Tal vez en la historia de Cuba no exista un cantante más completo como lo fue Benny Moré. Dotado de una fluida voz de tenor con la que fraseaba notas de amor con cadencia sinigual y con un innato talento para componer boleros, mambos y montunos, Bartolomé (como era su nombre de pila), llenó su leyenda de azares con esa herencia africana con la que, luego de robarse el show, ascendió rápidamente al cenit de la cultura cubana como una de las glorias más importantes de la isla.
Su vida, como su obra misma, está rodeada de leyenda. De él es poco lo que se sabe con certeza. Se dice que es descendiente de Gundo, un príncipe negro congolés llevado a Cuba como esclavo y comprado por el dueño de una plantación, cuya propiedad pasó luego a manos de un conde que le impondría su apellido; y que luego, con su voz, Benny inmortalizó para gloria de su pueblo: Moré.
De Benny se dice que fue hijo de una mujer criolla y el mayor de una veintena de hermanos que nació hace un siglo en Las Lajas, una ciudad de la provincia de Cienfuegos, en el corazón de Cuba. A muy temprana edad aprendió a interpretar la música campesina y a tocar la guitarra en los cañadulzales; a los diez años, ya daba serenatas y a los diecisiete, decidió irse a probar suerte a La Habana.
El distinguido estilo de su ropa y lo desgarbado de su figura le envolvían de un exquisito donaire y de una poderosa magia en el escenario. Solía vestir siempre un saco zoot suit, largo y de solapas anchas, una batahola holgada y ceñida a la cintura que colgaba de sus hombros con tirantes y zapatos de estilo francés, rematando con un sombrero italiano de ala amplia y un bastón que llevaba bajo el brazo derecho y que solía convertir en batuta para dirigir su orquesta. Todo un gentleman criollo.
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Su prodigiosa voz lo llevaría a grabar por primera vez en una sesión con Miguel Matamoros y con él, vendría una seguidilla de éxitos interpretadas con las orquestas de grandes leyendas de la música tropical como Tony Camargo, Pérez Prado y Bebo Valdés. Con el pasar de los años, sus estelares shows se fueron eclipsando por un progresivo deterioro de salud, producto de una cirrosis que rápidamente consumió la vitalidad de su hígado y le habría de arrebatar la vida en el verano de 1963.
Lo cierto es que nadie encarnó jamás el sentir de la música cubana como Benny; su estilo magnético, que embruja al espectador y lo envuelve en un frenesí colectivo, es quizás su mayor proeza. Para el mundo quedan mambos como "Bonito y sabroso" ; guarachas como "Se te cayó el tabaco" ; guajiras como "Cienfuegos" ; boleros como "Dolor y perdón" , "¿cómo fue?" y "mi amor fugaz" , y para su pueblo cubano el inmenso orgullo de haberlo tenido como uno de sus más ilustres hijos.