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The Inspector Cluzo y su décimo álbum "Less is More": música y resistencia desde la autosuficiencia

El nuevo disco de The Inspector Cluzo, "Less Is More", marca un punto de inflexión en su trayectoria, no tanto por representar una ruptura con sus trabajos anteriores, sino por abrazar de forma aún más radical el espíritu que los ha movido desde el principio. Conozca a esta banda francesa y su más reciente álbum.

The Inspector Cluzo y su décimo álbum "Less is More": música y resistencia desde la autosuficiencia
Mathieu Jourdain y Laurent Lacrouts, integrantes de la banda The Inspector Cluzo.
Salvat Philippe

En un panorama musical saturado de artificialidad, algoritmos y promesas de inmediatez, The Inspector Cluzo ha construido una carrera sostenida en una ética radicalmente opuesta: tocar con lo que tienen, vivir de lo que cultivan y decir lo que piensan sin rodeos. Este dúo francés formado por Laurent Lacrouts (guitarra) y Mathieu Jourdain (batería) no necesita bajista, productor ejecutivo ni manager. Tampoco multinacionales ni estrategias de marketing para llegar a sus oyentes. Desde 2008, han editado todos sus discos por su cuenta, mientras cultivan su propia granja en Gascuña y giran por el mundo con una energía enérgica y sin concesiones.

Su música parte del blues, el rock y el funk, pero su propuesta va mucho más allá del género: es una forma de vida autosuficiente y desafiante, que conecta la crudeza del directo con una conciencia política y ecológica profundamente enraizada. En su más reciente álbum, Less Is More, décimo en su trayectoria, condensan todo lo aprendido durante cerca dos décadas, en un ejercicio de honestidad que va de lo sonoro a lo filosófico.

El nuevo disco de The Inspector Cluzo, Less Is More, marca un punto de inflexión en su trayectoria, no tanto por representar una ruptura con sus trabajos anteriores, sino por abrazar de forma aún más radical el espíritu que los ha movido desde el principio. Después de una década grabando y tocando por todo el mundo, este décimo álbum se siente como una declaración de principios sin adornos. El objetivo fue capturar lo que ocurre cuando tocan en vivo, sin capas ni arreglos añadidos, tan solo batería, guitarra y voz. Lo lograron con la espontaneidad que da la experiencia, pero también con la firme convicción de que simplificar es una forma de profundizar.

Producido por Vance Powell, quien ha trabajado con Jack White o The Raconteurs, el álbum se grabó en Nashville, Tennessee, en vivo y únicamente permitiendo que las canciones se interpretaran dos veces. El resultado es un trabajo visceral enmarcado en la prerrogativa del punk rock: hazlo tú mismo. Como explicó la banda, el disco se gestó con una actitud muy clara: “Es más un álbum del tipo ‘a la mierda too’ como dijo Vance Powell cuando nos visitó en la granja”. No se trata solo de quitar cosas, sino de no tener nada que ocultar, como resumen ellos mismos: “El plan era hacer un álbum muy cercano a lo que hemos hecho en vivo durante 20 años”.

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Viajaron con las canciones ya ensayadas al detalle, sin usar metrónomo ni secuencias pregrabadas, grabando todo en directo como lo hacían las bandas en los noventa. Se trata de una forma de trabajar cada vez menos común, pero que responde a una ética que ellos consideran esencial. “Todo es orgánico y realmente tocado en vivo”, cuentan. En ese enfoque fue clave volver a trabajar con Vance Powell, no sólo por su pericia técnica, sino porque ha llegado a convertirse en un aliado de confianza en su universo analógico. “Vance Powell es el tipo de estudio analógico para nosotros, y además se ha convertido en un muy buen amigo”, explican, destacando la cercanía que hizo natural esta nueva colaboración.

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Las ideas detrás del disco están profundamente atravesadas por influencias filosóficas que apuntan a una crítica del presente desde visiones que se anticiparon a sus derivas. Thoreau y Debord no son sólo nombres en sus referencias, sino brújulas conceptuales. El primero les inspira por su vida retirada del sistema, su atención a la naturaleza y su ética de la autosuficiencia. “Thoreau fue uno de los primeros ecologistas y vivió alejado de la sociedad en el bosque durante un tiempo, luego escribió Walden”, señalan. Del segundo, por otra parte, recuperan una lectura lúcida de la sociedad del espectáculo, donde la saturación de lo falso anula cualquier búsqueda de lo verdadero. “Guy Debord predijo que una de las posibles consecuencias del hiperconsumo sería que ‘la verdad solo fuera un momento de lo falso’”, recuerdan, una frase que se traduce directamente en la mordacidad de su canción “As stupid as you can”.

Esa coherencia entre pensamiento y acción se sostiene en la vida agrícola que llevan paralelamente a la banda. La finca no es un decorado ni un proyecto secundario, sino el espacio donde desarrollan las mismas convicciones que los guían en la música. Su trabajo en el campo no sólo da sentido a lo que cantan, también informa sus letras y su sonido. “Cambiamos constantemente entre la agricultura y la música, y actuamos de la misma manera en ambos mundos”, cuentan. La granja no es solo un refugio de paz ni una fuente de inspiración, también es un laboratorio de ideas: “Vivir rodeados de naturaleza nos inspira mucho para escribir, y nos da la tranquilidad necesaria para hacerlo”.

Naturalmente, uno de los conceptos que atraviesa tanto su práctica agrícola como este nuevo álbum es el de “post-crecimiento”, una propuesta económica y filosófica que cuestiona la lógica de expansión infinita que domina al mundo. La noción de producir más siempre, sin importar las consecuencias, está en la raíz de los problemas climáticos que enfrentamos. “En un mundo finito no podemos crecer indefinidamente, y la contaminación se produce porque crecemos demasiado (y algunos no lo suficiente)”, explican. Para ellos, el “post-crecimiento” implica pensar la riqueza desde otras perspectivas: combinar capital local, redes sociales y economía ambiental. “Hoy solo tenemos el primer tipo, y encima es una economía local que se ha globalizado: eso es una pesadilla para el planeta”, advierten.

Esa visión también se extiende a su manera de tocar en vivo. Rechazan el uso de pistas pregrabadas y computadoras no como una postura dogmática, sino como una manera de respetar al público. Les parece fundamental que haya claridad sobre lo que se escucha en un concierto. “No tenemos problema con que una banda use pistas, siempre y cuando no se oculte y el público lo sepa”, afirman. Para ellos, la diferencia es la misma que existe entre la comida industrial y la orgánica: la transparencia es clave. “Los espectáculos con pistas deberían estar indicados en la entrada del espectáculo; los realmente en vivo también, para que el público elija”, proponen. Porque más allá de la tecnología, la música sigue siendo, para ellos, un acto humano de comunión.

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El equilibrio entre la vida en la carretera y la vida en el campo no es fácil, pero lo asumen con compromiso y ayuda mutua. Cuando están de gira, es la esposa de Laurent quien se encarga de la granja, con apoyo de la comunidad local. Pero jamás parten si hay trabajo fuerte en el campo. “La granja es la prioridad por razones obvias; es un modo de vida”, dicen. No predican desde la superioridad ni buscan imponer su camino, simplemente lo aplican a su manera. “Creemos que todos deberían hacer como Thoreau: aplicar sus convicciones en sí mismos. Así es más fácil no juzgar a los demás por no hacer lo mismo”, reflexionan. Esa actitud de respeto y práctica concreta se aleja de las estrategias de culpa y castigo que muchas veces han contaminado los discursos ecológicos.

En cuanto al impacto ambiental de sus actividades musicales, la banda asume la responsabilidad de equilibrarlo desde acciones concretas. Mantienen equipos reducidos en las giras, cultivan sus propios alimentos y emplean técnicas agrícolas que capturan carbono de manera natural. “Somos de las pocas bandas que compensan todos sus gastos medioambientales”, afirman con convicción. Usan abonos verdes que fijan nitrógeno y carbono en el suelo, lo cual contribuye a reducir su huella de carbono anual. “Podríamos vender esas toneladas de carbono capturado a empresas contaminantes, pero no lo hacemos: es una contribución cívica”, sostienen. Así, entre el bajo impacto de sus giras, su producción de alimentos y su trabajo en la tierra, construyen un modelo que no busca ser perfecto, pero sí honesto y replicable.

Para The Inspector Cluzo, la industria musical tiene mucho que repensar frente a la crisis climática. Mientras otros sectores buscan alternativas más sostenibles, el negocio de la música sigue atrapado en la lógica del crecimiento sin freno, con plataformas de streaming contaminantes y espectáculos masivos que apenas cuestionan su impacto. “La industria sigue en la filosofía de crecer cada vez más, mientras otros sectores intentan reducir su huella”, critican. Frente a ese modelo, ellos proponen una distinción entre lo industrial y lo artesanal: “Deberíamos dividir el negocio musical entre gente orgánica —bandas, festivales, sellos— y música industrial”. La clave, según ellos, está en volver al soporte físico y reducir la dependencia del streaming: “Vendemos 70% en físico, que nos paga por nuestro trabajo; lo digital solo lo usamos para darnos a conocer”. Y lanzan una pregunta que pesa como una denuncia: “¿Realmente necesitas tocar en un estadio? ¿De verdad lo necesitas? Para hacer tanto dinero y alimentar tu narcisismo. La respuesta es no, obviamente”.

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