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Germán Arciniegas, el encuentro entre la literatura y la historia

El escritor colombiano Germán Arciniegas ha sido fundamental para la historia de la cultura, la historia y la literatura en el país, así que hoy le traemos algunos datos de su vida y un fragmento de su libro "Entre la libertad y el miedo".

Germán Arciniegas
El escritor colombiano Germán Arciniegas con su gato (sin fecha).
El Universal de Cartagena.

Germán Arciniegas fue un destacado escritor, historiador y diplomático colombiano nacido el 6 de diciembre de 1900 en Bogotá y fallecido el 14 de noviembre de 1999 en la misma ciudad. Se le considera uno de los intelectuales más influyentes de Colombia en el siglo XX.

Arciniegas desempeñó roles importantes tanto en la literatura como en la academia. Fue un prolífico autor de ensayos y libros que abordaron temas históricos, políticos y culturales. Entre sus obras más destacadas se encuentra "Biografía del Caribe", una obra monumental que explora la historia y la cultura de la región caribeña.

Además de su labor como escritor, Arciniegas fue un destacado académico y ocupó diversos cargos, incluyendo el de embajador de Colombia en Italia y en la UNESCO. También fue profesor en varias universidades, contribuyendo al ámbito educativo y a la difusión del conocimiento.

Germán Arciniegas dejó un legado significativo en la cultura colombiana, siendo recordado por su aguda perspicacia intelectual, su estilo literario único y su compromiso con la comprensión y promoción de la historia y la identidad latinoamericana.

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Lea aquí un fragmento de su libro "Entre la libertad y el miedo":

¿Hacia dónde va la América Latina? 

La libertad. Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos: con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra, ni el mar encubre. Por la libertad, así como por la honra, se puede y debe aventurar la vida. Cervantes.

El 23 de mayo de 1951 apareció en "Time" esta información: "Por primera vez en la historia, la población de la América Latina ha sobrepasado a la de los Estados Unidos. De acuerdo con los resultados preliminares del primer censo coordinado de la población en la América Latina, las veinte repúblicas tienen 152.800.000, y los Estados Unidos sólo llegan a 150.697.361, de acuerdo con las cifras oficiales de 1950". 

¿Hacia dónde se mueven esos 152.800.000 latinoamericanos? ¿Hacia la derecha? ¿Hacia la izquierda? ¿Hacia la democracia libre? ¿Hacia la dictadura? ¿Se inclinarán al comunismo? ¿Al neofascismo? ¿Se extenderá el justicialismo que pro- clama el general Perón? ¿Volveremos a los caudillos bárbaros del XIX? ¿Se man- tendrá la disciplina manteniendo sumiso a un pueblo desencantado? ¿Habrá sor- presas? ¿Qué pensarán quienes están arriba? ¿Qué pensarán quienes están abajo?

Las grandes cifras son engañosas. No hace mucho, a principios de este siglo, la población de la América Latina no se daba en número de habitantes sino de almas. Cada república o cada ciudad tenía tantas almas, que se consideraban almas dormidas. Unas se irían al cielo, otras al infierno. A los jefes de Estado este balance ultraterreno poco les inquietaba. Mucho menos a los observadores de fuera. Esto no es extraño, y se ha visto en otras partes del mundo.

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China ha tenido 460 millones de almas que vivieron por siglos entre sus murallas. Apenas ahora comienzan a convertirse en un problema serio más allá de las viejas fronteras. Y Dios sabe lo que murallas adentro pasará con los chinos.

Para nosotros, latinoamericanos, la cifra de 152.800.000 está cargada de mucha sustancia que no es propiamente romántica. Sabemos que las almas del siglo XIX se han convertido en hombres de carne y hueso que quieren ganar más, comer y vestir mejor, tener seguridades hasta en este mundo y organizarse en sindicatos libres.

"Time" ha incurrido en un error. Dice que es la primera vez en la historia en que se registra esta desproporción entre las dos partes del hemisferio. Todo lo contrario. En 1852 la población de la América Latina pasaba de 18.500.000, y la de los Estados Unidos, en 1830, no llegaba a 13 millones. Durante el XIX los Estados Unidos tuvieron una expansión relámpago y llegaron a donde hoy se encuentran por la conquista y colonización del Oeste, la revolución industrial y la caudalosa inmigración.

Un crecimiento análogo se registra ahora en la América Latina, donde se está viendo algo que recuerda fielmente lo que fueron el despertar de California con el oro, el crecimiento del Middle West y el propio caso de Nueva York. Basta estudiar las cifras de cualquiera de las capitales latinoamericanas. La ciudad de México es un buen ejemplo. En 1518 se contaron allí 60 mil almas. Al cabo de cuatro siglos, en 1900, el censo habla de 368 mil almas. En 1940 había allí 1.464.000 habitantes. Hoy se acercan a 3 millones de carne y hueso.

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En promedio, la población del mundo crece al año en un 1%. En la América Latina el crecimiento dobla el porcentaje mundial. Los expertos de las Naciones Unidas han hecho esta declaración: "La América Latina es la parte del mundo que crece con mayor rapidez. En esta región, con una natalidad relativamente elevada y la reducción de la mortalidad debida al mejoramiento en las condiciones de vida, se ha producido un aumento medio de 2% al año. En el resto del mundo una natalidad y una mortalidad igualmente altas, o una natalidad y una mortalidad muy bajas, conducen a un crecimiento que oscila apenas entre el 0,8 y el 1,5%".

"The New York Times", 28 de marzo, 1951.

No todo el mundo ha observado que hoy México y Buenos Aires son más grandes que París, y Río de Janeiro más grande que Madrid. En el XIX las gentes ricas de la América Latina iban a París, y en París todo las deslumbraba. Hoy van las señoras de Lima, de Caracas, de Bogotá, a Europa, a sufrir las incomodidades de hoteles o residencias en donde nunca encuentran las comodidades, los buenos baños, el confort de sus propias casas.

Cuando un latinoamericano encuentra en los Estados Unidos que una persona vive muy bien, dice: "Fulano está viviendo como un príncipe: tiene una casa casi tan buena como las de Caracas". En todo lo cual no hay exageración. Buenos Aires es una ciudad que parece salida de la mente del novecientos francés, retocada por Le Corbusier y adornada por Rodin y Bourdelle. Río figura entre las más bellas del mundo. Las mujeres bien vestidas que se ven en París son argentinas. Conviene recordar esto porque no hace cincuenta años en Francia se hacía una genera- lización para hablar de "les pays sauvages de l'Amérique du Sud".

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El cambio no se ha operado sólo en la superficie. A medida que las ciudades crecen, la gente aprende a leer y se informa de lo que ocurre en el resto del mundo. Las antiguas almas dormidas, al despertar, se tornan ambiciosas. Aun quienes no saben leer ni escribir pueden informarse. Hasta la gente más humilde sabe que hay una guerra en Corea, y aun tiene una opinión propia sobre esa guerra. Hay un mi- llón de ejemplares de las "Selecciones del Reader's Digest" que popularizan conoci- mientos menudos en las ciudades y en las aldeas.

Las opiniones de los de abajo pueden ser bien o mal fundadas, nacer de errores de apreciación o de una recta aplicación del sentido común. De equivo- caciones semejantes son susceptibles, en todo el mundo, las personas ilustradas. El hecho es que el pueblo se forma opiniones buenas o malas. Tiene la idea, exagerada, de que la escuela puede obrar cambios milagrosos.

A veces los demagogos le embaucan. Hay invenciones nuevas que contribuyen a revolucionar las ideas corrientes en forma difícil de apreciar. El cinematógrafo, por ejemplo, da una imagen desorbitada de la vida de un obrero. Ya se ha observado cómo en Rusia el celuloide americano, mostrando en la pantalla obre- ros que tienen buenos zapatos, radios y relojes, se ha considerado como material explosivo.

En pequeños teatros de las aldeas de Brasil o de Colombia, o en los barrios obreros dé las capitales, se ven películas de Hollywood en que aparecen obreros y campesinos con nevera en la cocina y automóvil para ir al trabajo. Lo que en los Estados Unidos se considera un modesto automóvil, a los ojos del trabajador lati- noamericano es un automóvil de verdad. Estos cuadros de costumbres de un país rico y vecino resultan más eficaces que todo lo que escribió Marx, de quien muchos apenas saben que fue un hombre con barbas.

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