
La voz narrativa de Isabel Allende vuelve a resonar con fuerza en Mi nombre es Emilia del Valle, su nueva novela publicada este 20 de mayo. En ella, la escritora más traducida y leída del mundo hispanohablante retoma el universo de la familia Del Valle, aquella que nació en La casa de los espíritus y continuó con Hija de la fortuna y Retrato en sepia.
Esta vez, la historia tiene rostro y alma de mujer: Emilia del Valle, una joven marcada por la rebeldía, la inteligencia y la necesidad imperiosa de escribir su destino con tinta propia, en medio de los horrores de la guerra civil chilena de 1891.
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Desde sus primeras páginas, la novela se perfila como una travesía intensa entre el amor, la historia, el exilio y la búsqueda de identidad. Emilia nace en California, fruto de una relación clandestina entre una monja irlandesa, Molly Walsh, y un aristócrata chileno que niega toda responsabilidad.
Criada por su madre y un padrastro mestizo mexicano, Francisco Claro —director de una escuela humilde y hombre de gran sensibilidad—, Emilia crece en un hogar donde la educación y la imaginación son pilares. A los diecisiete años ya publica bajo seudónimo novelas de aventuras ideadas por su madre, pero su verdadera vocación será el periodismo.
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Con apenas veintitrés años, y aún escondida bajo una identidad masculina, Emilia logra abrirse paso como columnista en el Daily Examiner. Pero no tarda en reclamar su derecho a ser reconocida por su verdadero nombre, y cuando estalla la guerra civil en Chile, lucha por cubrirla como corresponsal.
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La joven viajará a su país de origen acompañada por Eric Whelan, un cronista de guerra experimentado. Allí, en el corazón del conflicto entre el presidente Balmaceda y el Congreso rebelde, Emilia se enfrentará al dolor y la brutalidad de la violencia, pero también al amor, a sus raíces y a su historia familiar.
La guerra civil chilena de 1891, eje histórico de la novela, es retratada con el realismo devastador que caracteriza la pluma de Allende. A través de Emilia, conocemos las masacres de Concón y Lo Cañas, las atrocidades cometidas por ambos bandos y el papel invisibilizado de las mujeres.
Entre ellas destacan las cantineras, mujeres valientes que alimentaban, curaban y hasta empuñaban las armas en el campo de batalla. Allende les da voz y honra su papel en una historia narrada, habitualmente, desde la mirada masculina.
Pero Mi nombre es Emilia del Valle no es solo un relato bélico. Es también un canto a Chile, su tierra natal. Los bosques, los lagos, los volcanes, la flora y fauna deslumbrantes del sur del país llenan las páginas con una poesía que se cuela entre el horror.
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Emilia se conmueve ante el paisaje tanto como lo hace la autora: “El aire puro y frío como cristal se colaba en cada rincón del cuerpo y del alma...”. Esta conexión con la tierra no es un simple telón de fondo: es parte central de la identidad de la protagonista, quien terminará descubriendo que la verdadera herencia de su padre no es un terreno, sino sus raíces más profundas.
Isabel Allende, que ha construido su obra en torno a mujeres fuertes, historias de exilio, memoria y denuncia social, ofrece en esta novela una protagonista que representa lo mejor de ese linaje literario. Emilia es una mujer adelantada a su época, valiente, autónoma, y decidida a romper los moldes que la sociedad impone.
Su historia, aunque ambientada en el siglo XIX, resuena hoy con fuerza. En palabras de la autora: “El amor es esencial, es la fuerza que mueve al mundo...”. Ese amor, en sus múltiples formas —pasional, filial, amor a la verdad y a la tierra—, es lo que impulsa a Emilia a vivir con plenitud, incluso en medio del caos.
Con Mi nombre es Emilia del Valle, Allende no solo celebra cuarenta años del nacimiento de su saga más querida, sino que reafirma su lugar como una de las grandes narradoras de nuestro tiempo.
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