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Angela Davis y la necesidad de romper legado de la esclavitud

En el libro "Mujeres, raza y clase", Davis analiza cómo la esclavitud minó la idea de la maternidad en las mujeres negras, quienes eran reconocidas como paridoras y no como madres. A partir de esa tesis, la autora señala algunas ideas que romper, para que las mujeres afro puedan habitar espacios y vidas dignas.

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El 26 de enero de 1944 nació en Alabama, una de las mujeres más importantes de la historia reciente. Angela Davis, una de las feministas antirracistas con mayor trascendencia en la academia fue pionera en hablar de perspectiva de clase en los debates de feminismo. La claridad de sus ideas y la negación rotunda al silencio, se convirtieron en la entrada a la brutalidad y la represión a su vida. Estuvo presa y fue acusada de cooperación al asesinato tras ser detenida en un hotel de Nueva York. "Apareció en la pantalla una fotografía mía: "Angela Davis –dijo una voz grave– es uno de los diez criminales más buscados por el FBI. Probablemente va armada; si la ven, no intenten hacer nada; póngase en contacto inmediatamente con el FBI'", cuenta la propia Davis sobre su periodo como fugitiva. "En otras palabras, dejen al FBI, 'que probablemente va armado', el honor de pegarle un tiro", contó alguna vez en una entrevista.

Con 78 años, sigue siendo un referente obligado y una fuente de primera mano al hablar de feminismo intersecciones y racial. Su voz es todavía una de las más escuchadas no solamente en la academia, sino en los debates políticos del país; aún en medio de la pandemia y tras los distintos casos de abuso policial contra personas afro, Davis no temió en hablar de racismo estructural y el respaldo de un gobierno supremacista: "El racismo se ha vuelto más violento, más explícito, con expresiones de supremacismo blanco como el ataque de Charlottesville. Pero estamos constatando una mayor conciencia del racismo en EEUU que nunca, probablemente, en la Historia. No solo entre los negros, latinos, indios, asiáticos, también entre blancos, que están siendo más conscientes del racismo", recalca la activista.

En el libro Mujeres, raza y clase, Davis hace un análisis riguroso y esclarecedor que pone de manifiesto las estrategias de lucha de las mujeres negras y los problemas de composición de las diferencias que siguen desgarrando los movimientos políticos actuales. Atraviesa con profunda claridad 13 puntos que van desde el legado de la esclavitud, el movimiento sufragista, la educación y liberación desde la perspectiva de las mujeres negras, hasta la violación y el mito del violador negro, para ahondar en el racismo y los trabajos domésticos como un oficio determinado por la clase. A continuación, un fragmento de el primer capítulo del libro.

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El legado de la esclavitud: modelos para una nueva feminidad

En 1918, cuando el influyente estudioso Urich B. Phillips declaró que la esclavitud, en el Viejo Sur, había estampado sobre los salvajes africanos y sobre sus descendientes americanos el sello glorioso de la civilización, dispuso el escenario para un largo y apa- sionado debatel. En las décadas posteriores, a medida que el debate se fue recrude- ciendo, un historiador tras otro declaraba, con aplomo, haber descifrado el verdadero significado de esta «institución peculiar». Pero en medio de toda esta actividad académi- ca la situación específica de la mujer esclava permanecía sin ser penetrada. Las continuas discusiones en torno a su «promiscuidad sexual» o a su tendencia «matriarcal» oscurecían, mucho más que iluminaban, la condición de las mujeres negras duran- te la esclavitud. Herbert Aptheker continúa siendo uno de los pocos historiadores que intentaron establecer unas bases más realistas para la comprensión de la mujer esclava.

Durante la década de 1970, el debate sobre la esclavitud resurgió con un renovado vigor. Eugene Oenovese publicó RoU, Jardan, Roll: che World che Slaves Made J. Apareció The Slave Communiry4 de John Blassingame, como también lo hicieron e! desacertado libro de Foge! y Engennan Time OTI me Cross5 y la monumental obra de Herbert Out- man Black Family in Slavery and Freedom. Como reacción ante este rejuvenecido debate, Stanley Elkins decidió que era e! momento de publicar una edición ampliada de su estudio de 1959, Slavery. Llamativamente se echa en falta en este torbellino de publi- caciones un libro expresamente dedicado a las mujeres esclavas. Quienes hemos esperado ansiosamente un estudio de la mujer negra durante el periodo de la esclavitud, por el momento, seguimos decepcionados. Igualmente, ha sido decepcionante descubrir que, exceptuando las tradicionales y discutibles cuestiones sobre la promiscuidad versus e! matrimonio y sobre el sexo con hombres blancos forzoso versus voluntario, los auto- res de estos libros han dedicado una escasa atención a las mujeres.

El más revelador de todos estos recientes estudios es la investigación realizada por Herbert Outman sobre la familia negra. Al proporcionar pruebas documentales de que la vitalidad de la familia se demostró más fuerte que los rigores deshumanizantes de la esclavitud, Outman ha destronado la tesis de! matriarcado negro popularizada por Daniel Moynihan, junto a otros autores, en 1965. Sin embargo, dado que sus observaciones sobre las mujeres esclavas están, en general, encaminadas a confirmar la inclinación de éstas a la conyugalidad, la consecuencia que inmediatamente se desprende es que únicamente diferían de sus homólogas blancas en la medida en que sus aspiraciones domésticas se vieron nunca- das por las exigencias del sistema esclavista. En opinión de Gutman, aunque las reglas ins- titucionalizadas sobre los esclavos concedían a las mujeres un amplio margen de libertad sexual antes del matrimonio, al final ellas se amoldaban a matrimonios estables y fundaban familias basadas tanto en las contribuciones de sus maridos como en las suyas propias. Los argumentos convincentes y ampliamente documentados de Gutman contra la "tesis del marriarcado son extremadamente valiosos. Pero este libro podria haber sido muchísimo más concluyente si hubiera explorado, en concreto, el papel multidimensional de las mujeres negras dentro de la familia y del conjunto de la comunidad esclava.

El día en que alguien exponga la realidad de las experiencias de las mujeres negras bajo la esclavitud mediante un análisis histórico riguroso, ella (o él) habrá prestado una ayuda inestimable. La necesidad de emprender un estudio de estas características no sólo se justifica en aras de la precisión histórica, sino que las lecciones que se pueden extraer del periodo de la esclavitud arrojarán luz sobre la batalla actual de las mujeres negras, y de todas las mujeres, por alcanzar la emancipación. Como persona lega en el estudio histórico, únicamente puedo proponer algunas hipótesis que, tal vez, sirvan para guiar una reexaminación de la historia de las mujeres negras durante la esclavitud.

Proporcionalmente, las mujeres negras siempre han trabajado fuera de sus hogares más que sus hermanas blancas. El inmenso espacio que actualmente ocupa el trabajo en sus vidas responde a un modelo establecido en los albores de la esclavitud. El trabajo forzoso de las esclavas ensombrecía cualquier otro aspecto de su existencia. Por lo tanto, cabria sostener que el punto de partida para cualquier exploración sobre las vidas de las mujeres negras bajo la esclavitud seria una valoración de su papel como trabajadoras.

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El sistema esclavista definía a las personas negras como bienes muebles. En tanto que las mujeres, no menos que los hombres, eran consideradas unidades de fuerza de trabajo económicamente rentables, para los propietarios de esclavos ellas. también podrian haber estado desprovistas de género. En palabras de cierto académico, "la mujer esclava era, ante todo, una trabajadora a jornada completa para su propietario y, sólo incidentalmente, esposa, madre y ama de casa. A la luz de la floreciente ideología decimonónica de la feminidad que enfatizaba el papel de las mujeres como madres y educadoras de sus hijos y como compañeras y amas de casa gentiles para sus maridos, las mujeres negras eran, prácticamente, anomalías.

Aunque ellas disfrutaban de algunos de los dudosos beneficios de la ideología de la feminidad, se asume en ocasiones que la esclava típica era una criada doméstica que desempeñaba el trabajo de cocinera, de doncella o de mammy para los niños en la «casa grande». El Tío Tommy Samba siempre han encontrado fieles compañeras en Tía Jemi- ma y en la Mammy Negra, que encaman los estereotipos que aspiran a capturar la esencia del papel de la mujer negra durante el periodo de la esclavitud. Al igual que en tantas otras ocasiones, la realidad es diametralmente opuesta al mito. Como la mayoría de los esclavos, la mayor parte de las esclavas trabajaba en el campo. A pesar de que es posible que en los Estados fronterizos una proporción significativa de los esclavos trabajase desempeñando tareas domésticas, en el Sur Profundo el auténtico hogar del reino de la esclavitud- los esclavos eran predominantemente trabajadores agrícolas. A mediados del siglo XIX, siete de cada ocho esclavos, tanto hombres como mujeres, trabajaban en el campoll.

Del mismo modo que los muchachos eran enviados a los campos al hacerse mayo- res, las chicas eran destinadas a trabajar la tierra, a recoger el algodón, a cortar caña y a recolectar tabaco. Jenny Proctor, una anciana entrevistada durante la década de los treinta, describía del siguiente modo su iniciación infantil al trabajo agrícola en una plantación de algodón en Alabama: Teníamos unas cabañas viejas y cochambrosas hechas de estacas. Algunas de las hendi- duras de las grietas se habían rellenado con barro y musgo y otras no. Ni siquiera teníamos buenas camas, sólo catres clavados al muro exterior de estacas y con las mantas corroídas tiradas encima. Claro que era incómodo para dormir, pero hasta eso sentaba bien a nuestros molidos huesos después de los largos y duros días de trabajo en el campo. Cuando e.ra una cría, yo me ocupaba de los niños e intentaba limpiar la casa exactamente como la vieja seño- ra me decía. Luego, en cuanto cumplí los diez años, el viejo amo dijo: .Esta negra estúpida de aquí a aquella parcela de algodón".

La experiencia de Jenny Proctor era típica. El destino de la mayoría de las jóvenes y de las mujeres, al igual que el de la mayoría de los jóvenes y de lbs hombres, era el trabajo forzoso de sol a sol en los campos. Respecto al trabajo, la fuerza y la productividad bajo la amenaza del látigo tenían más peso que las consideraciones sexuales. En este sentido, la opresión de las mujeres era idéntica a la opresión de los hombres. Pero las mujeres también sufrían de modos distintos, puesto que eran víctimas del abuso sexual y de otras formas brutales de maltrato que sólo podían infligirséles a ellas. La actitud de los propietarios de esclavos hacia las esclavas estaba regida por un crite- rio de conveniencia: cuando interesaba explotarlas como si fueran hombres, eran contempladas, a todos los efectos, como si no tuvieran género; pero, cuando podían ser explotadas, castigadas y reprimidas de maneras únicamente aptas para las mujeres, eran reducidas a su papel exclusivamente femenino.

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Cuando la abolición de la trata internacional de esclavos comenzó a amenazar la expansión de la joven industria del cultivo de algodón, la clase propietaria de esclavos se vio obligada a depender de la reproducción natural como método más seguro para repo- ner e incrementar la población esclava doméstica. Así pues, la capacidad reproductiva de las mujeres experimentó una revalorización. Durante las décadas anteriores a la guerra civil, las mujeres negras fueron evaluadas cada vez más en función de su fertüidad - Q de su incapacidad para reproducirse- y, en efecto, en tanto que madre potencial de 10, 12, 14 o, incluso, más niños, ella se convirtió en un codiciado tesoro. Pero esto no significa que las negras, como madres, poseyeran un status más respetado del que poseían como traba- jadoras. La exaltación ideológica de la maternidad -a pesar de la gran popularidad de la que gozó durante el siglo XIX- no se extendió a las esclavas. De hecho, a los ojos de sus pro- pietarios, ellas no eran madres en absoluto, sino, simplemente, instrumentos para garanti- zar el crecimiento de la fuerza de trabajo esclava. Eran consideradas «paridoras», es decir, animales cuyo valor monetario podía ser calculado de manera precisa en función de su capacidad para multiplicar su número.

Puesto que las esclavas entraban dentro de la categoría de «paridoras» y no de la de «madres», sus criaturas podían ser vendidas y arrancadas de ellas con entera libertad, como se hacía con los temeros de las vacas. Un año después de que la importación de africanos fuera intertumpida, un tribunal de Carolina del Sur dictaminó que las muje- res esclavas no tenían ningún derecho legítimo sobre sus hijos. Por lo tanto, en virtud de esta disposición, los niños podían ser vendidos y apartados de sus madres a cualquier edad y sin contemplaciones porque «las crias de los esclavos [... ) tenían la misma consideración que el resto de animales».

En tanto que mujeres, las esclavas eran esencialmente vulnerables a toda forma de coerción sexual. Si los castigos más violentos impuestos a los hombres consistían en fla- gelaciones y mutilaciones, las mujeres, además de flageladas y mutiladas, eran violadas. De hecho, la violación era una expresión descamada del dominio económico del pro- pietario y de! control de las mujeres negras como trabajadoras por parte de! capataz.

Así pues, los especiales abusos infligidos sobre las mujeres facilitaban la explotación económica despiadada de su trabajo. Las demandas de esta explotación hacían que, excepto para fines represivos, los propietarios de esclavos dejaran de lado sus ortodoxas actitudes sexistas. Si las negras difícilmente eran «mujeres» en el sentido aceptado del término, el sistema esclavista también desautorizaba el ejercicio del dominio masculino por parte de 105 hombres negros. Debido a que tanto maridos y esposas como padres e hijas estaban, de la misma forma, sometidos a la autoridad absoluta de sus propietarios, el fortalecimiento de la dominación masculina entre los esclavos podria haber provo- cado una peligrosa ruptura en la cadena de mando. Además, ya que las mujeres negras, en tanto que trabajadoras, no podían ser tratadas como e! «sexo débil,. ni como «amas de casa», los hombres negros no podían aspirar a ocupar e! cargo de «cabeza de fami- lia» y, evidentemente, tampoco de «sostén de la familia,.. Después de todo, tanto hom- bres como mujeres y niños eran, igualmente, los «sostenes» de la clase esclavista.

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Las mujeres trabajaban junto con sus compañeros en los campos de algodón, de tabaco, de maíz y de caña de azúcar. En palabras de un ex esclavo:
La campana suena a las cuatro de la mañana y tienen media hora para prepararse. Los hombres y las mujeres empiezan a la vez y ellas deben desempeñar las mismas tareas y tra- bajar tan intensamente como ellos

La mayoria de los propietarios establecían sistemas para calcular el rendimiento de sus esclavos en función de las tasas de productividad media que estimaban exigibles. De este modo, los niños solían considerarse la cuarta parte de una unidad de mano de obra. y, por regla general, se asumía que las mujeres equivalían a una unidad de mano de obra completa, a menos que expresamente se les hubiera asignado ser "paridoras" o "nodrizas,., en cuyo caso, en ocasiones, se consideraba que equivalían a menos de una unidad.