De forma permanente la Biblioteca Nacional adquiere material bibliográfico, hemerográfico y audiovisual de obras representativas que enriquecen el catálogo de la biblioteca. Para este fin dispone de mecanismos como la compra de colecciones de interés patrimonial, la donación de colecciones y el canje de publicaciones oficiales.Este último caso aplica para las entidades e imprentas oficiales, quienes deben entregar a la Biblioteca Nacional sesenta ejemplares de cada publicación oficial para canje con otras entidades nacionales o extranjeras vinculadas a la Biblioteca. Este material también se dispone para la divulgación cultural entre bibliotecas públicas y otras instituciones nacionales o extranjeras relacionadas con el sector cultural.Por otro lado, los casos que aplican, y requieren, de la participación de personas naturales y jurídicas son las compras y donaciones.En los últimos años, por ejemplo, la Biblioteca Nacional de Colombia ha recibido importantes donaciones por parte de personajes y entidades de gran relevancia nacional como Daniel Samper Pizano, Harold Alvarado Tenorio, Luz Mary Giraldo, Gabriela Arciniegas, la familia García Barcha, la familia de José Antonio Osorio Lizarazo, la Casa Editorial El Tiempo y la Librería Nacional, entre otros. A continuación le contamos cómo funciona cada sistema y cuáles son los requisitos.💬 Síganos en nuestro canal de WhatsApp aquí¿Cómo donar colecciones a la Biblioteca Nacional?Uno de los principales mecanismos de adquisición de obras bibliográficas para la Biblioteca Nacional es la recepción de donaciones realizadas por personas naturales y/o jurídicas. Antes de iniciar el proceso, tenga en cuenta que las obras a donar deben ser escritas por colombianos, publicadas en Colombia, que aborden el país o temas relacionados con el mismo, o que por su origen o importancia histórica, sean representativas para la identidad nacional.Si cumple con uno o varios de estos criterios la biblioteca puede recibir su material. Para ello, el dueño de las obras debe enviar un correo a imora@bibliotecanacional.gov.co con un listado de Excel en el que especifique: nombre del libro u obra, nombre del autor, editorial, ciudad y año de publicación, ISBN o ISSN (en caso de que los libros o revistas tengan estos códigos).¿Cómo vender colecciones de interés patrimonial a la Biblioteca Nacional?El proceso de compra de obras por parte de la Biblioteca Nacional abarca obras modernas que no son objeto de depósito legal u obras antiguas. Sin embargo, no se adquieren colecciones de archivo que pertenecieron a entidades públicas o aquellas que son objeto del Archivo General de la Nación.Entre las características de las obras que aplican a esta compra, además de encontrarse en buen estado de conservación, están:Deben ser obras publicadas o producidas en Colombia anteriores al año 2000.Obras publicadas en el exterior por autores colombianos o que traten algún tema sobre Colombia.Obras producidas en lugares que estuvieron relacionados en algunos momentos con la historia de Colombia.Obras que por su valor histórico, literario y artístico, entre otros, enriquecen el fondo de la Biblioteca Nacional.Colecciones privadas que por su temática o su procedencia son representativas y pertinentes para el patrimonio bibliográfico del país.Títulos o volúmenes que completen colecciones de la Biblioteca.Obras que cumplan con los anteriores criterios y que no se encuentren en la Biblioteca Nacional o de las cuales exista un solo ejemplar.🔴 No olvide conectarse a la señal en vivo de la HJCK, el arte de escuchar.
Galardonado este martes con el Premio Cervantes 2024, Álvaro Pombo y García de los Ríos (Santander, 1939) es un poeta y novelista y también un ensayista tardío, ya que publicó su primer ensayo, una obra sobre la religión, con más de 80 años.Académico de la RAE, intelectual de vanguardia y comprometido políticamente -con un sueño imposible de unir a la derecha y la izquierda-, fue una de las primeras personalidades en hacer pública su homosexualidad en España.Sus narraciones, aparentemente sencillas, están llenas de humor, costumbrismos y simbolismo dentro de una tradición arraigada en su gusto por los clásicos de la filosofía y la literatura.Licenciado en Filosofía por la Universidad de Madrid, Pombo es Bachellor of Arts por el Birberk College de Londres, donde además trabajó durante diez años -entre 1966 y 1977- en un banco como telefonista, época en la que se interesó por la tradición literaria inglesa.💬 Síganos en nuestro canal de WhatsApp aquíYa de vuelta en España, fue empleado en Madrid del Banco Hispano, actividad que compatibilizó con la labor literaria hasta 1984.En 1973 publicó su primer libro, el poemario Protocolos, al que siguieron Variaciones (1977), con el que ganó el Premio El Bardo de nuevos poetas; Hacia una constitución poética del año en curso (1980), y Los enunciados protocolarios (2009). Dentro de la narrativa, comenzó publicando cuentos en 1977 y dos años después la novela El parecido.En 1983, se presentó al premio Herralde con dos novelas, El hijo adoptivo, firmada bajo el seudónimo de José Carrasco, con la que quedó finalista, y El héroe de las mansardas de Mansard, con la que obtuvo el galardón.Pombo es un autor muy premiado por obras como Donde las mujeres, que obtuvo el Premio Nacional de Narrativa de 1997; La cuadratura del círculo, Premio Fastenrath de 2001, o El cielo raso, Premio Fundación José Manuel Lara. Por El metro de platino iridiado, considerada una de las obras más originales y ambiciosas de la narrativa española, recibió en 1991 el Premio Nacional de la Crítica.Contra natura (2005) ganó los premios Ciudad de Barcelona y Salambó, mientras que en 2012 obtuvo el Nadal por El temblor del héroe y en 2006 el Planeta por La fortuna de Matilda Turpin, una obra que considera su mejor novela.Para Pombo, en la actualidad el desinterés es "el núcleo de todo": "Podemos dejar que las cosas se vayan a la porra, que las relaciones se deterioren, o podemos hacer una especie de cosa ambigua, pero las circunstancias contemporáneas favorecen mucho esta situación de falta de sustancia en las personas, de falta de compromiso".También ha tratado en alguna de sus novelas la homosexualidad, como en Cielo raso, eso sí, desde la espiritualidad religiosa. Y en 'Contra natura', que aborda el tema de las relaciones sentimentales de dos homosexuales.Del saber comportarse o no y de la condición humana a través de los grandes conflictos que atormentan a sus personajes tratan muchos de sus libros, en los que aborda el concepto de la verdad.También sobre este asunto habló en su discurso de entrada a la Real Academia de la Lengua en 2004, de la "firme voluntad de verdad" que había guiado su vida.De su paso por la política, Pombo recordaba en una entrevista con EFE en 2020 cómo los discursos y los aplausos hacen que uno se vuelva "vanidoso", algo que decía que no era bueno para un escritor.En agosto de 2023 bromeaba con su edad -ahora tiene 85 años- y aseguraba que su carrera no había terminado aún, porque le quedan "historias por contar", aunque reconocía que no sabía "si muchas".Y con ese marcado humor negro, señalaba que cuando se muriera -"dentro de nada" porque aseguraba tener ya "un pie en la sepultura"-, habrá un recuerdo de su poesía: "Estoy casi deseando morirme para verlo desde el otro mundo".🔴 No olvide conectarse a la señal en vivo de la HJCK, el arte de escuchar.
Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Pedro Páramo. Mi madre me lo dijo. Y yo le prometí que vendría a verlo en cuanto ella muriera. Le apreté sus manos en señal de que lo haría, pues ella estaba por morirse y yo en un plan de prometerlo todo. "No dejes de ir a visitarlo -me recomendó. Se llama de este modo y de este otro. Estoy segura de que le dará gusto conocerte." Entonces no pude hacer otra cosa sino decirle que así lo haría, y de tanto decírselo se lo seguí diciendo aun después de que a mis manos les costó trabajo zafarse de sus manos muertas.Todavía antes me había dicho:-No vayas a pedirle nada. Exígele lo nuestro. Lo que estuvo obligado a darme y nunca me dio...El olvido en que nos tuvo, mi hijo, cóbraselo caro.-Así lo haré, madre.Pero no pensé cumplir mi promesa. Hasta que ahora pronto comencé a llenarme de sueños, a darle vuelo a las ilusiones. Y de este modo se me fue formando un mundo alrededor de la esperanza que era aquel señor llamado Pedro Páramo, el marido de mi madre. Por eso vine a Comala.Era ese tiempo de la canícula, cuando el aire de agosto sopla caliente, envenenado por el olor podrido de las saponarias.El camino subía y bajaba: "Sube o baja según se va o se viene. Para el que va, sube; para él que viene, baja".-¿Cómo dice usted que se llama el pueblo que se ve allá abajo?-Comala, señor.-¿Está seguro de que ya es Comala?-Seguro, señor.-¿ Y por qué se ve esto tan triste?-Son los tiempos, señor.Yo imaginaba ver aquello a través de los recuerdos de mi madre; de su nostalgia, entre retazos de suspiros. Siempre vivió ella suspirando por Comala, por el retorno; pero jamás volvió. Ahora yo vengo en su lugar. Traigo los ojos con que ella miró estas cosas, porque me dio sus ojos para ver: "Hay allí, pasando el puerto de Los Colimotes, la vista muy hermosa de una llanura verde, algo amarilla por el maíz maduro. Desde ese lugar se ve Comala, blanqueando la tierra, iluminándola durante la noche." Y su voz era secreta, casi apagada, como si hablara consigo misma... Mi madre.-¿Y a qué va usted a Comala, si se puede saber? -oí que me preguntaban.-Voy a ver a mi padre contesté.-¡Ah! - dijo él.Y volvimos al silencio.Caminábamos cuesta abajo, oyendo el trote rebotado de los burros. Los ojos reventados por el sopor del sueño, en la canícula de agosto.-Bonita fiesta le va a armar -volví a oír la voz del que iba allí a mi lado-. Se pondrá contento de ver a alguien después de tantos años que nadie viene por aquí.Luego añadió:-Sea usted quien sea, se alegrará de verlo.💬 Síganos en nuestro canal de WhatsApp aquíEn la reverberación del sol, la llanura parecía una laguna transparente, deshecha en vapores por donde se traslucía un horizonte gris. Y más allá, una línea de montañas. Y todavía más allá, la más remota lejanía.-¿Y qué trazas tiene su padre, si se puede saber?-No lo conozco -le dije-. Sólo sé que se llama Pedro Páramo.-¡Ah!, vaya.-Sí, así me dijeron que se llamaba.Oí otra vez el "¡ah!" del arriero. Me había topado con él en Los Encuentros, donde se cruzaban varios caminos. Me estuve allí esperando, hasta que al fin apareció este hombre.-¿A dónde va usted? -le pregunté.-Voy para abajo, señor.-¿Conoce un lugar llamado Comala?-Para allá mismo voy.Y lo seguí. Fui tras él tratando de emparejarme a su paso, hasta que pareció darse cuenta de que lo seguía disminuyó la prisa de su carrera. Después los dos íbamos tan pegados que casi nos tocábamos los hombros.-Yo también soy hijo de Pedro Páramo -me dijo.Una bandada de cuervos pasó cruzando el cielo vacío, haciendo cuar, cuar, cuar. Después de trastumbar los cerros, bajamos cada vez más. Habíamos dejado el aire caliente allá arriba y nos íbamos hundiendo en el puro calor sin aire. Todo parecía estar como en espera de algo.-Hace calor aquí -dije.-Sí, y esto no es nada me contestó el otro-. Cálmese. Ya lo sentirá más fuerte cuando lleguemos a Comala. Aquello está sobre las brasas de la tierra, en la mera boca del infierno. Con decirle que muchos de los que allí se mueren, al llegar al infierno regresan por su cobija.-¿Conoce usted a Pedro Páramo? - le pregunté.Me atreví a hacerlo porque vi en sus ojos una gota de confianza.-¿Quién es? -volví a preguntar.-Un rencor vivo -me contestó él.Y dio un pajuelazo contra los burros, sin necesidad, ya que los burros iban mucho más adelante de nosotros, encarrerados por la bajada.Sentí el retrato de mi madre guardado en la bolsa de la camisa, calentándome el corazón, como si ella también sudara. Era un retrato viejo, carcomido en los bordes; pero fue el único que conocí de ella. Me lo había encontrado en el armario de la cocina, dentro de una cazuela llena de yerbas: hojas de toronjil, flores de Castilla, ramas de ruda. Desde entonces lo guardé. Era el único. Mi madre siempre fue enemiga de retratarse. Decía que los retratos eran cosa de brujería. Y así parecía ser.; porque el suyo estaba lleno de agujeros como de aguja, y en dirección del corazón tenía uno muy grande, donde bien podía caber el dedo del corazón.Es el mismo que traigo aquí, pensando que podría dar buen resultado para que mi padre me reconociera.-Mire usted -me dice el arriero, deteniéndose- ¿Ve aquella loma que parece vejiga de puerco? Pues detrasito de ella está la Media Luna. Ahora voltié para allá. ¿Ve la ceja de aquel cerro? Véala. Y ahora voltié para este otro rumbo. ¿Ve la otra ceja que casi no se ve de lo lejos que está? Bueno, pues eso es la Media Luna de punta a cabo. Como quien dice, toda la tierra que se puede abarcar con la mirada. Y es de él todo ese terrenal. El caso es que nuestras madres nos malparieron en un petate aunque éramos hijos de Pedro Páramo. Y lo más chistoso es que él nos llevó a bautizar. Con usted debe haber pasado lo mismo, ¿no?-No me acuerdo.-¡Váyase mucho al carajo!-¿Qué dice usted ?-Que ya estamos llegando, señor.-Sí, ya lo veo. ¿ Qué pasó por aquí ?-Un correcaminos, señor. Así les nombran a esos pájaros.-No, yo preguntaba por el pueblo, que se ve tan solo, como si estuviera abandonado. Parece que no lo habitara nadie.-No es que lo parezca. Así es. Aquí no vive nadie.-¿Y Pedro Páramo?-Pedro Páramo murió hace muchos años.Era la hora en que los niños juegan en las calles de todos los pueblos, llenando con sus gritos la tarde. Cuando aun las paredes negras reflejan la luz amarilla del sol.Al menos eso había visto en Sayula, todavía ayer a esta misma hora. Y había visto también el vuelo de las palomas rompiendo el aire quieto, sacudiendo sus alas como si se desprendieran del día. Volaban y caían sobre los tejados, mientras los gritos de los niños revoloteaban y parecían teñirse de azul en el cielo del atardecer.Ahora estaba aquí, en este pueblo sin ruidos. Oía caer mis pisadas sobre las piedras redondas con que estaban empedradas las calles. Mis pisadas huecas, repitiendo su sonido en el eco de las paredes teñidas por el sol del atardecer.Fui andando por la calle real en esa hora. Miré las casas vacías; las puertas desportilladas, invadidas de yerba. ¿Cómo me dijo aquel fulano que se llamaba esta yerba? " La capitana, señor. Una plaga que nomás espera que se vaya la gente para invadir las casas. Así las verá usted. "Al cruzar una bocacalle vi una señora envuelta en su rebozo que desapareció como si no existiera. Después volvieron a moverse mis pasos y mis ojos siguieron asomándose al agujero de las puertas. Hasta que nuevamente la mujer del rebozo se cruzó frente a mí.🔴 No olvide conectarse a la señal en vivo de la HJCK, el arte de escuchar.
Después de El bogotazo, este es quizás uno de los hitos más violentos que ha marcado la historia reciente del país. Han pasan pasado 39 años desde que un comando de la guerrilla del M-19 asaltó el Palacio de Justicia un miércoles 6 de noviembre, con el fin de llevar una “demanda armada” ante los magistrados para someter al entonces presidente Belisario Betancour a un juicio por violar un cese al fuego acordado en agosto de 1984.Ese fue el inicio de un mar de violencia que desde las 11:00 de la mañana y durante 28 horas más desencadenó la toma de rehenes, la respuesta violenta de las fuerzas armadas, el silencio del gobierno y de las autoridades frente a lo ocurrido en esas horas, que rodearon las desapariciones, la muerte de once magistrados, la incineración del edificio y sus expedientes. Hechos que durante años el periodismo ha investigado y registrado, como en estos libros que a continuación recomendamos.💬 Síganos en nuestro canal de WhatsApp aquí1. “El Palacio de Justicia, una tragedia colombiana” (2009)La periodista y escritora colombo-irlandesa Ana Carrigan publicó en 2009, en inglés originalmente, uno de libros que esclarecen los hechos ocurridos durante la toma del Palacio de Justicia a manos del comando del M-19, liderado por Andrés Almarales y Luis Otero.Para esa fecha, Carrigan era corresponsal del periódico The New York Times en Bogotá y en su quehacer investigó los hechos que rodearon la llamada por la guerrilla “Operación Antonio Nariño por los Derechos del Hombre” en la que profundiza los móviles del M-19, pero también de las fuerzas armadas encargadas de la retoma del Palacio, en la que murieron once magistrados de la Corte Suprema de Justicia, enmarcada por la violencia y las desapariciones.¿Sabía el Ejército de la toma y dejó que entrara la columna guerrillera para darles una lección por las acciones pasadas? ¿Quién dio las órdenes en esas 28 horas de incertidumbre? ¿Quiénes y por qué hubo al menos once desaparecidos? Son algunas de las preguntas a las que intenta dar respuesta la autora.2. “El palacio sin máscara” (2008)Cuando se conmemoraban 23 años de uno de los hechos más atroces que ha vivido el país, Germán Castro Caycedo publicó este libro en el que pone su destreza como periodista, escritor e investigador al servicio de esclarecer los hechos que por décadas permanecieron en la penumbra.Este libro es un reportaje periodístico en el que Castro Caycedo hace una profunda investigación de los delitos cometidos el 6 y 7 de noviembre de 1985, a través de documentos obtenidos en seis juzgados penales, en el Tribunal Especial de Instrucción Criminal, en la comisión de la Verdad, en el Consejo de Estado, en la Procuraduría General de la Nación, en Tribunales Contenciosos Administrativos y especialmente en la Fiscalía General de la Nación.3. “Noches de humo” (1988)También desde el periodismo, pero con un versión novelada, la periodista y escritora colombiana Olga Behar escribió su segundo libro, después de Las guerras de la paz (1985), en el que le entregó al país nuevas voces y versiones de la Toma y retoma del Palacio de Justicia.Aunque se perciba como una novela, esta historia es verídica y se alimenta de los testimonios recolectados por la escritora, principalmente por el de Clara Helena Enciso, alias “la mona”, y quien sería la única sobreviviente del comando del M-19 que salió de Palacio. Además de esta versión y de detalles de los preparativos para este ataque, este relato se robustece con los testimonios de un alto funcionario, un desertor de la Armada Nacional, un abogado, entre otros.4. “1985, la semana que cambió a Colombia” (2015)Los relatos de nueve periodistas y cronistas colombianos se reúnen en este libro que cuenta los días grises que vivió el país desde la Toma del Palacio. Pese a que cuenta otros eventos como el Reinado Nacional de Belleza celebrado apenas cinco días después de este hito en nuestra historia y la tragedia de Armero, las cuatro primeras crónicas se adentran la historia previa entre el M-19 y las Fuerzas Armadas, el día del holocausto, sus víctimas y los días siguientes de dolor, pérdidas y confusión.Los textos que cuentan estos hechos son Miércoles 6 de noviembre: La herida vengada, de Alfredo Molano Bravo; Jueves 7 de noviembre: Las horas finales, de Armando Neira; Viernes 8 de noviembre: El día después del holocausto, por Jorge Cardona Alzate y Sabado 9 de noviembre: El misterio de la fosa común.5. “Holocausto en el silencio” (2005)A dos décadas del genocidio generado por la inaceptable acción del M-19 y por la respuesta igualmente desproporcionada de la fuerza pública, el presidente y si gabinete, Adriana Echeverry y Ana Maria Hanssen hacen un recuento documentado de los ocurrido en la Plaza de Bolívar y buscan entre los silencios que durante años rondaron estos hechos.🔴 No olvide conectarse a la señal en vivo de la HJCK, el arte de escuchar.
Según explicó en un comunicado la casa editora del libro, Penguin Random House Grupo Editorial, es una escritora contemporánea quien narra y publica una biografía sobre la emblemática y controversial Julia de Burgos.Lo que empieza como un simple encargo terminará siendo una manera de entender mejor al personaje y su obra, pero también un mapa para entender la vida de tantas autoras latinoamericanas, incluso la de la propia autora, resalta la nota.Con su libro, la narradora recorre diferentes ciudades, asiste a presentaciones y da conferencias, mientras intenta mantener su familia a flote.Entrelanzando su propia vida junto a la de la narradora y la de Julia, Santos-Febres construye un relato apasionante sobre las vidas difíciles de escritoras afrocaribeñas que se abren paso en los elitistas círculos literarios de su país.Julia de Burgos, además de ser poeta y escritora, fue periodista y maestra durante sus 39 años de vida y en cuyo tiempo tuvo la oportunidad de conocer a otros destacados escritores como el chileno Pablo Neruda y el dominicano Juan Bosch.💬 Síganos en nuestro canal de WhatsApp aquíLa autora publicó legendarios poemas como Río Grande de Loíza, Íntima y Ay, ay, ay de la grifa negra, Desde el Puente Martín Peña, Sobre la claridad, Himno de sangre a Trujillo y Adiós en Wellfare Island.Además, escribió tres libros: Poema en 20 surcos, Canción de la verdad sencilla y El mar y tú, que trabajó en Cuba.Santos-Febres, por su parte, ha ganado premios como el Juan Rulfo, de Radio Francia Internacional; el Letras de Oro, de España; el Premio de Novela del Instituto de Literatura Puertorriqueña y el Premio Primavera de Novela.Es creadora del Programa de Escritura Creativa de la Universidad de Puerto Rico, así como fundadora y directora del Festival de la Palabra (2009-2018) y del Programa #Quenoseacabenlaspalabras.En 2016 fundó el Colectivo de Mujeres Escritoras Las Ancestras, que ofrece talleres de escritura creativa en cárceles de mujeres, albergues de niñas y adolescentes, y apoya proyectos de memoria y escritura.En el 2023 se convirtió en investigadora principal del Centro de Investigación de Estudios en Afrodescendencia y Racialización y Archivo Virtual Afro.Ha impartido clases en Harvard, Universidad Complutense, Universidad de Houston Rutgers, Baltimore, Universidad Autónoma de Yucatán, entre otras, y sus obras han sido traducidas al inglés, francés, italiano, portugués, coreano y rumano.🔴 No olvide conectarse a la señal en vivo de la HJCK, el arte de escuchar.
El género de terror en la literatura, tan antiguo como las narrativas orales de mitos y leyendas, ha mutado con el tiempo para reflejar los miedos inherentes de cada época. Desde los primeros experimentos góticos en el siglo XVIII hasta las narrativas contemporáneas de América Latina, el terror literario no solo busca asustar al lector, sino confrontarlo con lo oscuro, lo reprimido y lo inenarrable de la experiencia humana.Los orígenes del terror: del gótico al psicoanálisisEl nacimiento del terror como género literario suele situarse en el siglo XVIII, con obras como El castillo de Otranto de Horace Walpole (1764), reconocida como la primera novela gótica. Esta obra, marcada por elementos sobrenaturales y escenarios tenebrosos, sentó las bases de lo que sería el terror gótico: mansiones antiguas, secretos familiares y fuerzas oscuras. La atmósfera de claustrofobia y decadencia se convirtió en el marco idóneo para explorar el miedo irracional y lo sobrenatural.Con el tiempo, otros autores ampliaron y perfeccionaron el género. Mary Shelley, con Frankenstein (1818), transformó el terror al introducir la figura de un monstruo que no era simplemente una abominación, sino un reflejo del conflicto interno humano, de la soledad, el rechazo y la responsabilidad ética de la ciencia. También en el siglo XIX, Edgar Allan Poe exploró los abismos de la mente humana en relatos cortos como El corazón delator y La caída de la Casa Usher, sentando las bases de un terror psicológico que miraba hacia el interior, hacia las profundidades de la psique humana.Por su parte, Bram Stoker inmortalizó a Drácula en 1897, encarnando en el vampiro la representación de lo reprimido y lo erótico en la sociedad victoriana. Su figura atravesaría las fronteras del género literario para establecerse en el imaginario colectivo como el emblema de la muerte, la seducción y la inmortalidad. Estos autores del siglo XIX forjaron un lenguaje literario del horror que reflejaba las ansiedades de su tiempo, en un contexto marcado por la industrialización, el avance de la ciencia y la represión moral.El terror en el siglo XX: Lovecraft y el horror cósmicoCon el siglo XX llegó una transformación en la concepción del terror. Howard Phillips Lovecraft, quien publicó entre los años 20 y 30, llevó el género hacia un tipo de horror que trascendía lo humano. En su visión, el universo estaba poblado de deidades antiguas y monstruos cósmicos indiferentes a la existencia humana. La insignificancia del ser humano ante el cosmos se convirtió en el núcleo de lo que hoy conocemos como horror cósmico. Su estilo, denso y obsesivo, inspiró a generaciones de autores que veían en sus relatos una respuesta a la crisis de identidad y la pérdida de sentido provocada por las guerras y el desencanto con la modernidad.Nuevas voces en el terror: la irrupción de América LatinaEn el siglo XXI, la literatura de terror ha encontrado nuevas expresiones en América Latina, donde las narrativas exploran los horrores cotidianos de sociedades marcadas por la desigualdad, la violencia y el peso de una historia opresiva. Autoras como Mariana Enriquez, Mónica Ojeda y María Fernanda Ampuero han capturado el interés mundial, llevando el género de terror a un terreno distinto, donde lo sobrenatural se entremezcla con el realismo social y la denuncia.💬 Síganos en nuestro canal de WhatsApp aquíMariana Enriquez: (Argentina) es conocida por explorar la violencia y la marginación en su obra, especialmente en su colección de relatos Las cosas que perdimos en el fuego y Nuestra parte de noche. Enriquez aborda temas como la pobreza, el abuso y la desaparición de personas, colocando el horror en un contexto de tensiones sociales y conflictos internos. Sus historias tienen un tono visceral, que se aleja de los clichés del género al retratar el terror de la vida cotidiana y sus heridas abiertas en una Argentina postdictadura.Mónica Ojeda: (Ecuador) representa una voz única en el terror latinoamericano contemporáneo. Su obra Mandíbula explora los temores de la adolescencia y la violencia en la familia a través de un lenguaje cargado de erotismo, simbolismo y psicoanálisis. La autora expone las fronteras del miedo y la atracción, utilizando las dinámicas entre sus personajes para explorar temas como la obsesión, el dolor y las relaciones de poder. Ojeda convierte a sus personajes en catalizadores de lo grotesco y lo subliminal, revelando los miedos inconscientes de la juventud latinoamericana.María Fernanda Ampuero: (Ecuador), en su libro Pelea de gallos, utiliza el género del terror para dar voz a las experiencias de las mujeres en una sociedad patriarcal. Ampuero confronta temas como la violencia doméstica, el abuso sexual y las desigualdades de género con una honestidad descarnada. Su estilo directo y sin concesiones convierte al horror en una herramienta para visibilizar lo que generalmente se esconde. A través de su obra, el terror se convierte en una denuncia de las injusticias y en un reflejo del trauma y la opresión.El contexto social y político del nuevo terror latinoamericanoEn América Latina, el género del terror está íntimamente ligado a los contextos sociales y políticos de la región. La violencia estructural, los traumas colectivos y el legado de dictaduras y conflictos armados impregnan estas narrativas de un realismo crudo que amplía los límites del género. Las nuevas autoras del terror exploran no solo el miedo, sino también el dolor y la injusticia, fusionando el realismo social con el horror y acercando a los lectores a una experiencia que va más allá de lo macabro: es una experiencia de catarsis y reflexión sobre el presente.Este resurgir del terror literario en América Latina responde a una necesidad de confrontar los miedos actuales desde una perspectiva que se aleja del terror escapista. En lugar de presentar fantasmas o criaturas sobrenaturales, estas narrativas exploran las pesadillas de la vida cotidiana, el impacto de la violencia, la desigualdad y la opresión. Así, el terror en la literatura latinoamericana contemporánea se convierte en un espejo de las luchas sociales y en una voz que denuncia lo que persiste en las sombras.Un futuro incierto pero prometedor para el géneroLa literatura de terror sigue evolucionando, y las nuevas voces que emergen en América Latina aportan una riqueza y una complejidad que le dan al género una nueva relevancia. En un mundo marcado por crisis políticas, desigualdad y amenazas ambientales, el terror literario continuará siendo un vehículo para expresar los miedos y ansiedades de nuestra era. La obra de Enriquez, Ojeda y Ampuero abre una puerta a una visión contemporánea del terror, donde el verdadero monstruo no es el que emerge de la oscuridad, sino el que vive en los resquicios de nuestra realidad cotidiana.Este nuevo terror no solo cautiva, sino que desafía. Nos obliga a mirar de frente, a no apartar la vista de aquello que normalmente relegamos a las sombras.🔴 No olvide conectarse a la señal en vivo de la HJCK, el arte de escuchar.
Es imposible que tales potencias o seres hayan sobrevivido... hayan sobrevivido a una época infinitamente remota donde... la conciencia se manifestaba, quizá, bajo cuerpos y formas que ya hace tiempo se retiraron ante la marea de la ascendiente humanidad... formas de las que sólo la poesía y la leyenda han conservado un fugaz recuerdo con el nombre de dioses, monstruos, seres míticos de toda clase y especie...Algernon BlackwoodEl bajorrelieve de arcillaNo hay en el mundo fortuna mayor, creo, que la incapacidad de la mente humana para relacionar entre sí todo lo que hay en ella. Vivimos en una isla de plácida ignorancia, rodeados por los negros mares de lo infinito, y no es nuestro destino emprender largos viajes. Las ciencias, que siguen sus caminos propios, no han causado mucho daño hasta ahora; pero algún día la unión de esos disociados conocimientos nos abrirá a la realidad, y a la endeble posición que en ella ocupamos, perspectivas tan terribles que enloqueceremos ante la revelación, o huiremos de esa funesta luz, refugiándonos en la seguridad y la paz de una nueva edad de las tinieblas. Algunos teósofos han sospechado la majestuosa grandeza del ciclo cósmico del que nuestro mundo y nuestra raza no son más que fugaces incidentes. Han señalado extrañas supervivencias en términos que nos helarían la sangre si no estuviesen disfrazados por un blando optimismo. Pero no son ellos los que me han dado la fugaz visón de esos dones prohibidos, que me estremecen cuando pienso en ellos, y me enloquecen cuando sueño con ellos. Esa visión, como toda temible visión de la verdad, surgió de una unión casual de elementos diversos; en este caso, el artículo de un viejo periódico y las notas de un profesor ya fallecido. Espero que ningún otro logre llevar a cabo esta unión; yo, por cierto, si vivo, no añadiré voluntariamente un sólo eslabón a tan espantosa cadena. Creo, por otra parte, que el profesor había decidido, también, no revelar lo que sabía, y que si no hubiese muerto repentinamente, hubiera destruido sus notas.Tuve por primera vez conocimiento de este asunto en el invierno de 1926-1927, a la muerte de mi tío abuelo, George Gammel Angell, profesor honorario de lenguas semíticas de la Universidad de Brown, Povidence, Rhode Island. El profesor Angell era una autoridad vastamente conocida en materia de antiguas inscripciones y a él habían recurrido con frecuencia los conservadores de los más importantes museos. Muchos deben por lo tanto recordar su desaparición, acaecida a la edad de noventa y dos años. Las oscuras razones de su muerte aumentaron aún más el interés local. El profesor había muerto mientras volvía del barco de Newport, y, según afirman los testigos, luego de recibir el empellón de un marinero negro. Éste había surgido de uno de los curiosos y sombríos pasajes situados en la falda abrupta de la colina que une los muelles a la casa del muerto, en la Calle Williams. Los médicos, incapaces de descubrir algún desorden orgánico, concluyeron, luego de un perplejo cambio de opiniones, que la muerte debía atribuirse a una oscura lesión del corazón, determinada por el rápido ascenso de una cuesta excesivamente empinada para un hombre de tantos años. En ese entonces no vi ningún motivo para disentir de ese diagnóstico, pero hoy tengo mis dudas… y algo más que dudas.Como heredero y ejecutor de mi tío abuelo, viudo y sin hijos, era de esperar que yo examinara sus papeles con cierta atención. Trasladé con ese propósito todos sus archivos y cajas a mi casa de Boston. El material ordenado por mí será publicado en su mayor parte por la Sociedad Norteamericana de Arqueología; pero había una caja que me pareció sumamente enigmática, y sentí siempre repugnancia a mostrársela a otros. Estaba cerrada, y no encontré la llave hasta que se me ocurrió examinar el llavero que el profesor llevaba siempre consigo. Logré abrirla entonces, pero me encontré con otro obstáculo mayor y aún más impenetrable. ¿Qué significado podían tener ese curioso bajorrelieve de arcilla, y esas notas, fragmentos y recortes de viejos periódicos? ¿Se había convertido mi tío, en sus últimos años, en un devoto de las más superficiales imposturas? Resolví buscar al excéntrico escultor que había alterado la paz mental del anciano.El bajorrelieve era un rectángulo tosco de dos centímetros de espesor y de unos treinta o cuarenta centímetros cuadrados de superficie; indudablemente de origen moderno. Los dibujos, sin embargo, no eran nada modernos, ni por su atmósfera ni por su sugestión; pues aunque las rarezas del cubismo y el futurismo sean numerosas y extravagantes, no suelen reproducir esa críptica regularidad de la escritura prehistórica. Y la mayor parte de los dibujos parecía ser ciertamente alguna especie de escritura. A pesar de mi familiaridad con los papeles y colecciones de mi tío, no logré identificarla, ni sospechar siquiera alguna remota relación.Sobre esos supuestos jeroglíficos había una figura de carácter evidentemente representativo, aunque la ejecución impresionista impedía comprender su naturaleza. Parecía una especie de monstruo, o el símbolo de un monstruo, o una forma que sólo una fantasía enfermiza hubiese podido concebir. Si digo que mi imaginación, algo extravagante, se representó a la vez un pulpo, un dragón y la caricatura de un ser humano, no traicionaré el espíritu del dibujo. Sobre un cuerpo escamoso y grotesco, provisto de alas rudimentarias, se alzaba una cabeza pulposa y coronada de tentáculos; pero era el contorno general lo que la hacía más particularmente horrible. Detrás de la figura se embozaba una arquitectura ciclópea.Las notas que acompañaban a este curioso objeto, además de unos recortes de periódicos, habían sido escritas por el profesor mismo y no tenían pretensiones literarias. El documento en apariencia más importante estaba encabezado por las palabras EL CULTO DE CTHULHU, escritas cuidadosamente en caracteres de imprenta para evitar todo error en la lectura de un nombre tan desconocido. El manuscrito se dividía en dos secciones: la primera tenía el siguiente título: “1925, Sueño y obra onírica de H. A. Wilcox, Calle Thomas 7, Providence, R.I.”, y la segunda: “Informe del inspector John R. Legrasse. Calle Bienville 121, Nueva Orleáns, a la Sociedad Norteamericana de Arqueología, 1928. Notas del mismo y del profesor Webb”. Las otras notas manuscritas eran todas muy breves: relatos de sueños curiosos de diferentes personas, o citas de libros y revistas teosóficos (principalmente La Atántida y la Lemuria perdida de W. Scott-Elliot), y el resto comentarios acerca de la supervivencia de las sociedades y cultos secretos, con referencia a pasajes de tratados mitológicos y antropológicos como la La rama dorada de Frazer, y El culto de las brujas en Europa Occidental de la señorita Murray. Los recortes de periódicos aludían principalmente a casos de alienación mental y a crisis de demencia colectiva en la primavera de 1925.La primera parte del manuscrito principal relataba una historia muy curiosa. Parece que el 1° de marzo de 1925 un joven delgado, moreno, de aspecto neurótico y presa de gran excitación, había visitado al profesor Angell con el singular bajorrelieve de arcilla, entonces todavía fresco y húmedo. En su tarjeta se leía el nombre de Henry Anthony Wilcox, y mi tío había reconocido en él al hijo menor de una excelente familia, con la que estaba ligeramente relacionado. Wilcox, que desde hacía un tiempo estudiaba dibujo en la Escuela de Bellas Artes de Rhode Island, y que vivía en el hotel Fleur de Lys muy cerca de esta institución, era un joven precoz de genio indudable, pero muy excéntrico. Desde su infancia había llamado la atención por las historias y sueños extraños que se complacía en relatar. Se denominaba a sí mismo “físicamente hipersensitivo”; pero la gente seria de la vieja ciudad comercial lo consideraba simplemente “raro”. No había frecuentado nunca a los de su propia clase y poco a poco había ido retirándose de toda actividad social. Actualmente sólo era conocido por algunos estetas de otras ciudades. La Asociación Artística de Providence, deseosa de preservar su conservadorismo, lo había desahuciado.En aquella visita, decía el manuscrito, el escultor había pedido bruscamente la ayuda de los conocimientos arqueológicos de su huésped para identificar los jeroglíficos. El joven hablaba de un modo pomposo y descuidado que impedía simpatizar con él. Mi tío le respondió con sequedad, pues la evidente edad de la tableta excluía toda posible relación con las ciencias arqueológicas. La réplica del joven Wilcox, que impresionó bastante a mi tío como para que la reprodujera palabra por palabra, tuvo ese énfasis poético que caracterizaba sin duda su conversación habitual.-Es nueva, es cierto -le dijo-, pues la hice anoche mientras soñaba con extrañas ciudades; y los sueños son más viejos que la cavilosa Tiro, la contemplativa Esfinge o Babilonia, guarnecida de jardines.Y comenzó a narrar una historia desordenada que, de pronto, despertó en mi tío un recuerdo. El anciano se mostró febrilmente interesado. La noche anterior había habido un leve temblor de tierra -el más violento de los que habían sacudido Nueva Inglaterra en esos últimos años- que había afectado terriblemente la imaginación de Wilcox. Ya en cama, y por primera vez en su vida, había visto en sueños unas ciudades ciclópeas de enormes bloques de piedra y gigantescos y siniestros monolitos de un horror latente, que exudaban un limo verdoso. Muros y pilares estaban cubiertos de jeroglíficos, y de las profundidades de la tierra, de algún punto indeterminado, venía una voz que no era una voz, sino más bien una sensación confusa que sólo la fantasía podía traducir en esta unión de letras casi imposibles: Cthulhu fhtagn.Esta mezcla de letras fue la llave del recuerdo que excitó y perturbó al profesor Angell. Interrogó al escultor con minuciosidad científica, y estudió con intensidad casi frenética el bajorrelieve que el joven había estado esculpiendo en sueños, vestido sólo con su ropa de dormir, y temblando de frío. Mi tío culpó a su avanzada edad, dijo Wilcox más tarde, el no reconocer con rapidez los jeroglíficos y el dibujo. Muchas de sus preguntas le parecieron un poco fuera de lugar a su visitante, especialmente aquellas que trataban de relacionar a este último con sociedades y cultos extraños; y Wilcox no pudo entender por qué mi tío le prometió repetidamente guardar silencio si admitía ser miembro de una de las tan innumerables sectas paganas o místicas. Cuando el profesor quedó al fin convencido de que Wilcox ignoraba de verdad toda doctrina o cultos secretos, le suplicó que no dejara de informarle acerca de sus sueños. Este pedido dio sus frutos, pues a partir de esa primera entrevista el manuscrito menciona las visitas diarias del joven y la descripción de sorprendentes visiones nocturnas cuyo tema principal era siempre unas construcciones ciclópeas de piedra, húmedas y oscuras, y una voz o inteligencia subterránea que gritaba una y otra vez, en enigmáticos y sensibles impactos, algo indescriptible. Los dos sonidos que se repetían con más frecuencia eran los representados por las palabras Cthulhu y R’lyeh.El 23 de marzo, continuaba el manuscrito, Wilcox faltó a la cita. Una investigación realizada en el hotel reveló que había sido atacado por una fiebre de origen desconocido y que lo habían llevado a la casa de sus padres, en la Calle Waterman. Se había puesto a gritar en medio de la noche, despertando a varios artistas que vivían en el mismo hotel, y desde entonces había pasado alternativamente de la inconsciencia al delirio. Mi tío telefoneó en seguida a la familia, y desde ese momento siguió de cerca el caso, yendo a menudo a la oficina del doctor Tobey, en Thayer Street, médico de cabecera del joven. La mente febril de Wilcox alimentaba, aparentemente, extrañas imágenes; el doctor se estremeció al recordarlas. No sólo incluían una repetición de los sueños anteriores, sino también una criatura gigantesca “de varios kilómetros de altura” que caminaba o se movía pesadamente. Wilcox nunca lo describía en todos sus detalles, pero las pocas e incoherentes palabras que recordaba el doctor Tobey convencieron al profesor de que aquél era el monstruo que el joven había intentado representar. Cuando Wilcox se refería a su obra, añadió el doctor, caía en seguida, invariablemente, en una especie de letargo. Cosa rara, su temperatura no estaba nunca por encima de lo normal; sin embargo, su estado se parecía más al de una fiebre violenta que al de un desorden del cerebro.El 2 de abril a las tres de la tarde, la enfermedad cesó de pronto. Wilcox se sentó en la cama, asombrado de encontrarse en la casa de sus padres, e ignorando totalmente lo que había ocurrido en sus sueños o en la realidad desde el 22 de marzo. Como el médico declarara que estaba curado, a los tres días volvió a su hotel. Pero ya no le fue de ninguna utilidad al profesor Angell. Junto con su enfermedad se habían desvanecido todos aquellos sueños, y luego de oír durante una semana los relatos inútiles e irrelevantes de unas muy comunes visiones, mi tío dejó de anotar los pensamientos nocturnos del artista.💬 Síganos en nuestro canal de WhatsApp aquíAquí terminaba la primera parte del manuscrito, pero las abundantes notas invitaban de veras a la reflexión. Sólo el escepticismo inveterado que informaba entonces mi filosofía puede explicar mi persistente desconfianza. Las notas describían lo que habían soñado diversas personas en el mismo período en que el joven Wilcox había tenido sus extrañas revelaciones. Mi tío, parecía, había organizado rápidamente una vasta encuesta entre casi todos aquellos a quienes podía interrogar sin parecer impertinente, pidiendo que le contaran sus sueños y le comunicaran las fechas de todas sus visiones notables. Las reacciones habían sido variadas; pero el profesor recibió más respuestas que las que hubiese obtenido cualquier otro hombre sin la ayuda de un secretario. Aunque no conservó la correspondencia original, las notas formaban un completo y muy significativo resumen. La aristocracia y los hombres de negocios -la tradicional “sal de la tierra” de Nueva Inglaterra- dieron un resultado casi completamente negativo, aunque hubo algunos pocos casos de informes de impresiones nocturnas, siempre entre el 13 de marzo y el 2 de abril, período de delirio de joven escultor. Los hombres de ciencia no fueron tampoco muy afectados, aunque por lo menos cuatro vagas descripciones sugerían la visión fugaz de extraños paisajes, y uno de ellos hablaba del temor a algo anormal.Las respuestas más pertinentes procedían de artistas y poetas, que si hubieran podido comparar sus notas hubieran sido presas del pánico. Ante la falta de las cartas originales, llegué a sospechar que el compilador había estado haciendo preguntas insidiosas o había deformado el texto de la correspondencia para corroborar lo que había resuelto ver. Por eso persistí en la creencia de que Wilcox, conociendo de algún modo los viejos documentos reunidos por mi tío, había estado engañándolo. Estas respuestas de los artistas narraban una perturbadora historia. Entre el 28 de febrero y 2 de abril gran parte de ellos había tenido sueños muy curiosos, alcanzando su máxima intensidad en el tiempo del delirio del escultor. Una cuarta parte hablaba de escenas y sonidos semejantes a los descritos por Wilcox y algunos confesaban su terror ante una criatura gigantesca y sin nombre. Un caso, que las notas describían con énfasis, era particularmente triste. El sujeto, un arquitecto muy conocido, algo inclinado al ocultismo y la teosofía, se volvió completamente loco la noche que llevaron al joven Wilcox a la casa de sus padres, y murió meses después gritando que lo salvaran de algún escapado habitante del infierno. Si mi tío hubiese conservado los nombres de estos casos, en vez de reducirlos a números, yo hubiera podido hacer alguna investigación personal. Pero, como estaban las cosas, sólo pude encontrar a unos pocos. Todos, sin embargo, confirmaron las notas. Me pregunté a menudo si aquellos a quienes había interrogado el profesor Angell se habían sentido tan intrigados como este grupo. Nunca les di explicaciones, y es mejor así.Los recortes de prensa, como ya he dicho, trataban de casos de pánico, manía y excentricidad, siempre en el mismo período. El profesor Angell debió de haber empleado una agenda de recortes, pues el número de estos extractos era prodigioso, y además procedían de todos los rincones del mundo. Uno describía un suicidio nocturno en Londres: un hombre había saltado por una ventana luego de lanzar un grito horrible. En una confusa carta al editor de un periódico sudamericano un fanático anunciaba, apoyándose en sus visiones, un futuro siniestro. Un despacho de California relataba que una colonia teosófica había comenzado a usar vestiduras blancas ante la proximidad de un “glorioso acontecimiento”, que no llegaba nunca, mientras las noticias de la India se referían cautelosamente a una seria agitación de los nativos, producida a fines de marzo. Las orgías vudúes se habían multiplicado en Haití, y en África se había hablado de unos cantos misteriosos. Los oficiales norteamericanos radicados en Filipinas habían tenido ciertas dificultades con algunas tribus, y en la noche de 22 de marzo los policías de Nueva York habían sido molestados por levantinos histéricos. Confusos rumores recorrieron también el oeste de Irlanda, y un pintor llamado Ardois-Bonnot exhibió en 1926, en el salón de primavera de París, un blasfemo Paisaje de Sueño. En los asilos de alienados los desórdenes fueron tan numerosos que sólo un milagro logró impedir que el cuerpo médico advirtiera curiosas semejanzas y sacara apresuradas conclusiones. Una rara colección de recortes, de veras; apenas concibo hoy el crudo racionalismo con que los hice a un lado. Pero quedé convencido de que el joven Wilcox había tenido noticias de unos sucesos anteriores mencionados por el profesor.El informe del inspector LegrasseLos sucesos anteriores por los que mi tío diera tanta importancia al sueño del escultor y al bajorrelieve eran el tema de la segunda mitad del largo manuscrito. Ya una vez, parecía, el profesor Angell había visto los odiosos contornos del monstruo anónimo, había meditado sobre los desconocidos jeroglíficos, y había oído las sílabas que sólo la palabra Cthulhu podía traducir… Todo esto en circunstancias tan sobrecogedoras que no es raro que persiguiese al joven Wilcox con preguntas y ruegos. Esta experiencia anterior había ocurrido diecisiete años antes, en 1908, mientras la Sociedad Norteamericana de Arqueología celebraba su consejo anual, en Saint-Louis. El profesor Angell, por su autoridad y sus méritos, había desempeñado un papel importante en todas las deliberaciones, y a él se acercaron varios profanos que aprovechaban la oportunidad de la convocatoria para hacer preguntas y plantear problemas.El jefe de ese grupo no tardó en convertirse en centro de atracción de todo el congreso. Era un hombre de aspecto muy común, mediana edad, y que había hecho el viaje de Nueva Orleáns a Saint-Louis en busca de cierta información que no había podido obtener en su distrito. Se llamaba John Raymond Legrasse y era inspector de policía. Traía consigo el objeto de su viaje: una estatuita de piedra, repugnante y grotesca, muy antigua aparentemente, cuyo origen no había logrado determinar.No debe creerse que el inspector Legrasse se interesara por la arqueología. Todo lo contrario; su deseo de instruirse tenía como único origen razones puramente profesionales. La estatuita, ídolo, fetiche o lo que fuese, había sido capturada meses antes en los pantanos boscosos del sur de Nueva Orleáns, en el curso de una expedición contra una presunta ceremonia vudú. Tan singulares y odiosos eran los ritos, que la policía comprendió que se hallaba ante un culto totalmente ignorado, e infinitamente más diabólico que los del vudú. Los confusos e increíbles relatos arrancados por la fuerza a los prisioneros nada informaron sobre su posible origen. De ahí el deseo de la policía de consultar a alguna autoridad para identificar así el horrible símbolo, y seguir las huellas del culto hasta sus fuentes.El inspector Legrasse no había esperado que su pedido convocara una impresión semejante. La aparición de la curiosa estatuita bastó para excitar a los hombres de ciencia, y pronto todos rodearon al inspector para contemplar de cerca la diminuta figura cuya rareza y aspecto de genuina y abismal antigüedad abrían perspectivas tan misteriosas y arcaicas. Nadie reconoció la escuela escultórica de la que había nacido la estatua, y sin embargo centenares y hasta miles de años parecían haberse posado en la oscura y verdosa superficie de aquella piedra desconocida.La figura, que los miembros del congreso pasaron de mano en mano para estudiarla con más minuciosidad, medía de unos veinte a veinticinco centímetros de altura y estaba finamente labrada. Representaba un monstruo de contornos vagamente antropoides, pero con una cabeza de pulpo cuyo rostro era una masa de tentáculos, un cuerpo escamoso que sugería cierta elasticidad, cuatro extremidades dotadas de garras enormes, y un par de alas largas y estrechas en la espalda. Esta criatura, que exhalaba una malignidad antinatural, parecía ser de una pesada corpulencia, y estaba sentada en un pedestal o bloque rectangular, cubierto de indescriptibles caracteres. Las puntas de las alas rozaban el borde posterior del bloque, el asiento ocupaba el centro, mientras que las garras largas y curvas de las plegadas extremidades asían el borde anterior y descendían hasta un cuarto de la altura del pedestal. La cabeza de cefalópodo se inclinaba hacia el dorso de las garras enormes que apretaban las elevadas rodillas. El conjunto daba una impresión de vida anormal, más sutilmente terrorífico a causa de la imposibilidad de establecer su origen. Su vasta, pavorosa e incalculable edad era innegable; sin embargo, nada permitía relacionarlo con algún tipo de arte de los comienzos de la civilización.El material de la estatua encerraba otro misterio. No había nada parecido, en la geología o la mineralogía, a aquella pieza jabonosa, verdinegra, de estrías doradas o iridiscentes. Los caracteres de la base eran igualmente desconcertantes, y ninguno de los miembros del congreso, a pesar de que representaban a la mitad de las autoridades mundiales en esta esfera, pudo descubrir el más remoto parentesco lingüístico. Tanto la figura como el material pertenecían a algo increíblemente lejano, totalmente distinto de la humanidad que conocemos: algo sugería, de un modo terrible, antiguos y profanos ciclos en los que nuestro mundo y nuestras concepciones no habían participado.Y, sin embargo, mientras los miembros del congreso sacudían la cabeza y se confesaban incapaces de resolver el misterio, uno de ellos creyó descubrir algo raramente familiar en la efigie y los jeroglíficos, y al fin, no sin reticencia, confesó lo que sabía. Este hombre era el hoy desaparecido William Channing Webb, profesor de antropología en la Universidad de Princeton y explorador de bastante renombre.Cuarenta y ocho años antes el profesor Webb había recorrido Groenlandia e Islandia en busca de ciertas inscripciones rúnicas que hasta ese entonces no había podido descubrir. En la costa occidental de Groenlandia se había encontrado con una tribu degenerada de esquimales, cuya religión, un culto demoníaco curioso, lo había impresionado sobremanera por su faz deliberadamente sanguinaria y repulsiva. Era aquella una fe que los otros esquimales ignoraban casi del todo, y a la que se referían estremeciéndose. Databa, decían, de épocas muy antiguas, anteriores al nacimiento del mundo. Junto a ritos anónimos y sacrificios humanos había invocaciones de origen tradicional dirigidas a un demonio supremo o tornasuk. El profesor Webb había oído esa invocación en boca de un viejo angekok, o brujo sacerdote, y la había transcrito fonéticamente, hasta donde era posible, en caracteres romanos. Pero lo que ahora parecía importante era el fetiche adorado en ese culto, y alrededor del cual bailaban los esquimales cuando la aurora boreal brillaba muy por encima de los acantilados de hielo. Era, declaró el profesor, un tosco bajorrelieve de piedra con una figura horrible y algunos caracteres misteriosos. Creía recordar que se parecía, por lo menos en todos los rasgos esenciales, a la criatura bestial que ahora estaban examinando.Este relato, recibido con asombro y sorpresa por los miembros del congreso, pareció excitar al inspector Legrasse, que abrumó al profesor a preguntas. Habiendo copiado una invocación recitada por uno de los oficiantes del pantano, rogó al profesor Webb que tratase de recordar las sílabas recogidas en Groenlandia. Siguió una comparación exhaustiva de todos los detalles y un instante de sombrío silencio cuando el profesor y el detective convinieron en la virtual identidad de las frases. He aquí, en sustancia (la división de las palabras fue establecida de acuerdo con las pausas tradicionales observadas por los oficiantes), lo que el brujo esquimal y los sacerdotes de Luisiana habían cantado a sus ídolos:Ph’nglui mglw’nafh Cthulhu R’lyeh wgah’nagl fhtagn.Legrasse había tenido más suerte que el profesor Webb, pues varios prisioneros le habían revelado el sentido de esas palabras. Era algo así:En su casa de R’lyeh el fallecido Cthulhu espera soñando.Y entonces, respondiendo a un ruego general, el inspector relató minuciosamente su experiencia con los fieles del pantano; veo ahora que mi tío dio gran importancia a esa historia. Tenía cierto parecido con las ensoñaciones más extravagantes de los teósofos y los creadores de mitos, y revelaba una asombrosa imaginación de carácter cósmico que nadie hubiese esperado entre parias y vagabundos.El 1° de noviembre de 1907 la policía de Nueva Orleáns había recibido un alarmado mensaje de la región pantanosa del Sur. Los colonos, gente primitiva, pero de buen natural, descendientes en su mayor parte de Laffite, eran presas del pánico a causa de algo desconocido que había invadido la región durante la noche. Se trataba en apariencia de un culto vudú, pero de una especie más terrible que todo lo que ellos conocían. Desde que el malévolo tamtam había comenzado a sonar incesantemente en aquellos bosques oscuros donde nadie osaba aventurarse, habían desaparecido varias mujeres y niños. Se habían oído gritos irracionales, chillidos desgarradores y cantos lúgubres, y unas llamas diabólicas habían bailado en la espesura. Los vecinos, añadía el aterrorizado mensajero, no podían soportarlo.En las primeras horas de la tarde veinte policías partieron en dos carricoches y un automóvil, guiados por el tembloroso colono. Cuando el camino se hizo intransitable abandonaron los vehículos y durante varios kilómetros chapotearon en silencio a través de los espesos bosques de cipreses donde nunca penetraba la luz del día. Raíces tortuosas y nudos malignos de musgo español retardaban la marcha, y de vez en cuando una pila de piedras húmedas o los fragmentos de una pared en ruinas hacían más depresiva aquella atmósfera que los árboles deformados y las colonias de hongos contribuían a crear. Al fin apareció un miserable conjunto de chozas, y los histéricos colonos corrieron a agruparse alrededor de las vacilantes linternas. El apagado golpear de los tamtams se oía débilmente a lo lejos, la brisa traía muy de cuando en cuando un chillido que helaba la sangre. Un resplandor rojizo parecía filtrarse por entre el follaje pálido, más allá de las interminables avenidas de la noche selvática. A pesar de su repugnancia a quedarse nuevamente solos, todos los habitantes del lugar se negaron a avanzar un solo paso hacia la escena del culto maldito, de modo que el inspector Legrasse y sus diecinueve colegas tuvieron que aventurarse sin guías por aquellas negras arcadas de horror donde ninguno de ellos había puesto el pie.La región en que ahora entraba la policía tenía tradicionalmente muy mala fama, y en su mayor parte no había sido explorada por hombres blancos. Algunas leyendas se referían a un lago secreto en que vivía una colosal e informe criatura, algo parecida a un pólipo y de ojos fosforescentes, y, según los colonos, unos demonios de alas de murciélago salían a medianoche de sus cavernas para adorar al monstruo. Afirmaban que éste estaba allí desde antes que La Salle, de los indios, y aun de las bestias y pájaros del bosque. Era una verdadera pesadilla, y verlo significaba la muerte. Pero se aparecía en sueños a los hombres, y eso bastaba para que éstos se mantuviesen alejados. La orgía vudú se desarrollaba en los límites extremos del área aborrecida, pero aun así el emplazamiento era bastante malo, y eso quizá había aterrorizado a los colonos más que los chillidos o incidentes.Sólo la poesía o la locura podían haber reproducido los ruidos que oyeron los hombres de Legrasse mientras atravesaban lentamente el sombrío pantano, acercándose a la luz rojiza y a los apagados tamtams. Hay una cualidad vocal propia de las bestias; y nada más terrible que oír una de ellas cuando el órgano de donde proviene debería emitir otra. Una furia animal y una licencia orgiástica se exacerbaban allí hasta alcanzar alturas demoníacas con gritos y aullidos extáticos que reverberaban en los bosques tenebrosos como ráfagas pestilentes surgidas de los abismos del infierno. De vez en cuando cesaban los gritos y lo que parecía un coro de voces roncas entonaba la odiosa melopea1:Ph’nglui mglw’nafh Cthulhu R’lyeh wgah’nagl fhtagn.Por fin los hombres llegaron a un sitio donde el bosque era menos denso, y se encontraron de pronto en el lugar mismo de la escena. Cuatro trastabillaron, un quinto perdió el conocimiento, y otros dos lanzaron un grito de horror que, por suerte, fue apagado por el tumulto salvaje de la orgía. Legrasse roció con agua pantanosa el rostro del hombre desvanecido, y luego todos contemplaron el espectáculo fascinados por el horror.En un claro natural del pantano se alzaba una isla verde de tal vez un acre de extensión, desprovista de árboles y bastante seca. Allí saltaba y se retorcía una horda de anormalidades humanas más indescriptibles que cualquiera de las que hubiese podido pintar un Sime o un Angarola. Sin ropas, esta híbrida muchedumbre bramaba, rugía y se contorsionaba alrededor de una hoguera circular. De vez en cuando se abrían las cortinas de fuego y se podía distinguir en el centro un bloque de granito de unos dos metros y medio de alto, en cuya cima, incongruente por su pequeñez, se alzaba la funesta estatuita. En diez cadalsos instalados a intervalos regulares en un ancho círculo que rodeaba la hoguera, con el monolito como centro, colgaban con la cabeza hacia abajo los cuerpos extrañamente mutilados de los desaparecidos colonos. Dentro de este círculo saltaba y rugía el anillo de fieles, moviéndose de izquierda a derecha en una bacanal interminable entre el círculo de cadáveres y el círculo de fuego.Pudo haber sido sólo la imaginación o pudo haber sido un simple eco, pero uno de los hombres, un impresionable español, creyó oír que las invocaciones eran seguidas por unas respuestas antifonales que procedían de un lejano y sombrío lugar, situado en lo más profundo de aquel bosque de leyenda. Este hombre, Joseph D. Gálvez, a quien más tarde encontré e interrogué, era desbordantemente imaginativo. Llegó a decir que había oído el débil golpear de unas grandes alas y que había vislumbrado unos ojos luminosos y una enorme masa blanca detrás de los árboles más lejanos. Pero creo que estaba demasiado influido por las supersticiones locales.La inactividad de los hombres paralizados fue comparativamente de poca duración. El deber venció pronto todas las dudas, y aunque los celebrantes debían de llegar al centenar, la policía, confiada en sus armas de fuego, irrumpió en medio de la horda. Durante cinco minutos el caos y el tumulto fueron indescriptibles. Hubo furiosos golpes, disparos y huidas. Pero finalmente Legrasse pudo contar cuarenta y siete prisioneros, a los que obligó a vestirse rápidamente, y que rodeó de policías. Cinco de los celebrantes habían muerto, y otros dos, muy malheridos, fueron transportados por sus cómplices en improvisadas parihuelas. La imagen del monolito fue sacada con todo cuidado y llevada por Legrasse.Examinados en el cuartel de la policía, luego de un viaje agotador, los prisioneros resultaron ser mestizos de muy baja ralea, y mentalmente débiles. Eran en su mayor parte marineros, y había algunos negros y mulatos, procedentes casi todos de las islas de Cabo Verde, que daban un cierto matiz vudú a aquel culto heterogéneo. Pero no se necesitaron muchas preguntas para comprobar que se trataba de algo más antiguo y profundo que un fetichismo africano. Aunque degradados e ignorantes, los prisioneros se mantuvieron fieles, con sorprendente consistencia, a la idea central de su aborrecible culto.Adoraban, dijeron, a los Grandes Antiguos que eran muy anteriores al hombre y que habían llegado al joven mundo desde el cielo. Esos Antiguos se habían retirado ahora al interior de la tierra y al fondo del mar, pero sus cadáveres se habían comunicado en sueños con el primer hombre, quien inventó un culto que nunca había muerto. Este era ese culto, y los prisioneros dijeron que había existido siempre y que siempre existiría, ocultándose en lejanías desiertas y lugares retirados hasta que el gran sacerdote Cthulhu saliese de su sombría morada en la ciudad submarina de R’lyeh para reinar otra vez sobre la Tierra. Algún día vendría, cuando los astros ocuparan una determinada posición; y el culto secreto estaría allí, esperándolo.Mientras tanto no podían decir nada más. Se trataba de un secreto que ni la tortura podría arrancarles. La humanidad no era lo único consciente en la Tierra, pues había unas formas que emergían de la sombra para visitar a sus escasos fieles. Pero éstas no eran los Grandes Antiguos. Ningún ser humano había visto a los Antiguos. El ídolo de piedra representaba al gran Cthulhu, pero nadie podía decir si los otros eran o no como él. Nadie era capaz de descifrar ahora la antigua escritura; muchas cosas se transmitían oralmente. La invocación ritual no era el secreto. Éste no se comunicaba nunca en voz alta. El canto significaba: “En su casa de R’lyeh el fallecido Cthulhu espera soñando”.Sólo dos de los prisioneros fueron juzgados bastante cuerdos y se les ahorcó; el resto fue enviado a diversas instituciones. Todos negaron haber participado en los crímenes rituales, y afirmaron que los culpables de aquellas muertes eran los Alas-Negras que habían venido hasta ellos desde su refugio inmemorial en el bosque encantado. Pero nada coherente se pudo saber de aquellos aliados misteriosos. Lo que la policía logró obtener salió en su mayor parte de un viejísimo mestizo llamado Castro, quien pretendía haber tocado puertos distantes y hablado con los jefes inmortales del culto en las montañas de China.El viejo Castro recordaba fragmentos de odiosas leyendas que empequeñecían las especulaciones de los teósofos y hacían de nuestro mundo algo reciente y fugaz. En ciclos muy lejanos otros seres habían gobernado la Tierra. Habían vivido en grandes ciudades, y sus vestigios podían encontrarse aún -le habían dicho a Castro los inmortales de China- en unas piedras ciclópeas de algunas islas del Pacífico. Habían muerto muchísimo antes de la aparición del hombre, pero había artes que podrían revivirlos cuando los astros volvieran a ocupar su justa posición en los cielos de la eternidad. Estos seres, indudablemente, procedían de las estrellas y habían traído sus imágenes con ellos.Estos Grandes Antiguos, continuó Castro, no eran de carne y hueso. Tenían forma -¿no lo probaba acaso esta imagen estelar?-, pero esa forma no era material. Cuando las estrellas eran propicias iban de mundo en mundo a través del cielo; pero cuando eran desfavorables, no podían vivir. Pero aunque ya no viviesen, no habían muerto en realidad. Yacían todos en casas de piedra en la gran ciudad de R’lyeh, preservada por los sortilegios del gran Cthulhu para el día que las estrellas y la Tierra pudiesen recibir su gloriosa resurrección. Pero en esa época alguna fuerza exterior debía ayudar a la liberación de sus cuerpos. Los conjuros que impedían que se descompusieran impedían también que se moviesen, y los Antiguos tenían que contentarse con yacer y pensar en la oscuridad mientras transcurrían millones de años. Conocían todo lo que ocurría en el mundo, pues su lenguaje consistía en la transmisión del pensamiento. En ese mismo instante hablaban en sus tumbas. Cuando, luego de un caos infinito, aparecieron los primeros hombres, los Grandes Antiguos hablaron a los más sensibles moldeándoles los sueños.Aquellos primeros hombres, murmuró Castro, establecieron el culto con que se adoraba a los ídolos de los Grandes Antiguos; ídolos traídos de estrellas oscuras en una época infinitamente lejana. Ese culto no moriría hasta que las estrellas volvieran a ser favorables. Los sacerdotes sacarían entonces al gran Cthulhu de su tumba para que reviviese a sus vasallos y volviera a asumir su reinado en la Tierra. Ese tiempo sería fácil de conocer, pues entonces la humanidad se parecería a los Grandes Antiguos: salvaje y libre, más allá del bien y del mal, sin moral y sin ley. Y todos los hombres gritarían y matarían, y gozarían alegremente. Los Antiguos, liberados, enseñarían nuevos modos de gritar y matar y gozar, y el mundo entero ardería en un holocausto de libertad y éxtasis. Mientras tanto, el culto, con apropiados ritos, debía conservar el recuerdo de aquellos días antiguos y presagiar su retorno.En los primeros tiempos algunos hombres escogidos habían hablado en sueños con aquellos seres, pero luego algo había pasado. La gran ciudad de piedra de R’lyeh, con sus monolitos y sepulcros, se había hundido bajo las olas, y las aguas de los abismos, con ese misterio primigenio en que nadie había pensado ni siquiera en penetrar, habían interrumpido esas citas espectrales. Pero los recuerdos no morían, y los altos sacerdotes afirmaban que cuando los astros fuesen favorables la ciudad volvería a la superficie. Entonces los viejos espíritus de la Tierra, mohosos y sombríos, saldrían de sus subterráneos y propagarían los rumores recogidos allá, en olvidados fondos del océano. Pero de ellos el viejo Castro no se atrevía a hablar. Se interrumpió de pronto y ni la persuasión ni las sutilezas pudieron arrancarle otras informaciones. Tampoco quiso mencionar, curiosamente, el tamaño de los Antiguos. En cuanto al culto, afirmó que su centro debía encontrarse en los desiertos intransitados de Arabia, donde Irem, la ciudad de los Pilares, sueña aún intacta y secreta. No tenía relación alguna con la brujería europea y sólo era conocido por sus miembros. Ningún libro aludía a él, aunque los chinos inmortales decían que en el Necronomicón del árabe loco Abdul Alhazred había un sentido oculto que el iniciado podía interpretar de muy diversas maneras, especialmente en el tan discutido dístico:No está muerto quien puede yacer eternamente,y en épocas extrañas hasta la muerte puede morir.Legrasse, profundamente impresionado, y no poco intrigado, había buscado sin éxito las filiaciones históricas del culto. Castro, aparentemente, había dicho la verdad al afirmar que era un secreto. Las autoridades de la Universidad de Tulane no pudieron arrojar luz alguna sobre el culto o la imagen, y ahora recurría a las mayores autoridades y se encontraba nada menos que con el episodio de Groenlandia del profesor Webb.El ferviente interés que despertó el relato de Legrasse, corroborado por la presencia de la estatuita, tuvo algún eco en las cartas que intercambiaron luego los miembros del congreso; pero apenas hay alguna mención en el informe oficial. La prudencia es preocupación primordial de aquellos que se enfrentan a menudo a la charlatanería y la impostura. Legrasse prestó durante un tiempo la estatua al profesor Webb, pero a la muerte de este último le fue devuelta, y está desde entonces en su casa. Allí la he visto no hace mucho tiempo. Es de veras algo estremecedor, e indiscutiblemente parecida a la escultura labrada en sueños por el joven Wilcox.No me asombró que mi tío se hubiese excitado con el relato del joven. ¿Qué pudo pensar al saber, ya enterado de la información recogía por Legrasse, que un joven sensible no sólo había soñado la figura y los jeroglíficos de las imágenes del pantano y de Groenlandia, sino que también había oído en sueños tres de las palabras de la fórmula repetida por los maestros de Luisiana y los diabólicos esquimales? Era natural que el profesor Angell hubiese iniciado instantáneamente una minuciosa investigación, aunque yo en mi fuero interno sospechaba que el joven Wilcox había oído hablar del culto, y había inventado una serie de sueños para acrecentar el misterio ante los ojos de mi tío. El relato de los otros sueños y los recortes coleccionados por el profesor parecían corroborar la historia del joven; pero mi bien fundado racionalismo y la total extravagancia del asunto me llevaron a adoptar las conclusiones que estimé más razonables. De modo que luego de estudiar otra vez el manuscrito y comparar las notas teosóficas y antropológicas con la descripción del culto que había hecho Legrasse, viajé a Providence para ver al escultor e increparle el haberse burlado de tal modo de un sabio anciano.Wilcox vivía aún, solo, en el Fleur de Lys de la Calle Thomas, desagradable imitación victoriana de la arquitectura bretona del siglo XVII. La fachada de estuco del hotel lucía ostentosamente entre las encantadoras casas coloniales y a la sombra del más hermoso campanario georgiano que pudiera verse en Norteamérica. Encontré a Wilcox en sus habitaciones, sumido en su labor, y comprendí en seguida, por las piezas que lo rodeaban, que su genio era profundo y auténtico.Creo que durante un tiempo Wilcox figurará entre los grandes decadentes; pues ha cristalizado en arcilla, y reflejará un día en el mármol, esas pesadillas y fantasías evocadas en prosa por Arthur Machen y que Clark Ashton Smith ha hecho visibles en versos y pinturas.Moreno, frágil y de aspecto un poco descuidado, Wilcox se volvió lánguidamente y sin dejar su silla me preguntó qué deseaba. Cuando le dije quién era, manifestó cierto interés, pues mi tío había excitado su curiosidad al examinar sus raros sueños, aunque sin expresar las razones de ese examen. Sin sacarlo de su ignorancia, traté prudentemente de hacerlo hablar.Poco tiempo me bastó para convencerme de que era absolutamente sincero; hablaba de sus sueños de un modo inequívoco. Esos sueños, y su residuo subconsciente, habían influido profundamente en su arte, y me mostró una estatua mórbida cuyo modelado me estremeció, casi, por la fuerza de su oscura sugestión. No recordaba haber visto el original excepto en el bajorrelieve creado durante un sueño, pero los contornos se habían formado insensiblemente bajo sus manos. Era, sin duda, la forma gigantesca de la que había hablado en su delirio. Comprobé muy pronto que no sabía nada del culto, salvo lo que el constante interrogatorio de mi tío había dejado escapar, y traté otra vez de concebir de qué modo podía haber recibido esas impresiones sobrenaturales.Hablaba de sus sueños de un modo extrañamente poético, haciéndome ver con terrible claridad la ciudad ciclópea de piedra verde y musgosa -cuya geometría, añadió curiosamente, era totalmente errónea-, y oí otra vez con un temor expectante el subterráneo llamado mental: Cthulhu fhtagn, Cthulhu fhtagn.Esas palabras figuraban en la temible invocación que evocaba el sueño-vigilia de Cthulhu en su bóveda de piedra de R’lyeh, y a pesar de mis racionales ideas me sentí profundamente perturbado. Wilcox, era indudable, había oído hablar casualmente del culto, y lo había olvidado en seguida en la masa de las lecturas y concepciones igualmente fantásticas. Más tarde, en virtud de su impresionable carácter, el culto había encontrado un modo de expresión subconsciente en los sueños, el bajorrelieve de arcilla y la estatua que yo estaba ahora contemplando. De modo que la superchería había sido involuntaria. El joven tenía unos modales un poco afectados, y un poco vulgares, que me desagradaban de veras; pero yo ya estaba dispuesto a admitir tanto su genio como su honestidad. Me despedí amablemente, y le deseé todo el éxito que su talento prometía.El asunto del culto continuó fascinándome y a veces imaginaba poder adquirir un gran renombre investigando su origen y relaciones. Visité Nueva Orleáns, hablé con Legrasse y otros de los que habían participado en aquella vieja expedición, examiné la estatuita y hasta interrogué a los prisioneros que todavía vivían. El viejo Castro, por desgracia, había muerto hacía varios años. Lo que escuché entonces de viva voz, aunque no fue más que una confirmación detallada de los escritos de mi tío, acrecentó mi interés, y tuve la seguridad de estar sobre la pista de una religión muy antigua y secreta cuyo descubrimiento me convertiría en un antropólogo famoso. Mi actitud era aún entonces absolutamente materialista, como aún quisiera que lo fuese, y por una inexplicable perversidad mental rechacé la coincidencia de los sueños y los recortes coleccionados por el profesor Angell.Hubo algo, sin embargo, que comencé a sospechar y que ahora creo saber: la muerte de mi tío no fue nada natural. Cayó al suelo en la colina, en una de las estrechas callejuelas que partían de unos muelles donde abundaban los mestizos extranjeros, luego del descuidado empujón de un marinero de tez oscura. Yo no había olvidado que los oficiales de Luisiana se distinguían por la mezcla de sangres y sus intereses marinos, y no me hubiera sorprendido conocer la existencia de agujas venenosas y métodos criminales secretos tan faltos de piedad como aquellas creencias y ritos misteriosos. Legrasse y sus hombres, es cierto, no habían sido molestados; pero en Noruega acaba de morir un marino que veía cosas. ¿No pudieron haber llegado a oídos siniestros las investigaciones realizadas por mi tío luego de encontrarse con el escultor? Creo hoy que el profesor Angell murió porque sabía o quería saber demasiado. Es posible que me espere un fin semejante, pues yo también he aprendido mucho.La locura del marSi el cielo decidiese algún día acordarme un insigne favor, borraría totalmente de mi memoria el descubrimiento que hice, por simple casualidad, al echar una ojeada a una hoja de periódico que recubría un estante. Era un viejo número del Boletín de Sidney del 18 de abril de 1925, con el cual no hubiese podido dar en mi vida cotidiana. Había pasado inadvertido hasta para la agencia de recortes que había estado coleccionando ávidamente durante esa época materiales para mi tío. Había yo casi abandonado mis investigaciones cerca de lo que el profesor llamaba el “culto de Cthulhu” y me encontraba de visita en casa de un docto amigo de Patterson, Nueva Jersey, conservador del museo local y mineralogista de renombre. Examinando un día los ejemplares de reserva, amontonados en desorden en los estantes de una de las salas del fondo del museo, mi mirada se detuvo en la rara ilustración de uno de los periódicos extendido bajo las piedras. Era el Boletín de Sidney que he mencionado. Mi amigo tenía corresponsales en todos los países extranjeros imaginables. La imagen era una fotografía en sepia de una odiosa estatuita de piedra casi igual a la que Legrasse había encontrado en el pantano.Despojé vivamente a la hoja de su precioso contenido, leí el artículo con cuidado y lamenté su brevedad. Lo que sugería, sin embargo, era de suma importancia para mi ya vacilante búsqueda. Arranqué cuidadosamente la noticia con el propósito de ponerme en seguida en acción. He aquí el contenido:Misterioso barco a la deriva rescatado en alta marEl Vigilant arribó remolcando a un yate neozelandés armado. Un muerto y un sobreviviente a bordo. Relatan combates furiosos y muertes en alta mar. Marinero rescatado se niega a dar detalles de la misteriosa experiencia. Ídolo extraño hallado en su poder. Se iniciará una investigación.El carguero Vigilant de la compañía Morrison, procedente de Valparaíso, arribó esta mañana a su puesto de amarre en la Bahía de Darling remolcando al yate Alert de Dunedin N.2 con serias averías, pero dotado aún de un poderoso armamento. El yate fue avistado el 12 de abril a los 34°21′ de latitud sur, y a los 152°17′ longitud oeste, con un muerto y un sobreviviente a bordo.El Vigilant dejó Valparaíso el 25 de marzo, y el 2 de abril fue alejado considerablemente de su curso, en dirección sur, por excepcionales tormentas y enormes olas. El 12 de abril avistó el buque a la deriva. En apariencia había sido abandonado, pero luego descubrió que llevaba un sobreviviente en estado de delirio, y un hombre muerto por lo menos desde hacía una semana.El sobreviviente apretaba entre sus manos una piedra horrible de origen desconocido, de unos treinta centímetros de alto, cuyo origen los profesores de la Universidad de Sidney, la Sociedad Real y el museo de la Calle College no pudieron determinar, y que el hombre afirmaba haber descubierto en la cabina del yate, en un altarcito rudimentario.Este hombre, ya recobrado, relató una historia de piratería y violencia sumamente extraña. Se trata de un noruego llamado Gustaf Johansen, de cierta cultura, segundo oficial en la goleta Emma de Auckland, que partió para el Callao el 20 de febrero, con una tripulación de 20 hombres.El Emma, dijo, fue retrasado y alejado considerablemente de su ruta por la tormenta del 1° de marzo, y el 22 del mismo mes a los 49°51′ de latitud sur y a los 128°54′ de longitud este encontró al Alert conducido por una tripulación de canacos2 y mestizos de aspecto patibulario. El capitán Collins no obedeció la orden de virar, y la tripulación del yate abrió fuego sin aviso con una batería de cañones de bronce particularmente pesada.Los marineros del Emma, dijo el sobreviviente, se resistieron con valentía, y aunque la goleta comenzó a hundirse, pues varios proyectiles habían alcanzado la línea de flotación, lograron acercarse al enemigo y lo abordaron poniéndose a luchar en cubierta. Como los tripulantes del yate combatían de un modo torpe y cruel, tuvieron que matarlos a todos.Tres de los hombres del Emma, incluso el capitán Collins y el primer oficial Gree, murieron; y los ocho restantes, bajo el mando del segundo oficial, Johansen, se pusieron a navegar en la dirección seguida originalmente por el yate, a fin de descubrir por qué motivo se les había ordenado cambiar de rumbo.Al día siguiente desembarcaron en una islita que no figuraba en ningún mapa. Seis de los hombres murieron allí, aunque Johansen se mostró particularmente reticente a este respecto y dijo que habían caído en una grieta entre las rocas.Más tarde, parece, Johansen y sus compañeros volvieron al yate y trataron de hacerlo navegar, pero fueron vencidos por la tormenta del 2 de abril.Desde ese día hasta el 12 de abril, fecha en que fue recogido por el Vigilant, Johansen no recuerda nada, ni siquiera cuándo murió su compañero William Briden. La muerte no se debió aparentemente a otra causa que a privaciones.Cables procedentes de Dunedin informan que el Alert era muy conocido como barco de carga y tenía muy mala reputación. Pertenecía a un curioso grupo de mestizos cuyas frecuentes incursiones nocturnas a los bosques atraían no poca curiosidad. Luego de la tormenta y los temblores de tierra del 1° de marzo se había hecho apresuradamente a la vela.Nuestro corresponsal en Auckland afirma que el Emma y sus tripulantes gozaban de una excelente reputación y que Johansen es un hombre digno de toda confianza.El almirantazgo va a iniciar una investigación sobre este asunto, durante la cual se tratará de convencer a Johansen para que hable más libremente.Esto era todo, además de la diabólica imagen, ¡pero qué pensamientos despertó en mi mente! Estas nuevas y preciosas noticias acerca del culto de Cthulhu probaban que éste tenía fieles seguidores tanto en el mar como en la tierra. ¿Qué motivo había impulsado a la híbrida tripulación a ordenar el regreso del Emma mientras navegaban con su ídolo? ¿Qué isla desconocida era aquella en que habían muerto seis de los tripulantes, acerca de la cual el contramaestre Johansen se mostraba tan reticente? ¿Qué resultado había tenido la investigación del almirantazgo y qué se sabía del odioso culto en Dunedin? Y lo más extraordinario, ¿qué profunda y natural relación de hechos era esta que daba una significación maligna e innegable a los sucesos tan cuidadosamente anotados por mi tío?El 1° de marzo -el 28 de febrero de acuerdo con el huso horario internacional- se habían producido una tormenta y un terremoto. El Alert y su malencarada tripulación habían dejado rápidamente Dunedin como obedeciendo un imperioso llamado, y en el otro extremo de la Tierra poetas y artistas habían comenzado a soñar con una ciclópea ciudad submarina mientras un joven escultor modelaba, en sueños, la forma del terrible Cthulhu. El 23 de marzo la tripulación del Emma desembarcaba en una isla desconocida, perdiendo allí seis hombres; y en esa misma fecha los sueños de algunas personas alcanzaron su mayor intensidad y se oscurecieron con el terror de un monstruo maligno y gigantesco, mientras un arquitecto se volvía loco y un escultor caía presa del delirio. ¿Y qué pensar de esa tormenta del 2 de abril, fecha en que cesaron todos los sueños de la ciudad sumergida, y Wilcox salió indemne de aquella fiebre extraña? ¿Qué pensar igualmente de aquellas alusiones del viejo Castro a los Antiguos venidos de las estrellas y a su reino próximo, y a su culto, y a su gobierno de los sueños? ¿Estaba balanceándome en el borde de un abismo de horrores cósmicos, insoportables para un ser humano? En todo caso no afectaron sino a la mente, pues el 2 de abril puso término de algún modo a la monstruosa amenaza que había sitiado el alma de los hombres.Aquella tarde, luego de haber pasado el día enviando telegramas y haciendo urgentes preparativos, me despedí de mi huésped y tomé un tren para San Francisco. En menos de un mes llegué a Dunedin, donde, sin embargo, descubrí que se sabía muy poco de los extraños miembros del culto que habían vivido en las posadas marineras. El vagabundeo en los muelles era asunto demasiado común, y no valía la pena mencionarlo; pero algo oí a propósito de una expedición terrestre realizada por estos mestizos durante la cual se escuchó el débil golpear de unos tambores y se vio un fuego rojo en las colinas lejanas.En Auckland me enteré de que Johansen había vuelto a Sidney, donde acababa de sometérsele a un inútil interrogatorio, con el pelo totalmente cano, y que luego de vender su casita de la Calle West había regresado con su mujer a su viejo hogar, en Oslo. De su aventura no dijo a sus amigos más de lo que ya sabían los oficiales del almirantazgo, y todo lo que pudieron hacer fue darme su nueva dirección.Volví entonces a Sidney y hablé sin éxito con gente de mar y miembros de la corte. Vi el Alert en Circular Quay, en la bahía de Sidney, pero nada me reveló su casco. La imagen en cuclillas, de cabeza de pulpo, cuerpo de dragón, alas escamosas y pedestal con jeroglíficos, se conservaba en el museo de Hyde Park. La examiné con cuidado y descubrí que estaba exquisitamente labrada, y tenía el mismo profundo misterio, terrible antigüedad y sobrenatural rareza de material que el ejemplar más pequeño de Legrasse. Para los geólogos, me dijo el conservador del museo, la estatua era un enigma monstruoso, y juraban que no había en el mundo una roca parecida. Recordé, estremeciéndome, lo que había dicho el viejo Castro a Legrasse a propósito de los primeros Grandes Antiguos: “Vinieron de las estrellas y trajeron consigo sus imágenes”.Profundamente perturbado resolví visitar al oficial Johansen en Oslo. Llegué a Londres, me reembarqué en seguida para la capital de Noruega, y un día de otoño eché pie a tierra en un limpio desembarcadero, a la sombra del Egeberg.La casa de Johansen, descubrí, estaba situada en la Ciudad Vieja del rey Harold Haardrada, que había conservado el nombre de Oslo durante los siglos en que la ciudad principal adoptara el nombre de Cristianía. Hice el corto viaje en un taxi y golpeé con el corazón tembloroso la puerta de una casa vieja y limpia de frente enyesado. Salió a recibirme una mujer de cara triste, vestida de negro, quien me comunicó en un inglés vacilante que Gustav Johansen no era ya de este mundo.No había sobrevivido mucho a su regreso, pues su aventura marina de 1925 le había destrozado la salud. La mujer no sabía más que el público, pero Johansen había dejado un largo manuscrito, que trataba “asuntos técnicos”, escrito en inglés con la intención manifiesta de que su esposa no lo entendiese. Mientras paseaba por una callejuela, cerca del muelle de Gothenburg, un atado de viejos periódicos, salido de la ventana de un altillo, lo golpeó y lo hizo caer. Dos marineros indios lo ayudaron en seguida a levantarse, pero el hombre murió antes de que llegase la ambulancia. Los médicos, incapaces de precisar la causa del deceso, lo habían atribuido a un malestar del corazón y a un debilitamiento general.Sentí entonces que un oscuro terror, que no me abandonaría hasta que a mí también me fuese acordado el eterno reposo, “accidentalmente” o por otro motivo, me traspasaba los huesos. Habiendo persuadido a la viuda de que mi conocimiento de esos “asuntos técnicos” me autorizaba a poseer el manuscrito, me llevé el documento y comencé a leerlo en el barco que me conducía a Londres.Era un relato simple, desordenado; un diario de mar redactado de memoria en que se intentaba recoger día a día aquel último y terrible viaje. No lo transcribiré literalmente a causa de sus oscuridades y redundancias, pero mi resumen bastará para explicar por qué el rumor de las aguas contra los costados del buque se me hizo tan intolerable que tuve que taponarme los oídos.Johansen, gracias a Dios, no lo sabía todo, aunque vio la ciudad y el monstruo; pero yo ya no podré dormir en paz mientras recuerde el horror que espera emboscado del otro lado de la vida, en el tiempo y el espacio, y aquellas malditas criaturas que vinieron de los astros más antiguos y que sueñan en las profundidades del mar, conocidas y favorecidas por un culto de pesadilla decidido a lanzarlas sobre nuestro planeta cada vez que algún terremoto vuelva a elevar la monstruosa ciudad de piedra al aire y la luz del sol.El viaje de Johansen había comenzado tal como lo declarara él mismo ante el almirantazgo. El Emma había dejado Auckland en lastre el 20 de febrero, y sintió todo el impacto de esa tempestad consecutiva al terremoto que arrancó a los abismos marinos el horror que pobló los sueños de los hombres. Recobrado el gobierno, el buque navegó favorablemente hasta encontrarse con el Alert el 22 de marzo (y sentí la pena del oficial al describir el bombardeo y el hundimiento de su nave). De los mestizos del yate, Johansen hablaba con un horror realmente significativo. Había algo abominable en ellos que hacía que su destrucción pareciese casi un deber, y Johansen se sorprende ante la acusación de crueldad que contra él y sus compañeros hizo la corte. Ya en el yate capturado, Johansen y sus hombres, impulsados por la curiosidad, prosiguen viaje hasta avistar una alta columna de piedra que emerge del océano, y a los 49°9′ de latitud oeste, y 126°43′ de longitud sur, se encuentran ante una costa barrosa, y una albañilería ciclópea cubierta de algas que no puede ser sino la sustancia tangible del terror supremo del universo: la ciudad muerta de R’lyeh, construida hace millones de años, antes de los comienzos de nuestra historia, por las enormes y espantosas criaturas que descendieron desde unos astros desconocidos. Allí yacen el gran Cthulhu y sus compañeros, ocultos en unas bóvedas verdes y húmedas desde donde envían, luego de incalculables ciclos, pensamientos que aterrorizan a los hombres sensibles y reclaman imperiosamente a los fieles del culto que inicien el peregrinaje de la liberación y la restauración. El oficial Johansen ignoraba todo esto, ¡pero Dios sabe bien que había visto bastante!Creo que emergió de las aguas sólo la cima de la ciudadela, coronada por un enorme monolito, donde yace el gran Cthulhu. Cuando imagino el tamaño de todo lo que puede esconder el fondo del océano, siento deseos de morir sin esperar ya más. Johansen y sus hombres se sintieron aterrados ante la majestad cósmica de esta húmeda Babilonia habitada por demonios, y debieron sospechar, instintivamente, que no pertenecía ni a éste ni a ningún otro planeta similar. En todas las líneas de la estremecida descripción de Johansen se advierte el mismo pavor; ante el tamaño indescriptible de los bloques de piedra verde, ante la altura vertiginosa del monolito labrado, ante la asombrosa identidad de esas colosales estatuas y bajorrelieves con la rara imagen encontrada en la sentina del Alert.Sin conocer el futurismo, Johansen describe, al hablar de la ciudad, algo muy parecido a una obra futurista. En vez de referirse a una estructura definida, algún edificio, se reduce a hablar de vastos ángulos y superficies pétreas… superficies demasiado grandes para ser de este mundo, y cubiertas por jeroglíficos e imágenes horribles. Menciono estos ángulos pues me recuerdan los sueños que me relató Wilcox. El joven escultor afirmó que la geometría de la ciudad de sus sueños era anormal, no euclidiana, y que sugería esferas y dimensiones distintas de las nuestras. Ahora un marino ilustrado tenía ante la terrible realidad la misma impresión.Johansen y sus hombres desembarcaron en la playa de esta monstruosa acrópolis y se treparon, resbalando, por los titánicos y musgosos escalones que ningún ser humano hubiera podido edificar. El sol mismo parecía deformado cuando se lo miraba a través de las miasmas polarizadas que emanaban de esta perversión submarina; una amenaza tortuosa acechaba en esos ángulos desconcertantes donde una segunda mirada descubría una concavidad donde se había creído ver la convexidad.Todos los exploradores, aun antes de ver algo definido (salvo las rocas, los musgos y las algas) se sintieron presas de un indefinible terror. Todos habrían escapado si no hubiesen temido la burla de los otros, y sólo de mala gana se decidieron a buscar -vanamente, como comprendieron más tarde- algo que sirviese de recuerdo.Rodríguez, el portugués, fue el primero en llegar a la base del monolito y les gritó a los otros lo que acababa de descubrir. Poco más tarde los hombres contemplaron curiosamente una enorme puerta de piedra labrada con el ya familiar bajorrelieve del pulpo-dragón. Se parecía, dice Johansen, a la enorme puerta de un granero. Todos vieron allí una puerta, ya que estaba encuadrada en un umbral, un dintel y dos montantes, pero nadie pudo decidir si estaba situada horizontalmente, como la puerta de una trampa, o algo inclinada, como la puerta exterior de un altillo. Como lo hubiese dicho Wilcox, la geometría del lugar era errónea. Uno no podía estar seguro de que el mar y el suelo fueran horizontales, de modo que la posición relativa de todo el resto parecía variar fantásticamente.Briden presionó sobre la piedra en diversos sitios sin resultado. Luego Donovan palpó con delicadeza los bordes, apretando separadamente cada punto. Subió con lentitud a lo largo de la grotesca moldura de piedra -puede decirse que subió si se admite que la puerta no era al fin y al cabo horizontal-, y los hombres se preguntaron cómo una puerta podía ser tan enorme. Al fin, muy suavemente, muy lentamente, la parte superior del panel comenzó a inclinarse hacia adentro, y todos vieron que la piedra se balanceaba.Donovan se deslizó o trepó de algún modo a lo largo de uno de los montantes, y los hombres se pusieron a observar el curioso retroceso de la puerta monstruosa. En este fantástico mundo de deformaciones prismáticas, la piedra se desplazaba anormalmente en diagonal, despreciando todas las leyes de la materia y la perspectiva.La abertura mostraba una oscuridad casi material. Estas tinieblas tenían realmente una cualidad positiva, pues ocultaban algunas partes de las paredes interiores que debían ser visibles. Al fin surgió de aquella cárcel milenaria algo así como una humareda que oscureció la luz del sol mientras se elevaba hacia el cielo, empequeñecido y arrogado, con la ayuda de sus alas membranosas. El olor que salía de aquellos abismos recién abiertos era insoportable, y Hawkins, que tenía el oído fino, creyó oír allá abajo un sonido chapoteante e inmundo. Todos escucharon, y todos escuchaban aún cuando el monstruo se hizo visible, babeando y apretando su inmensidad verde y gelatinosa a través de la tenebrosa abertura hasta elevarse pesadamente en el aire corrompido de aquella ciudad de pesadilla.La letra del pobre Johansen es apenas inteligible en esta parte. De los seis hombres que nunca llegaron al barco, cree que dos murieron simplemente de miedo en aquel instante maldito. El monstruo está más allá de toda posible descripción. No hay lenguaje aplicable a ese abismo de horror inmemorial, a esa pavorosa contradicción de todas las leyes de la materia, la fuerza y el orden cósmicos. Una montaña que caminaba. ¡Dios! ¿Puede extrañar que en el otro lado de la Tierra enloqueciese un gran arquitecto, y que en aquel telepático instante la fiebre devorara al pobre Wilcox? El monstruo de los ídolos, el verde y viscoso demonio venido de otros astros, había despertado para reclamar sus derechos. Las estrellas eran otra vez favorables, y lo que un viejo culto no había podido lograr por su voluntad, un puñado de inocentes marineros lo hacía por accidente. Luego de millones y millones de años el gran Cthulhu era libre otra vez.Tres hombres fueron barridos por aquellas patas membranosas antes que nadie tuviese tiempo de volverse. Que descansen en paz, si hay algún descanso en el universo. Eran Donovan, Guerrera y Angstrom. Parker resbaló mientras los otros tres sobrevivientes se precipitaban frenéticamente en un escenario infinito de rocas verdosas. Johansen jura que fue absorbido hacia arriba por un ángulo que no debía estar allí; un ángulo agudo que se había comportado como si fuese obtuso. De modo que sólo Briden y Johansen llegaron al bote, y se dirigieron desesperadamente hasta el Alert mientras la montañosa monstruosidad descendía por los escalones de piedra resbaladiza y se detenía, titubeando, a orillas del agua.Las calderas habían quedado funcionando a pesar de que todos habían bajado a tierra, y bastaron unos pocos segundos de frenéticas corridas entre ruedas y motores para poner en marcha el Alert. Lentamente, entre los horrores distorsionados de esa escena indescriptible, la hélice comenzó a golpear las aguas. Mientras tanto, en la costa mortal, sobre aquellas construcciones que no eran de este mundo, el monstruo gigantesco venido de las estrellas emitía unos gritos inarticulados, como Polifemo al maldecir el veloz navío de Ulises. En seguida, con más audacia que los cíclopes de la leyenda, el gran Cthulhu penetró en las aguas e inició la persecución con golpes que levantaron enormes olas. Briden volvió la vista y enloqueció. Desde entonces rió a intervalos hasta que la muerte lo alcanzó en su cabina mientras Johansen vagaba delirando de un lado a otro.Pero Johansen no había abandonado la partida. Comprendiendo que el monstruo alcanzaría seguramente el Alert antes de que la presión llegase al máximo, resolvió intentar algo desesperado, y, acelerando los motores, subió rápidamente a la cubierta e hizo girar el timón. En la superficie de las aguas hubo un remolino espumoso, y mientras crecía la presión del vapor, el valiente noruego dirigió el navío contra aquella montaña gelatinosa que se alzaba sobre las sucias espumas como la popa de un galeón demoníaco. La horrible cabeza de pulpo, envuelta en tentáculos, llegaba casi hasta la punta del bauprés3; pero Johansen no retrocedió.Hubo un estallido como el de un globo que se desinfla, un líquido inmundo como el que surge de un hendido pez luna, una hediondez que el cronista no se atrevió a describir. Durante un instante una nube verde, acre y enceguecedora, envolvió al buque, y un hervor maligno quedó a popa, donde -Dios del cielo- la esparcida plasticidad de aquella entidad celeste estaba recombinándose y recobrando su forma primitiva, mientras el Alert se alejaba más y más, y ganaba velocidad.Eso fue todo. Desde ese momento Johansen se contentó con meditar sombríamente sobre el ídolo de la cabina y preparar unas pocas comidas para él y su enloquecido compañero, que reía a carcajadas. No trató de dirigir el navío; después de aquel incidente quedaba un gran vacío en su alma. Luego sobrevino la tormenta del 2 de abril, que terminó de nublar su conciencia. Recordaba confusamente infinitos abismos líquidos de espectrales paredes giratorias, vertiginosos desplazamientos por mundos huidizos en la cola de un cometa y saltos convulsivos de las profundidades del mar hasta la luna y luego otra vez hasta el mar, todo envuelto en el coro de carcajadas de las antiguas divinidades y de los verdes demonios del Tártaro, de alas de murciélago.Luego de esas pesadillas vino el rescate, el Vigilant, el tribunal del almirantazgo, las calles de Dunedin y el largo viaje de retorno a la casa natal, junto al Egeberg. Nada podía contar; pasaría por loco. Lo escribiría todo antes de morir, pero su mujer no debería sospechar nada. La muerte sería para él beneficiosa sólo si borraba los recuerdos.Tal era el documento que leí. Lo he guardado en la caja de lata junto con el bajorrelieve de arcilla y los papeles del profesor Angell. Incluiré este relato, esta prueba de mi propia cordura donde se ha unido lo que espero que nunca volverá a unirse. He contemplado todo lo que en el universo puede haber de horroroso, y aun los cielos de la primavera y las flores del verano me parecerán desde ahora impregnados de veneno. Pero no creo que viva mucho. Como desaparecieron mi tío y el pobre Johansen, así desapareceré yo. Conozco demasiado y el culto todavía existe.Cthulhu existe también, supongo, en ese refugio de piedra que le sirve de abrigo desde que el sol era joven. Su ciudad maldita se ha hundido otra vez, pues el Vigilant navegó por aquel lugar después de la tormenta de abril; pero sus ministros en la Tierra bailan aún, y cantan y matan en lugares aislados, alrededor de monolitos de piedra coronados de imágenes. Cthulhu tuvo que haber sido atrapado por los abismos submarinos pues si no el mundo gritaría ahora de horror. ¿Quién conoce el fin? Lo que ha surgido ahora puede hundirse y lo que se ha hundido puede surgir. La abominación espera y sueña en las profundidades del mar, y sobre las vacilantes ciudades de los hombres flota la destrucción. Llegará el día… ¡pero no debo ni puedo pensarlo! Ruego que si no sobrevivo a este manuscrito, mis ejecutores testamentarios cuiden de que la prudencia sea mayor que la audacia e impidan que caiga bajo otros ojos.🔴 No olvide conectarse a la señal en vivo de la HJCK, el arte de escuchar.
Una vez, la escritora Hwang Bo-reum dijo en una entrevista que, si bien ella creía que la lectura puede ser un medio para recuperarse "a veces, es más fácil sanarse sin hacer nada". El hacer nada es una cuestión compleja, sobre todo en esta época que nos reclama movimiento y expansión. Todos los días estamos invocando al espíritu de la productividad, y puede ser porque, en ciertos momentos, estar quietos es mucho más atemorizante que el sonido que producen nuestros pasos o nuestros aplausos. Y, sin embargo, ese reposo, pese a lo lejano o monstruoso que se nos haya pintado, parece un lugar al que, en secreto, aspiramos.El escritor colombiano Efrén Girado escribió en su libro Sumario de plantas oficiosas (Luna libros) que los seres humanos hemos decidido ignorar con ahinco nuestra profunda relación con el mundo de las plantas, especialmente con el estado de ve-getar. Estar quieto dándole tiempo a la vida. Pienso en eso, en las plantas trepadoras silenciosas que, sin ningún grito de batalla, han colonizado no solo rejas oxidadas, sino países enteros, como es el caso del ojo de poeta (Thunbergia alata), que es considerada una especie invasora y tiene en peligro algunos bosques de Antioquia. Entonces, la aparente inacción del mundo vegetal termina siendo un invento que responde más a nuestro sentido del mundo que a los hechos. Puede ser que Hwang Bo-reum se refiriera a eso cuando dijo que, para sanarnos, es más fácil hacer nada. Tal vez, lo que buscamos —y necesitamos— es el estado en el que la vida tiene un lugar para crecer en silencio. Ese lugar es la lectura —o puede serlo—.Leer es una conversación en grupo. Nunca se lee solo, aunque la habitación esté absolutamente vacía. La voz al interior de nuestras cabezas, si leemos en silencio, o el grito, si recitamos, responde a un yo que no siempre somos nosotros mismos. En ocasiones, quien habla con nuestra voz es un hombre que habita un faro y está consumido por el recuerdo de una guerra que lo atravesó de todas las formas o es una mujer que corre por todo Londres preparando una fiesta a inicios del siglo XX. Nadie sabe quién terminará siendo cuando abre un libro y lo comienza a leer. Allí ocurre la vegetación: nuestro cuerpo es el escenario donde la historia vive, no el libro. En nuestro hígado, pasan las batallas y, en nuestros corazones, es donde perfora el amor.Cuando leemos con otras personas el mismo libro, esas voces terminan en multitudes, y allí la lectura adquiere un sentido diferente y quizá uno de los más valiosos: el de la creación de un Lenguaje intimo y, al mismo tiempo, común. 💬 Síganos en nuestro canal de WhatsApp aquíSupongo que, por eso, Bienvenido a la librería Hyunam-dong (Espasa), de Bo-reum, ha sido el fenómeno literario que le ha dado la vuelta al mundo. En la sencillez de su historia, radica su épica. Una mujer que decide abrir una librería independiente en su barrio, al que llegan personas tristes y personas solas. ¿Qué pasa allí?, ¿cómo nacen los lugares que se convierten en nidos?, ¿con un buen café?, ¿con buena música? No. Son esos que hemos construido con la paciencia de los pájaros que, rama a rama, fundan un hogar para el nacimiento.Luego de trabajar durante siete años como ingeniera de software en LG Electronics, Hwang Bo-reum se hizo la pregunta fundacional: ¿debería seguir viviendo así? Luego, escribió. Durante los siguientes diez años, escribió y leyó. Tuvo miedo y tuvo éxito.Sus palabras siguen estando buscando seguridad y eso la convierte en una escritora cautelosa que, para escribir una historia sobre libros, una historia de una librería, en lo que más se concentró fue en la curaduría de esos libros imaginados en el mundo de la ficción. Puso sus ojos en los estantes de la librería de Yeongju y apoyó sobre los lomos inventados sus dedos, olió las páginas utópicas y pensó en que esa sería una librería de verdad, que tal vez esa era la luz propicia para que todos leyeran un libro que no existe —o que sí, porque todos los libros fueron soñados— y se convirtieran en plantas, aves o dragones.En esta sección de Literatura al margen de la HJCK y Tinta, queremos proponerles esa librería, esa biblioteca, esa mesa de café en la que estemos leyendo todas las mismas palabras, pero estamos convertidos en tan distintos hombres y mujeres que parecemos habitar un planeta distinto, no mejor ni peor, pero con un idioma que, si bien fue creado por nosotros, es dominado y transformado. Espero que vegetemos en las palabras de la literatura y le abramos espacio a la vida trepadora.🔴 No olvide conectarse a la señal en vivo de la HJCK, el arte de escuchar.
El jurado reunido este martes en Madrid destacó también la "voz poderosa y singular" de este creador nacido en Galicia (norte de España) y "la solidez de una trayectoria versátil y coherente construida con la sensibilidad y la defensa de la memoria histórica, la responsabilidad social y la lengua gallega"."Pocos autores del panorama literario español, partiendo de un compromiso firme con su lengua, han conseguido alcanzar tal reconocimiento a nivel mundial", agrega el fallo del premio que otorga el Ministerio de Cultura español.Además, el jurado señaló que su obra "acompaña su activismo con una pluma que, sin adoctrinamiento, agita conciencias, induce a la reflexión y estimula el pensamiento hacia la defensa de la pluralidad lingüística y cultural y hacia la igualdad de género".El autor, que acaba de publicar 'Detrás del cielo' (Anagrama), su primera novela en una década, suma a sus múltiples reconocimientos este premio dotado con 50.000 euros y que distingue el conjunto de la labor literaria, en cualquiera de las lenguas españolas.Narrador, poeta, ensayista y ocasional dramaturgo, Rivas es miembro de la Real Academia Gallega y escribe asiduamente medios de comunicación como la revista gallega ‘Luzes’ o los diarios españoles El País o La Voz de Galicia.Como narrador destacan sus libros de relatos ‘Un millón de vacas’ (1989), Premio de la Crítica Española, ‘En salvaje compañía’ (1993), Premio de la Crítica de Galicia o ‘¿Qué me quieres, amor?’ (1995), Premio Torrente Ballester y Premio Nacional de Narrativa.💬 Síganos en nuestro canal de Whatsapp aquí.Uno de los relatos de este último, 'La lengua de las mariposas', fue llevado al cine por José Luis Cuerda y también tuvo adaptación al cine, en este caso por Antón Reixa, ‘El lápiz del carpintero’ (1998), Premio de la Crítica Española.‘Los libros arden mal’ (2006) recibió el Premio de la Crítica Española y Premio de la Crítica de Galicia y su última novela hasta ahora era ‘El último día de Terranova’ (2015).En el ámbito de la poesía ha escrito obras como ‘Balada en las playas del Oeste’ (1985), ‘Mohicania’ (1986), ‘Ningún cisne’ (1989), Premio Leliadoura, ‘Costa da Morte blues’ (1995), ‘El pueblo de la noche’ (1996) o ‘La desaparición de la nieve’ (2009), este último editado simultáneamente en todas las lenguas cooficiales.Gran parte de esta producción se recoge en el volumen ‘De lo conocido a lo desconocido. Obra poética (1980-2003)’, de 2003. El último poemario aparecido es ‘La boca de la tierra’ (2015).El Premio Nacional de las Letras Españolas reconoció en su pasada edición a Cristina Fernández Cubas, uniéndose a una amplia lista de galardonados, entre quienes se encuentran Luis Landero, Rosa Montero, José María Merino Sánchez, Luis Mateo Díez, Francisca Aguirre y Bernardo Atxaga, entre otros.🔴 No olvide conectarse a la señal en vivo de la HJCK, el arte de escuchar.
"Explorar en la complejidad y los claroscuros de personajes de la dictadura, desde sus luces y su lado íntimo, no implica blanquearlos ni justificar sus crímenes", asevera el escritor y periodista chileno Juan Cristóbal Peña en una entrevista sobre su último libro, basado en la historia de la espía de la dictadura de Augusto Pinochet, Mariana Callejas.Peña (Santiago, 1969) acaba de publicar Letras torcidas. Un perfil de Mariana Callejas (Ediciones Universidad Diego Portales), donde narra la triple vida de la protagonista que -junto a su marido, Michael Townley- participó en varios atentados contra opositores políticos en el exilio por encargo de la Dirección de Inteligencia Nacional (DINA) del régimen de Pinochet (1973-1990).El escritor nunca dimensionó el alcance ni la complejidad del material que tenía entre manos, pero la historia de Callejas -madre, agente del régimen y apasionada de la literatura- ha llegado a ser "la más extrema, provocadora y desafiante" de su vasto repertorio de retratos, admite el escritor.Reconocido con varios premios periodísticos nacionales e internacionales por sus trabajos sobre Pinochet, el cantautor Víctor Jara o el jefe de la DINA, Manuel Contreras, a Peña le interesa retratar "los afectos, las relaciones familiares y cómo logran desdoblarse y funcionar con varias máscaras".Sus relatos buscan analizar cómo los hechos del pasado "perviven” en el presente: "Tanto en Chile como en España hemos entrado en un período en que ya no se niegan los crímenes de las dictaduras, sino que se los reivindica", señala.“Pareciera desestimarse el valor de los derechos humanos y lo que significa la experiencia de una dictadura”, añade.💬 Síganos en nuestro canal de Whatsapp aquí.Una casa cuartel con doble caraEl libro nace de varias entrevistas que Peña mantuvo con Callejas en 2010, cinco años antes de su muerte.Además de archivos judiciales, hemeroteca, textos periodísticos y sus propios cuentos, recoge voces clave que hasta ahora no habían hablado públicamente de ella, como su hijo mayor, Ronnie Earnest Callejas, "quien tiene una visión crítica de su propia madre", dice.Bajo una prolija edición de la cronista argentina Leila Guerriero, el autor contrapone una Mariana Callejas "avanzada a su tiempo", "libre sexual e intelectualmente", y que "abrazó al feminismo y a la literatura", con otra que ejecutó "algunas de las operaciones más importante de la dictadura", como el asesinato del general Prats y su esposa en Argentina o el del excanciller Orlando Letelier en Estados Unidos."Una anfitriona y escritora de talleres literarios que a la vez opera en la sombra como agente de inteligencia", resume.Callejas vivía en una casa cuartel secreta, que funcionaba a la vez como fábrica de armas y gas sarín y cualquier hogar chileno: "Los niños iban y venían del colegio, invitaban a sus compañeritos de curso y se celebraban cumpleaños infantiles", cuenta el escritor."La escritura era todo para ella"En esa misma casa cuartel, Callejas consolidó su mayor aspiración tras montar un taller literario que la convirtió en "una referente de la literatura chilena de esos años", dice el periodista."La escritura era todo para ella", añade. Su principal interés fueron los talleres que impartía a escritores a la vez que ejecutaba los delitos "con efectividad y profesionalidad", apunta Peña, como un modo de obtener ingresos y disponer de una casa, coches, escoltas y guardias armados.La obra relata con detalle el ocaso de Callejas cuando "la justicia le cae encima y queda al descubierto su papel de agente", a finales de los 70, y la "gran frustración" que eso le provoca."Para Callejas, su gran condena no fue ser juzgada por los crímenes de la dictadura, sino que su literatura no haya sido reconocida", recalca Peña.Según él, hoy es “imposible” leerla “despojándola de su historial criminal”, aunque cree “interesante” conocer su literatura: “Es difícil y provocativo publicarla, lo fue en su momento y todavía lo es -concluye-, más aún considerando que no pagó con cárcel por sus crímenes”.🔴 No olvide conectarse a la señal en vivo de la HJCK, el arte de escuchar.
El volumen explotado de oro en Colombia representa aproximadamente el 1,5 por ciento de la producción mundial, de acuerdo con la Agencia Nacional de Minería. La extracción de este metal sin embargo, trae consigo impactos medioambientales y sociales perjudiciales como contaminación y desplazamientos y claro, aquí podríamos describirlos a detalle, pero un panorama de esta problemática también lo puede ver en la nueva película colombiana Uno.Junto a la travesía de Esmeralda, la protagonista de esta historia encarnada por Marcela Mar, Uno le presenta a los espectadores, desde el thriller y el misterio, distintas caras de una de las realidades de la minería de oro. Resistencia, desplazamientos, contaminación, corrupción, enfermedad, son algunos de los contextos con los que se encuentra esta mujer que, tras una pérdida, solo es movida por el dolor y la búsqueda de respuestas.Guatapé y distintas locaciones de Antioquia, uno de los departamentos con mayor minería de oro en el país, configuran La Alameda, la población ficticia en la que Esmeralda descubre el contexto minero. Relaciones hostiles entre multinacionales mineras, barequeros, ciudadanos y grupos al margen de la ley giran en torno al oro. Para la productora de este thriller, cargado de drama y también acción, Laura Franco, la tensión que vive La Alameda puede ser la historia de cualquier población en Latinoamérica que está atravesada por la minería. Pese a retratar un contexto real, esta es una historia de ficción, que entretiene y mantiene a los espectadores a la expectativa, acompañando a Esmeralda en su búsqueda. Sin embargo, a las persecuciones y las intrigas las acompaña ese trasfondo de la minería, el que hace la historia cercana e indirectamente invita a la reflexión. 💬 Síganos en nuestro canal de WhatsApp aquí"Uno es de esas películas que se tienen que contar más, películas con mucho contenido, que te invitan a pensar, a reflexionar, que te hablan de un tema importante y a la vez que te entretienen", explica Juan Pablo Urrego.Tras ver la película en su estreno, Marcela Mar reflexiona sobre la producción: “Esta película nos plantea una situación donde se pone en peligro la vida de los habitantes de esta población donde se manejan las cosas con mucha irresponsabilidad, a través de la corrupción. Es una película que te pone a pensar al respecto”. El rol de Mar es particular. pues la vemos de principio a fin hilando la historia, solo un personaje adicional tiene rostro y la acompaña, Joaquín, interpretado por Urrego. Esmeralda interactúa con más personas, sí, pero el dolor que la habita es tan grande que la enceguece y a la vez, el público sigue la historia con ese mismo velo. Urrego, por su parte, da vida a Joaquín, un joven habitante de La Alameda que vive con su padre, movido por la rabia contra quienes han usurpado los recursos de la comunidad y contra quienes hostigan a sus amigos, quienes practican la minería artesanal. “En mi vida he tenido la oportunidad de conocer Joaquines, gente que trabaja en el campo, que está luchando por algunos derechos y nos los pueden conseguir. He tenido esas experiencias en mi vida, cercanas, otras lejanas, algunas las he visto”, cuenta. Agrega que en estas experiencias basó su trabajo para darle una personalidad a Joaquín, “un personaje que tiene rabia encima por lo que ha vivido, muertes, desapariciones, desplazamientos”.Uno es el debut en largometrajes de ficción de Julio César, quien durante alrededor de veinte años ha trabajado en la industria en trabajos para televisión, dirigiendo videos musicales, comerciales y algunos shows de comedia para Netflix. Sin embargo, cuenta que hasta este momento y con esta historia se sintió plenamente seguro para dirigir su ópera prima. Producida por Clover Studios, del cineasta Simón Brand y Laura Franco Franco, a esta película le da un toque particular el trabajo realizado por Matt Waters, reconocido diseñador de sonido de Juego de tronos. Y así, con esta suma de ingredientes de sonido, actuación y temática sobresalientes Uno se estrena en cine este 21 de noviembre. Ver esta publicación en Instagram Una publicación compartida por Clover Studios (@cloverstudios__)🔴 No olvide conectarse a la señal en vivo de la HJCK, el arte de escuchar.
Han pasado cinco años desde la última vez que el ganador de cuatro premios Grammy, Lenny Kravitz, visitó Colombia. Fue en marzo de 2019 cuando hizo vibrar a los asistentes al Movistar Arena con su Raise Vibration Tour. Ahora, regresa en su Blue Electric Light Tour en el que promociona su más reciente disco homónimo, pero en el que también interpretará éxitos como Are You Gonna Go My Way, Again, I Belong To You, entre otros.Kravitz llegará a Colombia para continuar con el tour mundial en el que se embarcó tras el lanzamiento de su álbum número doce este mismo año, con el que ha recorrido Europa y Estados Unidos desde junio.Este concierto será otro hito dentro de la lista de éxitos que han marcado el año artístico que ha tenido el artista. En la primera mitad del año, por ejemplo, además de recibir el premio Ícono de la Música en los People 's Choice Awards, también recibió su estrella estrella en el Paseo de la Fama de Hollywood, la número 2.774 de este famoso recorrido.En septiembre pasado, Kravitz recibió también el premio en categoría Best rock en los MTV Video Music Awards de 2024, donde se presentó tras 25 años después de la actuación en la que tocó la guitarra junto a Madonna.Entre las novedades que tendrá este concierto, estará la presentación de la banda bogotana Diamante Eléctrico como invitada al show de Kravitz. Juan Galeano, Daniel Álvarez Mejía y toda la banda compartirán escenario con el artista estadounidense.💬 Síganos en nuestro canal de WhatsApp aquí Ver esta publicación en Instagram Una publicación compartida por Diamante Eléctrico (@diamanteelectrico)Recomendaciones para asistir al concierto de Lenny Kravitz en BogotáEl concierto de esta leyenda viva del rock tendrá lugar en el Coliseo Med Plus el miércoles, 11 de diciembre a las 8:00 p. m. Tenga en cuenta que al ser un concierto en mitad de semana y a las afueras de Bogotá (en Cota, en la vía El Rosal-Bogotá) debe prever el tráfico de las afueras de la ciudad y salir con anticipación.Si se desplaza en vehículo propio, puede reservar su cupo en el parqueadero a través de la tiquetera Taquilla Live, donde también puede adquirir boletas para el concierto, disponibles en todas las localidades, desde $294.000 hasta $647.000.Aunque el concierto, organizado por Páramo Presenta y Mercury Concerts, iniciará a las 8:00 p. m. y se extenderá hasta las 11:00 p. m. aproximadamente, de acuerdo con Taquilla Live, la apertura de puertas será a las 7:00 p.m.Tenga presente que la edad mínima de ingreso para menores de edad es de 12 años. Los menores de 16 años deben estar acompañados de un adulto responsable y que cuente con ticket para la localidad de menores de edad.Entre los elementos que no se permiten ingresar al coliseo están cámaras profesionales o grabadoras de audio, sombrillas, alimentos y bebidas. Ver esta publicación en Instagram Una publicación compartida por Lenny Kravitz (@lennykravitz)🔴 No olvide conectarse a la señal en vivo de la HJCK, el arte de escuchar.
Así lo avanzaron este miércoles en conferencia de prensa los organizaciones del Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano de La Habana, que se celebra del 5 al 15 de diciembre en la capital cubana, y que hablaron de "primicia mundial".“La adaptación cinematográfica de la obra maestra del Premio Nobel de Literatura se estrenará el 6 de diciembre en la capital cubana, en el segundo día del Festival de Cine”, adelantó la directora del evento cultural, Tania Delgado.Netflix, que no está disponible en la isla caribeña, tiene previsto estrenar a nivel mundial esta miniserie el 11 de diciembre.García Márquez (1927-2014) fue una figura muy vinculada a Cuba y a su cine durante años. Entre otras cosas, presidió la Fundación del Nuevo Cine Latinoamericano, una organización con sede en La Habana.💬 Síganos en nuestro canal de WhatsApp aquíA propósito del festival, una de las principales citas culturales del año en Cuba, su directora adelantó que este año participarán 110 filmes -89 menos que el año pasado- de un total 42 países, incluidos Cuba, México y Argentina, entre otros.La edición 45 del festival abrirá con la película argentina “Los domingos mueren más personas”, e incluirá foros como el que se va a dedicar al guionista y director de cine de animación cubano Juan Padron (1947-2020).De igual manera, en el concurso de carteles competirán 30 originales de 17 países. La gala de premiación se realizará el 15 de diciembre.🔴 No olvide conectarse a la señal en vivo de la HJCK, el arte de escuchar.
Hathaway y Showalter contarán la historia de Lowen Ashleigh, una escritora que está al borde de la ruina financiera y que recibe una oferta laboral para completar los libros de una exitosa serie de suspenso escrita por Verity Crawford (interpretada por Hathaway), después de que un misterioso accidente impidiera a la autora terminar su trabajo.En el proceso, Ashleigh deberá discernir si los escritos de Verity son simplemente escabrosas obras de ficción o una ominosa advertencia de un psicópata trastornado.Anteriormente, la intérprete de 'The Princess Diaries' y el director de 'The Big Sick' trabajaron juntos en la comedia romántica 'The Idea of You', estrenada este año, sobre el romance de una madre soltera de 40 años con un joven de 24 líder de una banda de pop de fama internacional.El guion actual está siendo escrito por Nick Antosca ('The Act') y se espera que la película se estrene en salas de cine.💬 Síganos en nuestro canal de WhatsApp aquí'Verity', de Hoover, es un thriller gótico y psicosexual que fue publicado en 2018 y adquirido en 2021 por Grand Central Publishing por el gran éxito que estaba teniendo.Este es el cuarto libro de Hoover que llegará a la gran pantalla; el primero fue 'It Ends With Us', protagonizada por Blake Lively y Justin Baldoni y estrenada en agosto, y junto con 'Verity', 'Regretting You' y 'Reminders of Him' se encuentran en proceso de producción con diferentes estudios.🔴 No olvide conectarse a la señal en vivo de la HJCK, el arte de escuchar.
PRIMERA PARTEITodas las familias felices se parecen entre sí; pero cada familia desgraciada tiene un motivo especial para sentirse así. En casa de los Oblonsky andaba todo trastrocado. La esposa acababa de enterarse de que su marido mantenía relaciones con la institutriz francesa y se había apresurado a declararle que no podía seguir viviendo con él.Semejante situación duraba ya tres días y era tan dolorosa para los esposos como para los demás miembros de la familia. Todos, incluso los criados, sentían la íntima impresión de que aquella vida en común no tenía ya sentido y que, incluso en una posada, se encuentran más unidos los huéspedes de lo que ahora se sentían ellos entre sí.La mujer no salía de sus habitaciones; el marido no comía en casa desde hacía tres días; los niños corrían libremente de un lado a otro sin que nadie les molestara. La institutriz inglesa había tenido una disputa con el ama de llaves y escribió a una amiga suya pidiéndole que le buscase otra colocación; el cocinero se había ido dos días antes, precisamente a la hora de comer; y el cochero y la ayudante de cocina manifestaron que no querían continuar prestando sus servicios allí y que sólo esperaban que les saldasen sus haberes para irse.El tercer día después de la escena tenida con su mujer, el príncipe Esteban Arkadievich Oblonsky –Stiva, como le llamaban en sociedad–, al despertar a su hora de costumbre, es decir, a las ocho de la mañana, se halló, no en el dormitorio conyugal, sino en su despacho, tendido sobre el diván de cuero.Volvió su cuerpo, lleno y bien cuidado, sobre los flexibles muelles del diván, como si se dispusiera a dormir de nuevo, a la vez que abrazando el almohadón apoyaba en él la mejilla. De repente se incorporó, se sentó sobre el diván y abrió los ojos.«¿Cómo era», pensó, recordando su sueño. «¡A ver, a ver! Alabin daba una comida en Darmstadt… Sonaba una música americana… El caso es que Darmstadt estaba en América… ¡Eso es! Alabin daba un banquete, servido en mesas de cristal… Y las mesas cantaban: "Il mio tesoro"..: Y si no era eso, era algo más bonito todavía.» Había también unos frascos, que luego resultaron ser mujeres… »💬 Síganos en nuestro canal de WhatsApp aquíLos ojos de Esteban Arkadievich brillaron alegremente al recordar aquel sueño. Luego quedó pensativo y sonrió. «¡Qué bien estaba todo!» Había aún muchas otras cosas magníficas que, una vez despierto, no sabía expresar ni con palabras ni con pensamientos.Observó que un hilo de luz se filtraba por las rendijas de la persiana, alargó los pies, alcanzó sus zapatillas de tafilete bordado en oro, que su mujer le regalara el año anterior con ocasión de su cumpleaños, y, como desde hacía nueve años tenía por costumbre, extendió la mano hacia el lugar donde, en el dormitorio conyugal, acostumbraba tener colocada la bata.Sólo entonces se acordó de cómo y por qué se encontraba en su gabinete y no en la alcoba con su mujer; la sonrisa desapareció de su rostro y arrugó el entrecejo.–¡Ay, ay, ay! –se lamentó, acordándose de lo que había sucedido.Y de nuevo se presentaron a su imaginación los detalles de la escena terrible; pensó en la violenta situación en que se encontraba y pensó, sobre todo, en su propia culpa, que ahora se le aparecía con claridad.–No, no me perdonará. ¡Y lo malo es que yo tengo la culpa de todo. La culpa es mía, y, sin embargo, no soy culpable. Eso es lo terrible del caso! ¡Ay, ay, ay! –se repitió con desesperación, evocando de nuevo la escena en todos sus detalles.Lo peor había sido aquel primer momento, cuando al regreso del teatro, alegre y satisfecho con una manzana en las manos para su mujer, no la había hallado en el salón; asustado, la había buscado en su gabinete, para encontrarla al fin en su dormitorio examinando aquella malhadada carta que lo había descubierto todo.Dolly, aquella Dolly, eternamente ocupada, siempre llena de preocupaciones, tan poco inteligente, según opinaba él, se hallaba sentada con el papel en la mano, mirándole con una expresión de horror, de desesperación y de ira.–¿Qué es esto? ¿Qué me dices de esto? –preguntó, señalando la carta.Y ahora, al recordarlo, lo que más contrariaba a Esteban Arkadievich en aquel asunto no era el hecho en sí, sino la manera como había contestado entonces a su esposa.Le había sucedido lo que a toda persona sorprendida en una situación demasiado vergonzosa: no supo adaptar su aspecto a la situación en que se encontraba. Así, en vez de ofenderse, negar, disculparse, pedir perdón o incluso permanecer indiferente ––cualquiera de aquellas actitudes habría sido preferible–, hizo una cosa ajena a su voluntad («reflejos cerebrales», juzgó Esteban Arkadievich, que se interesaba mucho por la fisiología): sonreír, sonreír con su sonrisa habitual, benévola y en aquel caso necia.Aquella necia sonrisa era imperdonable. Al verla, Dolly se había estremecido como bajo el efecto de un dolor físico, y, según su costumbre, anonadó a Stiva bajo un torrente de palabras duras y apenas hubo terminado, huyó a refugiarse en su habitación. Desde aquel momento, se había negado a ver a su marido. «¡Todo por aquella necia sonrisa!», pensaba Esteban Arkadievich. Y se repetía, desesperado, sin hallar respuesta a su pregunta: «¿Qué hacer, qué hacer?».🔴 No olvide conectarse a la señal en vivo de la HJCK, el arte de escuchar.