Capítulo IMarsella. La llegadaEl 24 de febrero de 1815, el vigía de Notre-Dame de la Garde avistó el buque de tres palos, el Pharaon, que venía de Esmirna, Trieste y Nápoles.Como de costumbre, el práctico salió rápidamente del puerto, pasó bordeando el castillo de If y fue a abordar el navío entre el cabo de Morgion y la isla de Rion.Enseguida, como aún es costumbre, la plataforma del fuerte Saint-Jean se había llenado de curiosos; pues sigue siendo un gran acontecimiento en Marsella la llegada de un buque, sobre todo cuando ese buque, como el Pharaon, ha sido construido, aparejado y estibado en los astilleros de la antigua Focea y pertenece a un armador de la ciudad.Mientras tanto el buque se iba acercando; había franqueado felizmente ese estrecho que algún movimiento volcánico formó entre la isla de Calasareigne y la isla de Jaros; había doblado Pomègue y navegaba bajo sus tres gavias, su gran foque y su vela cangreja, pero tan lentamente y con un ritmo tan triste que los curiosos, con ese instinto que presiente las desgracias, se preguntaban qué accidente podía haber ocurrido a bordo. Sin embargo, los expertos en navegación reconocían que, si había sucedido un accidente, no podía ser al barco mismo, pues el navío se aproximaba con todas las condiciones de un navío perfectamente gobernado: el ancla preparada para el fondeo, los obenques del bauprés sueltos; y junto al práctico, que se disponía a dirigir al Pharaon por la estrecha entrada del puerto de Marsella, había un joven de gesto rápido y mirada activa, que vigilaba cada movimiento del navío y repetía cada orden dada por el práctico.La vaga inquietud que planeaba entre la gente había hecho mella particularmente en uno de los espectadores de la explanada de Saint-Jean, de modo que no pudo esperar a la entrada del buque en el puerto; saltó a un pequeño bote y ordenó remar para ir al encuentro del Pharaon, a quien alcanzó frente a la ensenada de la Reserve.Al ver venir a este hombre, el joven marino dejó su puesto junto al práctico, y, sombrero en mano, vino a apoyarse en el pretil del barco.Era un joven de dieciocho a veinte años, alto, esbelto, con unos hermosos ojos negros y cabello de ébano; toda su persona despedía ese aire tranquilo y resuelto propio de los hombres acostumbrados desde su infancia a luchar contra el peligro.—¡Ah, es usted, Dantès! —gritó el hombre del bote—; ¿qué es lo que ha pasado, por qué ese aire de tristeza que se percibe a bordo?—Una gran desgracia, señor Morrel —respondió el joven—, una gran desgracia, sobre todo para mí; a la altura de Civita-Vecchia hemos perdido al buen capitán Leclère.—¿Y la carga? —preguntó rápidamente el armador.—La carga llegó a buen puerto, señor Morrel, y creo que respecto a eso estará usted satisfecho; pero ese pobre capitán Leclère…—¿Pues que le ocurrió? —preguntó el armador visiblemente aliviado —; ¿pues entonces qué le ocurrió, a ese buen capitán?—Ha muerto.—¿Se cayó al mar?—No, señor; ha muerto de una fiebre cerebral, en medio de horribles sufrimientos.Después, volviéndose hacia sus hombres:—¡Vamos! —dijo—, ¡cada uno a su puesto para el fondeo!La tripulación obedeció. Al instante, los ocho o diez marineros que la componían se lanzaron unos a las escotas, otros a las brazas, otros a las drizas, otros a los cabos bajos de los foques; finalmente, otros a cada briol de las velas.El joven marino echó una indolente ojeada a todo ese comienzo de maniobra y, al ver que sus órdenes se iban ejecutando, volvió a su interlocutor.—Y entonces, ¿cómo sucedió esa desgracia? —continuó el armador, retomando la conversación allí donde el marino la había interrumpido.—Dios mío, señor, de la manera más imprevista: después de una larga conversación con el comandante del puerto, el capitán Leclère salió de Nápoles muy agitado; al cabo de veinticuatro horas le subió la fiebre; tres días después, murió.»Le hicimos los funerales de ordenanza, y descansa a la altura de la isla de El Giglio, decentemente envuelto en un coy, con una bala de cañón del treinta y seis a los pies y otra a la cabeza. Le traemos a la viuda su cruz de honor y su espada. Sí que es una lástima —continuó el joven con una melancólica sonrisa—, guerrear diez años contra los ingleses para venir a morir en su cama, como todo el mundo.—¡Hombre! Qué quiere usted, señor Edmond —repuso el armador que parecía consolarse cada vez más—, todos somos mortales, y es bien necesario que los viejos dejen el sitio a los jóvenes, sin eso no habría progreso, y puesto que usted me garantiza la carga…—Está en buen estado, señor Morrel, se lo aseguro. Este es un viaje del que le aconsejo contar con no menos de 25.000 francos de beneficio.Después, como acababa de sobrepasar el torreón:—¡Listos para cargar las velas de la cofa, el foque y la cangreja! — gritó el joven marino—. ¡Rápido!La orden se ejecutó casi con tanta rapidez como en un barco de guerra.—¡Arriar y recoger velas!Tras la última orden, todas las velas se arriaron y el navío se acercó de una manera casi insensible, navegando solamente por la impulsión dada.—Y ahora, si quiere embarcar, señor Morrel —dijo Dantès viendo la impaciencia del armador—, ahí está su contable, el señor Danglars, que sale de la cabina y que le dará toda la información que usted desee. En cuanto a mí, tengo que vigilar el fondeo y poner el navío en duelo.💬 Síganos en nuestro canal de WhatsApp aquíEl armador no esperó a que se lo dijera dos veces. Asió un cabo que le echó Dantès y, con una destreza que hubiera hecho honor a un hombre de mar, escaló los peldaños clavados en el flanco abombado del barco, mientras que Dantès, regresando a su puesto de segundo, cedía la conversación a quien había anunciado con el nombre de Danglars y que, saliendo de la cabina, iba efectivamente al encuentro del armador.El recién llegado era un hombre de veinticinco a veintiséis años, de rostro bastante sombrío, obsequioso con sus superiores, insolente con sus subordinados. Es cierto que, además del título de agente contable, que siempre es motivo de repulsa para los marineros, era, generalmente, tan mal visto por la tripulación como, por el contrario, bien visto y estimado era Edmond Dantès.—Y bien, señor Morrel —dijo Danglars—, ya conoce la desgracia, ¿no?—Sí, sí, ¡pobre capitán Leclère! ¡Era un buen hombre honrado!—Y un excelente marino, sobre todo, que había envejecido entre el cielo y el agua, como conviene a un hombre encargado de los intereses de una casa tan importante como la casa Morrel e hijo —respondió Danglars.—Pero —dijo el armador siguiendo con la mirada a Dantès, que intentaba el fondeo—, pero me parece que no hay necesidad de ser tan marino viejo como usted dice, Danglars, para conocer su oficio, y ahí tiene a nuestro amigo Edmond, que cumple con el suyo, me parece, como hombre que no necesita pedir consejos a nadie.—Sí —dijo Danglars echando a Dantès una aviesa mirada en la que brillaba un destello de odio—, sí, es joven, y no duda de nada. En cuanto murió el capitán tomó el mando sin consultar a nadie, y además nos hizo perder un día y medio en la isla de Elba en lugar de regresar directamente a Marsella.—En cuanto a tomar el mando del navío —dijo el armador— era su deber como segundo; en cuanto a perder un día y medio en la isla de Elba, ahí se equivocó, a menos que el navío tuviera que reparar alguna avería.—El navío estaba tan bien como yo, y como deseo que lo esté usted, señor Morrel; y esa jornada y media se perdió por puro capricho, por el gusto de bajar a tierra, eso es todo.—Dantès —dijo el armador volviéndose hacia el joven—, venga aquí.—Perdón, señor —dijo Dantès—, enseguida estoy con usted.Después, dirigiéndose a la tripulación:—¡Fondeo! —dijo.Rápidamente cayó el ancla y la cadena se deslizó ruidosamente. Dantès se quedó en su puesto, a pesar de la presencia del práctico, hasta que esta última maniobra se vio concluida; después, añadió:—¡Bajen el gallardete a medio mástil, pongan la bandera a media asta, embiquen las vergas!—Ve usted —dijo Danglars—, se cree ya capitán, palabra.—Y de hecho lo es —dijo el armador.—Sí, salvo la firma de usted y la de su socio, señor Morrel.—¡Hombre! ¿Por qué no íbamos a dejarle en ese puesto? —dijo el armador—. Es joven, ya lo sé, pero me parece muy apropiado y muy experimentado en su oficio.Una nube pasó por la frente de Danglars.—Perdón, señor Morrel —dijo Dantès al acercarse—; ahora que el navío está fondeado, ya soy todo suyo, me ha llamado usted, ¿verdad?Danglars retrocedió un paso.—Yo quería preguntarle, Dantès, por qué se detuvo usted en la isla de Elba.—Lo ignoro, señor, era para cumplir la última orden del capitán Leclère, que, al morir, me remitió un paquete para el gran mariscal Bertrand.—¿Entonces le vio usted, Edmond?—¿A quién?—Al gran mariscal.—Sí.Morrel miraba a su alrededor y atrajo a Dantès aparte.—¿Y cómo está el emperador? —preguntó rápidamente.—Bien, tal como pude juzgar por mis propios ojos.—¿Así que usted vio también al emperador?—Entró donde el mariscal cuando yo estaba con él.—¿Y le habló usted?—Mejor decir que fue él quien habló conmigo, señor —dijo Dantès sonriendo.—¿Y qué le dijo?—Me hizo preguntas sobre el buque, sobre la fecha en la que zarparía hacia Marsella, sobre la ruta que había seguido y sobre la carga que llevaba. Creo que si hubiera estado vacío y que si yo hubiera sido el dueño, su intención hubiera sido comprarlo; pero le dije que yo era un simple segundo, y que el buque pertenecía a la casa Morrel e hijo. «¡Ah!», dijo, «la conozco. Los Morrel son armadores de padre a hijo, y había un Morrel que servía en el mismo regimiento que yo, cuando yo estaba en guarnición en Valence».—¡Eso es cierto, pardiez! —exclamó el armador todo gozoso—; era Policar Morrel, mi tío, que llegó a capitán. Dantès, dirá a mi tío que el emperador se acordó de él, y le verá llorar, al viejo veterano. Vamos, vamos —continuó el armador, dando una palmada amistosa en el hombro del joven—, hizo usted bien, Dantès, en seguir las nstrucciones del capitán Leclère, y deteniéndose en la isla de Elba, aunque, si se supiera que remitió un paquete al mariscal y que habló con el emperador, podría comprometerle.—¿Y en qué iba a comprometerme, señor? —dijo Dantès—. Ni siquiera sé lo que llevaba, y el emperador no me hizo más preguntas de las que hubiera hecho a cualquier recién llegado. Pero, perdón —repuso Dantès—, aquí vienen sanidad y aduanas; me permite, ¿verdad?—Vaya, vaya, mi querido Dantès.El joven se alejó y, mientras se alejaba, se acercó Danglars.—Y bien —preguntó—, ¿parece que le ha dado buenas razones para haber fondeado en Portoferraio?—Excelentes razones, mi querido señor Danglars.—¡Ah! Mejor así —respondió este—, pues siempre es penoso ver a un compañero que no cumple con su deber.—Dantès sí ha cumplido con el suyo —respondió el armador—, y no hay nada más que decir. Era el capitán Leclère quien le había ordenado esa escala.—A propósito del capitán Leclère, ¿no os ha remitido una carta suya?—¿Quién?—Dantès.—¡A mí, no! ¿Es que tenía una carta?—Yo creía que, además del paquete, el capitán Leclère le había confiado una carta.—¿De qué paquete habla usted, Danglars?—¡Pues del que Dantès depositó al pasar por Portoferraio!—¿Cómo sabe usted que había un paquete que depositar en Portoferraio?Danglars se sonrojó.—Yo pasaba por delante de la puerta del capitán que estaba entreabierta, y vi que entregaba ese paquete y esa carta a Dantès.—No me ha dicho nada —dijo el armador—; pero si existe esa carta, me la entregará.Danglars reflexionó un instante.—Entonces, señor Morrel, se lo ruego, no hable de esto con Dantès; me habré equivocado.En ese momento el joven volvía; Danglars se alejó.—Y bien, mi querido Dantès, ¿ya está usted libre? —preguntó el armador.—Sí, señor.—La cosa no ha sido larga.—No, di al aduanero la lista de nuestras mercancías; y en cuanto a la Oficina de Sanidad, enviaron con el práctico a un hombre a quien entregué nuestros papeles.—¿Entonces ya no tiene usted nada más que hacer aquí?Dantés echó una rápida ojeada a su alrededor.—No, todo está en orden —dijo.—¿Entonces podrá usted venir a comer con nosotros?—Discúlpeme, señor Morrel, discúlpeme, se lo ruego, pero debo a mi padre la primera visita. No por eso dejo de agradecerle el honor que usted me hace.—Es justo, Dantès, es justo. Ya sé que es usted un buen hijo.—¿Y… —preguntó Dantès con cierta duda—, mi padre está bien de salud, que usted sepa?—Pues creo que sí, mi querido Edmond, aunque no le he visto.—Sí, se queda demasiado encerrado en su casa.—Al menos eso prueba de que no le falta de nada cuando usted está ausente.Dantès sonrió.—Mi padre es orgulloso, señor, y aunque le faltara de todo, dudo que pidiera algo a alguien, excepto a Dios.—Y bien, después de esa primera visita, contamos con usted.—Discúlpeme de nuevo, señor Morrel; pero después de esa primera visita tengo una segunda que no me preocupa menos que la primera.—¡Ah! Es cierto, Dantès; olvidaba que hay en Les Catalans alguien que debe esperarle con no menos impaciencia que su padre de usted; la bella Mercedes.Dantès sonrió.—¡Ah!, ¡ah! —dijo el armador—. No me extraña que la joven haya venido tres veces a preguntar por el Pharaon. ¡Pestes! Edmond, no es usted digno de lástima, ¡vaya una guapa amante que tiene usted!—No es mi amante, señor —dijo seriamente el joven marino—; es mi prometida.—A veces se es ambas cosas —dijo el armador riendo.—No para nosotros, señor —respondió Dantès.—Vamos, vamos, mi querido Edmond —continuó el armador—, que no quiero retenerle; demasiado bien ha llevado usted mis asuntos como para que no le deje yo todo su tiempo para llevar a cabo los suyos.¿Necesita usted dinero?—No, señor; tengo toda mi nómina del viaje, es decir, cerca de tres meses de sueldo.—Es usted un muchacho formal, Edmond.—Añada usted que tengo un padre pobre, señor Morrel.—Sí, sí, ya sé que es usted un buen hijo. Vaya, pues, a ver a su padre; yo también tengo un hijo, y odiaría a quien después de un viaje de tres meses, le retuviera lejos de mí.—Entonces, ¿me permite? —dijo el joven despidiéndose.—Sí, si no tiene usted nada más que decirme.—No.—¿El capitán Leclère no le dio, al morir, una carta para mí?—Le hubiera sido imposible escribirla, señor; pero eso me recuerda que tendré que pedirle un permiso de quince días.—¿Para casarse?—Primeramente, sí; después, para ir a París.—¡Bueno!, ¡bueno! Se tomará usted el tiempo que desee, Dantès; descargar el buque nos llevará unas seis semanas, y no embarcaremos antes de tres meses… Solamente que, dentro de tres meses, tendrá usted que estar aquí. El Pharaon —continuó el armador con una palmada en el hombro del joven marino—, no podría zarpar sin su capitán.—¡Sin su capitán! —exclamó Dantès con los ojos brillantes de alegría—. Mire usted bien lo que dice, señor, pues acaba usted de dar respuesta a las más secretas esperanzas de mi corazón. ¿Acaso es su intención nombrarme capitán del Pharaon?—Si fuera sólo yo, le estrecharía la mano, mi querido Dantès, y le diría: «eso está hecho». Pero tengo un socio, y ya conoce usted el proverbio latino: Che a compagne a padrone. Pero la mitad del trabajo está hecho, al menos, puesto que de dos votos ya tiene usted uno. Confíe en mí para obtener el otro y yo haré todo lo que pueda.—¡Oh! Señor Morrel —exclamó el joven marino, cogiendo las manos del armador con lágrimas en los ojos—; señor Morrel, se lo agradezco, en nombre de mi padre y de Mercedes.—Está bien, está bien, Edmond, hay un Dios en el Cielo para las buenas personas, ¡qué diablos! Vaya usted a ver a su padre, a ver a Mercedes, y vuelva a verme después.—¿Pero no quiere que le lleve a tierra?—No, gracias; me quedo para arreglar cuentas con Danglars. ¿Ha estado usted satisfecho de él durante el viaje?—Eso depende del sentido que quiera usted dar a esa pregunta, señor.Si es como buen compañero, no, pues creo que no le gusto mucho desde el día en el que cometí la tontería, tras una pequeña querella que tuvimos entre los dos, de proponerle que nos detuviéramos diez minutos en la isla de Montecristo para resolver esa querella; propuesta que reconozco que fue equivocada por mi parte, como acertada fue la suya al rechazarla. Si el sentido de su pregunta es como sobrecargo, creo que no tengo nada que decir y que usted estará satisfecho de cómo ha cumplido con su tarea.—Pero —preguntó el armador—, veamos, Dantès, ¿si usted fuera el capitán del Pharaon, mantendría a Danglars con gusto?—Capitán o segundo, señor Morrel —respondió Dantès—, tendré siempre la mayor consideración por quienes tengan la confianza de mis armadores.—Vamos, vamos, Dantès, veo que es usted un buen muchacho en todos los sentidos. No quiero retenerle más; vaya, pues ya veo que está sobre ascuas.—¿Tengo entonces ese permiso? —preguntó Dantès.—Vaya, le digo.—¿Me permite que coja su bote?—Cójalo.—Adiós, señor Morrel y mil veces gracias.—Adiós, mi querido Edmond, ¡buena suerte!El joven marino saltó al bote, fue a sentarse a popa y dio la orden de atracar en La Canebière. Dos marineros se inclinaron enseguida sobre los remos y la embarcación se deslizó tan rápidamente como era posible, en medio de miles de barcas que obstruían la especie de calle que lleva, entre dos filas de buques, de la entrada del puerto al muelle de Orleáns.El armador le siguió con la mirada sonriendo hasta la orilla, le vio saltar al pavimento del muelle y perderse enseguida en medio de esa masa abigarrada que, desde las cinco de la mañana a las nueve de la noche, atesta esa famosa calle de La Canebière, de la que los foceos modernos están tan orgullosos que dicen, con la seriedad más grande del mundo, y con ese acento que concede tanto carácter a lo que dicen: «si París tuviera La Canebière, París sería una pequeña Marsella».Cuando se dio la vuelta, el armador vio detrás de él a Danglars que, en apariencia, parecía esperar sus órdenes, pero que, en realidad, como él, seguía al joven marino con la mirada. Solamente que había una gran diferencia en la expresión de esa doble mirada que seguía al mismo hombre.🔴 No olvide conectarse a la señal en vivo de la HJCK, el arte de escuchar.
“Ninguna película ha sido fiel nunca a la verdadera historia” de estos luchadores, aunque "tampoco hace falta", afirma el escritor, y explica que ha hecho “un recorrido histórico y riguroso”, fruto de su pasión por todo lo relacionado con el Imperio romano.A Marqués, el interés por este periodo de la historia le nace “de ver el acueducto desde pequeñito”, y preguntarse siempre cómo podría profundizar más aún en la historia de Roma.El autor nació en Segovia (centro), que cuenta como emblema de la ciudad un acueducto romano construido en el siglo II d.C. perfectamente conservado, declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 1985.A través de una rigurosa ficción narrativa, Marqués presenta los espectáculos de la antigua Roma en un momento muy concreto de su historia, el mandato del emperador Domiciano, permitiendo al lector pasar una semana en el año 96 después de Cristo, unido a recreaciones 3D que dan vida a los espacios del libro.Publicado por Espasa, en sus páginas explora cómo los combates de gladiadores, carreras y otros eventos públicos reflejaban el poder y la cultura de Roma, “eventos que se daban en todo el Imperio”, aunque el autor se centró en la capital romana para situar al lector.¿'Ben-Hur' o 'Gladiator'?¿Se acerca más a la realidad 'Ben-Hur' o 'Gladiator'? Ninguna, afirma el escritor, aunque “el cine no necesita rigor, no lo pide, y no lo da porque realmente es ficción”, aunque sí que es cierto que hay unos asesores históricos “y que puedes tener ahí a Ridley Scott diciendo que él es totalmente riguroso, lo cual no es cierto, pero no importa”.Afirma que cuando ve una película de romanos “se desactiva al historiador” para no agobiarse, porque el cine “no está ahí para sacar fallos, sino para disfrutar también un poco de la ficción”, y sostiene que le apasionan películas como 'Gladiator', aunque si se tiene que quedar con una obra que refleje bien lo que los romanos supusieron para la historia, no duda al señalar que esa es ‘Monty Python's Life of Brian’ (La vida de Brian), la comedia estrenada en 1979 por ese grupo de comedia inglés.💬 Síganos en nuestro canal de WhatsApp aquíNi todos morían ni el césar usaba el pulgarMarqués desmonta algunos de los mitos que han llegado a nuestros días desde el Coliseo. El primero, el que afirma “que todos los gladiadores morían en la arena” y que eran luchas casi desordenadas, cuando, “en realidad, los combates tenían árbitros y normas, y no se pretendía que los gladiadores murieran”.“Lo que se pretendía era un combate de habilidad, un combate en el que los luchadores demostraran valor y realmente la sangre formaba parte de ello, pero no de una forma principal”, de modo que más o menos un 10 o 15 % de los combates sí acababan con la muerte del gladiador.Otra cosa es el pulgar hacia arriba o hacia abajo del césar. “No sabemos qué gestos se utilizaban en la antigua Roma para decretar esa muerte del gladiador, pero imagina que estás a 50 metros de altura en el gallinero del Coliseo. Nadie vería el gesto desde la arena, de modo que es más lógico que tuviese el brazo hacia arriba para salvarle o hacia abajo para pedir la muerte”.Por último, nada de ‘Ave, César, los que van a morir te saludan’. “En toda la historia de la antigua Roma dijo un gladiador jamás esta frase que vemos en todas las películas”, una frase, documentada, que dijeron una única vez “unos condenados a muerte cuando iban a hacer una batalla naval”.🔴 No olvide conectarse a la señal en vivo de la HJCK, el arte de escuchar.
Desde un poema juvenil compuesto a los 22 años, Callejón sin salida, a un capítulo de su inconclusa novela póstuma, Los parentescos, la antología recoge relatos, poesía y fragmentos de sus novelas y ensayos, hitos de una trayectoria guiada por la curiosidad y la experimentación.José Teruel, profesor honorario de Literatura Española en la Universidad Autónoma de Madrid, biógrafo y director de los siete volúmenes de las Obras Completas de Martín Gaite, ha efectuado esta selección con el propósito de "despertar la curiosidad de los nuevos lectores y renovar el interés de sus incondicionales".El resultado es un reflejo de la versatilidad y la heterogeneidad de intereses intelectuales de la autora de novelas como Ritmo lento (1963) -que Teruel equipara en importancia a Tiempo de silencio (1962), de Luis Martín Santos- o ensayos como Usos amorosos de la posguerra española (1987)."Considero que su obra ha sido estudiada y reconocida, pero hay que reivindicar la significación cultural de la Gaite, particularmente su papel de testigo y de legataria de la bautizada generación de los 50", subraya Teruel, que también es patrono de la Fundación Carmen Martín Gaite.💬 Síganos en nuestro canal de WhatsApp aquí"Se sigue insistiendo en el anecdotario de la Gaite, pero no en su importante significación cultural", que "debería ser uno de los objetivos de este centenario".Exposiciones, collages y un congreso en su centenarioLa exposición principal del Centenario de Carmen Martín Gaite estará organizada por la Biblioteca Nacional de España, la Junta de Castilla y León y el Centro Internacional del Español de la Universidad de Salamanca. El calendario aún se está cerrando ya que será itinerante y estará acompañada de un congreso internacional.Martín Gaite será homenajeada también en la próxima Feria del Libro de Guadalajara, en México, que arranca el 30 de noviembre con España como país invitado.Será el primer acto de homenaje a la escritora, que nació el 8 de diciembre de 1925 en Salamanca, donde forjó su futuro como escritora en su propia casa, donde siempre escuchó hablar un excelente castellano.A los trece años empezó a escribir poemas y cuentos y, a los 17, vio por primera vez su palabra impresa en una publicación, lo que le hizo decidir que cada vez tenía que hacerlo mejor porque ya no lo haría para ella sola.Llegó a Madrid a los 25 años y en esa ciudad se rodeó de un círculo de amigos e intelectuales, como Rafael Sánchez Ferlosio, con quien se casó y tuvo una hija, Marta, fallecida en 1995.Martín Gaite publicó a los 29 años su primera novela, El balneario (1955), galardonada con el Café Gijón, y en 1978, por El cuarto de atrás, se convirtió en la primera mujer que obtenía el Premio Nacional de Literatura.Entre sus obras destacan Entre visillos (Premio Nadal 1958), Ritmo lento (1963), El cuento de nunca acabar (1983), Usos amorosos de la postguerra española (Premio Anagrama de Ensayo 1987), Caperucita en Manhatta (1990), Nubosidad variable (1992), Lo raro es vivir (1996) o Irse de casa (1998).🔴 No olvide conectarse a la señal en vivo de la HJCK, el arte de escuchar.
Su hijo Álvaro Vargas Llosa publicó en su cuenta en la red social X una foto en la que puede verse a su padre, sosteniéndose en un bastón, frente al antiguo local, hoy cerrado y abandonado."55 después, retorno al (ex) bar La Catedral, en busca de los fantasmas de Zavalita y el zambo Ambrosio", escribió el hijo del ganador del Premio Nobel de Literatura en 2010 en referencia a los dos personajes de la novela.El mensaje lo acompañó de una segunda foto en blanco y negro, tomada a un joven Vargas Llosa frente a La Catedral, cuando todavía estaba abierta, al lado de un niño que mira y sonríe a la cámara.El pasado 19 de noviembre, Álvaro Vargas Llosa publicó también una foto de su padre frente al colegio militar Leoncio Prado, en el que estudió y en el que, según ha confesado, consolidó su vocación literaria en contra de los deseos de su progenitor.💬 Síganos en nuestro canal de WhatsApp aquíA lo largo de su obra, Lima fue siempre un personaje, más que un escenario, en la obra literaria de Mario Vargas Llosa.En Conversación en la Catedral, la Lima histórica trasciende el escenario y se vuelve protagonista intensa de los dilemas de Santiago Zavala, Zavalita, un periodista que se hace una de las preguntas más célebres de la literatura universal: "¿En qué momento se había jodido el Perú?".El local que un día albergó La Catedral está hoy en ruinas y con un cartel que ofrece su venta.55 después, retorno al (ex) bar “La Catedral”, en busca de los fantasmas de Zavalita y el zambo Ambrosio. pic.twitter.com/qPxsvzqdUr— Álvaro Vargas Llosa (@AlvaroVargasLl) November 28, 2024 Según medios locales, el establecimiento se utilizó tras el cierre del bar como almacén, estacionamiento e incluso se pensó remodelar para que sea usado como un establecimiento de conciertos.La última vez que Vargas Llosa se dejó ver en público fue el pasado octubre, cuando asistió al teatro para ver junto a su familia una adaptación de su obra ¿Quién Mató a Palomino Molero?.Una semana antes, había evitado un viaje a España, al homenaje anual que le hace la Cátedra Vargas Llosa en Madrid, por motivos de salud."Mi padre tiene casi 89 años, está en el umbral de los 90, una edad en la que tiene que reducir la intensidad de sus actividades, pero no significa que no la tenga", dijo entonces a medios su hijo, Álvaro Vargas Llosa.🔴 No olvide conectarse a la señal en vivo de la HJCK, el arte de escuchar.
El oráculo de Pandora nació con la curiosidad por el arte y la historia, este proyecto nos ha llevado por historias que construyen la idea del mundo que hemos moldeado con la palabra. Gracias por acompañarnos en este camino.
Más de 80 piezas que jamás fueron exhibidas y que Israel recuperó en 2019, tras un arduo proceso legal, podrán verse en esta muestra, entre ellas, sus cuadernos en hebreo; dibujos; su último testamento original, el manuscrito de la Carta al padre de Kafka, primeras ediciones y borradores nunca antes presentados a la vista del público.Stefan Litt, curador de la muestra, llamada "Kafka: Metamorfosis de un autor", explicó que en el centro de la exhibición está su obra, en el pasillo derecho o de atrás, como él lo define, su vinculación con el judaísmo y en el de la izquierda sus relaciones íntimas.La Biblioteca Nacional se sumó con esta muestra a las tres principales instituciones internacionales con importantes colecciones de manuscritos de Kafka, junto a la de Oxford, y el Archivo Literario Alemán de Marbach, que también han celebrado exposiciones en el marco del centenario del autor.Además, explora nuevos enfoques sobre su vida y obra, destacando temas y vínculos que marcaron su desarrollo emocional e intelectual, a la vez que alimentaron su escritura.“Quiero presentar a Kafka nuevamente a un público más amplio para ayudar a la gente a comprender quién era este parque de Frank Kafka. Mucha, mucha gente ha oído el nombre de Kafka. Muchos saben lo que significa "kafkaismo", pero creo que no hay muchos de nuestros colegas de hoy que estén totalmente seguros de explicar quién era Kafka y cuál era su papel para sí mismo, para sus amigos, en su vida privada y en su literatura”, agregó Litt.💬 Síganos en nuestro canal de WhatsApp aquíEntre ellos, el nexo poco expuesto entre el escritor y la religión judía, el vínculo con su familia, amigos y parejas, así como su sueño de mudarse a Palestina, para vivir en Tel Aviv, antes de su muerte.La vida del autor checo, en esta exposición, quedó seccionada en ocho bloques, que se componen de elementos audiovisuales, incluyendo una entrevista grabada de su mejor amigo Max Brod, quien salvó la mayoría de los manuscritos de Kafka.Esta muestra pone en sobre la mesa que la obra y vida de Kafka continúan transformándose ante los ojos del mundo, tal como sugiere su título.🔴 No olvide conectarse a la señal en vivo de la HJCK, el arte de escuchar.
"Nos olvidamos de leer periódicos y un día nos damos cuenta de que ha estallado una guerra mundial", dijo el crítico Volker Weidermann en un documental del canal cultural Arte dedicado a la novela con motivo del centenario.En "La Montaña Mágica" los personajes viven aislados de lo que ocurre en el mundo en Davos y al final los sorprende el estallido de la Primera Guerra Mundial que la mayoría de ellos -ocupados en pasatiempos banales y, como se dice en un momento de la novela, en "sus interesantes cuerpos"- no vieron venir.La tentación de establecer un paralelismo entre 1914 y 2022, con la guerra de agresión rusa a Ucrania a la que alude Weidermann, es evidente. Ambos son momentos en que termina un largo periodo de paz en Europa que muchos creyeron que podía durar para siempre.El director de la Sociedad Thomas Mann, Hans Wisskirchen, ha dicho que la novela tiene una "doble contemporaneidad" y que ilumina tanto las crisis de la época en la que fue escrita y publicada como algunas crisis del presente.En rigor habría que ir más allá y hablar por lo menos de una triple contemporaneidad, ya que la novela transcurre entre 1907 y 1914, pero es publicada sólo en 1924 y le hablaba en su momento a la Europa de entreguerras.💬 Síganos en nuestro canal de WhatsApp aquíHistoria de una transformaciónEl protagonista, Hans Castorp, llega a un sanatorio de Davos -en agosto de 1907- para una visita de tres semanas y termina quedándose siete años en los que vive una transformación. La novela termina con Castorp marchándose para combatir en la Primera Guerra Mundial.Mann también vive una transformación durante el proceso de escritura que se inició en 1913. Al comienzo, es un conservador defensor del Imperio Guillermino, durante la Primera Guerra Mundial interrumpe la escritura de La Montaña Mágica y escribe Consideraciones de un apolítico, un ensayo en el que rechaza la ilustración.Mientras escribe, Mann cambia de postura y a partir de 1922 se convierte en un defensor de la República de Weimar y en un crítico de los movimientos de ultraderecha que desembocarían en el nazismo.En la novela hay un personaje, Lodovico Settembrini, que al comienzo debía ser una caricatura del pensamiento ilustrado, pero que a medida que avanza la novela es un personaje cada vez más positivo.Entre la reacción y la ilustraciónSettembrini es una de las influencias claves de Castorp en el sanatorio y que trata de convencerlo permanentemente de que vuelva al mundo del trabajo y deje Davos. También trata de alejarlo de la seducción de lo irracional representado por su pasión sin futuro por una de las pacientes llamada Clawdia Chauchat.Otra influencia es el jesuita reaccionario Leo Naphta que libra disputas dialécticas con Settembrini. Naptha rechaza no sólo el pensamiento de la Ilustración sino todo el pensamiento moderno. Muchos críticos lo han visto como antecedente de los fascismos. En 2001 -tras los atentados del 11 de septiembre- el germanista Frederik A. Lubich lo vio como un antecedente del terrorismo con motivación religiosa.La lucha “por el alma de Castorp”, como se dice en algún momento en la novela, termina con un duelo a pistola que para Wisskirchen es uno de los momentos decisivos.El duelo se da en el capítulo séptimo en un episodio que ilustra lo que Wisskirchen llama la doble contemporaneidad y que tiene como subtítulo “Hipersensibilidad”.La gente se pelea apasionadamente por cosas sin importancia o hace de una convicción ideológica parte de su identidad. En el sanatorio también se participa en disputas ajenas que terminan siendo documentadas y traducidas a varios idiomas y distribuidas en diversas partes del mundo.“Cuando volví a leer el episodio pensé que es lo que hoy hacen las redes sociales. El motivo de la disputa no importa mucho, pero todo el mundo termina participando en ella”, dijo Wisskirchen en una entrevista.La hipersensibilidad -de antes de la Primera Guerra Mundial, de las crisis precedentes al ascenso de los fascismos o de las crisis que se viven ahora- pueden llevar a algunos a una simpatía por un pensamiento como el de Napha y a un rechazo de los consensos democráticos.Mann lo percibe y en una carta escrita en 1933, el año del ascenso de Hitler al poder, entra en defensa de Settembrini. “Nos podemos reír todos un poco del buen señor Settembrini pero es un tío maravilloso frente a los Naptha que ahora mandan”, escribe.🔴 No olvide conectarse a la señal en vivo de la HJCK, el arte de escuchar.
El discurso, titulado 'Malentendidos de la modernidad. Un manifiesto', se ha centrado en desmontar lo que el autor de 'Soldados de Salamina' considera "una telaraña pertinaz de malentendidos, por no decir supersticiones o prejuicios" extendidos en el mundo literario en los últimos tiempos.Cercas (Ibahernando, Cáceres, 1962) enumeró esos cuatro equívocos y se remontó a sus orígenes, en el Romanticismo o la Modernidad, según el caso, para después destejerlos: la idea del escritor encerrado en su torre de marfil; la glorificación del artista; la idea de que la buena literatura ha de ser minoritaria; y, por último, la de la inutilidad del arte."La auténtica literatura está compuesta por palabras en rebeldía, y de ahí que represente un peligro para el poder, para cualquier poder", incidió el escritor, que planteó la pregunta retórica de si hay algo más "útil" que esa rebeldía.Elegido académico en junio pasado a propuesta de Pedro Álvarez de Miranda, Clara Sánchez y Mario Vargas Llosa, Cercas recordó que, desde Platón, numerosos "tiranos, inquisidores, comisarios políticos y toda clase de individuos de mentalidad totalitaria", disfrazados "de benefactores de la humanidad", han intentado señalar la amenaza de la literatura en general y de la novela en particular.Sobre el dogma de la inutilidad del arte, apuntó que se remonta a Oscar Wilde, que en 1890 remató el prefacio de 'El retrato de Dorian Gray' con esa afirmación en la que Cercas ve "un alegato emancipador" y una forma de "rebelión" contra el "pragmatismo burgués" y contra el sometimiento del arte a ideologías.Pero ese alegato original, lamentó, se ha fosilizado en dogma en el "mundillo literario" actual, "siempre tan sordo a las ironías de los maestros de la Modernidad y tan dócil a los clichés resultantes de su interpretación literal".💬 Síganos en nuestro canal de WhatsApp aquíPara el autor de 'Anatomía en un instante' o 'El impostor', la literatura es antes que nada "un placer, como el sexo", y por eso la expresión “lectura obligatoria” es un oxímoron y la expresión “lectura hedónica”, un pleonasmo. Pero, además, es "una forma de conocimiento de uno mismo y de los demás, exactamente igual que el sexo"."Por eso, cuando alguien me dice que no le gusta leer, lo primero que se me ocurre es darle el pésame", afirmó.En defensa de la popularidad de la literaturaJavier Cercas, un escritor popular, comprometido y con lectores en todo el mundo, ganador de multitud de galardones, desde el Premio Nacional de Narrativa al Premio Planeta, arremetió contra la "pereza mental" que lleva a considerar que un libro es bueno solo porque se vende mucho o a considerar que es malo por la misma razón.Y mencionó a escritores talentosos y con miles de lectores desde Shakespeare y Cervantes a, ya en el siglo XX, T. S. Eliot, Hemingway, Scott Fitzgerald, Nabokov, García Márquez o Vargas Llosa.En cambio desechó la "glorificación" del escritor - "la auténtica inmortalidad es el anonimato", dijo- y alabó al buen lector porque, a su modo de ver, "una novela es una partitura y es el lector quien la interpreta" y "un libro sin lectores es letra muerta".En cuanto a la idea del escritor encerrado en la torre de marfil, consideró que ningún escritor español de primera fila de los dos últimos siglos ha sido indiferente a la realidad, como tampoco lo fueron sus héroes literarios, entre los que mencionó a Kafka, Joyce, Borges o Proust.A partir de este domingo, Cercas pasará a tomar posesión de la silla R, que dejó vacante Javier Marías, fallecido en 2022 y a quien dedicó la primera parte de su discurso.Cercas ensalzó la profundidad, complejidad y ambigüedad de la obra del autor de 'Corazón tan blanco' y consideró a Marías un escritor "comprometido" o "peleón" que no evitó tomar partido acerca de los asuntos más espinosos.Al hablar de sus lectores ideales, Cercas mencionó a Don Quijote y a Madame Bovary, dispuestos a emprender "la aventura más radical, arriesgada y revolucionaria: la aventura de vivir una vida acorde con nuestros sueños y nuestros deseos".🔴 No olvide conectarse a la señal en vivo de la HJCK, el arte de escuchar.
La autora "falleció en paz en su domicilio ayer (domingo, 24 de noviembre) tras padecer una corta enfermedad, y estuvo rodeada de sus seres queridos hasta el final", indica hoy un comunicado.Su novela, "A Woman of Substance", publicada en 1979, vendió 30 millones de copias y marcó el comienzo de siete secuelas y una adaptación para la televisión, que continúa siendo el programa más visto en la historia del canal Channel 4.La editora de la autora de obras como "Ravenscar", "Cavendon" y la serie de "House of Falconer" recordó cómo Taylor Bradford "dominando las listas de los más vendidos, hizo algo nuevo con sus novelas épicas que se expandieron a lo largo de generaciones, novelas que no eran romances y personificó la mujer de sustancia que creó, particularmente con su ética laboral despiadada".💬 Síganos en nuestro canal de WhatsApp aquíLa novelista "tenía curiosidad perenne, le interesaba todo el mundo y tenía una motivación extraordinaria", recordó Drew, que subrayó que además fue "una inspiración para millones de lectores e incontables novelistas".Por su parte, el jefe de la editorial HarperCollins, Charlie Redmayne, destacó también que Taylor Bradford fue "una escritora verdaderamente excepcional cuyo primer libro, el 'bestseller' internacional 'A women of substance', cambió las vidas de muchísimas personas que lo leyeron y continúa haciéndolo hoy".🔴 No olvide conectarse a la señal en vivo de la HJCK, el arte de escuchar.