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¿Ha muerto el boom latinoamericano con Mario Vargas Llosa?

El fallecimiento de Mario Vargas Llosa, Premio Nobel de Literatura y último gran representante del boom latinoamericano, marca el cierre de una era histórica. El autor peruano murió este 13 de abril en Lima, rodeado de su familia.

Boom latinoamericano
De izquierda a derecha: Mario Vargas Llosa, Gabriel García Márquez, María Luisa Bombal y Carlos fuentes, los mayores representantes del Boom latinoamericano.
HJCK

La muerte de Mario Vargas Llosa el 13 de abril de 2025 en Lima, rodeado de su familia, marca un momento histórico en la literatura universal. Álvaro Vargas Llosa, su hijo, fue quien anunció públicamente el fallecimiento del último sobreviviente emblemático de aquella generación dorada que transformó las letras de América Latina en la segunda mitad del siglo XX. Hoy, tras su partida, cabe preguntarse: ¿ha muerto también el boom latinoamericano?

El boom latinoamericano fue, ante todo, un fenómeno literario y editorial que trascendió las fronteras del continente para imponer una nueva voz en la literatura mundial. Bajo su estandarte se agruparon Gabriel García Márquez , Julio Cortázar , Carlos Fuentes, María Luisa Bombal María Luisa Bombal y Mario Vargas Llosa, entre otros, quienes irrumpieron en el escenario global entre los años 60 y 70 con una prosa innovadora, ambiciosa en sus formas, universal en sus temas y, a la vez, profundamente enraizada en la historia política y social de América Latina. Cada uno, desde su singularidad, renovó la manera de narrar, revitalizando el idioma español y exponiendo las tensiones entre modernidad y tradición, colonialismo y emancipación, democracia y dictadura.

Vargas Llosa fue, probablemente, el más cosmopolita del grupo, el más atento a las formas narrativas heredadas de Europa y Norteamérica, y también el más beligerante en sus posiciones políticas. Su obra, desde La ciudad y los perros (1963) hasta La guerra del fin del mundo (1981) y más allá, mostró un dominio técnico de la novela que pocos pudieron igualar. Si García Márquez sublimó la oralidad y el mito, Vargas Llosa perfeccionó la arquitectura narrativa. Su muerte representa, por tanto, no sólo el final biológico de una generación, sino también la extinción de un cierto modo de entender la literatura como empresa épica, totalizadora y comprometida.

Pero afirmar que con Vargas Llosa muere el boom sería una conclusión apresurada. El boom, como fenómeno literario histórico, hacía tiempo había concluido. Sus protagonistas habían envejecido, sus proyectos estéticos se habían diversificado y, en muchos casos, disuelto en nuevas formas de narrar. Desde los años 90, la literatura latinoamericana ha experimentado una transformación profunda: nuevas generaciones de escritores y escritoras han explorado otros temas —más urbanos, más íntimos, menos grandilocuentes— y otros modos de circulación —más digitales, más fragmentarios—.

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Lo que sí muere con Vargas Llosa es una idea heroica del escritor latinoamericano : esa figura pública que no sólo escribía novelas monumentales sino que también intervenía en los grandes debates políticos y sociales de su tiempo. El Vargas Llosa que denunció las dictaduras latinoamericanas, que apoyó inicialmente la Revolución Cubana para luego convertirse en uno de sus críticos más acérrimos, que defendió el liberalismo político y que fue incluso candidato a la presidencia del Perú en 1990, representa una concepción del intelectual que hoy parece anacrónica. En la era de la fragmentación digital, de la posverdad y del descreimiento de las grandes narrativas, ese rol ha sido sustituido o, al menos, relativizado.

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Sin embargo, la herencia del boom sigue viva de maneras más sutiles y profundas. Las grandes novelas de García Márquez, de Cortázar, de Fuentes y de Vargas Llosa siguen formando parte del canon mundial. Sus técnicas narrativas —el tiempo desestructurado, las múltiples voces, la hibridez entre historia y ficción— son hoy parte del equipaje de cualquier escritor o escritora que se forme en América Latina. Más aún, su ejemplo de que era posible escribir desde la periferia para el centro, y hacerlo con ambición universal, continúa inspirando.

Quizás la muerte de Vargas Llosa no sea tanto el fin del boom como el recordatorio de que la literatura latinoamericana es, en realidad, un río en perpetuo movimiento. Si el boom fue un estallido que iluminó el mapa global de la literatura, sus aguas subterráneas han seguido fluyendo, nutriendo las voces nuevas, distintas, que hoy escriben desde otras preocupaciones y desde otros territorios simbólicos.

En última instancia, Vargas Llosa muere, pero la literatura latinoamericana no. El boom ha dejado de ser un movimiento activo, pero su legado persiste en cada intento, exitoso o fallido, de narrar la complejidad de América Latina. El desafío actual no es reproducir el boom, sino entenderlo como un origen múltiple, como una raíz viva que todavía tiene mucho que ofrecer. Así, la muerte de Vargas Llosa marca un final, sí, pero también la posibilidad de una renovación.

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