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Charlie Watts, un baterista fuera de serie

Charlie Watts fue la piedra que nunca rodó pero a la vez, la que mantuvo unida durante seis décadas a la frenética banda.

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El baterista Charlie Watts falleció a los 80 años.
Ian Davis Collection

En la era en el que los grandes bateristas de rock fueron excéntricos show-man del escenario, Charlie Watts seguía siendo el hombre tranquilo detrás de una modesta batería con sus baquetas en la mano. Nunca se le vio vestido de caftán. Su estilo era más bien meticuloso. Era el miembro menos probable del grupo. Fue la piedra que nunca rodó. De hecho, es posible que no exista un solo de batería significativo en toda su carrera, porque Watts se encargó de que la atención nunca estuviera en él.

Desde su fundación en 1963, Charlie Watts, influenciado por el sonido de las big bands de su tiempo, le inyectó a The Rolling Stones una profunda sensibilidad jazzística que definió para siempre el sonido de la legendaria banda que surgió de la explosión del pop británico en los frenéticos años sesenta. La versatilidad estilística del grupo supo pasearse entre el blues y el rock, incluyendo el funk, el disco, el reggae e incluso el punk, y estuvo presente en todas las épocas de la música del siglo XX.

Aunque no se formó como un jazzista auténtico, gran parte de su espíritu habitaba en él. De hecho, fueron Jelly Roll Morton, Charlie Parker y Thelonius Monk, los amos y señores de las jam sessions, quienes influenciaron su estilo cuando Watts apenas era un niño. Compró su primer disco de jazz cuando tenía 13 años: “Walkin' Shoes” de Gerry Mulligan, y desde entonces, la batería de Kenny Clarke se convirtió en su modelo a seguir. Luego, en 1964, ya con los Stones en pleno apogeo, publicó “Ode to a High Flying Bird”, un folleto de dibujos animados dedicado al gran Charlie Parker. Con dicho talento en las artes gráficas, también contribuyó al diseño de los primeros álbumes de la banda.

Y si aún quedan dudas sobre sus influencias, basta con escuchar “Melody”, del álbum Black and Blue, editado en 1976, uno de los tantos experimentos sonoros de Watts sobre la batería y donde las escobillas cobran protagonismo sobre las baquetas. La deuda del rock con el jazz está saldada. Su adaptación al cambio del tiempo quedó una vez más en evidencia en la infernal samba de “Sympathy For The Devil” o en la cadencia del R&B en “(I Can’t Get No) Satisfaction”, dos grandes clásicos que se convirtieron en himnos de la banda y donde la contribución de la batería es fundamental.

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Con el paso del tiempo, los estilos musicales de la batería tomaron una relevancia aún mayor en la banda, como por ejemplo “Can’t You Hear Me Knocking”, incluido en el álbum “Sticky Fingers” de 1971, donde al mejor estilo del jazz latino, se destaca una larga sección instrumental en la que el saxofón de Bobby Keys se confabula con los riffs de Keith Richards y los acentos rítmicos de Watts.

Armonías similares aparecen en “Gimme Shelter” y otros tantos clásicos donde aunque la batería nunca toma protagonismo, domina el eje central. Su meta siempre fue proporcionarle dinamismo a la banda desde esa legendaria y discreta sala de máquinas que ocupó durante más de seis décadas.