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El tabú en pantalla, una apuesta de las cineastas en Egipto

"El gran desafío para nosotros en el mundo árabe es que no hay infraestructuras. Por ejemplo, la posproducción debe hacerse en el extranjero", agrega la productora palestina Rafia Oraidi.

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"Hay una vida cuyo ritmo particular es imperceptible en los medios", pero que ya han conseguido retratar eminencias del cine palestino independiente como los realizadores Elia Suleiman o Hany Abu-Assad, ambos premiados internacionalmente.

En la alfombra roja de los festivales de Egipto, templo histórico del cine árabe, algunas cineastas destacan con documentales que exponen cuestiones tabús en una región donde las salas y los fondos para la gran pantalla son escasos. En cuestiones de igualdad y pese a lo que se pueda creer, el cine árabe no funciona mal. Mientras en Hollywood solo un 18% de las 250 grandes producciones de 2020 fueron grabadas por mujeres, en esta región se rozaba la paridad en 2019, según la universidad de Northwestern en Catar.

Entre las nuevas cineastas de la región destaca Zahraa Ghandour, de 30 años, que en "Mujeres de mi vida" relata un feminicidio en un Irak conservador donde las costumbres tribales se convierten en ley. La actriz y directora, que participó en la revuelta antipoder en Bagdad a finales de 2019, denuncia en su documental una sociedad "que trata los feminicidios como si fuera normal que (las mujeres) sean asesinadas por sus familias o en la calle".

"Como iraquíes, nuestras vidas son inestables, pero el asesinato centrado en mujeres en particular no debe banalizarse", afirma a AFP tras el festival de cine de El-Gouna. Ghandour se reivindica de una "nueva generación nacida en los años 1990 y 2000 que ha emergido y trazado un nuevo rumbo" tanto en el séptimo arte como en la política.

Al tomar ella la cámara, la joven, que ha actuado en producciones occidentales, quiere "emanciparse de los clichés en los que nos encierra el cine internacional". Pero esta libertad viene con un precio, afirma la cineasta, con el pelo rizado y hoyuelos cruzados por una sonrisa.

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En su país donde casi no subsiste ninguna sala de cine, "no hay respaldo, con lo que hay que buscarlo en otros lados". Pero fuera de sus fronteras, "hay tendencias y hay que adaptarse a ellas para obtener financiación", lamenta. "¿Pero si tengo ganas de hacer una película de terror por ejemplo? Quiero poder hacer lo que quiera siempre que sea una película de calidad", insiste.

"El gran desafío para nosotros en el mundo árabe es que no hay infraestructuras. Por ejemplo, la posproducción debe hacerse en el extranjero", agrega la productora palestina Rafia Oraidi. "No tenemos estudios a medida porque nuestros presupuestos son enormes y nos vemos forzados a asociarnos con coproductores", explica esta mujer que navega en el cine independiente desde hace 15 años.

Para su última obra se alió con la realizadora palestino-estadounidense Hind Shoufani para narrar una impactante búsqueda intergeneracional en "Plantaron árboles extranjeros". Todavía en posproducción, la película "sigue el día a día de los habitantes de la aldea de origen de la realizadora en Galilea", un territorio que pertenece ahora a Israel, donde esta última "encuentra por primera vez a una parte de la familia 20 años después de la muerte de sus padres".

Para ella, es primordial "mostrar que hay muchas otras historias en Palestina además de la guerra, la destrucción y la ocupación". "Hay una vida cuyo ritmo particular es imperceptible en los medios", pero que ya han conseguido retratar eminencias del cine palestino independiente como los realizadores Elia Suleiman o Hany Abu-Assad, ambos premiados internacionalmente.

"Sin su atención, su paciencia y su perseverancia frente a las condiciones en que vivieron, no tendríamos ni una sola película en las pantallas", asegura Oraidi.

Al otro lado del Mediterráneo, la tunecina Fatma Riahi desea hacer de su próximo documental todavía en rodaje un "relato biográfico y personal". En él explora las conexiones entre la historia de su padre y su rol en el golpe de Estado que tumbó al expresidente tunecino Habib Burguiba en 1987 y el Túnez posterior a la revolución de 2011 que expulsó a su sucesor, Zine el Abidine Ben Ali.

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"Como directora tunecina, todavía tengo mi completa libertad de expresión", celebra Riahi. Esa libertad, rara en Medio Oriente, la quiere usar para "ofrecer una lectura alternativa de los 30 últimos años de la historia tunecina, desde los golpes de Estado a revoluciones y a lo que vivimos actualmente Kais Saied", el actual presidente que se arrogó plenos poderes en julio, explica a AFP.

Aunque desde 2011 el cine tunecino ha rebrotado, todavía es muy masculino, estima esta treintañera. "Hay camino todavía por recorrer", asegura.