En los anales de la historia literaria, las bicicletas han ocupado un rincón peculiar pero significativo. A primera vista, estas dos pasiones aparentemente dispares, la escritura y el ciclismo, podrían parecer inconexas. Sin embargo, una exploración más profunda revela una rica simbiosis entre estos dos mundos aparentemente divergentes.Uno de los más ilustres literatos que encontró inspiración en las dos ruedas fue el laureado autor irlandés James Joyce. En su novela modernista "Ulises", ambientada en un solo día en Dublín, el personaje Stephen Dedalus emprende un viaje mental y físico en bicicleta por la ciudad. La bicicleta se convierte en una metáfora de la búsqueda de la libertad y la exploración de nuevas ideas.En el contexto de la literatura latinoamericana, el colombiano Gabriel García Márquez, premio Nobel de Literatura, compartía una afinidad por las bicicletas. En El génesis de las bicicletas, el autor colombiano utiliza un estilo que recuerda al Génesis para contar una historia que incluye a Adán y Eva sobre cómo surgió la bicicleta y sus partes (pedales, manubrio y tornillos).Según García Márquez, la silla y el triciclo también se popularizaron tras la invención de la bicicleta. El texto fue publicado en El Heraldo bajo el seudónimo de Septimus el 22 de junio de 1950."Cuando el hombre logró ponerle pedales a su propio equilibrio, inventó la bicicleta. No hizo más que eso, pues ni siquiera las ruedas eran indispensables. Las ruedas existían ya, en alguna parte del mundo, aguardando a que los hombres aprendieran a mover los pies en el aire, mientras descansaban cómodamente sentados en su centro de gravedad. ¿El galápago? No. Tampoco era indispensable el galápago. Fue inventado más tarde, cuando se descubrió que era necesario proteger el centro de gravedad de la fricción continua. Luego vinieron los manubrios. El hombre habría podido existir indefinidamente sin ellos, por la tierra era redonda y habría podido dirigirse a cualquier sitio con sólo conservar la dirección inicial. Pero cuando hubo un hombre que se rompió la crisma para inventar la bicicleta, hubo otro que se rompió la suya para inventar las esquinas. Y entonces se hicieron necesarios, indispensables, los manubrios".Y esto escribió Julio Cortázar: "Para una bicicleta, entre dócil y de conducta modesta, constituye una humillación y una befa la presencia de carteles que la detienen altaneros delante de las bellas puertas de cristal de la ciudad. Se sabe que las bicicletas han tratado por todos los medios de remediar su triste condición social. Pero en absolutamente todos los países de esta tierra está prohibido entrar con bicicletas. Algunos agregan: (y perros), lo cual duplica en las bicicletas y en los canes su complejo de inferioridad. Un gato, una liebre, una tortuga, pueden en principio entrar en Bunge & Born o en los estudios de abogados de la calle San Martín sin ocasionar más que sorpresa, gran encanto entre telefonistas ansiosas o, a lo sumo, una orden al portero para que arroje a los susodichos animales a la calle".La bicicleta, con su capacidad para ofrecer soledad y reflexión, también ha sido una compañera constante para muchos escritores contemporáneos. Figuras literarias como Paul Auster y Haruki Murakami han descrito en sus obras la experiencia de pedalear por las calles de Nueva York o Tokio, respectivamente, como una forma de escape y búsqueda de inspiración.sí, vemos que las bicicletas no solo han sido vehículos físicos, sino también metáforas literarias para la exploración, la liberación y la búsqueda de la verdad. Tanto en la obra de clásicos de la literatura como en la de autores contemporáneos, las bicicletas han proporcionado un medio para contemplar el mundo y dar rienda suelta a la creatividad. En este equilibrio entre lo mundano y lo trascendental, la bicicleta se convierte en un elemento que pedalea a través de las páginas de la literatura, dejando una huella duradera en la mente de los lectores.No olvide conectarse a la señal en vivo de la HJCK, el arte de escuchar.
Julio Cortázar, autor argentino conocido por sus obras innovadoras y experimentales, era un amante de los libros. Su biblioteca personal era extensa y diversa, con una amplia gama de géneros y autores. Cortázar veía su biblioteca como un espacio sagrado, un refugio donde podía sumergirse en diferentes mundos literarios y encontrar inspiración para su propia escritura. Para él, los libros eran mucho más que meros objetos, eran compañeros íntimos y fuentes de conocimiento. Cortázar solía decir: "La biblioteca es una extensión de uno mismo, una especie de tesoro personal que revela quién eres y quién quieres ser". Uno de sus libros favoritos era Ulises, de James Joyce. Cortázar se sentía fascinado por la complejidad narrativa de esta obra maestra, su estructura fragmentada y su exploración de la conciencia humana. Leía y releía cada página con avidez, maravillándose ante las múltiples capas de significado y las sutilezas lingüísticas que Joyce había tejido magistralmente. Cortázar era un apasionado de la poesía y tenía una predilección por los poemas de Arthur Rimbaud. Las imágenes vívidas y la musicalidad de sus versos lo transportaban a un mundo de sensaciones y emociones intensas. Rimbaud despertaba en Cortázar una fascinación por la rebeldía y la búsqueda de la belleza en todos sus aspectos. Este era un autor repetido en su biblioteca. En la primavera de 1993, Aurora Bernárdez, su primera esposa y albacea literaria, puso la biblioteca personal de Cortázar al cuidado de la Fundación Juan March, de Madrid. Desde entonces está allí a disposición de estudiosos y público general.Jorge Luis Borges tenía una relación única con su biblioteca personal. Después de volverse ciego, su biblioteca se convirtió en su mundo imaginario. Aunque no podía leer los libros físicamente, conocía cada uno de ellos en detalle. Borges solía afirmar que cada libro de su biblioteca era una puerta hacia otro universo, un laberinto infinito de ideas y conceptos. Para él, la biblioteca era un lugar de ensueño donde podía explorar las vastas dimensiones de la literatura sin restricciones. Borges expresó una vez: "Mi biblioteca personal es mi jardín secreto, un espacio donde el tiempo y el espacio se desvanecen, y solo existen las palabras eternas".Uno de los libros más queridos por Borges era Don Quijote de la Mancha, de Miguel de Cervantes Saavedra. Para Borges, la obra de Cervantes era un laberinto literario, una exploración profunda de la realidad y la ilusión, que trascendía las fronteras de la ficción. Él admiraba la figura del ingenioso hidalgo y su lucha contra los molinos de viento, símbolo de la quimera y la valentía en el enfrentamiento contra lo irreal. En su libro Lectores (1974) Borges escribió "Sé que hay algo inmortal y esencial que he sepultado en esa biblioteca del pasado en que leí la historia del hidalgo. Las lentas hojas vuelve un niño y grave sueña con vagas cosas que no sabe". Se sabe que también libros como La odisea, de Homero o Las elegías de Duino, de Rainer Maria Rilke eran libros imprescindibles en su biblioteca Gabriel García Márquez, el apremio Nobel de Literatura, también tenía una biblioteca personal notable. García Márquez valoraba enormemente la tradición literaria y la influencia de otros escritores en su trabajo. Su biblioteca estaba llena de obras clásicas de la literatura universal, pero también contenía textos relacionados con la historia, la política y la cultura latinoamericana. García Márquez creía que un buen escritor debía ser un ávido lector y consideraba su biblioteca como una fuente infinita de aprendizaje y crecimiento. Solía decir: "Un escritor sin una biblioteca es como un pájaro sin alas, carece de las herramientas necesarias para volar alto en la imaginación".El libro Veinte poemas de amor y una canción desesperada era una joya en su biblioteca. Los versos apasionados y melancólicos de Neruda resonaban en su corazón y le recordaban la belleza y la intensidad del amor y la vida. Además, García Márquez tenía una admiración especial por William Faulkner y su novela El ruido y la furia. Esta obra, que explora la decadencia de una familia sureña desde diferentes perspectivas, fascinaba a García Márquez por su estilo narrativo innovador y su exploración de la psicología humana. Faulkner inspiraba a García Márquez a desafiar las convenciones literarias y a buscar nuevas formas de contar historias.No olvide conectarse a la señal en vivo de la HJCK.
Julio Cortázar se rehusó a dar clases en Estados Unidos por largo tiempo, decía que no sabía enseñar hasta que su amigo Pepe Durand lo convenció de dar unas horas de clase en la Universidad de California, Berkeley. Allí comienza entonces las conversaciones con los alumnos sobre música y cine, los libros y el entender la literatura desde su ojo. Cortázar decidió romper con la estructura educativa y con las reglas estipuladas en las universidades de la época, la relación maestro/estudiante se convirtió en una amena charla acerca de distintos temas, los estudiantes hablaban con una naturalidad emergente y él ya les tenía la confianza suficiente para charlas de cine o música en medio de las clases. Carles Álvarez, quien hace el prólogo de Clases de literatura, decía que fueron 13 horas en las que Cortázar hablaba con tanta naturalidad y precisión que parecía estar leyendo sus cuentos, su voz profunda transitó al papel y fue publicada en el 2013. En la transcripción solo se alteraron algunas muletillas y frases, sin embargo, está intacta, es Cortázar hablando a un auditorio de jóvenes que querían ser escritores y que decidieron tomarlo a él como referencia. Comienza aquí la travesía por el mar de palabras que algún día él decidió compartir y que hasta nuestros días podrían ser texto sagrado para la literatura. Primera clase: los caminos de un escritorQuisiera que quede bien claro que, aunque propongo primero los cuentos y en segundo lugar las novelas, esto no significa para mí una discriminación o un juicio de valor: soy autor y lector de cuentos y novelas con la misma dedicación y el mismo entusiasmo. Ustedes saben que son cosas muy diferentes, que trataremos de precisar mejor en algunos aspectos, pero el hecho de que haya propuesto que nos ocupemos primero de los cuentos es porque como tema —lo vamos a ver hoy mismo— son de un acceso más fácil; se dejan atrapar mejor, rodear mejor que una novela por razones obvias sobre las cuales no vale la pena que insista.Tienen que saber que estos cursos los estoy improvisando muy poco antes de que ustedes vengan aquí: no soy sistemático, no soy ni un crítico ni un teórico, de modo que a medida que se me van planteando los problemas de trabajo, busco soluciones. Para empezar a hablar del cuento como género y de mis cuentos como una continuación, estuve pensando en estos días que para que entremos con más provecho en el cuento latinoamericano sería tal vez útil una breve reseña de lo que en alguna charla ya muy vieja llamé una vez «Los caminos de un escritor»; es decir, la forma en que me fui moviendo dentro de la actividad literaria a lo largo de… desgraciadamente treinta años. El escritor no conoce esos caminos mientras los está franqueando —puesto que vive en un presente como todos nosotros— pero pasado el tiempo llega un día en que de golpe, frente a muchos libros que ha publicado y muchas críticas que ha recibido, tiene la suficiente perspectiva y el suficiente espacio crítico para verse a sí mismo con alguna lucidez. Hace algunos años me planteé el problema de cuál había sido finalmente mi camino dentro de la literatura (decir «literatura» y «vida» para mí es siempre lo mismo, pero en este caso nos estamos concentrando en la literatura). Puede ser útil que reseñe hoy brevemente ese camino o caminos de un escritor porque luego se verá que señalan algunas constantes, algunas tendencias que están marcando de una manera significativa y definitoria la literatura latinoamericana importante de nuestro tiempo. Les pido que no se asusten por las tres palabras que voy a emplear a continuación porque en el fondo, una vez que se da a entender por qué se las está utilizando, son muy simples. Creo que a lo largo de mi camino de escritor he pasado por tres etapas bastante bien definidas: una primera etapa que llamaría estética (ésa es la primera palabra), una segunda etapa que llamaría metafísica y una tercera etapa, que llega hasta el día de hoy, que podría llamar histórica. En lo que voy a decir a continuación sobre esos tres momentos de mi trabajo de escritor va a surgir por qué utilizo estas palabras, que son para entendernos y que no hay que tomar con la gravedad que utiliza un filósofo cuando habla por ejemplo de metafísica.Pertenezco a una generación de argentinos surgida casi en su totalidad de la clase media en Buenos Aires, la capital del país; una clase social que por estudios, orígenes y preferencias personales se entregó muy joven a una actividad literaria concentrada sobre todo en la literatura misma. Me acuerdo bien de las conversaciones con mis camaradas de estudios y con los que siguieron siendo amigos una vez que los terminé y todos comenzamos a escribir y algunos poco a poco también a publicar. Me acuerdo de mí mismo y de mis amigos, jóvenes argentinos (porteños, como les decimos a los de Buenos Aires) profundamente estetizantes, concentrados en la literatura por sus valores de tipo estético, poético, y por sus resonancias espirituales de todo tipo. No usábamos esas palabras y no sabíamos lo que eran, pero ahora me doy perfecta cuenta de que viví mis primeros años de lector y de escritor en una fase que tengo derecho a calificar de «estética», donde lo literario era fundamentalmente leer los mejores libros a los cuales tuviéramos acceso y escribir con los ojos fijos en algunos casos en modelos ilustres y en otros en un ideal de perfección estilística profundamente refinada. Era una época en la que los jóvenes de mi edad no nos dábamos cuenta hasta qué punto estábamos al margen y ausentes de una historia particularmente dramática que se estaba cumpliendo en torno de nosotros, porque esa historia también la captábamos desde un punto de vista de lejanía, con distanciamiento espiritual.Viví en Buenos Aires, desde lejos por supuesto, el transcurso de la guerra civil en que el pueblo de España luchó y se defendió contra el avance del franquismo, que finalmente habría de aplastarlo. Viví la Segunda Guerra Mundial, entre el año 39 y el año 45, también en Buenos Aires. ¿Cómo vivimos mis amigos y yo esas guerras? En el primer caso éramos profundos partidarios de la República española, profundamente antifranquistas; en el segundo, estábamos plenamente con los aliados y absolutamente en contra del nazismo. Pero en qué se traducían esas tomas de posición: en la lectura de los periódicos, en estar muy bien informados sobre lo que sucedía en los frentes de batalla; se convenían en charlas de café en las que defendíamos nuestros puntos de vista contra eventuales antagonistas, eventuales adversarios. A ese pequeño grupo del que formaba parte pero que a su vez era parte de muchos otros grupos, nunca se nos ocurrió que la guerra de España nos concernía directamente como argentinos y como individuos; nunca se nos ocurrió que la Segunda Guerra Mundial nos concernía también aunque la Argentina fuera un país neutral. Nunca nos dimos cuenta de que la misión de un escritor que además es un hombre tenía que ir mucho más allá que el mero comentario o la mera simpatía por uno de los grupos combatientes. Esto, que supone una autocrítica muy cruel que soy capaz de hacerme a mí y a todos los de mi clase, determinó en gran medida la primera producción literaria de esa época: vivíamos en un mundo en el que la aparición de una novela o un libro de cuentos significativo de un autor europeo o argentino tenía una importancia capital para nosotros, un mundo en el que había que dar todo lo que se tuviera, todos los recursos y todos los conocimientos para tratar de alcanzar un nivel literario lo más alto posible. Era un planteo estético, una solución estética; la actividad literaria valía para nosotros por la literatura misma, por sus productos y de ninguna manera como uno de los muchos elementos que constituyen el contorno, como hubiera dicho Ortega y Gasset «la circunstancia», en que se mueve un ser humano, sea o no escritor.De todas maneras, aun en ese momento en que mi participación y mi sentimiento histórico prácticamente no existían, algo me dijo muy tempranamente que la literatura —incluso la de tipo fantástico más imaginativa— no estaba únicamente en las lecturas, en las bibliotecas y en las charlas de café. Desde muy joven sentí en Buenos Aires el contacto con las cosas, con las calles, con todo lo que hace de una ciudad una especie de escenario continuo, variante y maravilloso para un escritor. Si por un lado las obras que en ese momento publicaba alguien como Jorge Luis Borges significaban para mí y para mis amigos una especie de cielo de la literatura, de máxima posibilidad en ese momento dentro de nuestra lengua, al mismo tiempo me había despertado ya muy temprano a otros escritores de los cuales citaré solamente uno, un novelista que se llamó Roberto Arlt y que desde luego es mucho menos conocido que Jorge Luis Borges porque murió muy joven y escribió una obra de difícil traducción y muy cerrada en el contorno de Buenos Aires. Al mismo tiempo que mi mundo estetizante me llevaba a la admiración por escritores como Borges, sabía abrir los ojos al lenguaje popular, al lunfardo de la calle que circula en los cuentos y las novelas de Roberto Arlt. Es por eso que, cuando hablo de etapas en mi camino, no hay que entenderlas nunca de una manera excesivamente compartimentada: me estaba moviendo en esa época en un mundo estético y estetizante pero creo que ya tenía en las manos o en la imaginación elementos que venían de otros lados y que todavía necesitarían tiempo para dar sus frutos. Eso lo sentí en mí mismo poco a poco, cuando empecé a vivir en Europa.Siempre he escrito sin saber demasiado por qué lo hago, movido un poco por el azar, por una serie de casualidades: las cosas me llegan como un pájaro que puede pasar por la ventana. En Europa continué escribiendo cuentos de tipo estetizante y muy imaginativos, prácticamente todos de tema fantástico. Sin darme cuenta, empecé a tratar temas que se separaron de ese primer momento de mi trabajo. En esos años escribí un cuento muy largo, quizá el más largo que he escrito, «El perseguidor» — del que hablaremos más en detalle llegado el momento—, que en sí mismo no tiene nada de fantástico pero en cambio tiene algo que se convertía en importante para mí: una presencia humana, un personaje de carne y hueso, un músico de jazz que sufre, sueña, lucha por expresarse y sucumbe aplastado por una fatalidad que lo persiguió toda su vida. (Los que lo han leído saben que estoy hablando de Charlie Parker, que en el cuento se llama Johnny Cárter.) Cuando terminé ese cuento y fui su primer lector, advertí que de alguna manera había salido de una órbita y estaba tratando de entrar en otra. Ahora el personaje se convertía en el centro de mi interés mientras que en los cuentos que había escrito en Buenos Aires los personajes estaban al servicio de lo fantástico como figuras para que lo fantástico pudiera irrumpir; aunque pudiera tener simpatía o cariño por determinados personajes de esos cuentos, era muy relativo: lo que verdaderamente me importaba era el mecanismo del cuento, sus elementos finalmente estéticos, su combinatoria literaria con todo lo que puede tener de hermoso, de maravilloso y de positivo. En la gran soledad en que vivía en París de golpe fue como estar empezando a descubrir a mi prójimo en la figura de Johnny Cárter, ese músico negro perseguido por la desgracia cuyos balbuceos, monólogos y tentativas inventaba a lo largo de ese cuento.Ese primer contacto con mi prójimo —creo que tengo derecho a utilizar el término—, ese primer puente tendido directamente de un hombre a otro, de un hombre a un conjunto de personajes, me llevó en esos años a interesarme cada vez más por los mecanismos psicológicos que se pueden dar en los cuentos y en las novelas, por explorar y avanzar en ese territorio —que es el más fascinante de la literatura al fin y al cabo— en que se combina la inteligencia con la sensibilidad de un ser humano y determina su conducta, todos sus juegos en la vida, todas sus relaciones y sus interrelaciones, sus dramas de vida, de amor, de muerte, su destino; su historia, en una palabra. Cada vez más deseoso de ahondar en ese campo de la psicología de los personajes que estaba imaginando, surgieron en mí una serie de preguntas que se tradujeron en dos novelas, porque los cuentos no son nunca o casi nunca problemáticos: para los problemas están las novelas, que los plantean y muchas veces intentan soluciones. La novela es ese gran combate que libra el escritor consigo mismo porque hay en ella todo un mundo, todo un universo en que se debaten juegos capitales del destino humano, y si uso el término destino humano es porque en ese momento me di cuenta de que yo no había nacido para escribir novelas psicológicas o cuentos psicológicos como los hay y por cierto tan buenos. El solo hecho de manejar elementos en la vida de algunos personajes no me satisfacía lo suficiente. Ya en «El perseguidor», con toda su torpeza y su ignorancia, Johnny Cárter se plantea problemas que podríamos llamar «últimos». El no entiende la vida y tampoco entiende la muerte, no entiende por qué es un músico, quisiera saber por qué toca como toca, por qué le suceden las cosas que le suceden. Por ese camino entré en eso que con un poco de pedantería he calificado de etapa metafísica, es decir una autoindagación lenta, difícil y muy primaria —porque yo no soy un filósofo ni estoy dotado para la filosofía— sobre el hombre, no como simple ser viviente y actuante sino como ser humano, como ser en el sentido filosófico, como destino, como camino dentro de un itinerario misterioso.Esta etapa que llamo metafísica a falta de mejor nombre se fue cumpliendo sobre todo a lo largo de dos novelas. La primera, que se llama Los premios, es una especie de divertimento; la segunda quiso ser algo más que un divertimento y se llama Rayuela. En la primera intenté presentar, controlar, dirigir un grupo importante y variado de personajes. Tenía una preocupación técnica, porque un escritor de cuentos —como lectores de cuentos, ustedes lo saben bien— maneja un grupo de personajes lo más reducido posible por razones técnicas: no se puede escribir un cuento de ocho páginas en donde entren siete personas ya que llegamos al final de las ocho páginas sin saber nada de ninguna de las siete, y obligadamente hay una concentración de personajes como hay también una concentración de muchas otras cosas (eso lo veremos después). La novela en cambio es realmente el juego abierto, y en Los premios me pregunté si dentro de un libro de las dimensiones habituales de una novela sería capaz de presentar y tener un poco las riendas mentales y sentimentales de un número de personajes que al final, cuando los conté, resultaron ser dieciocho. ¡Ya es algo! Fue, si ustedes quieren, un ejercicio de estilo, una manera de demostrarme a mí mismo si podía o no pasar a la novela como género. Bueno, me aprobé; con una nota no muy alta pero me aprobé en ese examen. Pensé que la novela tenía los suficientes elementos como para darle atracción y sentido, y allí, en muy pequeña escala todavía, ejercité esa nueva sed que se había posesionado de mí, esa sed de no quedarme solamente en la psicología exterior de la gente y de los personajes de los libros sino ir a una indagación mis profunda, del hombre como ser humano, como ente, como destino. En Los premios eso se esboza apenas en algunas reflexiones de uno o dos personajes.A lo largo de unos cuantos años escribí Rayuela y en esa novela puse directamente todo lo que en ese momento podía poner en ese campo de búsqueda e interrogación. El personaje central es un hombre como cualquiera de todos nosotros, realmente un hombre muy común, no mediocre pero sin nada que lo destaque especialmente; sin embargo, ese hombre tiene como ya había tenido Johnny Cárter en «El perseguidor» una especie de angustia permanente que lo obliga a interrogarse sobre algo más que su vida cotidiana y sus problemas cotidianos. Horacio Oliveira, el personaje de Rayuela, es un hombre que está asistiendo a la historia que lo rodea, a los fenómenos cotidianos de luchas políticas, guerras, injusticias, opresiones y quisiera llegar a conocer lo que llama a veces «la clave central», el centro que ya no sólo es histórico sino filosófico, metafísico, y que ha llevado al ser humano por el camino de la historia que está atravesando, del cual nosotros somos el último y presente eslabón. Horacio Oliveira no tiene ninguna cultura filosófica —como su padre— y simplemente se hace las preguntas que nacen de lo más hondo de la angustia. Se pregunta muchas veces cómo es posible que el hombre como género, como especie, como conjunto de civilizaciones, haya llegado a los tiempos actuales siguiendo un camino que no le garantiza en absoluto el alcance definitivo de la paz, la justicia y la felicidad, por un camino lleno de azares, injusticias y catástrofes en que el hombre es el lobo del hombre, en que unos hombres atacan y destrozan a otros, en que justicia e injusticia se manejan muchas veces como cartas de póquer. Horacio Oliveira es el hombre preocupado por elementos ontológicos que tocan al ser profundo del hombre: ¿Por qué ese ser preparado teóricamente para crear sociedades positivas por su inteligencia, su capacidad, por todo lo que tiene de positivo, no lo consigue finalmente o lo consigue a medias, o avanza y luego retrocede? (Hay un momento en que la civilización progresa y luego cae bruscamente, y basta con hojear el Libro de la Historia para asistir a la decadencia y a la ruina de civilizaciones que fueron maravillosas en la Antigüedad.) Horacio Oliveira no se conforma con estar metido en un mundo que le ha sido dado prefabricado y condicionado; pone en tela de juicio cualquier cosa, no acepta las respuestas habitualmente dadas, las respuestas de la sociedad x o de la sociedad z, de la ideología a o de la ideología b.Esa etapa histórica suponía romper el individualismo y el egoísmo que hay siempre en las investigaciones del tipo que hace Oliveira, ya que él se preocupa de pensar cuál es su propio destino en tanto destino del hombre pero todo se concentra en su propia persona, en su felicidad y su infelicidad. Había un paso que franquear: el de ver al prójimo no sólo como el individuo o los individuos que uno conoce sino verlo como sociedades enteras, pueblos, civilizaciones, conjuntos humanos. Debo decir que llegué a esa etapa por caminos curiosos, extraños y a la vez un poco predestinados. Había seguido de cerca con mucho más interés que en mi juventud todo lo que sucedía en el campo de la política internacional en aquella época: estaba en Francia cuando la guerra de liberación de Argelia y viví muy de cerca ese drama que era al mismo tiempo y por causas opuestas un drama para los argelinos y para los franceses. Luego, entre el año 59 y el 61, me interesó toda esa extraña gesta de un grupo de gente metida en las colinas de la isla de Cuba que estaban luchando para echar abajo un régimen dictatorial. (No tenía aún nombres precisos: a esa gente se los llamaba «los barbudos’ y Batista era un nombre de dictador en un continente que ha tenido y tiene tantos.) Poco a poco, eso tomó para mí un sentido especial. Testimonios que recibí y textos que leí me llevaron a interesarme profundamente por ese proceso, y cuando la Revolución cubana triunfó a fines de 1959, sentí el deseo de ir. Pude ir —al principio no se podía— menos de dos años después. Fui a Cuba por primera vez en 1961 como miembro del jurado de la Casa de las Américas que se acababa de fundar. Fui a aportar la contribución del único tipo que podía dar, de tipo intelectual, y estuve allí dos meses viendo, viviendo, escuchando, aprobando y desaprobando según las circunstancias. Cuando volví a Francia traía conmigo una experiencia que me había sido totalmente ajena: durante casi dos meses no estuve metido con grupos de amigos o con cenáculos literarios; estuve mezclándome cotidianamente con un pueblo que en ese momento se debatía frente a las peores dificultades, al que le faltaba todo, que se veía preso en un bloqueo despiadado y sin embargo luchaba por llevar adelante esa autodefinición que se había dado a sí mismo por la vía de la revolución. Cuando volví a París eso hizo un lento pero seguro camino. Habían sido invitaciones de pasaporte para mí y nada más, señas de identidad y nada más. En ese momento, por una especie de brusca revelación —y la palabra no es exagerada—, sentí que no sólo era argentino: era latinoamericano, y ese fenómeno de tentativa de liberación y de conquista de una soberanía a la que acababa de asistir era el catalizador, lo que me había revelado y demostrado que no solamente yo era un latinoamericano que estaba viviendo eso de cerca sino que además me mostraba una obligación, un deber. Me di cuenta de que ser un escritor latinoamericano significaba fundamentalmente que había que ser un latinoamericano escritor: había que invertir los términos y la condición de latinoamericano, con todo lo que comportaba de responsabilidad y deber, había que ponerla también en el trabajo literario. Creo entonces que puedo utilizar el nombre de etapa histórica, o sea de ingreso en la historia, para describir este último jalón en mi camino de escritor.Si han podido leer algunos libros míos que abarquen esos períodos, verán muy claramente reflejado lo que he tratado de explicar de una manera un poco primaria y autobiográfica, verán cómo se pasa del culto de la literatura por la literatura misma al culto de la literatura como indagación del destino humano y luego a la literatura como una de las muchas formas de participar en los procesos históricos que a cada uno de nosotros nos concierne en su país. Si les he contado esto —e insisto en que he hecho un poco de autobiografía, cosa que siempre me avergüenza— es porque creo que ese camino que seguí es extrapolable en gran medida al conjunto de la actual literatura latinoamericana que podemos considerar significativa. En el curso de las últimas tres décadas la literatura de tipo cerradamente individual que naturalmente se mantiene y se mantendrá y que da productos indudablemente hermosos e indiscutibles, esa literatura por el arte y la literatura misma ha cedido terreno frente a una nueva generación de escritores mucho más implicados en los procesos de combate, de lucha, de discusión, de crisis de su propio pueblo y de los pueblos en conjunto. La literatura que constituía una actividad fundamentalmente elitista y que se autoconsideraba privilegiada (todavía lo hacen muchos en muchos casos) fue cediendo terreno a una literatura que en sus mejores exponentes nunca ha bajado la puntería ni ha tratado de volverse popular o populachera llenándose con todo el contenido que nace de los procesos del pueblo de donde pertenece el autor. Estoy hablando de la literatura más alta de la que podemos hablar en estos momentos, la de Asturias, Vargas Llosa, García Márquez, cuyos libros han salido plenamente de ese criterio de trabajo solitario por el placer mismo del trabajo para intentar una búsqueda en profundidad en el destino, en la realidad, en la suerte de cada uno de sus pueblos. Por eso me parece que lo que me sucedió en el terreno individual y privado es un proceso que en conjunto se ha ido dando de la misma manera yendo de lo más (cómo decirlo, no me gusta la palabra elitista, pero en fin…), de lo más privilegiado, lo más refinado como actividad literaria, a una literatura que guardando todas sus calidades y todas sus fuerzas se dirige actualmente a un público de lectores que va mucho más allá que los lectores de la primera generación que eran sus propios grupos de clase, sus propias élites, aquellos que conocían los códigos y las claves y podían entrar en el secreto de esa literatura casi siempre admirable pero también casi siempre exquisita. Lo que digo en estos minutos puede servir para cuando, hablando de cuentos y novelas míos o ajenos, hagamos referencias a sus contenidos y a sus propósitos; ahí vamos a poder ver con más claridad esto que he intentado decir. Me pregunto si ahora, dadas las condiciones de temperatura que se notan muy bien en la cara de Pepe Durand, quieren ustedes que hagamos un intervalo de cinco, diez minutos y seguimos después. Pienso que sí, ¿de acuerdo?Esta clase fue tomada del libro "Clases de literatura, Berkeley 1980", publicado en el año 2013 por Alfaguara en su colección de literatura hispánica. Escuche lo mejor de la música clásica por la señal en vivo de la HJCK.
En Madrid, la biblioteca personal del escritor argentino Julio Cortázar contiene las huellas de un lector voraz. Un tesoro en manos de la Fundación Juan March, que ha cobrado un nuevo impulso con la creación de un video-ensayo y una serie de podcast. Le puede interesar: "Homenaje a Julio Cortázar en HJCK".Donados por su esposa en 1993 a la Fundación Juan March, los casi 4.000 libros que el autor guardaba en su apartamento de París dicen mucho de su personalidad.Entre los estantes se encuentran los títulos que lo acompañaron desde joven en Buenos Aires, y otros que adquirió en París: libros de arte, historia y poesía, pero también ediciones de bolsillo con su firma y fecha de adquisición.Una de las particularidades de la biblioteca son las anotaciones del autor, reflejo del lector que fue. En las páginas, Cortázar subraya, tacha, protesta, dibuja y reflexiona. "Es un retrato que habla, un retrato que se comunica con los lectores y es lo que Julio siempre hubiera querido", manifestó su esposa y albacea Aurora Bernárdez en el acto de homenaje que la Fundación March organizó cuando donó el fondo. No deje pasar: "Libros de Cortázar en su propia voz".La biblioteca contiene libros en 26 lenguas. Más de 800 tienen su firma, que cambia a lo largo de los años, y otros 397 anotaciones en los márgenes. También están dedicados más de 500 ejemplares y en algunos hay recuerdos como un billete de metro o flores prensadas.En su biblioteca, Cortázar desvela las relaciones que mantenía con los artistas de la segunda mitad del siglo XX. "¡Craso error Pablo!", escribe en las memorias del poeta chileno Neruda, tras su muerte durante la dictadura militar. En los ejemplares, hay un verdadero diálogo con sus amigos. Le recomendamos "Las puertas abiertas de julio Cortázar, el poeta del boom"."Te confundes con la fiesta para tus 70 años", exclama cuando Neruda recrea el día en que recibió el Nobel. "¿Por qué tantas erratas, Lezama?", se lee en la novela "Paradiso" del cubano José Lezama Lima.En otros libros, los propios autores le escriben dedicatorias. Como el mexicano Octavio Paz, con quien Cortázar mantuvo una larga amistad. Desde los países donde estuvo destinado como embajador, el poeta le dedicó ejemplares llenos de complicidad."A Julio - No César: ¡Cortázar!", escribe Paz desde Nueva Delhi en 1965. También hay dedicatorias de Italo Calvino, Rafael Alberti, Juan Carlos Onetti o Gabriel García Márquez.Entre las dedicatorias más conmovedoras están las de la poeta Alejandra Pizarnik, antes de su suicidio en 1972. Sus notas muestran cómo su situación se va deteriorando. "En el hospital aprendo a convivir con los últimos desechos", se alcanza a leer en la obra "La pájara en el ojo ajeno".Lo literario y lo lúdico"Se puede seguir perfectamente la vida de Julio Cortázar aquí, desde las firmas que van cambiando hasta los temas de interés", señala Celia Martínez, responsable de la biblioteca.Entre las curiosidades, una separata del capítulo 126 de "Rayuela", que el autor suprimió de la edición original. El escritor tenía debilidad por las historias de terror, como los cuentos de Edgar Allan Poe, del que se volverá traductor. Quizás le interese: "Sobre los silencios y los abismos".En la biblioteca se aprecian así ejemplares de "Drácula", de Bram Stoker. Y en la tapa de una de las ediciones en la que aparece un vampiro, alguien dibujó bigotes, barba, gafas y un reloj.No es el único ejemplar con la portada modificada. En la "Antología de humor negro", de André Breton, Cortázar cambió a pluma el título en el lomo e intercambió las palabras Breton y 'noir', para que el título fuera "Antología de humor breton", de André Noir."Siempre he insistido mucho en los aspectos lúdicos de la literatura", solía decir Cortázar. A la biblioteca acuden investigadores, pero también admiradores de su obra, aunque hoy los fondos están digitalizados.Paz Fernández, la directora de la Fundación March, precisa: "Simplemente vienen a ver y tocar ese libro que un día estaba en manos de Cortázar".
Esta tierra sobre los ojos,este paño pegajoso, negro de estrellas impasibles,esta noche continua, esta distancia.Te quiero, país tirado más abajo del mar, pez panza arriba,pobre sombra de país, lleno de vientos,de monumentos y espamentos,de orgullo sin objeto, sujeto para asaltos,escupido curdela inofensivo puteando y sacudiendo banderitas,repartiendo escarapelas en la lluvia, salpicandode babas y estupor canchas de fútbol y ringsides.Pobres negros.Te estás quemando a fuego lento, y dónde el fuego,dónde el que come los asados y te tira los huesos.Malandras, cajetillas, señores y cafishos,diputados, tilingas de apellido compuesto,gordas tejiendo en los zaguanes, maestras normales, curas, escribanos,centroforwards, livianos, Fangio solo, tenientes primeros,coroneles, generales, marinos, sanidad, carnavales, obispos,bagualas, chamamés, malambos, mambos, tangos,secretarías, subsecretarías, jefes, contrajefes, truco,contraflor al resto. Y qué carajo,si la casita era su sueño, si lo mataron enpelea, si usted lo ve, lo prueba y se lo lleva.Liquidación forzosa, se remata hasta lo último.Te quiero, país tirado a la vereda, caja de fósforos vacía,te quiero, tacho de basura que se llevan sobre una cureñaenvuelto en la bandera que nos legó Belgrano,mientras las viejas lloran en el velorio, y anda el matecon su verde consuelo, lotería del pobre,y en cada piso hay alguien que nació haciendo discursospara algún otro que nació para escucharlos y pelarse las manos.Pobres negros que juntan las ganas de ser blancos,pobres blancos que viven un carnaval de negros,qué quiniela, hermanito, en Boedo, en la Boca,en Palermo y Barracas, en los puentes, afuera,en los ranchos que paran la mugre de la pampa,en las casas blanqueadas del silencio del norte,en las chapas de zinc donde el frío se frota,en la Plaza de Mayo donde ronda la muerte trajeada de Mentira.Te quiero, país desnudo que sueña con un smoking,vicecampeón del mundo en cualquier cosa, en lo que salga,tercera posición, energía nuclear, justicialismo, vacas,tango, coraje, puños, viveza y elegancia.Tan triste en lo más hondo del grito, tan golpeadoen lo mejor de la garufa, tan garifo a la hora de la autopsia.Pero te quiero, país de barro, y otros te quieren, y algosaldrá de este sentir. Hoy es distancia, fuga,no te metás, qué vachaché, dale que va, paciencia.La tierra entre los dedos, la basura en los ojos,ser argentino es estar triste,ser argentino es estar lejos.Y no decir: mañana,porque ya basta con ser flojo ahora.Tapándome la cara(el poncho te lo dejo, folklorista infeliz)me acuerdo de una estrella en pleno campo,me acuerdo de un amanecer de puna,de Tilcara de tarde, de Paraná fragante,de Tupungato arisca, de un vuelo de flamencosquemando un horizonte de bañados.Te quiero, país, pañuelo sucio, con tus callescubiertas de carteles peronistas, te quierosin esperanza y sin perdón, sin vuelta y sin derecho,nada más que de lejos y amargado y de noche.
Pongan a prueba sus conocimientos sobre el escritor argentino, uno de los nombres más importantes en la historia de la literatura latinoamericana.
Septiembre es el mes de la prevención del suicidio, según la Organización Mundial de la Salud más de 700.000 personas en el mundo mueren por este motivo cada año, tan solo en Estados Unidos hay 14,4 suicidios por cada 100.000 personas.Sabemos que esta es una decisión personal e intima, pero queremos recordar que hablar de enfermedades mentales puede ayudar a encontrar un camino de tratamiento y solución. Sentirse a acompañado y escuchado puede ser un gran inicio y las historias que les contaremos hoy pueden servirles en los procesos que tú o alguien que conoces está afrontando. Traemos cinco libros acerca de depresión, ansiedad y diferentes enfermedades mentales que han sido representadas en la literatura.'La campana de cristal' de Sylvia PlathEste libro es la historia de Esther Greenwood, una joven escritora que se ve envuelta en su bipolaridad y su escritura. La novela que tienes tintes autobiográficos describe los sentimientos de la protagonista de manera cercana, así como su esfuerzo por encajar en la sociedad.'El peligro de estar cuerda' de Rosa Montero La escritora española hace un recuento basado en su investigación acerca de la creatividad y la inestabilidad mental. Es una mezcla entre ensayo y ficción donde el lector descubre lo que pasa en nuestro cerebro cuando juntamos las emociones y la habilidad de crear.'Las vírgenes suicidas' de Jeffrey EugenidesEl libro narra la historia de las hermanas Lisbon, quienes se suicidan en un lapso de año y medio. Veinte años después algunos hombres que vivían en el mismo barrio deciden investigar que sucedió y descubren el origen del misterio.'La madre de Frankenstein' de Almudena Grandes Es una de las novelas que hacen parte del ciclo de los “Episodios de una guerra interminable”, la escritora relata la historia de un joven psiquiatra que regresa a España tras la guerra y se encuentra con una joven que tiene un pasado que quiere olvidar, así como con los abusos del manicomio de mujeres en Ciempozuelos.'Yo maté a un perro en Rumania' de Claudia Ulloa Donoso Este libro narra la historia de una protagonista anónima que está sumida en una terrible depresión y uno de sus amigos decide llevarla a Rumania con temor de que algo le suceda mientras él no está. En este viaje se le revela la forma real de su amigo, un país completamente distinto y la inminencia de estar viva.Bonus: 'El tapiz amarillo' de Charlotte PerkinsEste relato es la historia de una mujer encerrada diagnosticada con “depresión nerviosa temporal”, obligada a estar en su habitación la protagonista se obsesiona por el papel tapiz de su cuarto y todo lo relata en su diario.Estos son solo algunos de los libros que han narrado las condiciones mentales, cuéntenos si conoce más. Si se encuentra en una situación complicada, no dude hablar con alguien o buscar ayuda y recuerde que los libros también pueden ser gran compañía.No olvide conectarse a la señal en vivo de la HJCK.
Iniciamos estos recomendados y sus detalles con el concierto de Paula Sanabria, pianista de doce años, se presenta con la Orquesta Filarmónica de Mujeres. La Orquesta Filarmónica de Mujeres acompaña la consolidación de una talentosa pianista de doce años. Se trata de Paula Sanabria Barbosa, quien ha recibido el respaldo de figuras como Svetlana Solodovnikova (Rusia), Rhami Bahrami (Irán) y Giovanni Bietti (Italia), y ahora está lista para interpretar el “Concierto para piano No. 1 en sol menor, Op. 25” de Felix Mendelssohn (1809 – 1847), este viernes 22 de septiembre a las 6:30 p.m. en el Auditorio Mario Laserna (Universidad de los Andes), con entrada libre con previa inscripción.La Orquesta Filarmónica de Bogotá junto al guitarrista suizo Christoph Denoth,en Auditorio Fabio Lozano, el sábado 23 de septiembre, a las 4:00 p.m, harán un recorrido musical por España, Francia y Rusia. El Teatro Libre del Centro inaugura este 22 de septiembre, su temporada 2023 con un clásico de Bertold Brecht, “La evitable ascensión de Arturo UI” bajo la dirección de Diego Barragán. Una obra sobre el ejercicio del poder que tiene como escenario a Estados Unidos de los años 30’s, pero que puede ser cualquier país del mundo. Se presentará de viernes a domingo en las instalaciones del teatro: Cl. 12b # 2-44. Viernes y Sábado: 8:00 p.m y domingos: 3:00 pm.La Cinemateca Distrital desarrollará este 23 de septiembre ESPECTRO. Una experiencia artística donde niño y niñas serán investigadores de la luz a partir de las viejas y nuevas tecnologías. Horario: 10:00 a.m. a 11:00 a.m., de 11:00 a.m. a 12:00 m y de 2:00 p.m. a 3:00 p.m. /Lugar: Sala Rayito /Cupo Máximo: 28 participantes. Entrada libre. En la programación cinematográfica desde el 19 de septiembre hasta el 4 de octubre, el Festival de Cine Francés. La Biblioteca Pública Carlos E. Restrepo junto al Parque Arqueológico y del Patrimonio Cultural de Usme realizarán el “Laboratorio de Arqueología Infantil” del 21 al 27 de septiembre. Inscripciones en la Sala Infantil de la Biblioteca.El Museo de Arte Moderno de Bogotá (MAMBO) presentará hasta el 1 de Octubre la exposición: (Te busco en otro nombre). Bitácora guatemalteca 1987 -2023. Proyecto ganador de la segunda edición a las artistas latinoamericanas. https://www.mambogota.com/exposicion/te-busco-en-otro-nombre/No olvide sintonizar la señal en vivo de la HJCK, el arte de escuchar
La novela de Esquivel, publicada en 1989, está traducida a más de 30 idiomas y ya fue adaptada al cine en 1992, convirtiéndose en una de las películas latinoamericanas más exitosas, dirigida por el mexicano Alfonso Arau.La producción original de HBO comenzó ya a rodarse en México esta semana, según la fuente, bajo la dirección de Julián de Tavira y Ana Lorena Pérez Ríos y con las interpretaciones de Irene Azuela ("Quemar las naves"), Azul Guaita ("Mi marido tiene familia"), Ari Brickman ("Sr. Ávila" y "Asesino del olvido"), Ana Valeria Becerril ("Las Bravas"), Andrea Chaparro ("¿Encontró lo que buscaba?"), Andrés Baida ("Los elegidos"), Ángeles Cruz ("Capadocia") y Louis David Horné ("La negociadora").Este proyecto "reúne todos los elementos que como creadores de contenido aspiramos a tener en una historia: una trama potente que nos sumerja en un universo tan particular como el del realismo mágico latinoamericano, muy arraigado en nuestra cultura, realizada en conjunto con grandes creadores y talento local, con una enorme proyección para viajar globalmente y desarrollada con el sello de calidad que caracteriza a HBO", dijo Mariano César, de Warner Bros Discovery.Los protagonistas son Tita de la Garza y Pedro Muzquiz, una pareja de enamorados que no pueden estar juntos debido a arraigadas costumbres familiares, lo que obligará a Tita a transitar entre el destino dictado por su familia y la lucha por su amor, mientras vive en su mayor refugio, la cocina.No olvide sintonizar la señal en vivo de la HJCK, el arte de escuchar
Matilde Landeta, una figura icónica en la historia del cine mexicano, dejó una huella indeleble en la industria cinematográfica del país. Nacida el 20 de septiembre de 1913en Ciudad de México, Landeta se convirtió en una de las primeras directoras de cine en México y una defensora apasionada de los derechos de las mujeres en la industria cinematográfica.Su carrera en el cine comenzó en 1945 cuando se convirtió en asistente de dirección. Pese a que nunca asistió a una escuela, su trabajo con Emilio Fernández, Julio Bracho y Roberto Gavaldón, le mereció el reconocimiento de la industria. Sin embargo, a lendeta nunca le fue fácil conseguir apoyo para financiar sus películas. A finales de los años 40, hizo una hipoteca de su casa para crear su propia compañía productora TACMA S. A. de C. V.Sus primeros dos largometrajes fueron adaptaciones de novelas de Francisco Rojas González, Lola Casanova (1948) que tardó un año en estrenarse y tuvo mala distribución y difusión. Su segunda película La negra Angustias (1949), también sufrió un boicot similar, y Trotacalles (1951) su tercera película, le generó numerosos problemas sindicales que le imposibilitó volver a filmar hasta 40 años después.Landeta iba a dirigir Tribunal de menores, sin embargo, Eduardo Garduaño, miembro del Banco Nacional de Cinematografía, la convenció de vender su guion. Garduaño vendió la película al director Alfonso Corona Blake, quien le cambió el título a El camino de la vida. Trataron de excluir su nombre de los créditos, pero Landeta terminó demandándoles y logró mantener el reconocimiento para su guion. Sin embargo, debido a este incidente, le impidieron trabajar en la industria del cine mexicano, por lo que decidió trabajar en Estados Unidos. Durante los siguientes años escribió el guion de más de 100 cortometrajes de media hora para la televisión estadounidense. También impartió clases en la primera escuela de cine. Fue responsable de la supervisión de guiones en el Banco de Guiones de la Sociedad General de Escritores de México y ella misma continuó escribiendo. En 1957 recibió el premio Ariel en la categoría de mejor argumento por El camino de la vida.Fue dos veces Presidenta de la Academia Mexicana de Artes y Ciencias Cinematográficas entre 1983-1994 y entre 1985 a 1986. En 1991 a los 78 dirigió su último largometraje, Nocturno a Rosario. Se vio obligada a vender sus tres películas anteriores en España para costear con Imcine la producción de la misma.Murió el 26 de enero de 1999 en Ciudad de México.No olvide conectarse con la señal en vivo de la HJCK, el arte de escuchar.
La pieza es una composición musical escrita por el compositor francés Erik Satie en 1888. Esta obra es una de las piezas más conocidas y emblemáticas de Satie, y es apreciada por su belleza y simplicidad melódica.Las gimnopedias fueron danzas celebradas en julio-agosto en honor al dios Leto y sus hijos Apolo y Artemisa. En ellas, jóvenes espartanos bailaban desnudos haciendo posturas de batalla. Algunos historiadores y filósofos, las mencionaron en sus obras: en “la Hélenicas” de Jenofonte; en las “Leyes” de Platón y en el “Tratado de música” de Plutarco. Satie desde pequeño tuvo acercamiento al idioma griego, de allí, que nombre “Gymnopédies” a sus tres obras más famosas en piano.A pesar de que su nombre significa una fiesta, la Gymnopédia No. 1, por el contrario, es reconocida y representada en películas, series y programas de televisión y radio como una pieza de piano triste. Pero, ¿Qué la hace triste?, es muy sencillo: agregarle séptimas, menores a los acordes y emplear ña “cadencia rota”. Según el analista musical y youtuber Jaime Altozano, la obra inicia con las notas SOL(maj), Re(maj) que si bien no son tristes, Satie le introduce séptimas mayores a los acordes: Sol (maj7) – Re (maj7) y esto, cambia la sensación de la Gymnopédie No1. A media que la pieza avanza, pasa de acordes mayores a menores. La obra empieza triste y tiene un punto de quiebre en caída libre cuando agrega el acorde de séptima dominante Re7 y juega, de nuevo, con los acordes menores y mayores, crea una “cadencia rota”. La “cadencia rota” es un concepto musical que se utiliza para describir una progresión armónica que difiere de la estructura típica de la cadencia perfecta. En una cadencia rota, la resolución de los acordes no sigue el patrón de tensión y relajación esperado en una cadencia convencional. En lugar de resolver un acorde final de manera satisfactoria y conclusiva, la cadencia rota introduce una sorpresa o giro inesperado en la armonía.No olvide sintonizar la señal en vivo de la HJCK, el arte de escuchar