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La lucha bailable, una pequeña escucha a la música latinoamericana

Desde un guaguancó, una balada rock y el boom comercial de lo “latino” en el mundo, la música del continente ha estado ligada en su historia a una fuerza identitaria marcada por las luchas sociales, el caos y la esperanza producto de una alegría inconmensurable y a los ojos del mundo, sin explicación.

Los Fabulosos Cadillacs
Los Fabulosos Cadillacs, Barcelona.

Preguntarse a qué suena nuestro continente nos pone de frente a un espejo fragmentado en miles de pedazos y que eso, sin embargo, no nos apabulle sino todo lo contrario: nos lleve a la respuesta, ¿Cuál de todos estos reflejos soy? Ahondar en el arte como reflejo identitario colectivo ante Latinoamérica, solo puede tener la pluralidad como respuesta, gracias a una riqueza multicultural que abarca desde el archipiélago de Tierra del Fuego hasta el Desierto de Sonora.

El origen de la música latinoamericana tiene quizá tres puntos importantes para su desarrollo, con ciertos matices. El primero de ellos se remonta a la época de la colonización española. Según el reconocido compositor y musicólogo uruguayo Coriún Aharonián en su artículo Factores de identidad musical latinoamericana tras cinco siglos de conquista, dominación y mestizaje de 1994, la música del continente es “el resultado de la interacción de tres grandes vertientes: la indígena, es decir, la de los nativos de las tierras americanas, la europea occidental, en otras palabras, la de los conquistadores e invasores; y la negra-africana o aguisimbia, en otros términos, la de los pueblos traídos como esclavos desde un tercer continente”. Resultado de este mestizaje a lo largo del territorio es que los instrumentos de cuerda provenientes de Europa como el laud encontraron el tlapitzalli, el hehuelt o la zampoña de los pueblos indígenas junto con el djembé africano para darnos la base de los ritmos que acompañarían nuestros días siglos después.

Con el paso de colonias a repúblicas y la conformación de estados en el siglo XIX, permitieron el desarrollo de ciertas manifestaciones culturales que finalmente encontrarían eco los primeros años del posterior siglo

Es para el siglo XX que los ritmos y géneros musicales latinoamericanos (cómo los conocemos hoy día) tienen un estallido. Con el paso de colonias a repúblicas y la conformación de estados en el siglo XIX, permitieron el desarrollo de ciertas manifestaciones culturales que finalmente encontrarían eco los primeros años del posterior siglo. Junto a ello, la llegada de inmigrantes sobre todo a la parte del cono sur del continente producto de las guerras mundiales sumado al desarrollo universal del negocio de la música a partir de los años 50’s conformaron esos sonidos donde Latinoamérica se narraría a partir del mambo convertido en bolero, el chachachá convertido en nueva trova, el cachimbo y el rin en la nueva canción chilena, el folclore en tango, los polcas y valses en la música popular brasileña y el bossa nova, el mar caribe convertido en vallenatos, cumbias y porros, el huapango derivado en rancheras y mariachis hasta terminar apropiándonos de sonidos que venían de otros lugares, transformando el rock en rock nacional, el jazz en salsa, el pop en la balada latinoamericana y el reggae y el hip hop en reguetón. Para leer: Cuando todos quisieron ser Larry Harlow

Víctor Jara
Victor Jara, foto sin fecha.
EFE

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Podríamos quedarnos allí y decir simplemente que esta evolución cultural de nuestros sonidos fue gracias a un proceso endémico de exploración colectiva y que, debido a esto, artistas provenientes del continente dominan el negocio de la música con sus charts y récords de reproducción en plataformas de streaming. En la actualidad es más notoria la simplificación de lo latino bajo un esquema comercial relacionado con términos de sabor, felicidad y lo urbano, que el reguetón como expresión musical ha sabido adaptar a perfección en distintos exponentes donde el Caribe es el gran protagonista.

Esto tras el éxito mundial que representó “Despacito” (2007) de Luis Fonsi, consecuencia directa de un largo proceso de desplazamiento del negocio de la música al darse cuenta de que artistas como, Santana y después Ricky Martin, Juanes, Shakira, Gloria Stefan, entre otros, tenían la capacidad de vender millones de discos sin la necesidad de cantar en inglés. Es precisamente de este vuelco del negocio donde gracias a la incapacidad de clasificar la música del continente, deciden crear una categoría que abarque toda esta cantidad de expresiones. Podría interesarle: La música urbana en español lidera la listas en YouTube y Spotify

Sin embargo, concentrándonos solo en el éxito comercial actual estaríamos dejando de lado quizá lo más importante y el espíritu de nuestros ritmos y sonidos. Lo virtuoso de la música latinoamericana es que más allá de ser parte de un negocio y de una expresión humana (quizá la más pura debido a esa capacidad innata de agruparnos) ha sido la punta de lanza para sobrevivir, cantar, protestar y sentir frente a la adversidad producto de innumerables cambios sociales, políticos y económicos. Ha sido esa facción del arte político como la luz en medio del caos, capaz de representar la esperanza de millones en un par de acordes. Latinoamérica tuvo que sobrevivir a Videla, Stroessner, Banzer, los Somoza, a Trujillo, a Castillo Armas, a Batista, a Pinochet. Tuvo que soportar la Operación Cóndor, el nacimiento de las guerrillas, el intento de las revoluciones, el paso de la guerra, las consecuencias en miles de desparecidos y asesinados, además de la huida y el exilio, junto con la injerencia del mal llamado primer mundo, las deudas con el Banco Mundial, el atraso, la inagotable crisis y la lucha por los índices de desarrollo. La pureza de nuestra música y de nuestros artistas que por supuesto a su manera y cada cual, con su tradición en medio de esta bellísima pluralidad de sonidos, radica en ser una fuerza similar a la de una estampida por no haber sido ajenos, ni dejado de lado su consciencia frente a los tiempos que vivía cada territorio y esa capacidad de hermanarnos en los peores momentos. Podría interesarle: Charly García, ser el meteorito

Sui Generis
Sui Generis, 1975. (Charly García y Nito Mestre).

En tentativa una definición más exacta de estos tiempos sobre lo que significa la música latinoamericana, tendría que empezar diciendo que somos el mito revolucionario del Manuel Santillán de los Fabulosos Cadillacs y las lágrimas que van hacia el mar, los dinosaurios que desaparecen de Charly García, los poemas musicalizados en contra del racismo en voz de Susana Baca, Violeta Parra con su guitarra inmortal, la cigarra de Mercedes Sosa que vuelve como sobreviviente, Chico Baurque cantando “Apesar de Vocé” sin importar la censura, los techos de cartón de Alí Primera, el hermano que le pide su mano al otro para avanzar de Los Guaraguao, el tributo de la bayamesa de Buena Vista Social Club, el valor de la vida narrado por Milanés, las palmas de Víctor Jara en el Estadio Nacional, el pueblo unido de Inti Illimani, la lucha por la naturaleza de los Aterciopelados, las balas que no azaran de la Muchacha, la plegaria de Gieco a Dios para no ser indiferente, los migrantes que arriesgan su vida en voz de Los Tigres del Norte, el señor matanza que acecha de Mano Negra, el padre Antonio de Blades, la maza de Silvio Rodríguez, el “Gimme tha power” de Molotov, el pueblo escondido en la cima que resiste de Calle 13 o que protesta junto a Bad Bunny contra el gobernador de Puerto Rico, ese mismo que en la cúspide del mundo decide hablar en un documental disfrazado de video musical, sobre la gentrificación de su país natal; o simplemente ese baile de los que sobran y no claudica la lucha de Los Prisioneros.

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