
Las raíces del término ecopoesía remiten —desde el griego antiguo oikos — a una “casa de la poesía”, o a la poesía en tanto casa. Más ampliamente y a tono con lo que entendemos actualmente, sería la consideración de nuestro planeta, la tierra, como la “casa” del ser humano. La presencia de eco , entonces, aplica a “la casa” que usufructúa y comparte la humanidad. Ese es tanto el principio fundamental de este enfoque cuanto las características que reúne su objeto de análisis, en este caso las obras que a modo de ejemplo se comentan y analizan en los autores y poemas seleccionados para el presente ensayo.
Efectivamente, una parte importante de la obra de Leopoldo Castilla, Edith Vera, Romilio Ribero, Manuel J. Castilla y Dulce María Loynaz —todos poetas de indiscutible calidad— invita a ser leída en clave de ecopoesía , en tanto ejemplos no sólo de su presencia de hecho en la literatura, sino como perspectiva y herramienta, tanto de análisis cuanto de creación: se escriben (se escribieron y escribirán) ecopoemas al tiempo que se puede interpretar y analizar poesía desde la ecopoesía como capítulo de la ecocrítica .
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A propósito: la ecocrítica tiene como objetivo efectuar y proponer lecturas que pongan de manifiesto la importancia de las relaciones entre literatura, lenguaje y naturaleza, tan necesarias de revisar y utilizar en momentos como el de la profunda crisis global que estamos viviendo, tanto con relación al medio ambiente como al lenguaje, igualmente sometidos a una dominación, desgaste y extinción indiscriminados. Ante ello, se puede considerar que para el lenguaje en general y para las lenguas particulares la poesía representaría su mayor recurso sostenible.
La idea de sostenibilidad , basada en la diversidad y la revitalización, se toma a modo de analogía con el entorno natural y los ecosistemas. En efecto, en tanto “ecosistemas”, tanto las lenguas naturales como la convivencia multilingüe están sometidas a tensiones y desigualdades que ponen en riesgo su sostenibilidad. De lo que implícitamente aquí se trata es de defender la diversidad frente a los procesos (mercantiles, políticos, territoriales, semióticos) de hegemonización y poder, a costas del sacrificio de las singularidades identitarias. A la diversidad humana se la puede comprender mejor a partir del contexto que permite una diversidad cultural, lingüística o ideológica, por lo que es necesario luchar por contextos equitativos y dialogantes, no sólo entre las lenguas más habladas y las minoritarias sino también entre los géneros literarios y todo cuanto se encuentre en un estado de fragilidad y emergencia. Es una misma lucha la de la defensa de la naturaleza y de la poesía: son nuestros hogares, nuestras casas más sanas y seguras.
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La ecocrítica está involucrada en esta tarea, dentro de la cual los trabajos sobre lenguaje y literatura ya tienen ganado un lugar en la historia disciplinar. La bibliografía clásica de sus enfoques da pruebas de ello; en general, y salvo excepciones, quienes comenzaron a trabajar en tal dirección fueron autores europeos, sobre todo de habla inglesa (los que pueden ser considerados precursores en el tema) como Cheryll Glotfelty, Michael Branche, Scott Slovic, Thomas K. Dean, Lawrence Buell, Jonathan Bate o Marrero Henríquez, entre otros. En Argentina y América Latina es más reciente la publicación de estudios similares. En nuestro continente lo que sí encontramos son contribuciones hechas desde perspectivas más bien multidisciplinarias —análisis que incluyen antropología, política, filosofía, literatura, arte, cultura, etc.— y, más que referidas a obras literarias, se trata de textos elaborados sobre (y desde) las situaciones y los datos físicos y naturales basados en las ciencias que estudian el suelo, el agua y el aire.
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Lo valioso de los trabajos de los autores latinoamericanos es que enfocan cuestiones e intereses propios y urgentes de las realidades locales y regionales, incluyendo lo político y social por supuesto. Aunque ya no lo recordemos, en su momento lo hizo el mexicano Carlos Fuentes y continúa haciéndolo, también en México, Enrique Leef (insoslayable precursor) o los argentinos Antonio Brailovsky, Sergio Federovisky, Sergio Auyero o Maristella Svampa, por citar unos pocos nombres bien conocidos y entre muchos más de distintos países latinoamericanos. Aquí hubo que esperar una generación más reciente para contar con trabajos más precisos y específicos de ecocrítica. Una de sus representantes es Gisela Heffes, de quien nos parece oportuno citar tramos de su definición, en la que manifiesta que se trata de la especialidad que “estudia la relación entre arte, cultura y espacio físico”. Agrega: “Por eso las preguntas desatadas por la pandemia legitiman su enfoque y lo vuelven necesario. Se trata de hacer relecturas politizadas que desafíen las actitudes ecocidas, problematicen el binarismo naturaleza/cultura y dialoguen con las ideas de la justicia ambiental, la crítica feminista y colonial” (2020). Según se advierte, el objetivo es ampliar cada vez más, y con mayor rapidez, los derechos de las “minorías” (entre comillas ya que suele tratarse de inmensas mayorías); de sus principios, creencias y saberes, para corregir injustas asimetrías entre el poder y la situación de los más débiles y necesitados, de lo cual la naturaleza es una muestra más. Análogamente, también es lo que sucede con la poesía. Cabe aquí mencionar, respecto de la cuestión que nos ocupa, que entre los años 2008 y 2015 en la Facultad de Lenguas de la Universidad Nacional de Córdoba, junto a otros colegas propusimos y llevamos a cabo las Jornadas Internacionales Ecolenguas. Con la decana Silvia Barei (también reconocida poeta) logramos que la nuestra sea la primera “Facultad respetuosa del entorno ambiental” de la Universidad. Por aquellos años también participamos activamente junto a otros colegas en la creación del ISEA (Instituto Superior de Estudios Ambientales) en nuestra Universidad de Córdoba, como organismo de investigación y consulta. Actualmente el ISEA sigue funcionando, interdisciplinariamente, con representantes de cada una de las quince facultades que conforman la Universidad Nacional de Córdoba. El hecho es que aquellas Jornadas Ecolenguas, además de aportar un buen caudal de material teórico promovieron la realización de trabajos y discusiones, analizando las obras de nuestros poetas y narradores —argentinos y latinoamericanos— ampliando y actualizando un objeto de estudio que hasta entonces lo constituían los clásicos autores “universales”.
Respecto de los poetas incluidos en este ensayo, sus poemas —unos más que otros y mediante diferentes poéticas— constituyen un apropiado material de análisis para identificar y mostrar diferentes perfiles de la poesía en perspectiva ecocrítica. El trabajo fue encarado no solamente en clave literaria, sino también —y si no suena demasiado pretencioso— en clave filosófica por así decirlo, sobre todo porque consideramos que esas obras poéticas constituyen una buena prueba de que el ser humano, la naturaleza y el todo que llamamos universo (y que podríamos llamar Gran Naturaleza) finalmente son (somos) una misma cosa; en permanente movimiento y cambio, pero compartiendo una misma progenie, una misma materia estelar: una misma naturaleza, sólo que en diferentes escalas y estadios. Considero que todo esto la poesía es capaz de contenerlo y expresarlo, ayudándonos a pensar que intentar conocer y proteger más a la naturaleza mediante diferentes acciones es también, para los humanos, conocernos y protegernos más y mejor, facilitando el flujo mismo de la vida. No por lo dicho se deja de reconocer y valorar que la cultura occidental y muchas de sus realizaciones civilizatorias, lejos de presentarse como amenazas contra la naturaleza, según en ocasiones y de modo fundamentalista se lo presenta, son los ámbitos en los que se la comenzó a estudiar y se trabajó en dirección de su buen uso, defensa y protección por más que desde allí muchas veces también provenga su destrucción: son espacios y saberes imprescindibles para estudiarla, conocerla, mejorarla y entenderla en toda su complejidad. Y es también desde donde sale la propuesta que encara este libro y la necesidad de darlo a conocer como un medio más de involucramiento del arte con diferentes necesidades humanas. En estos días, en que los medios de comunicación no alcanzan a cubrir la cantidad y el tamaño de desastres ambientales en el planeta, también se llevan a cabo, igual que en la literatura, comprometidas luchas artísticas: cine, televisión, muralismo y artes visuales y escénicas en todas sus formas y lenguajes generan creaciones relacionadas con la naturaleza y lo ambiental.
Paralelamente, de lo que también se trata es de hablar de un postergado intento de reconciliación entre lo que aún hoy se presentan como intereses opuestos y diferentes. De mostrar que por encima de todo lo que supuestamente separa y enfrenta, late una unidad superadora por la que vale la pena luchar. Y que a esta unidad (universal: las partes reunidas en/por un todo) el artista, el poeta siempre la intuyó y la expresó, siendo en esto en lo que radica la llamada “excepcionalidad” del poeta, su ser especial. Según nos enseña la historia, es esa clarividencia lo que le permite hablar y mostrar (no demostrar) determinadas verdades, anticipándose a lo que a posteriori será “descubierto” por los saberes científicos fundados en una racionalidad (occidental) que en muchos casos fue virando hasta convertirse en lo que hoy padecemos: un excluyente y perverso sistema de utilitarismo económico que favorece a unos pocos a costas del hambre de una gran parte de la humanidad y de una destrucción planetaria que finalmente nos alcanzará a todos. O, como alguna vez lo manifestara el brasileño Leonardo Boff: “… las divisiones políticas de la Tierra deberán ceder su artificialidad a las leyes morfogeográficas de la naturaleza; y los ríos, las selvas, los bosques, las montañas y los mares dictarán las nuevas leyes de una vida que no fue debidamente entendida por las ambiciones y la sordera del hombre actual”.
La voluntad de darle formato de libro a los artículos de este ensayo también tiene que ver con el proyecto colectivo Bosques de la Poesía, movimiento cultural al cual pertenezco desde sus comienzos, en el 2020, junto a los poetas Pedro Solans y Leopoldo Castilla. El movimiento se ocupa de promover la plantación de semillas y árboles nativos, propios de cada región, generando espacios abiertos de poesía y cultura en general en todo terreno público disponible de cualquier lugar del país y del extranjero (en un solo año se inauguraron decenas de Bosques). Fue a partir de ese proyecto que surgió la idea, además, de crear el grupo CONASUD, para reclamar ante las autoridades argentinas y, entre otras medidas, lograr la incorporación oficial de la figura de la naturaleza como Sujeto de derechos.
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