Julio Cortázar se rehusó a dar clases en Estados Unidos por largo tiempo, decía que no sabía enseñar hasta que su amigo Pepe Durand lo convenció de dar unas horas de clase en la Universidad de California, Berkeley. Allí comienza entonces las conversaciones con los alumnos sobre música y cine, los libros y el entender la literatura desde su ojo. Cortázar decidió romper con la estructura educativa y con las reglas estipuladas en las universidades de la época, la relación maestro/estudiante se convirtió en una amena charla acerca de distintos temas, los estudiantes hablaban con una naturalidad emergente y él ya les tenía la confianza suficiente para charlas de cine o música en medio de las clases. Carles Álvarez, quien hace el prólogo de Clases de literatura, decía que fueron 13 horas en las que Cortázar hablaba con tanta naturalidad y precisión que parecía estar leyendo sus cuentos, su voz profunda transitó al papel y fue publicada en el 2013. En la transcripción solo se alteraron algunas muletillas y frases, sin embargo, está intacta, es Cortázar hablando a un auditorio de jóvenes que querían ser escritores y que decidieron tomarlo a él como referencia. Comienza aquí la travesía por el mar de palabras que algún día él decidió compartir y que hasta nuestros días podrían ser texto sagrado para la literatura. Primera clase: los caminos de un escritorQuisiera que quede bien claro que, aunque propongo primero los cuentos y en segundo lugar las novelas, esto no significa para mí una discriminación o un juicio de valor: soy autor y lector de cuentos y novelas con la misma dedicación y el mismo entusiasmo. Ustedes saben que son cosas muy diferentes, que trataremos de precisar mejor en algunos aspectos, pero el hecho de que haya propuesto que nos ocupemos primero de los cuentos es porque como tema —lo vamos a ver hoy mismo— son de un acceso más fácil; se dejan atrapar mejor, rodear mejor que una novela por razones obvias sobre las cuales no vale la pena que insista.Tienen que saber que estos cursos los estoy improvisando muy poco antes de que ustedes vengan aquí: no soy sistemático, no soy ni un crítico ni un teórico, de modo que a medida que se me van planteando los problemas de trabajo, busco soluciones. Para empezar a hablar del cuento como género y de mis cuentos como una continuación, estuve pensando en estos días que para que entremos con más provecho en el cuento latinoamericano sería tal vez útil una breve reseña de lo que en alguna charla ya muy vieja llamé una vez «Los caminos de un escritor»; es decir, la forma en que me fui moviendo dentro de la actividad literaria a lo largo de… desgraciadamente treinta años. El escritor no conoce esos caminos mientras los está franqueando —puesto que vive en un presente como todos nosotros— pero pasado el tiempo llega un día en que de golpe, frente a muchos libros que ha publicado y muchas críticas que ha recibido, tiene la suficiente perspectiva y el suficiente espacio crítico para verse a sí mismo con alguna lucidez. Hace algunos años me planteé el problema de cuál había sido finalmente mi camino dentro de la literatura (decir «literatura» y «vida» para mí es siempre lo mismo, pero en este caso nos estamos concentrando en la literatura). Puede ser útil que reseñe hoy brevemente ese camino o caminos de un escritor porque luego se verá que señalan algunas constantes, algunas tendencias que están marcando de una manera significativa y definitoria la literatura latinoamericana importante de nuestro tiempo. Les pido que no se asusten por las tres palabras que voy a emplear a continuación porque en el fondo, una vez que se da a entender por qué se las está utilizando, son muy simples. Creo que a lo largo de mi camino de escritor he pasado por tres etapas bastante bien definidas: una primera etapa que llamaría estética (ésa es la primera palabra), una segunda etapa que llamaría metafísica y una tercera etapa, que llega hasta el día de hoy, que podría llamar histórica. En lo que voy a decir a continuación sobre esos tres momentos de mi trabajo de escritor va a surgir por qué utilizo estas palabras, que son para entendernos y que no hay que tomar con la gravedad que utiliza un filósofo cuando habla por ejemplo de metafísica.Pertenezco a una generación de argentinos surgida casi en su totalidad de la clase media en Buenos Aires, la capital del país; una clase social que por estudios, orígenes y preferencias personales se entregó muy joven a una actividad literaria concentrada sobre todo en la literatura misma. Me acuerdo bien de las conversaciones con mis camaradas de estudios y con los que siguieron siendo amigos una vez que los terminé y todos comenzamos a escribir y algunos poco a poco también a publicar. Me acuerdo de mí mismo y de mis amigos, jóvenes argentinos (porteños, como les decimos a los de Buenos Aires) profundamente estetizantes, concentrados en la literatura por sus valores de tipo estético, poético, y por sus resonancias espirituales de todo tipo. No usábamos esas palabras y no sabíamos lo que eran, pero ahora me doy perfecta cuenta de que viví mis primeros años de lector y de escritor en una fase que tengo derecho a calificar de «estética», donde lo literario era fundamentalmente leer los mejores libros a los cuales tuviéramos acceso y escribir con los ojos fijos en algunos casos en modelos ilustres y en otros en un ideal de perfección estilística profundamente refinada. Era una época en la que los jóvenes de mi edad no nos dábamos cuenta hasta qué punto estábamos al margen y ausentes de una historia particularmente dramática que se estaba cumpliendo en torno de nosotros, porque esa historia también la captábamos desde un punto de vista de lejanía, con distanciamiento espiritual.Viví en Buenos Aires, desde lejos por supuesto, el transcurso de la guerra civil en que el pueblo de España luchó y se defendió contra el avance del franquismo, que finalmente habría de aplastarlo. Viví la Segunda Guerra Mundial, entre el año 39 y el año 45, también en Buenos Aires. ¿Cómo vivimos mis amigos y yo esas guerras? En el primer caso éramos profundos partidarios de la República española, profundamente antifranquistas; en el segundo, estábamos plenamente con los aliados y absolutamente en contra del nazismo. Pero en qué se traducían esas tomas de posición: en la lectura de los periódicos, en estar muy bien informados sobre lo que sucedía en los frentes de batalla; se convenían en charlas de café en las que defendíamos nuestros puntos de vista contra eventuales antagonistas, eventuales adversarios. A ese pequeño grupo del que formaba parte pero que a su vez era parte de muchos otros grupos, nunca se nos ocurrió que la guerra de España nos concernía directamente como argentinos y como individuos; nunca se nos ocurrió que la Segunda Guerra Mundial nos concernía también aunque la Argentina fuera un país neutral. Nunca nos dimos cuenta de que la misión de un escritor que además es un hombre tenía que ir mucho más allá que el mero comentario o la mera simpatía por uno de los grupos combatientes. Esto, que supone una autocrítica muy cruel que soy capaz de hacerme a mí y a todos los de mi clase, determinó en gran medida la primera producción literaria de esa época: vivíamos en un mundo en el que la aparición de una novela o un libro de cuentos significativo de un autor europeo o argentino tenía una importancia capital para nosotros, un mundo en el que había que dar todo lo que se tuviera, todos los recursos y todos los conocimientos para tratar de alcanzar un nivel literario lo más alto posible. Era un planteo estético, una solución estética; la actividad literaria valía para nosotros por la literatura misma, por sus productos y de ninguna manera como uno de los muchos elementos que constituyen el contorno, como hubiera dicho Ortega y Gasset «la circunstancia», en que se mueve un ser humano, sea o no escritor.De todas maneras, aun en ese momento en que mi participación y mi sentimiento histórico prácticamente no existían, algo me dijo muy tempranamente que la literatura —incluso la de tipo fantástico más imaginativa— no estaba únicamente en las lecturas, en las bibliotecas y en las charlas de café. Desde muy joven sentí en Buenos Aires el contacto con las cosas, con las calles, con todo lo que hace de una ciudad una especie de escenario continuo, variante y maravilloso para un escritor. Si por un lado las obras que en ese momento publicaba alguien como Jorge Luis Borges significaban para mí y para mis amigos una especie de cielo de la literatura, de máxima posibilidad en ese momento dentro de nuestra lengua, al mismo tiempo me había despertado ya muy temprano a otros escritores de los cuales citaré solamente uno, un novelista que se llamó Roberto Arlt y que desde luego es mucho menos conocido que Jorge Luis Borges porque murió muy joven y escribió una obra de difícil traducción y muy cerrada en el contorno de Buenos Aires. Al mismo tiempo que mi mundo estetizante me llevaba a la admiración por escritores como Borges, sabía abrir los ojos al lenguaje popular, al lunfardo de la calle que circula en los cuentos y las novelas de Roberto Arlt. Es por eso que, cuando hablo de etapas en mi camino, no hay que entenderlas nunca de una manera excesivamente compartimentada: me estaba moviendo en esa época en un mundo estético y estetizante pero creo que ya tenía en las manos o en la imaginación elementos que venían de otros lados y que todavía necesitarían tiempo para dar sus frutos. Eso lo sentí en mí mismo poco a poco, cuando empecé a vivir en Europa.Siempre he escrito sin saber demasiado por qué lo hago, movido un poco por el azar, por una serie de casualidades: las cosas me llegan como un pájaro que puede pasar por la ventana. En Europa continué escribiendo cuentos de tipo estetizante y muy imaginativos, prácticamente todos de tema fantástico. Sin darme cuenta, empecé a tratar temas que se separaron de ese primer momento de mi trabajo. En esos años escribí un cuento muy largo, quizá el más largo que he escrito, «El perseguidor» — del que hablaremos más en detalle llegado el momento—, que en sí mismo no tiene nada de fantástico pero en cambio tiene algo que se convertía en importante para mí: una presencia humana, un personaje de carne y hueso, un músico de jazz que sufre, sueña, lucha por expresarse y sucumbe aplastado por una fatalidad que lo persiguió toda su vida. (Los que lo han leído saben que estoy hablando de Charlie Parker, que en el cuento se llama Johnny Cárter.) Cuando terminé ese cuento y fui su primer lector, advertí que de alguna manera había salido de una órbita y estaba tratando de entrar en otra. Ahora el personaje se convertía en el centro de mi interés mientras que en los cuentos que había escrito en Buenos Aires los personajes estaban al servicio de lo fantástico como figuras para que lo fantástico pudiera irrumpir; aunque pudiera tener simpatía o cariño por determinados personajes de esos cuentos, era muy relativo: lo que verdaderamente me importaba era el mecanismo del cuento, sus elementos finalmente estéticos, su combinatoria literaria con todo lo que puede tener de hermoso, de maravilloso y de positivo. En la gran soledad en que vivía en París de golpe fue como estar empezando a descubrir a mi prójimo en la figura de Johnny Cárter, ese músico negro perseguido por la desgracia cuyos balbuceos, monólogos y tentativas inventaba a lo largo de ese cuento.Ese primer contacto con mi prójimo —creo que tengo derecho a utilizar el término—, ese primer puente tendido directamente de un hombre a otro, de un hombre a un conjunto de personajes, me llevó en esos años a interesarme cada vez más por los mecanismos psicológicos que se pueden dar en los cuentos y en las novelas, por explorar y avanzar en ese territorio —que es el más fascinante de la literatura al fin y al cabo— en que se combina la inteligencia con la sensibilidad de un ser humano y determina su conducta, todos sus juegos en la vida, todas sus relaciones y sus interrelaciones, sus dramas de vida, de amor, de muerte, su destino; su historia, en una palabra. Cada vez más deseoso de ahondar en ese campo de la psicología de los personajes que estaba imaginando, surgieron en mí una serie de preguntas que se tradujeron en dos novelas, porque los cuentos no son nunca o casi nunca problemáticos: para los problemas están las novelas, que los plantean y muchas veces intentan soluciones. La novela es ese gran combate que libra el escritor consigo mismo porque hay en ella todo un mundo, todo un universo en que se debaten juegos capitales del destino humano, y si uso el término destino humano es porque en ese momento me di cuenta de que yo no había nacido para escribir novelas psicológicas o cuentos psicológicos como los hay y por cierto tan buenos. El solo hecho de manejar elementos en la vida de algunos personajes no me satisfacía lo suficiente. Ya en «El perseguidor», con toda su torpeza y su ignorancia, Johnny Cárter se plantea problemas que podríamos llamar «últimos». El no entiende la vida y tampoco entiende la muerte, no entiende por qué es un músico, quisiera saber por qué toca como toca, por qué le suceden las cosas que le suceden. Por ese camino entré en eso que con un poco de pedantería he calificado de etapa metafísica, es decir una autoindagación lenta, difícil y muy primaria —porque yo no soy un filósofo ni estoy dotado para la filosofía— sobre el hombre, no como simple ser viviente y actuante sino como ser humano, como ser en el sentido filosófico, como destino, como camino dentro de un itinerario misterioso.Esta etapa que llamo metafísica a falta de mejor nombre se fue cumpliendo sobre todo a lo largo de dos novelas. La primera, que se llama Los premios, es una especie de divertimento; la segunda quiso ser algo más que un divertimento y se llama Rayuela. En la primera intenté presentar, controlar, dirigir un grupo importante y variado de personajes. Tenía una preocupación técnica, porque un escritor de cuentos —como lectores de cuentos, ustedes lo saben bien— maneja un grupo de personajes lo más reducido posible por razones técnicas: no se puede escribir un cuento de ocho páginas en donde entren siete personas ya que llegamos al final de las ocho páginas sin saber nada de ninguna de las siete, y obligadamente hay una concentración de personajes como hay también una concentración de muchas otras cosas (eso lo veremos después). La novela en cambio es realmente el juego abierto, y en Los premios me pregunté si dentro de un libro de las dimensiones habituales de una novela sería capaz de presentar y tener un poco las riendas mentales y sentimentales de un número de personajes que al final, cuando los conté, resultaron ser dieciocho. ¡Ya es algo! Fue, si ustedes quieren, un ejercicio de estilo, una manera de demostrarme a mí mismo si podía o no pasar a la novela como género. Bueno, me aprobé; con una nota no muy alta pero me aprobé en ese examen. Pensé que la novela tenía los suficientes elementos como para darle atracción y sentido, y allí, en muy pequeña escala todavía, ejercité esa nueva sed que se había posesionado de mí, esa sed de no quedarme solamente en la psicología exterior de la gente y de los personajes de los libros sino ir a una indagación mis profunda, del hombre como ser humano, como ente, como destino. En Los premios eso se esboza apenas en algunas reflexiones de uno o dos personajes.A lo largo de unos cuantos años escribí Rayuela y en esa novela puse directamente todo lo que en ese momento podía poner en ese campo de búsqueda e interrogación. El personaje central es un hombre como cualquiera de todos nosotros, realmente un hombre muy común, no mediocre pero sin nada que lo destaque especialmente; sin embargo, ese hombre tiene como ya había tenido Johnny Cárter en «El perseguidor» una especie de angustia permanente que lo obliga a interrogarse sobre algo más que su vida cotidiana y sus problemas cotidianos. Horacio Oliveira, el personaje de Rayuela, es un hombre que está asistiendo a la historia que lo rodea, a los fenómenos cotidianos de luchas políticas, guerras, injusticias, opresiones y quisiera llegar a conocer lo que llama a veces «la clave central», el centro que ya no sólo es histórico sino filosófico, metafísico, y que ha llevado al ser humano por el camino de la historia que está atravesando, del cual nosotros somos el último y presente eslabón. Horacio Oliveira no tiene ninguna cultura filosófica —como su padre— y simplemente se hace las preguntas que nacen de lo más hondo de la angustia. Se pregunta muchas veces cómo es posible que el hombre como género, como especie, como conjunto de civilizaciones, haya llegado a los tiempos actuales siguiendo un camino que no le garantiza en absoluto el alcance definitivo de la paz, la justicia y la felicidad, por un camino lleno de azares, injusticias y catástrofes en que el hombre es el lobo del hombre, en que unos hombres atacan y destrozan a otros, en que justicia e injusticia se manejan muchas veces como cartas de póquer. Horacio Oliveira es el hombre preocupado por elementos ontológicos que tocan al ser profundo del hombre: ¿Por qué ese ser preparado teóricamente para crear sociedades positivas por su inteligencia, su capacidad, por todo lo que tiene de positivo, no lo consigue finalmente o lo consigue a medias, o avanza y luego retrocede? (Hay un momento en que la civilización progresa y luego cae bruscamente, y basta con hojear el Libro de la Historia para asistir a la decadencia y a la ruina de civilizaciones que fueron maravillosas en la Antigüedad.) Horacio Oliveira no se conforma con estar metido en un mundo que le ha sido dado prefabricado y condicionado; pone en tela de juicio cualquier cosa, no acepta las respuestas habitualmente dadas, las respuestas de la sociedad x o de la sociedad z, de la ideología a o de la ideología b.Esa etapa histórica suponía romper el individualismo y el egoísmo que hay siempre en las investigaciones del tipo que hace Oliveira, ya que él se preocupa de pensar cuál es su propio destino en tanto destino del hombre pero todo se concentra en su propia persona, en su felicidad y su infelicidad. Había un paso que franquear: el de ver al prójimo no sólo como el individuo o los individuos que uno conoce sino verlo como sociedades enteras, pueblos, civilizaciones, conjuntos humanos. Debo decir que llegué a esa etapa por caminos curiosos, extraños y a la vez un poco predestinados. Había seguido de cerca con mucho más interés que en mi juventud todo lo que sucedía en el campo de la política internacional en aquella época: estaba en Francia cuando la guerra de liberación de Argelia y viví muy de cerca ese drama que era al mismo tiempo y por causas opuestas un drama para los argelinos y para los franceses. Luego, entre el año 59 y el 61, me interesó toda esa extraña gesta de un grupo de gente metida en las colinas de la isla de Cuba que estaban luchando para echar abajo un régimen dictatorial. (No tenía aún nombres precisos: a esa gente se los llamaba «los barbudos’ y Batista era un nombre de dictador en un continente que ha tenido y tiene tantos.) Poco a poco, eso tomó para mí un sentido especial. Testimonios que recibí y textos que leí me llevaron a interesarme profundamente por ese proceso, y cuando la Revolución cubana triunfó a fines de 1959, sentí el deseo de ir. Pude ir —al principio no se podía— menos de dos años después. Fui a Cuba por primera vez en 1961 como miembro del jurado de la Casa de las Américas que se acababa de fundar. Fui a aportar la contribución del único tipo que podía dar, de tipo intelectual, y estuve allí dos meses viendo, viviendo, escuchando, aprobando y desaprobando según las circunstancias. Cuando volví a Francia traía conmigo una experiencia que me había sido totalmente ajena: durante casi dos meses no estuve metido con grupos de amigos o con cenáculos literarios; estuve mezclándome cotidianamente con un pueblo que en ese momento se debatía frente a las peores dificultades, al que le faltaba todo, que se veía preso en un bloqueo despiadado y sin embargo luchaba por llevar adelante esa autodefinición que se había dado a sí mismo por la vía de la revolución. Cuando volví a París eso hizo un lento pero seguro camino. Habían sido invitaciones de pasaporte para mí y nada más, señas de identidad y nada más. En ese momento, por una especie de brusca revelación —y la palabra no es exagerada—, sentí que no sólo era argentino: era latinoamericano, y ese fenómeno de tentativa de liberación y de conquista de una soberanía a la que acababa de asistir era el catalizador, lo que me había revelado y demostrado que no solamente yo era un latinoamericano que estaba viviendo eso de cerca sino que además me mostraba una obligación, un deber. Me di cuenta de que ser un escritor latinoamericano significaba fundamentalmente que había que ser un latinoamericano escritor: había que invertir los términos y la condición de latinoamericano, con todo lo que comportaba de responsabilidad y deber, había que ponerla también en el trabajo literario. Creo entonces que puedo utilizar el nombre de etapa histórica, o sea de ingreso en la historia, para describir este último jalón en mi camino de escritor.Si han podido leer algunos libros míos que abarquen esos períodos, verán muy claramente reflejado lo que he tratado de explicar de una manera un poco primaria y autobiográfica, verán cómo se pasa del culto de la literatura por la literatura misma al culto de la literatura como indagación del destino humano y luego a la literatura como una de las muchas formas de participar en los procesos históricos que a cada uno de nosotros nos concierne en su país. Si les he contado esto —e insisto en que he hecho un poco de autobiografía, cosa que siempre me avergüenza— es porque creo que ese camino que seguí es extrapolable en gran medida al conjunto de la actual literatura latinoamericana que podemos considerar significativa. En el curso de las últimas tres décadas la literatura de tipo cerradamente individual que naturalmente se mantiene y se mantendrá y que da productos indudablemente hermosos e indiscutibles, esa literatura por el arte y la literatura misma ha cedido terreno frente a una nueva generación de escritores mucho más implicados en los procesos de combate, de lucha, de discusión, de crisis de su propio pueblo y de los pueblos en conjunto. La literatura que constituía una actividad fundamentalmente elitista y que se autoconsideraba privilegiada (todavía lo hacen muchos en muchos casos) fue cediendo terreno a una literatura que en sus mejores exponentes nunca ha bajado la puntería ni ha tratado de volverse popular o populachera llenándose con todo el contenido que nace de los procesos del pueblo de donde pertenece el autor. Estoy hablando de la literatura más alta de la que podemos hablar en estos momentos, la de Asturias, Vargas Llosa, García Márquez, cuyos libros han salido plenamente de ese criterio de trabajo solitario por el placer mismo del trabajo para intentar una búsqueda en profundidad en el destino, en la realidad, en la suerte de cada uno de sus pueblos. Por eso me parece que lo que me sucedió en el terreno individual y privado es un proceso que en conjunto se ha ido dando de la misma manera yendo de lo más (cómo decirlo, no me gusta la palabra elitista, pero en fin…), de lo más privilegiado, lo más refinado como actividad literaria, a una literatura que guardando todas sus calidades y todas sus fuerzas se dirige actualmente a un público de lectores que va mucho más allá que los lectores de la primera generación que eran sus propios grupos de clase, sus propias élites, aquellos que conocían los códigos y las claves y podían entrar en el secreto de esa literatura casi siempre admirable pero también casi siempre exquisita. Lo que digo en estos minutos puede servir para cuando, hablando de cuentos y novelas míos o ajenos, hagamos referencias a sus contenidos y a sus propósitos; ahí vamos a poder ver con más claridad esto que he intentado decir. Me pregunto si ahora, dadas las condiciones de temperatura que se notan muy bien en la cara de Pepe Durand, quieren ustedes que hagamos un intervalo de cinco, diez minutos y seguimos después. Pienso que sí, ¿de acuerdo?Esta clase fue tomada del libro "Clases de literatura, Berkeley 1980", publicado en el año 2013 por Alfaguara en su colección de literatura hispánica. Escuche lo mejor de la música clásica por la señal en vivo de la HJCK.
En Madrid, la biblioteca personal del escritor argentino Julio Cortázar contiene las huellas de un lector voraz. Un tesoro en manos de la Fundación Juan March, que ha cobrado un nuevo impulso con la creación de un video-ensayo y una serie de podcast. Le puede interesar: "Homenaje a Julio Cortázar en HJCK".Donados por su esposa en 1993 a la Fundación Juan March, los casi 4.000 libros que el autor guardaba en su apartamento de París dicen mucho de su personalidad.Entre los estantes se encuentran los títulos que lo acompañaron desde joven en Buenos Aires, y otros que adquirió en París: libros de arte, historia y poesía, pero también ediciones de bolsillo con su firma y fecha de adquisición.Una de las particularidades de la biblioteca son las anotaciones del autor, reflejo del lector que fue. En las páginas, Cortázar subraya, tacha, protesta, dibuja y reflexiona. "Es un retrato que habla, un retrato que se comunica con los lectores y es lo que Julio siempre hubiera querido", manifestó su esposa y albacea Aurora Bernárdez en el acto de homenaje que la Fundación March organizó cuando donó el fondo. No deje pasar: "Libros de Cortázar en su propia voz".La biblioteca contiene libros en 26 lenguas. Más de 800 tienen su firma, que cambia a lo largo de los años, y otros 397 anotaciones en los márgenes. También están dedicados más de 500 ejemplares y en algunos hay recuerdos como un billete de metro o flores prensadas.En su biblioteca, Cortázar desvela las relaciones que mantenía con los artistas de la segunda mitad del siglo XX. "¡Craso error Pablo!", escribe en las memorias del poeta chileno Neruda, tras su muerte durante la dictadura militar. En los ejemplares, hay un verdadero diálogo con sus amigos. Le recomendamos "Las puertas abiertas de julio Cortázar, el poeta del boom"."Te confundes con la fiesta para tus 70 años", exclama cuando Neruda recrea el día en que recibió el Nobel. "¿Por qué tantas erratas, Lezama?", se lee en la novela "Paradiso" del cubano José Lezama Lima.En otros libros, los propios autores le escriben dedicatorias. Como el mexicano Octavio Paz, con quien Cortázar mantuvo una larga amistad. Desde los países donde estuvo destinado como embajador, el poeta le dedicó ejemplares llenos de complicidad."A Julio - No César: ¡Cortázar!", escribe Paz desde Nueva Delhi en 1965. También hay dedicatorias de Italo Calvino, Rafael Alberti, Juan Carlos Onetti o Gabriel García Márquez.Entre las dedicatorias más conmovedoras están las de la poeta Alejandra Pizarnik, antes de su suicidio en 1972. Sus notas muestran cómo su situación se va deteriorando. "En el hospital aprendo a convivir con los últimos desechos", se alcanza a leer en la obra "La pájara en el ojo ajeno".Lo literario y lo lúdico"Se puede seguir perfectamente la vida de Julio Cortázar aquí, desde las firmas que van cambiando hasta los temas de interés", señala Celia Martínez, responsable de la biblioteca.Entre las curiosidades, una separata del capítulo 126 de "Rayuela", que el autor suprimió de la edición original. El escritor tenía debilidad por las historias de terror, como los cuentos de Edgar Allan Poe, del que se volverá traductor. Quizás le interese: "Sobre los silencios y los abismos".En la biblioteca se aprecian así ejemplares de "Drácula", de Bram Stoker. Y en la tapa de una de las ediciones en la que aparece un vampiro, alguien dibujó bigotes, barba, gafas y un reloj.No es el único ejemplar con la portada modificada. En la "Antología de humor negro", de André Breton, Cortázar cambió a pluma el título en el lomo e intercambió las palabras Breton y 'noir', para que el título fuera "Antología de humor breton", de André Noir."Siempre he insistido mucho en los aspectos lúdicos de la literatura", solía decir Cortázar. A la biblioteca acuden investigadores, pero también admiradores de su obra, aunque hoy los fondos están digitalizados.Paz Fernández, la directora de la Fundación March, precisa: "Simplemente vienen a ver y tocar ese libro que un día estaba en manos de Cortázar".
Esta tierra sobre los ojos,este paño pegajoso, negro de estrellas impasibles,esta noche continua, esta distancia.Te quiero, país tirado más abajo del mar, pez panza arriba,pobre sombra de país, lleno de vientos,de monumentos y espamentos,de orgullo sin objeto, sujeto para asaltos,escupido curdela inofensivo puteando y sacudiendo banderitas,repartiendo escarapelas en la lluvia, salpicandode babas y estupor canchas de fútbol y ringsides.Pobres negros.Te estás quemando a fuego lento, y dónde el fuego,dónde el que come los asados y te tira los huesos.Malandras, cajetillas, señores y cafishos,diputados, tilingas de apellido compuesto,gordas tejiendo en los zaguanes, maestras normales, curas, escribanos,centroforwards, livianos, Fangio solo, tenientes primeros,coroneles, generales, marinos, sanidad, carnavales, obispos,bagualas, chamamés, malambos, mambos, tangos,secretarías, subsecretarías, jefes, contrajefes, truco,contraflor al resto. Y qué carajo,si la casita era su sueño, si lo mataron enpelea, si usted lo ve, lo prueba y se lo lleva.Liquidación forzosa, se remata hasta lo último.Te quiero, país tirado a la vereda, caja de fósforos vacía,te quiero, tacho de basura que se llevan sobre una cureñaenvuelto en la bandera que nos legó Belgrano,mientras las viejas lloran en el velorio, y anda el matecon su verde consuelo, lotería del pobre,y en cada piso hay alguien que nació haciendo discursospara algún otro que nació para escucharlos y pelarse las manos.Pobres negros que juntan las ganas de ser blancos,pobres blancos que viven un carnaval de negros,qué quiniela, hermanito, en Boedo, en la Boca,en Palermo y Barracas, en los puentes, afuera,en los ranchos que paran la mugre de la pampa,en las casas blanqueadas del silencio del norte,en las chapas de zinc donde el frío se frota,en la Plaza de Mayo donde ronda la muerte trajeada de Mentira.Te quiero, país desnudo que sueña con un smoking,vicecampeón del mundo en cualquier cosa, en lo que salga,tercera posición, energía nuclear, justicialismo, vacas,tango, coraje, puños, viveza y elegancia.Tan triste en lo más hondo del grito, tan golpeadoen lo mejor de la garufa, tan garifo a la hora de la autopsia.Pero te quiero, país de barro, y otros te quieren, y algosaldrá de este sentir. Hoy es distancia, fuga,no te metás, qué vachaché, dale que va, paciencia.La tierra entre los dedos, la basura en los ojos,ser argentino es estar triste,ser argentino es estar lejos.Y no decir: mañana,porque ya basta con ser flojo ahora.Tapándome la cara(el poncho te lo dejo, folklorista infeliz)me acuerdo de una estrella en pleno campo,me acuerdo de un amanecer de puna,de Tilcara de tarde, de Paraná fragante,de Tupungato arisca, de un vuelo de flamencosquemando un horizonte de bañados.Te quiero, país, pañuelo sucio, con tus callescubiertas de carteles peronistas, te quierosin esperanza y sin perdón, sin vuelta y sin derecho,nada más que de lejos y amargado y de noche.
Pongan a prueba sus conocimientos sobre el escritor argentino, uno de los nombres más importantes en la historia de la literatura latinoamericana.
Didion, fallecida en 2021, y Dunne, en 2003, son considerados voces icónicas del periodismo, la ficción y los guiones en EE.UU. en la época contemporánea, con unas carreras prolíficas que se entrelazaron después de que se conocieran precisamente en la Gran Manzana y se casaran en 1964.Su legado incluye escritos personales y profesionales; cartas con figuras literarias como Margaret Atwood, Nora Ephron y Philip Roth, y fotografías de la pareja y otros objetos que arrojan luz sobre la infancia de Didion y sobre la vida en común de ambos, según un comunicado.Entre otras cosas, la colección incluye borradores relacionados con uno de los últimos trabajos de Didion, "El año del pensamiento mágico", que escribió tras perder a su marido y su hija y que le mereció en 2005 el Premio Nacional (The National Book Award) en EE.UU. a una obra de no ficción.También hay transcripciones de una entrevista con Linda Kasabian, una integrante de la familia Manson; notas de las "confesiones" del famoso caso de violación en Central Park en 1989, y correspondencia con el asesino del joven transgénero Brandon Teena, con las que construyó sus trabajos periodísticos."Esta colección, que es a la vez profundamente íntima y profesionalmente importante, es incomparable en el calibre de sus materiales y ofrece una información sin precedentes sobre sus procesos creativos", dijo en una nota el responsable de colecciones especiales de la NYPL, Declan Kiely.La biblioteca no dio a conocer el costo del archivo de Didion y Dunne, que compartirá hogar con los de otros reconocidos escritores como Tom Wolfe, Jean Stein y Renata Adler -entre unas 6.000 colecciones de este tipo- y que se espera esté disponible al público investigador a principios de 2025.La NYPL, el sistema de bibliotecas públicas más grande de EE.UU., indicó también que está cumpliendo con su compromiso de coleccionar los documentos de escritores revolucionarios y, "en particular, escritoras".Hace unos meses, una subasta de cientos de objetos que pertenecieron a Didion, desde gafas de sol hasta libretas en blanco, clips y una máquina de escribir, recaudó un total de 1,9 millones de dólares, que fueron en beneficio de la lucha contra el párkinson, enfermedad que ella padeció hasta su muerte. No olvide conectarse con la señal en vivo de la HJCK, el arte de escuchar.
Y donde sobrevuela la narración el nombre del tenor español Plácido Domingo, acusado de abusos sexuales por varias mujeres.Con dos Óscar, cuatro Globos de Oro, tres BAFTA y el primer Goya Internacional del cine español, que recogió el año pasado, la actriz australiana, de nuevo nominada al Óscar por este trabajo, ya no tiene nada que demostrar. Pero, en cada proyecto que asume, cuando parece imposible, se supera a sí misma.En esta ocasión, a las órdenes del director Todd Field, se convierte en Lydia Tár, una reina en un mundo de hombres, una mujer imaginaria llamada a ser la primera en dirigir una prestigiosa orquesta alemana. Y para hacer creíble a esta genio, también déspota y oscura, Blanchett aprendió a hablar alemán, a dirigir orquestas y a tocar el piano.Pero cuando la actriz habla de su interpretación en el filme, apenas se refiere al esfuerzo realizado y defiende con pasión un personaje que le valió la Copa Volpi en el Festival de Venecia, por el que ganó el Globo de Oro y que la sitúa como absoluta favorita para llevarse el que sería su tercer Óscar."Para ella (Tár), dirigir es como respirar, así que tenía que encontrar su forma de respirar. Me obsesioné mucho con (el director) Carlos Kleiber y su relación ambivalente y torturada con su trabajo, y con Simon Rattle", explica en una entrevista con varios medios, entre ellos EFE.Su idea, explica, era averiguar hasta dónde llega la autoridad de un director, por qué acaba siendo "un autócrata" y mostrar, de paso, "cómo cambió el mundo de la música clásica cuando cayó el muro de Berlín".La ficción transcurre en la capital alemana, donde Lydia Tár, música apasionada, culta y fría, famosa en todo el mundo por sus conciertos y composiciones, cae de un día para otro de lo más alto a un abismo de acusaciones que derrumban su universo, ante la incredulidad de su esposa (papel que interpreta la actriz alemana Nina Hoss) y de la hija de ambas.Su impecable fachada se resquebraja cuando surgen las denuncias por abuso de poder, en un comportamiento con el que replica el de sus colegas masculinos. Incluso hay un momento de la cinta en que se menciona la habitación de Plácido Domingo."Hay una conciencia (en el caso de Domingo) en la complejidad, los campos minados, las trampas... Se mencionan muchas de esas personas que están salpicadas por casos como el suyo, pero el guion pasa muy ligeramente por ellos", señala.En su opinión, "es como si vieses a Picasso y solo pudieras imaginar lo que ocurre fuera de su estudio. ¿Pero miras el 'Guernica' y piensas eso? Es una de las mejores obras de arte de la historia. Creo que también es importante una crítica saludable. No estoy más interesada en las preguntas que en encontrar una respuesta", zanja.Una película para ellaField escribió esta historia para Blanchett, que sostiene sobre sus hombros los 158 minutos de una película elegante, pero que estaría lejos del éxito alcanzado si no fuera por el trabajo de la australiana.Para la actriz, que también mantiene una relación con una mujer en la película "Carol", que Tár sea lesbiana "no es más parte de su identidad que otros aspectos", por el contrario, "es tan natural que no necesita hablar de eso".Blanchett define "Tár" como "una historia complicada". "Es una mujer de éxito que llega a una posición de poder (...), pero las personas que la rodean también le exigen esa autoridad. Ese es otro aspecto de esta película. Lo más sorprendente para mí son todas esas capas e interpretaciones diferentes"."Ella es capaz de un poder enorme y también de una gran generosidad, pero de alguna manera está siendo devorada por el sistema que ha admirado durante tanto tiempo. Y está a punto de cumplir 50 años, otro cambio increíble", resume."Una vez que llegas a lo más alto te das cuenta de que ya solo puedes ir cuesta abajo. La encontramos al final de un ciclo, cuando ella se interpela a sí misma. ¿Qué pasa ahora, qué es lo siguiente? Y, tal vez, lo que sigue es volarlo todo por los aires".No olvide conectarse con la señal en vivo de la HJCK, el arte de escuchar.
No estaba en cartel. Sí se esperaba que su nombre, sus recuerdos y sobre todo las canciones que a cada uno le evocan el nombre de Sabina estuvieran muy presentes en la ciudad colombiana, pero el mismo artista español ha invadido, a través de una videollamada, la charla inaugural con la que León de Aranoa inauguraba el festival literario."¡Qué envidia veros ahí en Cartagena de Indias y yo aquí en un cuchitril encerrado con mis músicos!", saludaba alegre pero con la voz entrecortada el artista, que vendrá en persona a Colombia el 1 de marzo con un concierto en Bogotá."Fue un privilegio", contaba minutos antes León de Aranoa, sobre la primera vez que estos dos amigos se conocieron. Sabina admiraba "Barrio" y "Los lunes al sol" y lo quería conocer, y León de Aranoa acabó haciendo un documental, "Sintiéndolo mucho", que hoy se ha proyectado por primera vez en Colombia."Este documental empecé a hacerlo cuando no lo sabía, hace 30 o 40 años cuando compré el primer disco de Sabina", confesó el cineasta, que presentó el documental del artista en la pasada edición del Festival de San Sebastián.Una leyenda en pantalla"Sintiéndolo mucho" es un proceso de 13 años en el que León de Aranoa ha seguido de cerca a Sabina, intermitentemente pero captando momentos tan definitivos de la vida del artista como la caída que sufrió en pleno concierto con Joan Manuel Serrat en el WiZink Center de Madrid.León de Aranoa estaba en ese momento detrás del escenario y no lo vio; solo escuchó el silencio que se hizo en todo el estadio y que se demoró varios minutos eternos. La preocupación de la gente, "había mucho amor en ese momento", reconoció.Sabina, por su parte, no se acuerda demasiado: se tropezó o metió el pie en unos cables, le llevaron al hospital y esa misma noche le metieron a quirófano. Solo se acuerda de despertar la mañana siguiente.Ha sido un viaje conjunto, reconocen ambos españoles, "muy cómodo" donde han vivido momentos muy íntimos. Sabina no puso ni una línea roja: "Fernando, aquí no hay nada prohibido, sácame cagando", le dijo al cineasta.Y el resultado es esta pieza documental que es, según Sabina, "lo más obsceno" que ha hecho: "En el escenario a veces he enseñado el culo, pero en este documental he enseñado el alma", reconoció el andaluz, desde la pantalla con una voz que por la edad se nota con cierta pérdida de la profundidad tan característica de este mito.Celebración de la literaturaSe trata de la primera sorpresa que ha llegado a Cartagena, que hasta el domingo alberga la 18 edición del Hay Festival y que quiere traer a figuras de todo el mundo a esta icónica ciudad del Caribe.Así, los españoles pasaron el testigo a Colombia y una de sus mejores representantes: Laura Restrepo, que junto a la periodista Mábel Lara presentó su última obra, "Canción de antiguos amantes", pero que también quiere saltar de la literatura a otros terrenos.Los camaleónicos escenarios del Hay Festival se van a tornar estudios de radio, con la grabación en directo de programas como "Deforme Semanal" o "Radio Ambulante", pero también escenarios musicales con actuaciones de artistas colombianos y de otros países.Sabina ha calentado así motores para una edición que va a ver pasar a cinco premios nobeles y que va a traer retazos de Tanzania, Irán, Reino Unido, Francia, Argentina y muchos otros rincones del mundo a Colombia en un encuentro global de cultura. Recuerde conectarse con la señal en vivo de la HJCK, el arte de escuchar.
En un comunicado en Instagram hoy con motivo de su 58 cumpleaños, el actor de "Spy Kids" o "The Smurfs" señala que el debate sobre el rol de la monarquía tras la muerte, el pasado 8 de septiembre, de la reina Isabel II de Inglaterra le "abrió los ojos"."La muerte de la reina y las conversaciones que siguieron sobre el papel de la monarquía, y especialmente la forma en que el Imperio Británico se aprovechó a expensas de los pueblos indígenas (y de su muerte) en todo el mundo realmente me abrieron los ojos", escribió Cumming.El actor recibió la OBE en 2009 por su carrera como intérprete de cine y teatro, así como por su activismo en favor de las parejas del mismo sexo, sobre todo en Estados Unidos para conseguir que los miembros de la comunidad LGBT pudiesen reconocer abiertamente su identidad sexual en el Ejército."Afortunadamente, la época y las leyes en EE.UU. han cambiado, y el gran beneficio que la distinción trajo a la causa LGBT+ en 2009 es ahora menos potente que los recelos de estar asociado con la toxicidad del imperio", explicó.Por esa razón, asegura haber devuelto la condecoración y haber explicado sus razones, aunque pese a ello reitera su "enorme gratitud" por haberla recibido."Ahora vuelvo ser simplemente el viejo Alan Cumming", agrega. Recuerde conectarse con la señal en vivo de la HJCK, el arte de escuchar.
"Hip-Hop: Conscious, Unconscious" ("Hip-Hop: consciente, inconsciente) en el museo Fotografiska, hasta el 21 de mayo, explora las personas, los lugares y las cosas que el hip-hop ha aportado cerca de cumplirse el 50 aniversario de su nacimiento, el 11 de agosto de 1973, en el sur de El Bronx.La exposición presenta más de 200 fotografías, entre 1972 y 2022, que van desde elementos básicos icónicos de esta cultura hasta retratos raros e íntimos de las estrellas del género, de pioneros legendarios, incluidos Nas, Tupac, Notorious B.I.G, and Mary J. Blige a iconos más jóvenes como Nicki Minaj, Megan Thee Stallion y Cardi B, según un comunicado.Los temas son variados y van desde el papel de la mujer en el hip-hop; la diversificación regional y estilística y rivalidades en el género así un lente humanista de las pandillas callejeras de El Bronx de la década de 1970 cuyos miembros contribuyeron a su nacimiento.También muestran cómo un movimiento de base se convirtió en una industria de millones de dólares que continúa acuñando nombres familiares en todo el mundo, e incluye además los "cuatro elementos del hip-hop" (rap, DJ, breakdance y graffiti), así como varios "quintos elementos" entre los que caben la moda y el beatboxing.Sobre las mujeres que fueron fundamentales para el crecimiento del género musical más popular del mundo, el público verá las imágenes de más de 20 de las pioneras que abrieron puertas en diversas capacidades."Hicimos un gran esfuerzo para representar con precisión la presencia de las mujeres, sin señalarlas abiertamente de ninguna manera", de acuerdo con Sally Berman, cocuradora de la exhibición."Hay muchas menos mujeres que hombres en el hip-hop, pero las que dejaron su huella tienen una presencia electrizante, al igual que el efecto de sus retratos intercalados a lo largo del espectáculo", destacó."Hip-Hop: Conscious, Unconscious" se presenta principalmente por cronología y geografía y las áreas de enfoque incluyen, entre otros, los primeros años, la costa este y oeste, el sur y la nueva ola de artistas que han surgido desde mediados de la década.Culmina con imágenes recientes de los nombres más importantes que trabajan en el hip-hop en la actualidad."Es fácil olvidar que hubo un tiempo antes de que el hip-hop fuera una industria y antes de que ganara dinero", afirmó por su parte Sacha Jenkins, co-curadora también de la exposición. No olvide conectarse con la señal en vivo de la HJCK, el arte de escuchar.