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Ven y me lastimas: fútbol dicotómico

Una reflexión sobre el fútbol a partir del conversatorio de los escritores Juan Villoro, Martin Caparrós y el periodista Santiago Rivas denominada "Fuera de lugar: El negocio versus la pasión en el fútbol", en el marco de la Feria del Libro de Bogotá 2023.

Fútbol
Foto tomada el 5 de mayo de 1935 del partido Stade Rennais / OM (Olympique de Marseille) durante la final del campeonato de Francia en el Stade de Colombes.
STAFF/AFP

El fútbol es un fenómeno social curioso, lleno de contradicciones, debates y declaraciones de intenciones que no parecen poder coexistir entre sí. El fútbol tiene ese manojo de emociones casi esquizofrénicas que hacen que sacarle una radiografía sea tan difícil como delicioso.

Entre estas contradicciones se encuentra este amor loable que nos conecta con un territorio, una memoria, una historia y un sentimiento y que permite un tipo de movilización que no se ve en otros deportes ni en otros aspectos de la vida. En muy pocos momentos de la vida nos permitimos sentir con el corazón apretado en la mano, con el pecho abierto, y es en el estadio donde se experimenta este tipo de vulnerabilidad, cuando no queda más que aullar: "Dale, toma, haz conmigo lo que quieras: lastímame, hazme feliz, pero sigue conmigo aquí, siempre juntitos los dos".

Mientras escuchaba a Martin Caparros hablar con la tristeza que nunca sospecharías de un campeón del mundo sobre el fenómeno en las calles que generó los festejos de Argentina por su tercera copa del mundo, me llegó como una revelación la pregunta que Caparros se hacía a sí mismo, a Villoro y al universo entero: ¿por qué? ¿Por qué solo el fútbol consigue esta clase de sacudida en el mundo? Y tal vez esa sea la clave.

Me llegó como una revelación la pregunta que Caparros se hacía a sí mismo, a Villoro y al universo entero: ¿por qué? ¿Por qué solo el fútbol consigue esta clase de sacudida en el mundo?

La total y absoluta despersonalización del fútbol, donde dejamos de ser individuos que se sienten cada vez más incapaces e incompletos para la modernidad y nos convertimos en muchos. Los estadios para los hinchas y solo para ellos se convierten en un ritual de condensación semanal, nos fusionamos en un solo sentimiento que permite que por esos sagrados minutos no nos importe si el dólar está caro o si el colapso de valor agregado nos sumirá en una crisis cada vez peor.

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Comparto la tristeza y el deseo de Caparros, de que este ritual tuviera lugar cuando pudiera impactar en el mundo real, pero creo que es propio y único en el fútbol, imposible de replicar, porque nadie se trasnocha por el sudor ajeno de un presidente o un congresista. Nadie les pide huevos a los contratistas de las obras, porque no podemos ver el impacto real que tiene en nuestras vidas de forma tan gráfica como en un partido de fútbol, porque solo aquí somos tan vulnerables para permitir que se nos enamore o decepcione a partes iguales. Cabe aclarar que solo ocurre entre los hinchas, porque por otro lado está todo lo que hace posible el fútbol, su estructura, que no tiene nada que ver con la pasión. Santiago Rivas lo llamó "el fútbol traicionándose a sí mismo".

En los palcos, las oficinas y las reuniones es donde la pelota se mira con desprecio y esta comunión de los hinchas es indeseada. El fútbol moderno no busca representar o identificación con valores, sino con marcas y jugadores que puedan comercializar y aunque todo el aparato depende de los hinchas o de los clientes, ellos son los menos importantes. Por eso, en nombre del capitalismo, sacrificamos el Mundial en lugares donde no se conoce de pasión o locura.

Esta dicotomía entre el ritual y el mercado ha conseguido un fútbol que a veces conmueve hasta las lágrimas y otras repugna a sus propios fieles. El fútbol es la invención más humana de todas, tan divina como maldita, tan importante y tan prescindible como nosotros.