
En el panteón de los grandes nombres de la literatura universal, Jean de La Fontaine ocupa un lugar privilegiado como el fabulista por excelencia del mundo francófono. Su obra, que ha resistido el paso de los siglos, no solo dio nueva vida al arte de la fábula, sino que se convirtió en un medio brillante para hablar de la condición humana a través del universo animal.
Poeta, moralista, narrador y crítico agudo de su tiempo, La Fontaine es, aún hoy, un autor esencial en escuelas, bibliotecas y estudios literarios del mundo entero.
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La Fontaine nació el 8 de julio de 1621 en Château-Thierry, una pequeña ciudad en la región de Champaña, en Francia. Provenía de una familia burguesa: su padre era “maître des eaux et forêts” (inspector de aguas y bosques), lo cual le permitió crecer rodeado de naturaleza, una influencia evidente en su obra futura.
Aunque comenzó estudios religiosos, rápidamente abandonó la idea del sacerdocio para dedicarse al derecho, y en 1649 heredó el cargo de su padre. Sin embargo, su verdadera vocación estaba en las letras. En su juventud, se dejó seducir por los autores clásicos —Esopo, Fedro, Horacio, Virgilio— así como por los poetas barrocos franceses y las corrientes literarias italianas.
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La Fontaine inició su carrera literaria ya en la adultez. Su primer gran protector fue el poderoso Nicolás Fouquet, superintendente de finanzas de Luis XIV. Cuando este fue encarcelado por traición, el poeta pasó a la órbita de la duquesa de Bouillon y Madame de La Sablière, dos mecenas que jugaron un papel vital en su estabilidad económica y su libertad creativa.
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En 1668, La Fontaine publicó el primer volumen de su obra más célebre: "Fábulas escogidas puestas en verso" (Fables choisies mises en vers), dedicado al delfín de Francia, hijo del rey Luis XIV. Esta primera colección —seguida por nuevos volúmenes en 1678 y 1694— consolidó su fama y lo convirtió en uno de los autores más leídos de su tiempo.
Aunque las fábulas son, sin duda, su obra cumbre, la trayectoria de La Fontaine fue más variada de lo que a menudo se recuerda. Escribió cuentos eróticos en verso, poemas, óperas e incluso piezas teatrales. Su estilo se caracterizaba por una elegancia natural, una fluidez que, bajo una aparente simplicidad, escondía una profunda reflexión. Fue miembro de la prestigiosa Academia Francesa desde 1684, un reconocimiento a su maestría literaria.
Las fábulas: crítica, moral y belleza poética
Las Fábulas de La Fontaine son una colección de cuentos breves en verso, protagonizados en su mayoría por animales que actúan con comportamientos humanos. Aunque están inspiradas en fuentes antiguas —como las fábulas de Esopo, Fedro y los cuentos orientales— La Fontaine les imprimió un tono propio, más refinado, satírico y literario.
En total, escribió 243 fábulas agrupadas en doce libros, que abordan temas universales como la injusticia, la avaricia, la estupidez, la arrogancia del poder y la astucia popular. Su gran mérito fue lograr que estas pequeñas narraciones tuvieran no solo un mensaje moral, sino también una calidad estética notable, con versos elegantes y ritmo cuidado.
Entre las más célebres se encuentran: "La cigarra y la hormiga", sobre el contraste entre la previsión y la despreocupación; "El cuervo y el zorro", una sátira sobre la adulación y "El lobo y el cordero", que denuncia el abuso de poder disfrazado de lógica.
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También se destacan sus fábulas "La liebre y la tortuga", una lección sobre la constancia y la humildad y "El león y el ratón", que celebra el valor de la solidaridad, incluso entre desiguales.
Cada fábula está acompañada de una moraleja, explícita o implícita, que busca provocar la reflexión del lector. Lejos de ser lecciones rígidas, son observaciones perspicaces sobre la sociedad, envueltas en gracia literaria y crítica aguda.
Un moralista con espíritu libertario
A pesar de su estilo aparentemente ligero, La Fontaine fue un crítico feroz del poder y de los vicios sociales. Su obra se inscribe dentro del espíritu de la literatura moralista francesa del siglo XVII, junto a autores como Pascal o La Rochefoucauld, aunque con un tono más amable y lúdico.
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En sus fábulas, el rey no siempre es justo, el zorro no siempre es castigado y el débil no siempre pierde. Este relativismo moral y realismo político es parte de lo que ha hecho que su obra siga siendo vigente. Además, su uso de la ironía, el doble sentido y las referencias veladas a figuras de su tiempo lo posicionan como un autor que supo sortear la censura sin renunciar a su mirada crítica.
En 1684, tras varios rechazos, La Fontaine fue admitido en la Académie Française, la institución literaria más prestigiosa de Francia. Murió el 13 de abril de 1695 en París, a los 73 años, dejando tras de sí una obra que no solo había conquistado a la aristocracia, sino que se volvió fundamental en la educación popular.
Su influencia se extendió a todo el mundo. Las fábulas de La Fontaine han sido traducidas a decenas de idiomas, adaptadas en libros ilustrados, animaciones, teatro infantil y manuales escolares.
Más de tres siglos después, Jean de La Fontaine sigue siendo un autor leído, citado y versionado. No solo porque sus historias entretienen y educan, sino porque en cada zorro, cuervo, león o cordero se esconde una mirada crítica a nuestras propias contradicciones como sociedad.
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Su fábula no es un simple arte de moralejas: es una poética del comportamiento humano, una celebración del ingenio y una invitación constante a mirar más allá de las apariencias.
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