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Audre Lorde: la hermana, la bruja de Dahomey

En 2019 se tradujo, por primera vez en español, un poemario completo de Audre Lorde: "El unicornio negro". Escuche este podcast donde habla la traductora y lea la historia de un ícono del feminismo, la lucha contra la homofobia y el racismo.

Audre lorde
Audre Geraldine Lorde fue una escritora afroamericana, feminista, lesbiana y activista por los derechos civiles.

Era 1939 en las calles de Nueva York, Audre Lorde tenía cinco años y el sonido del carraspeo de una garganta la amilanó de inmediato, sabía que lo que se aproximaba era un gran escupitajo en su abrigo o en su zapato. Su mamá presurosa lo limpió con alguno de los trozos de papel periódico que siempre ponía en su bolso. Le explicó que era gente sin modales que no sabía contenerse en la calle. Nunca le habló de racismo, jamás insinuó que le escupieran por ser negra. “Aquella solía ser casi siempre su forma de plantearse el mundo: cambiar la realidad. Si no puedes cambiar la realidad, cambia tu percepción de la misma”, afirmó Lorde años después en su autobiografía.

Sus padres llegaron a Estados Unidos en 1924 con el ánimo de trabajar algunos años y volver a Granada, una isla antillana de la que migraron. Después de la crisis de 1929 cualquier sueño de regreso quedó postergado, en ese mismo octubre nació la primera bebé de la familia. Linda, la madre de Audre Lorde, no perdía la esperanza del regreso, “durante años permanecieron vivas algunas chispitas secretas de aquel sueño, reflejadas en el afán de mi madre por seguir yendo por frutas tropicales debajo del puente”, relata Lorde. Durante los años que siguieron habló tanto a sus hijas de las formas de vida en la isla, de la comida y cómo se cocía, de los santos y los dioses, de los árboles, las flores y las frutas que para la pequeña Audrey la referencia “en casa”, señalaba un lugar lejano al que nunca había ido pero del que conocía hasta los detalles más ínfimos gracias a los relatos de su madre.

Diez años después de la llegada de sus padres a Estados Unidos nació Audrey Geraldine Lorde. La poeta tres veces nombrada. Primero bautizada Audrey por su mamá, luego, a los cinco años, mientras aprendía a escribir su nombre, decidió que le gustaba más la regularidad que tenía Audre Lorde, entonces suprimió la y para siempre. Años después, recordando a las guerreras amazonas que se arrancaban un pecho para poder disparar mejor sus arcos, con la cicatriz de su pecho derecho latiendo, en una ceremonia yoruba y a punto de fallecer, Lorde se nombró Gambda Adisa, que significa “guerrera que hace saber su significado”.

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Lorde aprendió a leer casi al mismo tiempo en el que empezó a hablar: era una niña declarada oficialmente ciega, recuerda de ello haber aprendido a leer a pesar de su miopía o gracias a ella. En cualquier caso, a leer le enseñó la bibliotecaría municipal de la calle 35 en Nueva York . “Aunque aquella mujer no hubiera hecho ninguna otra buena obra en su vida, para mí se ganó el cielo. Porque aquella obra me salvó”, recuerda Lorde, pues a partir de ello su familia había decidido que su lugar en el mundo era la escuela. De la mano de su mamá y con las lecturas que la bibliotecaria enviaba a casa, Audre aprendió a dibujar las letras y a identificarlas.

“Pero una no crece gorda, Negra, casi ciega y ambdiestra en una familia antillana, particularmente en casa de mis padres, y sobrevive, sin ser un poco rígida o sin volverse así bastante pronto.” La disciplina con la que creció jamás le permitió sentir autocompasión, todo el conjunto de sus particularidades la hacían lo suficientemente fuerte para apañarse en la vida, esa fue su filosofía años más tarde como feminista racializada, como poeta y lectora casi invidente, como lesbiana y como madre.

También, esa misma realidad la convirtió en una escucha atenta. Las horas que pasó oyendo las historias de su madre, las palabras antillanas que tenía para nombrar al cuerpo, a los dioses antiguos que se llevaban enfermedades, el sincretismo con el cristianismo y las oraciones a la

virgen María mezclada con Yemanyá. El poder de las flores, las plantas y el agua de mar, la hicieron una poeta. “Soy un reflejo de la poesía secreta de mi madre, así como de sus iras secretas.” Su obra poética está repleta de referencias a la genealogía de las orishás-vodu y las guerreras africanas: Mawlisa, Seboulisa, Yemanyá, Yaa Asantewaa, las amazonas de Dahomey.

A los dieciocho, poco después de haber salido de casa e intentar ganarse la vida en distintos trabajos, entre ir descubriendo poco a poco su propia sexualidad y continuar sus estudios, Audre Lorde tuvo un embarazo indeseado. Horrorizada, buscó ayuda con amigas cercanas y se practicó un aborto casero en algún sótano de Nueva York. “Me desafié a mí misma a no sentir el menor remordimiento. Aquella tarde, alrededor de las ocho, estaba tumbada hecha un ovillo encima de la cama, tratando de distraerme del desgarrador dolor que sentía en mi bajo vientre, planteándome si teñirme el pelo de negro azulado.”

Dos semanas después se mudó a Stamdford y planeó reiniciar su vida, había abandonado sus estudios en Hunter. En esos días dificiles y de inmensa soledad tuvo sus primeros amores con otras mujeres y el descubrimiento de los placeres de su cuerpo la llenaron de preguntas. También tuvo que enfrentarse a la muerte de su padre, y en medio del luto y el regreso a casa sintiéndose una desconocida, halló alivio frente a la relación con Linda, su mamá, logró quitarle el aura de grandilocuencia tan típica de la niñez, la humanizó y en ese sentido pudo amarla lejos del yugo. “Me di cuenta del dolor de mi madre, de su ceguera y de su fuerza, y por primera vez empecé a verla como un ser separado de mí, y empecé a sentirme liberada de ella”.

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Trabajó duro las siguientes semanas hasta lograr irse a México. Estaba obsesionada con la idea que “desde tiempos inmemoriales había sido la tierra accesible del color, la fantasía y el gozo, llena de sol, de música y de canciones”, como escribió en su autobiografía. Una vez en la capital mexicana se encontró con su soledad, su extranjería y una lengua que a penas balbuseaba. Poco tiempo después se mudó a Cuernavaca. “Fue en México donde dejé de sentirme invisible. En las calles, en los autobuses, en los mercados, en la plaza, en los ojos de Eudora.” El tiempo que pasó allí lo ocupó tomando algunas clases en la UNAM, con amigas, con Eudora (su amante), y viajando. “En México aprendí que nada se puede inventar si no existe o no puede llegar a existir. No sé cuándo empezó a existir para mí por primera vez; sí recuerdo historias que me contaba mi madre sobre Granda, la isla caribeña donde nació. Pero una mañana, en México, me di cuenta que no tendría que pasar el resto de mi vida inventando la belleza […] Sé que regresé de México muy cambiada, y ese cambio se debió en buena parte a lo que aprendí de Eudora. Pero, por encima de eso, fue como si hubiera dado rienda suelta a mi obra, a mí misma.” Le dijo a Adrienne Rich en una entrevista.

En 1962 se casó con el abogado Edward Rollins, el matrimonio duró ocho años, juntos tuvieron dos hijos, Elizabeth y Jonathan. Todo terminó cuando Lorde conoció a quien la acompañaría el resto de sus días, Frances Louis Clayton; una activista y escritora estadounidense con quien se conoció en Tougaloo College, durante una estancia que ambas habían ganado. La atracción fue inmediata, Frances trabajaba por la justicia racial y la integración, Lorde la admiraba. Estuvieron juntas 19 años, incluso durante la enfermedad de Audre, “quizás puedo decir esto más simplemente: digo que el amor de las mujeres me sanó. No fueron solo las mujeres que tenía cerca, aunque ellas fueron el núcleo. Estaba Frances”, escribió en “Los diarios del cáncer”. Fueron estos años junto a Frances en los que se dio a conocer como poeta. Impulsada por ella publicó sus primeros libros de poemas, al final de su vida tendría once poemarios publicados.

Hacia los años setenta, todas las preguntas que se había hecho alrededor de sus tradiciones, su identidad, lo que significa ser Negra hija de migrantes en un país racializado, lo que significa enunciarse lesbiana en un mundo homofóbico, y poeta desde lo político, la radicalizaron en una lucha que mantendría hasta el final de sus días. Solía iniciar todos los discursos que proclamaba con estas palabras: “He venido hoy como negra, lesbiana, madre, guerrera, poeta”, sus ensayos son parte fundamental del feminismo antiracista junto a voces como las de Ángela Davis o Bell Hooks.

Durante mucho tiempo no pudo entender por qué le costaba tanto escribir en prosa, por qué todos sus textos derivaban en lo poético. En “Poetry is Not a Luxury”, publicado en 1977, se lo explicó a sí misma: “Los padres blancos nos dicen: pienso, luego existo. Pero la madre negra que llevamos dentro —la poeta— nos susurra en nuestros sueños: siento, luego puedo ser libre. La poesía es esa destilación de la experiencia, con la que damos nombre a lo que aún no lo tiene, para poderlo pensar”.

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Después de luchar más de una decada contra el cáncer, Audre Lorde murió a los cincuenta y ocho años, el 17 de noviembre de 1992. De este proceso quedaron sus memorias, “Los diarios del cáncer”; escrito seis meses después de realizarse una mastectomia y de negarse a sustituir el seno por ninguna prótesis: “La prótesis ofrece el consuelo vacío de ‘Nadie va a notar la diferencia’. Pero es precisamente esa diferencia la que yo quiero afirmar, porque la he vivido, y sobrevivido, y quiero compartir esa fortaleza con otras mujeres. Si vamos a traducir el silencio que rodea el cáncer de mama al lenguaje y la acción contra este mal, entonces el primer paso es que las mujeres con mastectomías se hagan visibles unas a otras. Porque el silencio y la invisibilidad van de la mano de la impotencia”.

Su obra en prosa ha sido traducida ampliamente al español, no así sus poemarios. Por primera vez “El Unicornio Negro” está disponible en nuestra lengua. En palabras de la traductora, Jimena Jiménez Real, es quizá este el más potente de todos sus libros poéticos. “Concebidos tras una larga sequía creativa y con el fantasma del cáncer de mamá acechando en el horizonte [..] los poemas que integran este libro ayudaron a la autora a recuperar su fortaleza en un momento de transición vital, e incluyen algunas de sus creaciones poéticas más reconocidas como Poder, Letanía para la supervivencia, La hermana la extranjera y Harriet”.

El unicornio negro es una poeta que se sintió extranjera en su país, lejana del feminismo blanco liberal, auténtica en su amor lésbico, guerrera africana descendiente de Seboulisa, digna fuerte y orgullosa, todavía nos cuestiona: “Porque soy una poeta negra que hace su trabajo, vengo aquí a preguntarte: ¿Estás tú haciendo el tuyo?”.