El fracaso de la reunificación de Corea era inminente y el 25 de junio de 1950 cerca de 100 mil norcoreanos invadieron el territorio del Sur. Cruzaron el paralelo 38, una frontera imaginaria que trazaron soviéticos y estadounidenses tras el fin de la Segunda Guerra Mundial.
Al otro lado del mundo, en Nueva York, un joven italiano despedía a su familia antes de unirse al ejército de Estados Unidos para defender los intereses de la Corea ocupada. Pero antes, sería enviado a una misión especial en la Base Naval de la Bahía de Guantánamo, un enclave militar que invaden los norteamericanos desde hace más de un siglo en el oriente de Cuba y que fue un punto estratégico durante la Guerra Fría.
El hijo ilustre de la familia Masucci, que nació Gennaro y el mundo conoció como Jerry, regresó de Cuba a Nueva York en 1953 cuando acabó la guerra entre las Coreas. En Manhattan se hizo un lugar como policía, como becario y como doctor en Derecho. El destino, o vaya uno a saber qué, lo devolvieron a La Habana para trabajar en un bufete y estar muy cerca de conocer a otro hijo de familia europea y de orígen judío: Larry Harlow.
Eran los años cincuenta y la primera vez que Harlow pisó La Habana tenía 17. Prometió que volvería y después de estudiar en la NY High School of Music and Arts y de perderse entre las tiendas de discos Seeco, Tico y de la RCA Víctor que grabaron a Tito Puente, Machito y Tito Rodríguez, el pianista hizo maletas y Cuba se convirtió en su nuevo hogar.
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A sus conocimientos sobre jazz y composición clásica se sumaron los éxitos de la Orquesta Aragón, la Sonora Matancera y cantantes de la vieja trova cubana y del son montuno. En últimas “lo que hizo Larry con la salsa fue urbanizar el canto campesino cubano”, dice el músico William Nazaret en un programa de la televisión venezolana a inicios de los 2000.
No hay certeza sobre la cantidad de veces que Larry Harlow y Jerry Masucci se cruzaron en el Malecón o en el Vedado. Para entonces, 1957, Jerry Masucci asesoraba a Jhonny Pacheco en su divorcio y poco después, en 1964, crean juntos el sello Fania Records.
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Ese mismo año el abogado ahora experto en separaciones y el pianista judío coincidieron una noche por fin en la calle West 77th de Manhattan. El club Chez José se convirtió en el lugar donde Fania Records firmó su primer contrato: firmó a la Orquesta Harlow.
Quién iba a creer que a esta dupla, expulsada de La Habana por la Revolución Cubana en 1959, se sumaría otro exiliada: Celia Cruz. La voz potente del que fue el decano de los conjuntos de Cuba nunca regresó a su país y su primer destino fue la Ciudad de México donde Larry Harlow la convenció para volar a la Gran Manzana y unirse a la nómina faniática. Lo demás es historia.
No había un músico latino en los años setenta que no quisiera sonar y verse como Larry Harlow. Sus solos de piano que se registraron en películas como ‘Our Latin Thing’ (1972) o sus arreglos para álbumes como ‘Hommy: a Latin Opera’ (1973); sumado a su presencia en el escenario con sus camisas de colores, su barba y su pelo largo, lo pusieron al nivel de los artistas más destacados de esa década. Incluso, por fuera de la industria latina.
Se dio el lujo de conocer y trabajar con uno de sus ídolos: el compositor Arsenio Rodríguez, de abandonar la salsa por un tiempo para volver al rock, y de tener tan buenos amigos que le pusieron el mejor apodo de la escena de Nueva York: El judío maravilloso.
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La vida de Larry Harlow explica la salsa. O, mejor, Larry Harlow es la salsa.
Al menos es así desde que decidió titular uno de sus álbumes más exitosos como ‘Salsa’ (1974) en un momento donde todos coincidían en el poder de ese ritmo pero aún nadie se atrevía a nombrarlo. Y en un momento, además, donde nadie se imaginó que la historia de una cartera perdida sonara de esa manera.
Lawrence Ira Kahn murió hace un año en un hospital de la ciudad de Nueva York a los 82 de años.
Seis décadas más tarde y después de las Guerras de Vietnam y Corea, aún queremos ser como el gran Larry Harlow.