actual de la literatura en los procesos formativos en nuestro contexto. 
¿Qué papel cumple? Yo creo que ninguno. Uno lee para divertirse, para entretenerse con los estudiantes y para intercambiar ideas sobre lo que está leyendo y reflexionar. Eso es muy bueno, pero lo que pasa es que como he sido profesor tanto tiempo yo pienso que uno no se debe hacer ilusiones con la educación. La educación es una zarandaja y la educación superior más zarandaja todavía. Yo se los digo a mis estudiantes en la universidad, todos esos colegios donde ustedes estudiaron son una mierda, no sirven. ¿Y ustedes a qué vinieron aquí? A llenarse de datos para seguir siendo lo mismo toda la vida.

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Entonces la literatura realmente no cumple ninguna función porque la educación como la vivimos en sí es perversa, porque no hay pasión y sin pasión estás perdiendo el tiempo. Trabajemos en aprender a hacer un párrafo porque cuando sean abogados, ingenieros, biólogos o médicos, van a ser menos obtusos de pronto eso ayuda. Uno tiene que ir más en esa onda, en esa tónica de que la lectura ayuda a no embrutecerse, a no ser ignorante, a no vanagloriarse de la estupidez humana que lo acompaña. Eso es importante, si uno logra convencer a dos o tres estudiantes de eso ya cumplió, pero no a veinte, eso no pasa, de seguro. Yo se los he dicho, a mí no me interesa que van a hacer ustedes después porque ustedes vienen aquí a ganar una materia no a aprender, no me digan mentiras. La academia es un horror. Uno tiene que gozarla con ellos, buscar la manera. La educación no puede pretender llegar donde no puede.

¿Qué papel cumple la literatura? Yo creo que ninguno. Uno lee para divertirse"

En “Almas Desnudas”, una de los relatos del libro hay una mención a Chopin, Schumann y Liszt. ¿Esta mención es casual en el sentido de que era necesario para la historia o hay algo más?; y en este sentido, extender la pregunta a su relación con otros tipos de arte: la música, el teatro, el cine? 
La mención a Chopin, Schumann y Liszt es voluntaria, indispensable y con el corazón porque los amo. Me faltó Beethoven pensaba esta mañana conversando en otra entrevista. Ellos por supuesto fueron puestos allí porque la protagonista es música y tiene mucho que ver con que ella perdió el sentido de la vida. Para mí la música es evocación y nostalgia, por eso también para mí el jazz y el blues son fundamentales porque hay detrás de ellos mucho dolor y la vida de los intérpretes aún más. Por ejemplo, la vida de Charles Mingus que tenía una locura completa y era un maestro. La tragedia los ronda. (…) La pintura también me gusta mucho, yo me quedé en el Renacimiento, después Botero, Luis Caballero o Beatriz González son mis elegidos.

Para finalizar, es obvio que el arte no se genera de la nada. Quisiera preguntarle por tus autores/autoras predilectos, a los que siempre vuelve y si hay algún colombiano en esa lista.
A veces la gente piensa que los escritores nos hemos leído todo y no, a nosotros nos falta el mundo entero por leer. Los autores que más leo son norteamericanos: Eudora Welty, Carson McCullers, Flannery O’Connor, Faulkner, Carver, Cheever, Richard Ford, hay algunos europeos como William Trevor, Maggie O’Farrell y los colombianos que más leo son Tomás González, Evelio Rosero, Pablo Montoya, Vallejo, etc. Tengo épocas donde vuelvo a leer a Tolstoi, a Dostoievski, pero hay un señor que se llama William Shakespeare, a él siempre estoy releyéndolo.

***

Al finalizar la entrevista nos saltamos las reglas estrictas de las agendas. Entre nombres de músicos de jazz y recomendaciones literarias, le cuento que tengo un verso tatuado de un autor sobre el que escribió una biografía. Gabriel sonríe mientras yo avanzo con la pequeña anécdota. Sabe hacia donde me dirijo. Recita de memoria, solo respirando entre frases para enunciar de forma precisa: Cerrar podrá mis ojos la postrera sombra que me llevare el blanco día, y podrá desatar esta alma mía hora a su afán ansioso lisonjera / mas no, de esotra parte, en la ribera, dejará la memoria, en donde ardía: nadar sabe mi llama la agua fría, y perder el respeto a ley severa / Alma a quien todo un dios prisión ha sido, venas que humor a tanto fuego han dado, medulas que han gloriosamente ardido, / su cuerpo dejará, no su cuidado; serán ceniza, más tendrá sentido; polvo serán, más polvo enamorado. Amor constante más allá de la muerte es quizá el poema más famoso de Francisco de Quevedo, escrito cientos de años atrás. Y, sin embargo, acá está presente, en medio de una pequeña sala de un hotel, siendo él poema favorito de un escritor y un periodista que recién se conocen bajo una ciudad fría resguardada por montañas. Quizá la poesía sea a final de cuentas, ese lugar sin nombre, donde la humanidad encuentra la belleza compartida.

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Al llegar mi transporte y salir del hotel, por supuesto la lluvia seguía ahí. Recuerde conectarse con nuestra señal en vivo de la HJCK, el arte de escuchar.