
En la Habana vieja, entre columnas dóricas y murmullos de boleros, todavía se respira el eco barroco de Alejo Carpentier. Narrador de continentes y alquimista del lenguaje, Carpentier fue mucho más que un escritor: fue un constructor de puentes entre la historia y el mito, entre Europa y América Latina, entre la música de Bach y el son cubano. Su vida y obra son inseparables del siglo que lo vio nacer y de la isla que eligió como centro de gravedad: Cuba.
Alejo Carpentier nació en 1904 en Lausana, Suiza, pero creció en La Habana, entre libros franceses y ritmos afrocubanos. Muy pronto, el joven Carpentier comprendió que América Latina no podía contarse con los moldes de la novela europea. Había algo excesivo, inverosímil pero cierto, en su historia: dictadores que se creían emperadores, esclavos que se convirtieron en reyes, ciudades que desaparecían en la selva. Fue así como comenzó a gestar su mayor intuición estética: lo real maravilloso.
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A diferencia del realismo mágico que popularizaría García Márquez , Carpentier entendía que lo maravilloso ya habitaba la realidad latinoamericana, especialmente su historia, y que el papel del escritor era revelarlo. "Lo real maravilloso no es una invención", diría, "sino una constatación de lo que somos".
Un barroco para el nuevo mundo
Su estilo literario —barroco, denso, exuberante— fue una respuesta deliberada a lo que consideraba la simpleza de ciertos modelos narrativos importados. Escribía como si compusiera música: frases largas como pentagramas, enumeraciones como contrapuntos, silencios que eran cadencias.
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Ese barroco no era un adorno, sino una ética. En la América mestiza, mestiza debía ser también la lengua. Por eso sus novelas están habitadas por símbolos, ruinas, fugas temporales, y personajes que viven entre dos mundos. Su prosa es una arqueología de lo narrativo: excava capas de tiempo, reconstruye lenguas extintas, reinventa el pasado.
El intelectual revolucionario
Carpentier no solo fue un estilista de la novela, sino un hombre profundamente comprometido con la historia de su país. Militó desde joven en la izquierda, lo que le valió la cárcel durante la dictadura de Gerardo Machado en los años 30. Más tarde se exilió en Francia, donde entró en contacto con los surrealistas y con figuras como André Breton.
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Tras el triunfo de la Revolución Cubana en 1959, regresó definitivamente a la isla y ocupó cargos diplomáticos y culturales. Fue agregado cultural en París y director de la Editorial Nacional de Cuba. Creía firmemente en el poder transformador de la literatura y en el papel del escritor como testigo activo de su tiempo. Su fidelidad a la revolución fue total, aunque su obra mantuvo siempre una autonomía crítica y estética.
Cuatro puertas de entrada a su universo
Para acercarse a Carpentier, hay cuatro obras fundamentales que revelan las múltiples facetas de su genio:
"El reino de este mundo" (1949): Una recreación poderosa de la revolución haitiana, donde lo mágico surge del dolor histórico y el vudú convive con la épica.
"Los pasos perdidos" (1953): Una meditación sobre la búsqueda del origen y la caída de la modernidad. Un viaje a la selva y al alma.
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"El siglo de las luces" (1962): Una novela histórica que muestra la llegada de la Revolución Francesa al Caribe, con su carga de utopías y contradicciones.
"Concierto barroco" (1974): Una fantasía musical que reúne a Vivaldi, Händel y un criollo anónimo en Venecia. Un manifiesto del mestizaje cultural.
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Alejo Carpentier murió en París en 1980, pero su obra sigue irradiando una influencia profunda en la literatura latinoamericana. Fue precursor de una narrativa histórica que no teme al exceso ni a la complejidad. Enseñó que la historia de América no necesita ser adornada, porque ya es, en sí misma, una fábula tremenda y verdadera.
En tiempos de simplificación, leer a Carpentier es un acto de resistencia. Una invitación a oír la historia como una sinfonía, a caminar entre ruinas con los ojos del asombro. Y a recordar que lo maravilloso, como decía él, no necesita inventarse: solo necesita ser contado con la intensidad que merece.
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