Inspirada en la novela Los campesinos ( 1904-1909) escrita por el polaco y ganador del premio Nobel de Literatura, Władysław Reymont, La vida de Jagna cuenta la historia de Lipse, un pueblo polaco a finales del siglo XIX, ortodoxo, conservador y sumido en las tradiciones de los campesinos que la habitan.
Asistir a la iglesia, trabajar las tierras o heredarlas de generación en generación son algunas de las costumbres que cuenta esta historia, pero en el caso de las mujeres podemos agregar unas cuantas más: aprender las labores del hogar y del cuidado, vestirse apropiadamente, aceptar propuestas de matrimonio económicamente favorables, deber explicaciones sobre sus sentimientos y relaciones a sus familias, e incluso a sus vecinos. Y someterse a decisiones ajenas, a la voluntad de un hombre proveedor.
La embajadora de Polonia en Colombia, Paweł Woźny, destacó durante la premier de la película a Los campesinos como la novela cúspide de la literatura de su país, un texto imprescindible en la academia que niños, niñas y jóvenes deben conocer, algo así como lo que para nosotros representa La vorágine de José Eustasio Rivera.
Y si lo vemos en detalle, tienen puntos en común, la historia de una pequeña población, aquí la selva, allá el campo; y un entorno que enuncia la explotación de las tierras, los intereses de quienes ostentan el poder por aprovecharse de la gente y los recursos que tienen a disposición, aquí con la fiebre del caucho, allá con el saqueo de madera.
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Para una mujer imaginar una vida distinta a la establecida por la sociedad de hace cien años, de buscar un esposo e hijos como único fin de su existencia no era imposible, pero sí difícil; en algunos lugares del mundo lo sigue siendo todavía.
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Una vida distinta es lo que pretende Jagna en esta historia, alejada del canon de casarse y tener hijos, entregada a su madre y a crear siluetas, hasta que su cotidianidad se ve trastocada por la presión de la comunidad de casarse porque ya tiene la edad para hacerlo y por la familia Boryna, liderada por el campesino más acaudalado de la zona, un viudo con hijos mayores.
Jagna, además de sentir la presión de la sociedad, también sucumbe al deseo de su madre de casarse con Boryna aunque su afecto corresponde al hijo mayor del hombre. Su belleza y sus sentimientos interpelan a los hombres y mujeres del pueblo que entre envidias y prejuicios la someten al rechazo, al señalamiento y a la violencia por no ser la mujer que esperan que todas sean.
El drama de la joven, la tensión y la intriga que suscita está película tiene todo que ver con la historia, pero no estarían completos contados de otra forma que no fuera la obra de arte que vemos, una técnica animada basada en alrededor de 40 mil imágenes pintadas al óleo que encanta por su belleza y su nivel de detalle.
La sangre, las lágrimas y el paso del tiempo, que se ve en el cielo y la vida que atraviesa las plantas y los árboles, son una exhibición de arte, al estilo post impresionista de Van Gogh que sorprendió en 2017 con Loving Vincent .
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Los rostros de los actores polacos Kamila Urzedowska, Robert Gulaczyk, Miroslaw Baka, protagonistas de esta historia, y los demás personajes, están recreados con el trabajo de más de 100 animadores, pintores y pintores digitales que crearon las piezas que sirvieron como fotogramas para esta película de 144 minutos.
Además del trabajo que implica esta técnica, la pandemia por el covid-19 y la guerra de Ucrania fueron algunos de los contratiempos que retrasaron la producción de esta obra, que tardó 10 años para llegar a las pantallas.
Dirigida por los animadores polacos DK Welchman y Hugh Welchman, la película es el retrato de la novela antes mencionada, una viva y artística imagen de una sociedad marcada por la religión, el machismo y los prejuicios.
Aunque su objetivo no es dejar una moraleja en los espectadores, sino ofrecer una experiencia estética sinigual, acompañada por música típica de la región, resulta interesante ver las reacciones en quienes ven esta historia de emancipación de una joven.
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Al final del preestreno de la cinta logré escuchar voces de mujeres admiradas por la estética y la forma de narración y, aunque no es sorprende, también fue desconcertante escuchar la voz de un hombre justificando la violencia machista de la historia, como si no hubiéramos salido nunca de la sociedad de hace cien años.
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