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"El último ejemplar" de Lizeth León: una cartografía de lo extinto

Dentro de un huevo cabe todo: el universo, la herida, el inicio y el fin. En "El último ejemplar", la artista Lizeth León no representa la extinción: la habita. A través de archivos familiares, especies al borde del olvido y dibujos que resucitan lo imposible, su exposición —instalada en Vértigo Contemporary, Bogotá— interroga lo que queda cuando todo parece haber desaparecido: la memoria como un ala suspendida, el arte como un animal que insiste en nacer.

El último ejemplar
"No somos una especie ex-tinta", serigrafía sobre retazos de archivo de la artista bogotana Lizeth León.
HJCK

Alguien con la escoba en las manos
recordará todavía cómo fue.
Alguien escuchará
asintiendo con la cabeza en su sitio.
'Después de cada guerra', Wislawa Szymborska

Dentro de un huevo habita el misterio. El universo se contrae y se expande en un latido eterno, contenido en la cáscara, esperando. Hasta que se rompe. Y entonces, ocurre la vida o la muerte —dos sendas con el mismo derecho a manifestarse—. La grieta en la cáscara, esa fractura en la armadura, es el umbral hacia cualquiera de los reinos posibles.

En su más reciente exposición, El último ejemplar, Lizeth León parece excavar dentro del huevo sin quebrarlo. Esta constelación de obras, desplegada en la Galería de arte Vértigo Contemporary, en el barrio San Felipe de Bogotá, pulsa como un enigma aún por romperse, pero amenazando con la devastación. La historia familiar de León, las cartas de sus padres, los expedientes clínicos, las postales y las fotos, los recortes de prensa, las actas de defunción y los dibujos de cóndores recién nacidos se erigen dentro del espacio como un recordatorio de la extinción de la que, parece, no puede escapar la artista.

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“En mis imaginaciones más optimistas, soy la criatura primera que nombra a su antojo el mundo que descubre. En las más crudas, no existe más el mundo que solía nombrar”, escribe León en el texto que recibe al visitante. Reconocida por su trabajo como ilustradora de aves, León convierte lo que pasa por ornamental en una especie de tributo a los cuerpos (animales y humanos) que tienen el presagio del final inscrito como destino. La historia de los suyos, todos ellos muertos, desemboca en una confirmación igual de reconfortante como dolorosa: en algún momento —lejos o cerca, temprano o tarde— no habrá nadie de nosotros quien cuente con su propia boca, que dibuje con los pies o cante con las manos cómo fuimos cuando estuvimos sobre esta tierra. Y, sin embargo, es el archivo que León recoge e interviene el que dice: sí, estos fuimos, aquí fuimos.

El último ejemplar no es una oda a la nostalgia. No se recoge en el miedo a la extinción, sino que atraviesa las primeras emociones después del desastre y zarpa en una tierra extraña y conmovedora. En 2022, un equipo de la American Bird Conservancy y del Laboratorio de Ornitología de Cornell instaló una docena de cámaras trampa en la Isla Fergusson, en Papúa Nueva Guinea. Al revisar las grabaciones, no solo encontraron material valioso: en plena luz del día, y frente a una cámara ubicada a ras de suelo, apareció la imagen de un ave que se creía extinta desde hacía 140 años. Era la paloma-faisán de nuca negra. El hallazgo fue descrito por los científicos como si hubiesen encontrado un unicornio.

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A partir de este suceso improbable —este guiño de lo real a la materia de los milagros— Lizeth León creó una de las obras más poderosas de la exposición. Se trata de una cámara de sonido e imagen diseñada por la artista, donde una secuencia de dibujos en movimiento da vida a la escena: la paloma entra al cuadro, como si el lente la convocara desde otra era.
Dibujo a dibujo, cuadro a cuadro, Lizeth hace regresar al ave desde la nada. Y entonces, el milagro ocurre: el huevo se abre. Contiene, a la vez, el génesis y el apocalipsis.

El último e
Piezas de "El último ejemplar", de Lizeth León.
HJCK

Otra de las piezas fundamentales en El último ejemplar es una serigrafía de un cóndor de los Andes impresa sobre cientos de fragmentos de archivo que Lizeth ha reunido de su familia. Cartas del partido anarquista al que pertenecía su tío. Correspondencia entre su tía y su padre. Fotografías de niños en una Bogotá de los años cincuenta. El cóndor —sin desplegar del todo sus alas, como si aguardara el instante exacto para alzarse— se posa sobre una frase que resuena como un manifiesto: No somos una especie ex–tinta.

Está de más reconocer el trabajo y laboriosidad de la artista en el montaje de esta muestra. Pero, lo que no sobra, es premiar su esfuerzo para que una obra tan personal, tan íntima como de la que hablamos acá, se expandiera como una onda de sonido en otros cuerpos y otras experiencias. ¿Quiénes somos cuando todos los nuestros ya no estén? ¿Quién soy yo, el último ejemplar de mi casa, de mi nido, de mi madriguera? Y, sobre todo, ¿qué haré con estas palabras que me cruzaron y pertenecieron a otros corazones que ya no laten?

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*La exposición El último ejemplar estará abierta hasta el próximo 24 de agosto de 2025.