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Eugenio Montejo, el tiempo y la belleza

A propósito del aniversario del poeta venezolano Eugenio Montejo, presentamos cinco poemas suyos y un pequeño análisis de su obra. Montejo, reconocido como uno de los grandes poetas latinoamericanos, fue un conocedor del lenguaje y un entregado a la reflexión.

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Eugenio Montejo fue poeta, ensayista, profesor universitario, fundador de revistas, gerente literario y diplomático.

Eugenio Montejo (1938-2008) fue un destacado poeta venezolano cuya obra es ampliamente reconocida por su profundidad, su capacidad para explorar la condición humana y su habilidad para transmitir una rica sensación de lugar y memoria. Sus poemas revelan un mundo íntimo y conmovedor que se conecta con la realidad cotidiana y, al mismo tiempo, trasciende hacia un ámbito universal. Su estilo único y su profunda exploración de la naturaleza humana le otorgan un lugar destacado en la poesía latinoamericana.

Montejo era un maestro en el uso del lenguaje poético. Sus versos son ricos en imágenes y metáforas, y su estilo se caracteriza por la claridad y la precisión. A menudo, sus poemas revelan una conciencia aguda de la musicalidad del lenguaje, lo que contribuye a la belleza de su poesía. La naturaleza y el paisaje son temas recurrentes en su obra. Sus poemas a menudo exploran la relación entre el ser humano y la naturaleza, así como la interconexión entre el mundo natural y el mundo interior del individuo. La naturaleza se convierte en un espejo para la introspección y la reflexión.

También abordó el tema del tiempo y la memoria en su poesía. Sus versos exploran cómo el tiempo influye en la percepción y cómo la memoria se convierte en una forma de resistir la fugacidad de la vida. Su poesía se enriquece con evocadoras reminiscencias del pasado.

En una entrevista con El País de España, el poeta Darío Jaramillo Agudelo llamó a Eugenio Montejo como "uno de los grandes poetas de la lengua". En 2009, al año de su muerte, la revista de creación Palimpsesto (Carmona-Sevilla) dedicó íntegramente su número 24, como sentido homenaje, a la vida y la obra de Eugenio Montejo.

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Cinco poemas de Eugenio Montejo

Terredad
Estar aquí por años en la tierra,
con las nubes que lleguen, con los pájaros,
suspensos de horas frágiles.
Abordo, casi a la deriva,
más cerca de Saturno, más lejanos,
mientras el sol da vuelta y nos arrastra
y la sangre recorre su profundo universo
más sagrado que todos los astros.

Estar aquí en la tierra: no más lejos
que un árbol, no más inexplicables;
livianos en otoño, henchidos en verano,
con lo que somos o no somos, con la sombra,
la memoria, el deseo hasta el fin
(si hay un fin) voz a voz,
casa por casa,
sea quien lleve la tierra, si la llevan,
o quien la espere, si la aguardan,
partiendo juntos cada vez el pan
en dos, en tres, en cuatro,
sin olvidar las sobras de la hormiga
que siempre viaja de remotas estrellas
para estar a la hora en nuestra cena
aunque las migas sean amargas.

Ningún amor cabe en un cuerpo solamente
Ningún amor cabe en un cuerpo solamente,
aunque abarquen sus venas el tamaño del mundo;
siempre un deseo se queda fuera,
otro solloza pero falta.

Lo sabe el mar en su lamento solitario
y la tierra que busca los restos de su estatua;
no basta un solo cuerpo para albergar sus noches,
quedan estrellas fuera de la sangre.

Ningún amor cabe en un cuerpo solamente,
aunque el alma se aparte y ceda espacio
y el tiempo nos entregue la hora que retiene.
Dos manos no nos bastan para alcanzar la sombra;
dos ojos ven apenas pocas nubes
pero no saben dónde van, de dónde vienen,
qué país musical las une y las dispersa.
Ningún amor, ni el más huidizo, el más fugaz,
nace en un cuerpo que está solo;
ninguno cabe en el tamaño de su muerte.

Los árboles
Hablan poco los árboles, se sabe.
Pasan la vida entera meditando
y moviendo sus ramas.
Basta mirarlos en otoño
cuando se juntan en los parques:
sólo conversan los más viejos,
los que reparten las nubes y los pájaros,
pero su voz se pierde entre las hojas
y muy poco nos llega, casi nada.

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Es difícil llenar un breve libro
con pensamientos de árboles.
Todo en ellos es vago, fragmentario.
Hoy, por ejemplo, al escuchar el grito
de un tordo negro, ya en camino a casa,
grito final de quien no aguarda otro verano,
comprendí que en su voz hablaba un árbol,
uno de tantos,
pero no sé qué hacer con ese grito,
no sé cómo anotarlo.


La Tierra giró para acercarnos
La tierra giró para acercarnos,
giró sobre sí misma y en nosotros,
hasta juntarnos por fin en este sueño,
como fue escrito en el Simposio.
Pasaron noches, nieves y solsticios;
pasó el tiempo en minutos y milenios.
Una carreta que iba para Nínive
llegó a Nebraska.
Un gallo cantó lejos del mundo,
en la previda a menos mil de nuestros padres.
La tierra giró musicalmente
llevándonos a bordo;
no cesó de girar un solo instante,
como si tanto amor, tanto milagro
sólo fuera un adagio hace mucho ya escrito
entre las partituras del Simposio.

Final sin fin...
Y yo me iré
J.R.J.
La que se irá al final será la vida,
la misma vida que ha llevado nuestros pasos
sin tregua a la velocidad de su deseo.
Se llevará también todas sus horas
y los relojes que sonaban y el sonido
y lo que en ellos siempre estuvo oculto
sin ser tiempo ni trastiempo…
Cuando haya de partir –se irá la vida,
ella y su música veloz entre mis venas
que me recorre con remotos cánticos,
ella y su melodiosa geometría
que inventa el ajedrez de estas palabras.

De todo cuanto miro en este instante
será la vida la que parta para siempre o para nunca,
es decir, la que parta sin partir, la que se quede
y con ella mi cuerpo noche y día,
siguiéndolas en sus luces y sus sombras…
Si, tal vez nadie se aleje de este mundo,
aunque se extinga cada quien en su momento.
—Nos iremos sin irnos,
ninguno va a quedarse ni va a irse,
tal como siempre hemos vivido
a orillas de este sueño indescifrable,
donde uno está y no está y nadie sabe nada.

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