Las calles de San Jacinto de Bolívar están vacías, apenas ha amanecido y la gente aún no abre sus negocios. El pueblo tiene un color ambarino en casas y aceras, un espacio en clave de la costa colombiana y sin embargo, este es un universo particular. Cuando los perros raquíticos dejan de comer unas naranjas podridas, una señora abre su cafetería y pone en el equipo de sonido “Fuego de cumbia”, de Los Gaiteros de San Jacinto. De pronto, como si la cafetería esquinera fuera un tambor llamador, el resto de locales inauguran el día y cada uno replica el sonido de la cumbia y en uno que otro suena un vallenato. Es normal que en los pueblos del país haya música retumbando en todos los negocios, pero en San Jacinto suenan en todas partes las letras de sus hombres, las gaitas de sus montes, una especie de reconocimiento constante en el espejo que puede ser la música.
Cuando avanza la mañana Carmelo Torres, un acordeonero que podría ser un hombre pero es, sobre todo un dragón de dedos como ramas, decide sentarse en el solar de su casa a una cuantas cuadras del parque de San Jacinto. Decide, también, quitarle al acordeón una sábana que lo cubre pa que no se llene del polvo de la calle destapada, se queda mirando ese instrumento musical. Carmelo Torres piensa en su padre que fue gaitero, pero sobre todo, un campesino de los Montes de María, recuerda cómo hacía fiestas con sus compadres en el quiosco de la casa y contaba sobre diablos y bestias que se le aparecían en el campo y decía gritando, los niños con los adultos no, y Carmelito salía corriendo, pero había escuchado lo que necesitaba: historias sobre una naturaleza viva que se traga a hombres y escupe indias milagrosas.
Después de que aprendió a tocar el acordeón, la historia de Carmelo Torres es conocida: uno de los padres de la cumbia y el vallenato. Acordeonero como pocos. Compositor único. Esa mañana él decide también, recordar a quien le enseñó los misterios de la música, al maestro Andrés Landero, ese hombre que conjuró la clave de la cumbia de gaita en el acordeón. Carmelo hereda de Landero el conjuro de las manos, lo pasa al mismo tiempo a otros músicos que llegan a su casa porque el Turco de Valledupar (uno de los maestros de vallenato más importantes del país) se los manda pallá.
Torres toca una canción suya, pero no canta nada. Es lunes, las hojas de los árboles no han caído. Un niño que pasa con una bolsa de leche se queda quieto mirando a Carmelo. Ese niño que es al mismo tiempo todos los niños seguro piensa que es posible hacer lo que Carmelo Torres hace con las manos. Lo mismo que pensó Carmelo cuando vio Landero. Lo mismo que los nietos de Landero pensaron cuando vieron a su abuelo. Lo mismo que pensaron los hijos de los gaiteros y juglares cuando los veían llegar del monte.
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¿Qué significa heredar algo? Ser dueños de una cosa que era de otro, habitar en esa cosa y dejar que la cosa se extienda sobre uno, es decir, convertirse en la cosa heredada . Porque esto es lo que pasa en San Jacinto, no hay nadie que no sea merecedor de la cumbia, la gaita y el acordeón. Todos terminaron siendo herederos de un fuego que han mantenido protegido de la violencia, el abandono y el olvido. Los sanjacinteros se convirtieron en lo heredado. Todos ellos como la música.
Recuerde conectarse con la señal en vivo de la HJCK, el arte de escuchar.
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