Una vez, la escritora Hwang Bo-reum dijo en una entrevista que, si bien ella creía que la lectura puede ser un medio para recuperarse "a veces, es más fácil sanarse sin hacer nada". El hacer nada es una cuestión compleja, sobre todo en esta época que nos reclama movimiento y expansión. Todos los días estamos invocando al espíritu de la productividad, y puede ser porque, en ciertos momentos, estar quietos es mucho más atemorizante que el sonido que producen nuestros pasos o nuestros aplausos. Y, sin embargo, ese reposo, pese a lo lejano o monstruoso que se nos haya pintado, parece un lugar al que, en secreto, aspiramos.
El escritor colombiano Efrén Girado escribió en su libro Sumario de plantas oficiosas (Luna libros) que los seres humanos hemos decidido ignorar con ahinco nuestra profunda relación con el mundo de las plantas, especialmente con el estado de ve-getar. Estar quieto dándole tiempo a la vida. Pienso en eso, en las plantas trepadoras silenciosas que, sin ningún grito de batalla, han colonizado no solo rejas oxidadas, sino países enteros, como es el caso del ojo de poeta ( Thunbergia alata ), que es considerada una especie invasora y tiene en peligro algunos bosques de Antioquia. Entonces, la aparente inacción del mundo vegetal termina siendo un invento que responde más a nuestro sentido del mundo que a los hechos. Puede ser que Hwang Bo-reum se refiriera a eso cuando dijo que, para sanarnos, es más fácil hacer nada. Tal vez, lo que buscamos —y necesitamos— es el estado en el que la vida tiene un lugar para crecer en silencio. Ese lugar es la lectura —o puede serlo—.
Leer es una conversación en grupo. Nunca se lee solo, aunque la habitación esté absolutamente vacía. La voz al interior de nuestras cabezas, si leemos en silencio, o el grito, si recitamos, responde a un yo que no siempre somos nosotros mismos. En ocasiones, quien habla con nuestra voz es un hombre que habita un faro y está consumido por el recuerdo de una guerra que lo atravesó de todas las formas o es una mujer que corre por todo Londres preparando una fiesta a inicios del siglo XX. Nadie sabe quién terminará siendo cuando abre un libro y lo comienza a leer. Allí ocurre la vegetación: nuestro cuerpo es el escenario donde la historia vive, no el libro. En nuestro hígado, pasan las batallas y, en nuestros corazones, es donde perfora el amor.
Cuando leemos con otras personas el mismo libro, esas voces terminan en multitudes, y allí la lectura adquiere un sentido diferente y quizá uno de los más valiosos: el de la creación de un Lenguaje intimo y, al mismo tiempo, común.
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Supongo que, por eso, Bienvenido a la librería Hyunam-dong (Espasa), de Bo-reum, ha sido el fenómeno literario que le ha dado la vuelta al mundo. En la sencillez de su historia, radica su épica. Una mujer que decide abrir una librería independiente en su barrio, al que llegan personas tristes y personas solas. ¿Qué pasa allí?, ¿cómo nacen los lugares que se convierten en nidos?, ¿con un buen café?, ¿con buena música? No. Son esos que hemos construido con la paciencia de los pájaros que, rama a rama, fundan un hogar para el nacimiento.
Luego de trabajar durante siete años como ingeniera de software en LG Electronics, Hwang Bo-reum se hizo la pregunta fundacional: ¿debería seguir viviendo así? Luego, escribió. Durante los siguientes diez años, escribió y leyó. Tuvo miedo y tuvo éxito.
Sus palabras siguen estando buscando seguridad y eso la convierte en una escritora cautelosa que, para escribir una historia sobre libros, una historia de una librería, en lo que más se concentró fue en la curaduría de esos libros imaginados en el mundo de la ficción. Puso sus ojos en los estantes de la librería de Yeongju y apoyó sobre los lomos inventados sus dedos, olió las páginas utópicas y pensó en que esa sería una librería de verdad, que tal vez esa era la luz propicia para que todos leyeran un libro que no existe —o que sí, porque todos los libros fueron soñados— y se convirtieran en plantas, aves o dragones.
En esta sección de Literatura al margen de la HJCK y Tinta , queremos proponerles esa librería, esa biblioteca, esa mesa de café en la que estemos leyendo todas las mismas palabras, pero estamos convertidos en tan distintos hombres y mujeres que parecemos habitar un planeta distinto, no mejor ni peor, pero con un idioma que, si bien fue creado por nosotros, es dominado y transformado. Espero que vegetemos en las palabras de la literatura y le abramos espacio a la vida trepadora.
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