Se saben cosas de Manuel Mejía Vallejo. Por ejemplo que comenzó a escribir desde niño y que fue su mamá la que a hurtadillas le entregó a León de Greiff La tierra éramos nosotros. Un libro escrito por su hijo y que ella, con ojos subjetivos, pero no ingenuos descubrió belleza y un universo propio que merecía más lectores. De Greiff pensó lo mismo y compartió la lectura con Los Panidas, un grupo literario al que pertenecía y que a principios del siglo XX discutían sobre literatura, filosofía y arte. Esta lectura favorable del grupo de intelectuales logró que La tierra éramos nosotros fuese publicado en el año 1945, cuando Vallejo tenía 22 años.
La escritura de Vallejo se configuró en un momento violento y subversivo del país. Y eso detonó en sus narraciones la creación del universo simbólico de la provincia: códigos de montañas y montes que encerraban a los personajes en medio de ciudades nacientes. Sin embargo, podríamos decir que una de las características más reconocibles de Vallejo fue su profunda lealtad en la forma de narrar la cultura oral de Antioquia. Sus libros cantan en paisa: una lengua con el ritmo de una bestia lenta.
Se ha considerado que su obra está dividida en tres momentos. La primera, desde 1945 a 1957 "es caracterizada por ficciones tradicionales", en este momento estarían en consideración La tierra éramos nosotros y Tiempo de sequía. En la segunda etapa, Vallejo sufre una innovación de su técnica en Al pie de la ciudad y El día señalado entre los años 1959 y 1964. En la última parte de su obra ya Vallejo se reconoce como un autor que ha crecido, al que el tiempo le ha hecho mella no solo a él como individuo, sino a su obra. El fenómeno de lo moderno que se disipa por toda la región latinoamericana alcanza a afectarlo. Se puede decir que La casa de las dos palmas (1988) es la culminación de su trayecto entre la juventud narrativa y su madurez.
Según Juan Gustavo Cobo Borda "Dentro del amplio ciclo de la novela d e la violencia colombiana -unas setenta y cuatro publicadas entre 1951 y 1972-, la obra d e Mejía Vallejo es una de las que mejor depuran ese "inventario de muertos" y que trasciende lo testimonial hacia una reconstrucción literaria sobria". Algo importante por mencionar es que Vallejo se mantuvo siempre en la frontera de los reflectores. Es decir, su trabajo durante toda su vida fue originado desde y por Medellín. Siendo profesor durante muchos años de Literatura en la Universidad Nacional con sede en la capital del Antioquia, hasta dirigir la Red de Bibliotecas Públicas de la ciudad, Mejía Vallejo nunca fue un escritor de la centralidad. Incluso, mucha de la crítica menciona que su literatura, como mucha de sus contemporáneos, se vio eclipsada por el Nobel de Gabriel García Márquez.
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Sobre eso, Cobo Borda menciona: "Quizá por ello Manuel Mejía Vallejo, como Héctor Rojas Herazo, autor de una novela precursora de Cien años de soledad: Respirando el verano ( 1962), se llamaron a silencio durante largo tiempo. García Márquez , con el corpus total de su ficción, había resumido el problema en forma fulgurante . De este modo, Mejía Vallejo prefirió desviar su atención del campo y concentrarla en la ciudad: los dos millones y medio de habitantes que mu y pronto alcanzaría Medellín. Ese Medellín que , al ensancharse , había ido dejando al margen, como reductos perdidos, los viejos barrios de la prostitución y la bohemia. De la llegada, en Dota, de los emigrantes del campo".
Después de 100 años del nacimiento de Manuel Mejía Vallejo, su literatura se abre como una flor sepultada el hielo. Da pistas claras sobre una época de transformación física y emocional de los habitantes de las que serían las grandes ciudades. Vallejo se concentró en el emigrante local que atravesado por el deseo se somete al desarraigo, la violencia y el desalojo de su raíz.