Escribo esta carta con la rotunda certeza de que usted, señora Marta Lucía Ramírez ni siquiera la leerá, pero supongo que a veces tenemos que hacer cosas, aunque sepamos que el destino sea el abismo: hacerlas solo por hacerlas, una especie de denuncia muda, como las que abundan en este país.
Yo soy mujer, como usted. Vi como el día de su elección como vicepresidenta dijo con honor que era la primera mujer en ocupar ese cargo, vi también como trataron de endosar su victoria a todas las mujeres colombianas, escuché cuantas veces fue posible la frase: “es un logro de todas las mujeres del país” y sentí, no puedo negarle, un poco de gracia, de risa, cuando algunos mencionaron que su triunfo era un triunfo del feminismo.
A veces le doy el beneficio de la duda. A veces creo que está muy ocupada para no ver lo que nos está pasando en este país. Pero no soy tan ingenua. No sé como una mujer con su poder puede dormir tranquila mientras en Colombia se han asesinado más de 40 mujeres durante la cuarentena. Entre el 11 y el 31 de mayo de 2020 murieron 14 mujeres, casi que una diaria.
¿Sabe usted quiénes son estas mujeres? Menores de edad, migrantes, madres solteras, jóvenes en la edad fértil, mujeres trans, lideresas sociales, campesinas. No, señora, usted no sabe quienes son esas mujeres. Usted parece que tampoco sabe cómo las asesinaron: apuñaladas, a machetazos, torturadas. Las tiraron al río, las metieron en huecos que sus propios asesinos cavaron en sus casas. Asesinos que juraron amor a esas mujeres que asesinaron, pero que en realidad lo que sentían era odio, porque estos asesinatos es una prueba fiel del desprecio que sienten por nosotras. Al río fueron desechadas porque no tenían derecho a un cuerpo, a un nombre. A nosotras no nos hallan muertas, señora Marta Lucía, a nosotras nos matan y usted, la representación del Estado, parece una cómplice silenciosa de la sistematicidad de estos crímenes.
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Digo que usted no sabe quiénes eran ni cómo murieron porque no encuentro otra explicación para su mutismo. Parece que está ocupada explicándole a los señores de Colombia la importancia de una aspiradora en casa, su energía está concentrada en resaltar que al menos esos mismos señores ya están ayudando con las labores domésticas. Dispendioso trabajo, me imagino. Usted parece muy buena tomando la palabra en los foros de mujeres con nombres rimbombantes y vacuos, hablando durante horas de su experiencia en la política y llorando en emisoras.
¿Qué tiene por decirle a la niña de 13 años que fue violada por 7 militares? ¿Qué le dice a esa niña indígena la mujer con mayor poder político en el país? ¿Ella, esa niña, también hace parte de esa bandera que usted hondea en pro de su causa política? No lo creo.
El comunicado oficial del Ejército asegura que le restituyeron los derechos a la menor. Cuénteme eso cómo es posible. Cómo los derechos de una niña son restituidos después de que siete hombres armados la abusaran sexualmente. Cómo puede decirle uno -nosotros- a esa niña que lo que pasó no es su culpa, que esos hombres debían cuidarla, que ella es la víctima.
Me niego a que nuestro papel en la política sean meras cuotas burocráticas y representaciones en femenino del mismo poder patriarcal. Le escribo a usted y no a cualquier otro hombre que ostente tanto poder, le escribo para confirmar que no importa que ambas seamos mujeres. Sus causas nunca serán las nuestras, su trabajo nunca ha representado una mejoría para la vida de las mujeres, de las trans, de las comunidades en riesgo. Usted es mujer, pero no es como yo.