
En los escritos del medioevo la naturaleza vegetal no solo hacía parte del paisaje o figuraba como un elemento decorativo en la literatura sino que adquirió un significado profundo los ámbitos religioso, alquímico y mitológico. A través de relatos sagrados, poemas esotéricos y tratados místicos, la vegetación se convirtió en un vehículo simbólico para explorar el conocimiento divino, la transformación espiritual y los misterios de la naturaleza.
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Desde los textos bíblicos hasta la poesía mística, la vegetación se asoció con la espiritualidad y la devoción. San Juan de la Cruz, por ejemplo, usa imágenes florales para describir la unión con Dios, en uno de sus cántico espirituales reza: “Mil gracias derramando, pasó por estos sotos con presura, y yéndolos mirando, con sola su figura, vestidos los dejó de hermosura". Santa Teresa de Ávila también emplea imágenes de flores en sus escritos sobre el amor divino.
Entre las flores y plantas asociadas a lo divino en la Edad Media en la literatura cristiana medieval se destacan la rosa y el lirio. La rosa, símbolo del amor divino y de la Pasión de Cristo, se usaba en escritos religiosos para ilustrar el sacrificio y la gracia. En obras como el poema Roman de la Rose , esta flor aparece como un emblema de la perfección y el amor cortés, aunque con una fuerte carga alegórica relacionada con la búsqueda de la verdad espiritual.
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En el texto La luz que fluye de la divinidad, l a poeta mística medieval alemana Matilde de Magdeburgo presenta la rosa como símbolo del alma iluminada por el amor de Dios. También se asoció la rosa en la alquimia al proceso de perfección espiritual. En tratados alquímicos como el Rosarium Philosophorum , la rosa aparece como símbolo de la Gran Obra, representando el florecimiento del conocimiento oculto.
El lirio, por otro lado, simbolizaba la pureza y a la Virgen María. En los evangelios apócrifos y en los himnos medievales, se menciona con frecuencia como señal de la inmaculada concepción y la santidad.
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Escritores místicos como Santa Hildegarda de Bingen veían en las flores la manifestación de la creación divina, usándolas en sus visiones como símbolos del alma en su proceso de iluminación. Hildegarda tuvo visiones también de flores doradas que representaban la luz divina en el alma. En cántico Himno a la madre de Dios escribió: "Cándido lirio, que Dios por delante de cualquier otra criatura consideró".
Otras plantas, como la mandrágora y la belladona, fueron recurrentes en la literatura alquímica y médica de la época. La mandrágora, cuya raíz antropomórfica le confería propiedades mágicas, era vista como un puente entre el mundo terrenal y el espiritual y apareció en textos religiosos, alquímicos y esotéricos, siendo considerada tanto una planta demoníaca como un regalo divino.
Santa Hildegarda de Bingen menciona la mandrágora en su tratado Liber de Simplici Medicina , donde la asocia con la curación del alma y el cuerpo. La describe como una planta con poderes curativos y recomienda su uso en preparaciones medicinales, pero advierte que debe recolectarse con precaución, pues su energía es poderosa. "La mandrágora nace del aire y de la tierra, y en ella habita una fuerza de sanación que puede aliviar los males del cuerpo si se usa con prudencia"
En el grimorio, La clavícula de Salomón (siglos XIV-XV) la mandrágora aparece como un talismán viviente con propiedades místicas. Se creía que poseer una raíz de mandrágora tallada en forma humana otorgaba protección, sabiduría y poder sobre los espíritus. "Quien posea la mandrágora y la mantenga en secreto tendrá dominio sobre los vientos y las sombras de la noche"
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En este mismo sentido, la belladona, enmarcada como una de las plantas más enigmáticas y temidas de la Edad Media, aparece en diversos textos de la literatura mística, alquímica y esotérica. Debido a sus efectos alucinógenos y tóxicos, fue asociada con la magia, la brujería y los rituales de transformación espiritual.
En el mismo texto de magia ceremonial, La clavícula de Salomón, este arbusto aparece en recetas de pociones que permitían la comunicación con espíritus. También se dice que podía usarse como ingrediente en el incienso ritual para facilitar la clarividencia. "Tomad la hierba de la noche, recogida bajo el signo de Saturno, y su humo revelará lo oculto", ordena el libro.
Mientras que Hildegarda advirtió en sus escritos sobre esta planta: "Hay hierbas que engañan los sentidos y llevan el alma a la confusión; no deben ser tocadas por aquellos que buscan la luz".
Entre las plantas que se relacionaron con la protección, la sabiduría y la purificación están el ajenjo, la albahaca y el laurel. El ajenjo de fuerte amargor, con propiedades medicinales y un alto simbolismo espiritual aparece en textos religiosos, alquímicos y esotéricos, asociado tanto con la purificación como con el castigo divino.
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Los monjes medievales, en textos como los comentarios bíblicos de San Bernardo de Claraval, usaban el ajenjo como metáfora de la purificación del alma: "Así como el ajenjo limpia el cuerpo de impurezas con su amargor, el alma debe pasar por el sufrimiento para alcanzar la luz".
Santa Hildegarda también menciona el ajenjo en sus tratados médicos y espirituales. Para ella, era una planta de gran poder curativo que ayudaba a equilibrar el cuerpo y el espíritu y que además recomendaba en la lucha contra las tentaciones demoníacas: "El ajenjo es el remedio contra la corrupción de la carne y de la mente. Su amargor expulsa lo impuro, y su esencia fortalece el corazón del justo".
Mientras tanto, la albahaca tenía un simbolismo ambiguo, por un lado, era vista como una planta sagrada y purificadora, y por otro, algunas tradiciones la vinculan con la muerte y lo demoníaco. Su presencia en textos religiosos, alquímicos y esotéricos muestra su papel tanto en la sanación como en la magia.
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