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Diario de festival: Meteoritos

Después de la presentación de Teresita Gómez junto a la Orquesta Filarmónica de Mujeres de Bogotá no hay muchos adjetivos que describan el concierto. Podemos decir, sin embargo, que le dieron vida a la fe.

Diario de festival: Meteoritos

Dijo que la música era la forma de comunión por excelencia. “Nunca hay solistas, siempre tocamos para el otro y por el otro”. Dijo que la música es un camino sin fin, donde no hay una llegada y que ese es el propósito superior: caminar sin el miedo al final. Dijo que estaba feliz, que era una pianista conmovida por estar rodeada de mujeres músicas y directoras. Teresita Gómez dice muchas cosas que dejan en el ambiente una ráfaga de gracia. Es raro, porque en estos tiempos nos hemos acostumbrado a la replicación de frases trascendentales en redes sociales, frases de libros o de canciones, pero huérfanas de belleza. En su apartamento en La Playa, en Medellín, una vez le oí a Teresita que todas las vidas son terribles, pero que debemos aferrarnos a la belleza obligatoria, que no es otra que la íntima, la que se celebra en el rincón de la montaña erigida dentro de nosotros.

Pero en el concierto de la Orquesta Filarmónica de Mujeres de Bogotá, el cuarteto de mujeres búlgaras Eva Quartet, el pianista János Bálazs, la directora Paola Ávila y Teresita Gómez, esa montaña que permanece fuera de los márgenes colectivos, emergió y sepultó las estatuas de los dioses del pasado. Pocas cosas se pueden decir de un concierto como ese, todos los adjetivos sobran y se rompen en el intento de abarcarlo. El programa inició con la premonición: Cosmic Voice y esas mujeres a las que les sale la voz de un órgano que no hemos descubierto dejaron la noche abierta.

Entonces cayó un meteorito en Cartagena, perforó las placas tectónicas, derritió los glaciares. Me hubiera gustado nombrar ese objeto monstruoso con mi apellido, pero esa bestia ya tenía nombre. Ay, Teresita, cómo te sentaste en esa silla y te tocó ajustarla porque estaba muy alta, cómo miraste a Paola Ávila, la directora, y le dijiste ‘estoy lista’. Como escuchaste la ovación al finalizar las piezas y te devolviste y te sentaste de nuevo y tocaste ‘Nocturno’, de Chopin. No sé si supiste que tres de las violinistas lloraron al verte tocar las primeras notas. Lo que sé que sabes es que ha sido un camino doloroso y magnífico el que te trajo hasta ese piano, ese día. Sabes que has sido la inauguradora en este país de resabiados. Verte en medio de esas mujeres, tan jóvenes, tan diferentes, coloridas, elegantes, emocionadas, nerviosas, significó un acontecimiento vital. El nacimiento de una ilusión que nos pertenece a todas.

Esa noche no ocurrió la oscuridad de un cataclismo, todas esas mujeres aplastaron los corazones tristes del público y le dieron, al menos por unos minutos, uno nuevo. Me dieron la belleza obligatoria y dejaron de ser mujeres y se volvieron el fuego. Tenía razón la pianista: hay que aferrarse. Me aferro.

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