Entre los relatos breves que condujeron a que la escritora canadiense Alice Munro fuera galardonada con el Premio Nobel de Literatura en 2013, Radicales libres, contenido en su obra Demasiada felicidad (2011), destaca por presentar a una viuda reciente que busca reconstruir su vida. Sin embargo, es al enfrentarse a su condición de enferma terminal donde encuentra la fuerza necesaria para afrontar una situación extrema.*Al principio la gente llamaba por teléfono para cerciorarse de que Nita no estaba demasiado deprimida, ni demasiado sola, ni comía demasiado poco o bebía demasiado. (Había sido una bebedora de vino tan diligente que muchos olvidaban que tenía completamente prohibido beber.) Ella mantenía las distancias, sin parecer ni dignamente afligida ni anormalmente animada, ni distraída ni confundida. Decía que no necesitaba que le hicieran la compra, que se las arreglaba con lo que tenía a mano. Tenía las medicinas que le habían recetado y suficientes sellos para las cartas de agradecimiento. Sus mejores amigos probablemente sospechaban la verdad: que no se molestaba en comer mucho y que si llegaba alguna carta de pésame la tiraba a la basura. Ni siquiera había escrito a personas que vivían lejos, para evitar dichas cartas. Ni siquiera a la anterior esposa de Rich, que vivía en Arizona, ni al hermano, que vivía en Nueva Escocia y del que estaba bastante distanciado, a pesar de que ellos quizá entenderían mejor que la gente más cercana por qué había seguido adelante con el no funeral como lo había hecho. Rich le gritó que se iba al pueblo, a la ferretería. Eran como las diez de la mañana; había empezado a pintar la verja de la terraza. Es decir, estaba raspándola para pintarla y la vieja rasqueta se le rompió en las manos.A Nita no le dio tiempo a pensar por qué tardaba Rich. Él se inclinó sobre el cartel que había en la acera, delante de la ferretería, que anunciaba cortacéspedes de oferta. No le dio tiempo ni a entrar en la tienda. Tenía ochenta y un años y buena salud, salvo una leve sordera en el oído derecho. El médico le había hecho un reconocimiento hacía solo una semana. Nita se enteraría de que el reciente reconocimiento, el certificado médico favorable, se repetía en un sorprendente número de los casos de muerte súbita con que se encontró de repente. Casi te da por pensar que habría que evitar tales visitas, dijo. Solamente debería haber hablado en esos términos con sus malhabladas amigas Virgie y Carol, sus íntimas, mujeres casi de su misma edad, sesenta y dos años. A los más jóvenes ese lenguaje les parecía indecoroso y ambiguo. Al principio estaban más que dispuestos a formar una piña alrededor de Nita. No llegaron a hablar del proceso de duelo, pero Nita se temía que empezaran en cualquier momento. En cuanto se metió con los preparativos, todos menos los más fieles y fiables se replegaron, naturalmente. La caja más barata, a enterrarlo de inmediato, sin ceremonia de ninguna clase. En la funeraria dieron a entender que a lo mejor era ilegal, pero Nita y Rich lo tenían muy claro. Se habían informado hacía casi un año, cuando a Nita le dieron el diagnóstico definitivo. «¿Cómo iba yo a saber que se me iba a adelantar?» La gente no se esperaba un funeral tradicional, pero sí les apetecía algún rito moderno. La exaltación de la vida. Escuchar su música preferida, todos cogidos de la mano, contar anécdotas elogiosas de Rich mientras pasaban de puntillas y con humor sobre sus rarezas y sus perdonables defectos. Esas cosas que Rich decía que le daban ganas de devolver. 💬 Síganos en nuestro canal de Whatsapp aquí.De modo que el asunto se despachó enseguida y el revuelo y el calor que la había rodeado se disiparon, si bien ella suponía que algunas personas seguirían diciendo que las tenía preocupadas. Virgie y Carol no lo decían. Únicamente decían que era una vieja bruja y una egoísta si pensaba diñarla antes de lo necesario. Se pasarían por su casa y la resucitarían con Grey Goose; eso decían. Nita decía que no pensaba hacerlo, aunque sí le veía cierta lógica. De momento su cáncer había remitido; a saber qué quería decir eso realmente. No significaba que estuviera «en regresión». O no para siempre. Su hígado es la principal sala de operaciones y mientras ella se limite a comisquear no se queja. Lo único que deprimiría a sus amigas sería recordarles que no puede beber vino. Ni vodka. Después de todo, de algo le había servido la radioterapia de la primavera pasada. Ahora es pleno verano. Piensa que ya no tiene un color tan bilioso, pero a lo mejor eso solo significa que se ha acostumbrado. Se levanta temprano, se lava y se viste con lo que tenga a mano. Pero al menos se viste y se lava, se cepilla los dientes y se arregla un poco el pelo, que ha vuelto a salirle bastante bien, canoso alrededor de la cara y oscuro por detrás, como antes. Se pinta los labios y se oscurece las cejas, que se le han quedado muy despobladas, y por la misma consideración de toda la vida hacia una cintura estrecha y unas caderas moderadas, comprueba los progresos que ha hecho en ese sentido, aunque sabe que la palabra adecuada para calificar todo su cuerpo en esos momentos sería «escuálido». Se sienta en su amplio sillón de costumbre, rodeada de montones de libros y revistas sin abrir. Da unos sorbos cautelosos a la infusión aguada que ahora sustituye al café. En su momento pensó que no podría vivir sin café, pero resulta que en realidad lo que quiere entre las manos es el tazón caliente; eso es lo que ayuda a pensar o a hacer lo que haga durante la sucesión de las horas, o de los días. Esa casa era de Rich. La compró cuando estaba con su esposa Bett.No iba a ser sino un sitio para los fines de semana, cerrado durante el invierno. Dos dormitorios minúsculos, una cocina adosada, a un kilómetro del pueblo. Pero al cabo de poco tiempo ya estaba trabajando en ella: aprendió carpintería, construyó un ala con dos dormitorios y dos cuartos de baño y otra para su despacho, transformó la casa original en un salón-comedor-cocina. A Bett empezó a interesarle; al principio decía que no entendía por qué había comprado semejante cuchitril, pero siempre se implicaba en las mejoras prácticas y compró dos mandiles de carpintero a juego. Necesitaba algo a lo que dedicarse cuando terminó y publicó el libro de cocina que le había llevado varios años. No tenían hijos. Y mientras Bett le contaba a la gente que había encontrado su lugar en la vida como ayudante de carpintero y que eso los había unido más a Rich y a ella, Rich se enamoraba de Nita. Ella trabajaba en la secretaría de la universidad donde Rich daba clase de literatura medieval. La primera vez que hicieron el amor fue entre las virutas y la madera serrada de lo que llegaría a ser la habitación principal con techo arqueado. Nita se dejó las gafas de sol, no a propósito, aunque Bett, que jamás se dejaba nada en ningún sitio, no se lo creyó. Después vino la consabida y dolorosa trifulca, tras la cual Bett se marchó a California y después a Arizona, Nita dejó su trabajo por sugerencia de la secretaría y Rich perdió la oportunidad de ser decano de letras. Él se prejubiló y vendió la casa de la ciudad. Nita no heredó el mandil de carpintero más pequeño y se dedicó a leer de buena gana sus libros en medio del desorden, a preparar cenas elementales en un hornillo, a dar largos paseos de exploración de los que volvía con desaliñados ramilletes de lirios atigrados y zanahorias silvestres que metía en latas de pintura vacías. Más adelante, cuando Rich y ella ya se habían instalado, se avergonzaba un poco al pensar en lo dispuesta que había estado a desempeñar el papel de la mujer joven, la feliz rompehogares, la ingenua risueña y atolondrada. En realidad era una mujer —no precisamente una chica— seria, físicamente torpe, tímida, capaz de enumerar todas las reinas de Inglaterra, no solo los reyes sino también las reinas, y que se sabía de memoria la guerra de los Treinta Años, pero a quien le daba vergüenza bailar en público y que jamás aprendería a subirse a una escalera de mano, al contrario que Bett. Su casa tiene una hilera de cedros a un lado y el terraplén de la vía del tren al otro. El tránsito ferroviario nunca ha sido gran cosa, y ahora pueden pasar solo un par de trenes al mes. Entre los raíles la maleza crecía profusamente. Una vez, a las puertas de la menopausia, Nita incitó a Rich a hacer el amor allí arriba, no sobre las traviesas, naturalmente, sino en el estrecho arcén de al lado, y después bajaron exageradamente contentos. Nita pensaba con detenimiento, cada mañana al sentarse, en los sitios donde Rich no estaba. No estaba en el cuarto de baño pequeño, donde seguían sus cosas para afeitarse y las píldoras para diversos achaques, molestos pero no graves, que Rich se negaba a tirar. Tampoco en el dormitorio del que Nita acababa de salir después de haberlo recogido. Ni en el cuarto de baño grande, al que Rich solamente entraba para bañarse. Ni en la cocina, que se había convertido en el dominio casi exclusivo de Rich durante el último año. Por supuesto, tampoco estaba en la terraza con la verja a medio raspar, dispuesto a atisbar en broma por la ventana, frente a la cual en otros tiempos a veces Nita fingía iniciar un striptease. Ni en el despacho. Ese era el sitio donde su ausencia tenía que establecerse con más firmeza. Al principio Nita necesitaba abrir aquella puerta y quedarse allí, contemplando los montones de papeles, el ordenador moribundo, las carpetas desbordantes, los libros que se habían quedado abiertos o boca abajo y los que se apiñaban en las estanterías. Después empezó a conformarse con imaginarse las cosas.Un día de estos tendría que entrar. Lo veía como una invasión. Tendría que invadir el cerebro muerto de su marido. Algo que jamás se había planteado. Rich le parecía tal pilar de eficacia y capacidad, una presencia tan enérgica y firme que siempre había creído, absurdamente, que viviría más que ella. Después, durante el último año, aquella convicción absurda se convirtió en una certeza para los dos, o eso pensaba ella. Primero arreglaría el almacén de abajo. En realidad era un almacén subterráneo, no un sótano. Unos tablones servían de pasarelas sobre el suelo de tierra, y las altas ventanitas estaban cubiertas de telarañas sucias. Allí abajo no había nada que fuera a necesitar. Solamente estaban las latas de pintura medio vacías de Rich, varias tablas de diversas longitudes que algún día podían venir bien, herramientas en buen uso o que más valía tirar. Había abierto la puerta y bajado los escalones solo en una ocasión, para ver si había alguna luz encendida y para comprobar que allí estaban los interruptores, con etiquetas al lado para que supiera cuál correspondía a qué. Cuando subió echó el cerrojo como de costumbre, por el lado de la cocina. Rich se reía de esa costumbre suya, y le preguntaba qué amenaza creía que podía entrar allí, por las paredes de piedra y las ventanas del tamaño de un elfo. De todos modos sería más fácil empezar por allí, cien veces más fácil que por el despacho. Hacía la cama y arreglaba lo que había dejado tirado en la cocina o el cuarto de baño, pero el esfuerzo de una limpieza a fondo era algo superior a sus fuerzas. Apenas era capaz de tirar un clip torcido o un imán de la nevera que hubiera perdido la fuerza de atracción, por no hablar del plato de monedas irlandesas que se habían traído Rich y ella de un viaje hacía quince años. Todo parecía haber adquirido un peso y una extrañeza propios.Carol o Virgie llamaban todos los días, normalmente a la hora de cenar, cuando pensaban que a Nita la soledad debía de resultarle menos soportable. Ella decía que estaba bien, que pronto saldría de su guarida, que necesitaba tiempo, que se dedicaba a pensar y a leer. Y que comía bien y dormía. También eso era verdad, salvo lo de leer. Se sentaba en el sillón, rodeada de libros, y no abría ninguno. Siempre había leído tanto —una de las razones por las que según Rich era la mujer adecuada para él: se sentaba a leer y lo dejaba en paz—, y ahora no aguantaba ni media página seguida. Nita no era de los que nunca vuelven a leerse un libro. Los hermanos Karamazov, El molino del Floss, Las alas de la paloma, La montaña mágica una y otra vez. Cogía uno, pensando en leer un trocito concreto, y se veía incapaz de dejarlo hasta volver a tragárselo entero. También leía novela moderna. Siempre novela. Detestaba la palabra «evasión» aplicada a la ficción. Podría haber argumentado, y no solo por llevar la contraria, que la evasión era la vida real. Pero esto era demasiado importante para discutirlo. Y de repente, aunque pareciera mentira, todo aquello había desaparecido. No solo con la muerte de Rich, sino con la inmersión en su enfermedad. Después pensó que se trataba de un cambio temporal y que resurgiría la magia cuando le retirasen ciertas medicinas y el tratamiento que la dejaba agotada. Al parecer no fue así. A veces intentaba explicar el porqué a un interrogador imaginario.—Tengo mucho que hacer.—Es lo que dice todo el mundo. ¿Qué tienes que hacer?—Prestar atención.—¿A qué?—Quiero decir pensar.—¿En qué?—Da igual.Una mañana, después de estar un rato sentada, pensó que hacía mucho calor. Debía levantarse y poner los ventiladores. O bien, para ser más respetuosa con el medio ambiente, podía abrir las puertas de delante y de atrás y dejar que la brisa, si la había, entrase a la casa por la tela metálica. Primero descorrió el cerrojo de la puerta delantera. E incluso antes de que se hubiera colado un centímetro de la luz de la mañana, vio una raya oscura que le cerraba el paso a esa luz. Había un joven ante la puerta de tela metálica, que tenía el gancho puesto.—No quería asustarla —dijo—.Estaba buscando un timbre o algo. He dado un golpecito en el marco, pero supongo que no me ha oído.—Perdone —dijo Nita. —Tendría que echarle un vistazo a su caja de fusibles. Si me dice dónde está. Nita se apartó un poco para que el joven entrase. Tardó unos momentos en recordarlo.—Sí. Abajo —dijo—. Voy a encender la luz para que lo vea. Él cerró la puerta y se agachó para quitarse los zapatos.—No se preocupe —dijo Nita—. No es como si estuviera lloviendo.—No está de más. Es una costumbre. En lugar de barro igual le dejaba huellas de polvo. Nita entró en la cocina, incapaz de volver a sentarse hasta que aquel hombre se marchase. Le abrió la puerta mientras él subía las escaleras.—¿Todo bien? —preguntó Nita—. ¿Lo ha encontrado?—Sí. Bien.Nita se adelantó para acompañarlo hasta la puerta y se dio cuenta de que no oía pisadas detrás. Se volvió y lo vio de pie, en la cocina.—No tendrá por casualidad algo que pueda prepararme para comer, ¿no? Se había producido un cambio en su voz, un estallido, con un tono ascendente, que a Nita le hizo pensar en un humorista de la televisión imitando un gañido con acento rural. Bajo la claraboya de la cocina vio que no era tan joven. Al abrir la puerta solamente se había fijado en un cuerpo flacucho, una cara oscura recortada contra el resplandor de la mañana. Al volver al verlo, el cuerpo era efectivamente flacucho, pero más consumido que juvenil, con una simpática caída de hombros. Tenía la cara alargada y como gomosa, y unos ojos prominentes azul claro. Una mirada jocosa, pero persistente, como si siempre se saliera con la suya.—Es que resulta que soy diabético —dijo—. No sé si conoce a algún diabético, pero el caso es que cuando te entra el hambre tienes que comer, o se te pone el organismo raro. Debería haber comido antes de venir, pero me entraron las prisas. ¿Le importa que me siente?—Ya se había sentado a la mesa de la cocina—. ¿Tiene café?—Tengo té. Una infusión, si le apetece.—Claro, claro.Nita puso una medida de té en una taza, enchufó el hervidor y abrió la nevera.—No tengo gran cosa —dijo—. Unos huevos. A veces hago un huevo revuelto y le pongo salsa de tomate. ¿Le apetece? Y podría tostar unos bollos de pan inglés.—Inglés, irlandés, abisinio… Lo mismo me da. Nita cascó un par de huevos en la sartén, rompió las yemas y lo removió todo con un tenedor; después cortó un bollo y lo puso en la tostadora. Sacó un plato del aparador, lo colocó delante del hombre. Luego sacó cuchillo y tenedor del cajón de la cubertería.—Bonito plato —dijo él levantándolo como para verse la cara. Justo cuando Nita se daba la vuelta para seguir con los huevos oyó que se estrellaba contra el suelo. —Vaya por Dios —dijo él con otro tono de voz, chillón y decididamente desagradable—. Mire lo que he hecho. —No pasa nada —contestó Nita, sabiendo que sí pasaba. —Se me habrá escurrido de la mano. Nita sacó otro plato, lo dejó en la encimera hasta que las rebanadas de pan estuvieron tostadas y después puso los huevos cubiertos de salsa de tomate encima. Mientras tanto el hombre se había agachado para recoger los trozos de loza. Cogió un trozo que tenía la punta afilada. Cuando Nita dejó la comida sobre la mesa el hombre se raspó ligeramente un antebrazo con la punta. Brotaron minúsculas gotitas de sangre, al principio separadas, después formando un hilillo. —No es nada —dijo—. Solo una broma. Sé cómo hacerlo para gastar una broma. Si hubiera querido hacerlo en serio no habríamos necesitado salsa de tomate, ¿no? Quedaban unos trozos en el suelo que él no había visto. Nita se dio la vuelta, con la intención de coger la escoba, que estaba en un armario cerca de la puerta trasera. Él la agarró por un brazo como un rayo. —Usted siéntese. Quédese aquí sentada mientras yo como. Levantó el brazo ensangrentado para volver a enseñárselo. Después se hizo un bocadillo con los huevos y el pan y se lo comió de unos cuantos mordiscos. Masticaba con la boca abierta. El agua estaba hirviendo. —143— —¿La bolsa de té está en la taza? —Sí. Bueno, es té en hebras. —No se mueva. No la quiero cerca del agua hirviendo, ¿me entiende? Echó agua en la taza. —Parece heno. ¿No tiene otra cosa? —Lo siento. No. —Deje de decir que lo siente. Si no tiene otra cosa, no tiene otra cosa. No se ha creído que venía a ver la caja de fusibles, ¿verdad? —Pues sí —dijo Nita. —Ahora ya no. —No. —¿Está asustada? Nita decidió no tomárselo como una burla sino como una pregunta en serio. —No lo sé. Supongo que estoy más sorprendida que asustada. No sé. —Hay una cosa, una cosa de la que no debe tener miedo. No voy a violarla. —No se me había ocurrido. —Nunca se sabe. —El hombre tomó un sorbo de té y torció el gesto—. Solo porque es usted una mujer vieja. Hay cada uno por ahí… Se lo harían a cualquier cosa. Niños pequeños, perros, gatos o viejas. Viejos. No son tiquismiquis. Pero yo sí. A mí solo me interesa lo normal, y con una señora agradable que me gusta y que le gusto. O sea que quédese tranquila. —Lo estoy, pero gracias por decírmelo —dijo Nita. El hombre se encogió de hombros, aunque dio la impresión de sentirse satisfecho de sí mismo. —¿El coche de ahí enfrente es suyo?—De mi marido. —¿De su marido? ¿Dónde está? —Ha muerto. Yo no sé conducir. Quiero venderlo, pero todavía no lo he hecho. Qué estúpida, qué estúpida era por contárselo. —¿Dos mil cuatro? —Creo que sí. Sí. —Por un momento he pensado que iba a engañarme con lo del marido, pero no habría funcionado. Es que lo huelo, si una mujer está sola. Lo sé nada más entrar en una casa. En cuanto me abren la puerta. Instinto. ¿Y va bien? ¿Sabe el último día que lo cogió? —El siete de junio. El día que murió. —¿Tiene gasolina? —Supongo que sí. —Estaría bien que lo hubiera llenado. ¿Tiene las llaves? —Aquí no, pero sé dónde están. —Vale. —Empujó la silla y le dio un golpe a un trozo de loza. Se levantó, sacudió la cabeza, como sorprendido, y volvió a sentarse—. Estoy hecho polvo. Tengo que sentarme un momento. Pensaba que me sentiría mejor comiendo. Lo de ser diabético me lo he inventado. Nita empujó su silla y el hombre se levantó de un salto. —Usted se queda donde está. No estoy tan hecho polvo para dejarla escapar. Es que me he pasado la noche andando. —Iba a por las llaves. —Usted se espera hasta que yo lo diga. He venido por la vía del tren. Ni un tren he visto. He venido andando hasta aquí y no he visto ni un tren. —Raramente pasa un tren. —Sí. Mejor. Bajé a la cuneta al pasar por esos poblachos de catetos. Cuando amaneció todavía estaba bien, salvo cuando atravesaba —145— la carretera y tuve que echar a correr. Y cuando al mirar para aquí vi la casa y el coche, pensé, ahí lo tengo. Podría haberme llevado el coche de mi viejo, pero todavía me queda un poco de cabeza. Nita sabía que aquel hombre quería que le preguntase qué había hecho. También estaba segura de que cuanto menos supiera, mejor para ella. Y de pronto, por primera vez desde que aquel hombre entró en la casa, Nita pensó en su cáncer. Pensó en cómo la liberaba, en que la salvaba del peligro. —¿Por qué sonríe? —No sé. ¿Estaba sonriendo? —Me imagino que le gusta que le cuenten cosas. ¿Quiere que le cuente una historia? —A lo mejor preferiría que se marchase. —Me marcharé, pero primero le voy a contar una cosa. Metió la mano en uno de los bolsillos traseros. —Mire. ¿Quiere ver una foto? Mire. Era una fotografía de tres personas, en un salón con las cortinas de flores echadas como telón de fondo. Un hombre mayor —no viejo, tal vez de sesenta y tantos años— y una mujer más o menos de la misma edad sentados en un sofá. Una mujer más joven, enorme, en una silla de ruedas junto a un extremo del sofá, un poco adelantada. El hombre era grueso, canoso, con los ojos entrecerrados y la boca ligeramente abierta, como si tuviera dificultades para respirar pero se esforzaba por sonreír. La mujer era mucho más menuda, llevaba el pelo teñido de oscuro, los labios pintados y lo que antes se llamaba una blusa de campesina, con lacitos rojos en el cuello y las muñecas. Sonreía con decisión, casi con ardor, con los labios estirados sobre una dentadura quizá en mal estado. Pero era la mujer más joven quien monopolizaba la fotografía.Claramente definida y monstruosa con su vestido hawaiano de vivos colores, el pelo oscuro recogido en una serie de ricitos sobre la frente y las mejillas desparramadas sobre el cuello. Y a pesar de la mole de carne, una expresión de cierta satisfacción y astucia. —Son mi madre y mi padre. Y mi hermana Madelaine. La de la silla de ruedas. »Nació rara. No pudieron hacer nada, ni los médicos ni nadie. Y comía como un cerdo. Nos tuvimos tirria desde que siempre. Era cinco años mayor que yo y me hacía la vida imposible. Me tiraba todo lo que tenía a mano, me pegaba e intentaba atropellarme con su puta silla. Usted perdone. —Debió de pasarlo usted mal. Y sus padres. —Sí, ya. Ellos miraban para otro lado y lo permitían. Es que iban a una iglesia de esas, y el predicador les decía: es un regalo de Dios. Se la llevaban a la iglesia y ella se ponía a aullar como un puto gato y ellos decían: oh, intenta hacer música, que Dios la bendiga, me cago en… Usted perdone otra vez. »Así que yo no paraba mucho en casa y hacía mi vida. Vale, decía yo, no tengo por qué soportar esta mierda. Hacía mi vida. Tenía trabajo. Casi siempre tenía trabajo. Nunca me quedaba tocándome los huevos y bebiéndome el dinero del gobierno. O sea, haciendo el zángano. Nunca le pedí ni un centavo a mi viejo. Me levantaba y me iba a poner alquitrán a un tejado a más de treinta grados o a fregar el suelo de un puto restaurante o de ayudante de mecánico en un garaje de mierda. Y lo hacía.Pero como no siempre estaba dispuesto a tragar quina no duraba mucho. Esa gentuza siempre anda mangoneando a la gente como yo y yo no tengo por qué tragar. Soy de una familia como es debido. Mi padre trabajó hasta que estuvo demasiado enfermo, trabajó en los autobuses. A mí no me criaron para tragar quina. Pero bueno, eso da igual. Lo que siempre me habían dicho mis padres es: la casa es tuya. La casa está pagada, está en buenas condiciones y es tuya. Eso es lo que me dijeron. Sabemos que aquí tuviste las cosas difíciles cuando eras joven y que si no hubieras tenido las cosas tan difíciles igual podrías haber estudiado, de modo que queremos compensarte como podamos. Así que no hace mucho estaba yo hablando con mi padre por teléfono y me dice: bueno, supongo que comprenderás el trato. Y yo digo: ¿qué trato? Y él: solo hay trato si firmas los papeles para ocuparte de tu hermana mientras viva. La casa es tuya solo si también es su casa, me dice. »Dios santo. Yo no sabía eso. Yo no sabía que ese fuera el trato.Yo siempre había pensado que el trato era que cuando se murieran, ella se iría a una casa de acogida. Que no iba a ser mi casa. »Así que le dije a mi viejo que no era así como yo lo entendía y él me dice: está todo arreglado para que firmes, y si no quieres firmar, no tienes que hacerlo. Tu tía Rennie se pasará por aquí y estará pendiente de ti y de que cuando nosotros faltemos te atengas al acuerdo. »Sí, claro, mi tía Rennie. Es la hermana pequeña de mi madre, un bicho de mucho cuidado. »De todas formas me dice: ya te vigilará tu tía Rennie, y de repente cambié de idea. Dije: bueno, supongo que las cosas son así y que es justo. De acuerdo, ¿os va bien que vaya a cenar este domingo? »Claro, me dice. Me alegro de que te lo tomes como es debido. Tú siempre te enciendes demasiado pronto, y a tu edad deberías tener un poco de sentido común. »Qué curioso que tú digas eso, pensé yo. »Así que allí me fui, y mamá había preparado pollo. Olía bien cuando entré en casa. Después me llega el olor de Madelaine, el mismo olor asqueroso de siempre que no sé qué es pero que ahí está aunque mamá la lave todos los días. Pero actué muy bien. Es una ocasión especial, les dije, así que voy a hacer una foto.Les conté que tenía una cámara nueva, estupenda, que revelaba al momento y podrían ver la foto. Te ves en un pispás, ¿qué os parece? De modo que los senté a todos en el salón como le he enseñado a usted. Mamá dice: venga, deprisa, que tengo que volver a la cocina. Si no tardo nada, le digo. Hago la foto, y ella: venga, vamos a ver cómo hemos salido, y yo: un momento, un poco de paciencia, solo tardará un minuto. Y mientras esperan a ver cómo han salido, yo saco mi pistolita y pim, pam, pum, me los cargo. Después hice otra foto, fui a la cocina, comí un poco de pollo y no volví a mirarlos. Pensaba que la tía Rennie estaría allí también, pero mamá dijo que tenía no sé qué en la iglesia. Me la habría cargado igual. Así que mire. Antes y después. La cabeza del hombre estaba caída de lado, la de la mujer hacia atrás. Sus expresiones habían volado por los aires. La hermana había caído hacia delante, de modo que no se le veía la cara, solamente las enormes rodillas envueltas en tela floreada y la cabeza oscura con el peinado enrevesado y pasado de moda. —Podría haberme quedado allí tranquilamente una semana. Estaba tan relajado… Pero me marché al oscurecer. Me lavé bien, me terminé el pollo y pensé que lo mejor era largarme. Estaba preparado para que la tía Rennie se presentara de un momento a otro, pero se me pasaron las ganas, y sabía que tendría que ponerme otra vez de humor para cargármela a ella. Ya no me apetecía. Es que tenía el estómago lleno, porque era un pollo grande.Me lo había comido todo en lugar de llevarme un poco porque me daba miedo que lo olieran los perros y montaran un escándalo cuando me metiera por los senderos del campo, como me figuraba que tendría que hacer. Pensé que el pollo que me había metido entre pecho y espalda me duraría una semana, pero fíjese el hambre que traía cuando llegué aquí. Recorrió la cocina con la mirada.—Supongo que no tendrá nada de beber, ¿no? Ese té es asqueroso. —A lo mejor hay vino —dijo Nita—. No sé. Yo ya no bebo… —¿Es de Alcohólicos Anónimos? —No. Es que no me sienta bien. Se levantó y notó que le temblaban las piernas. Natural. —Me he ocupado del teléfono antes de entrar —dijo el hombre—. Es para que lo sepa. Si bebía, ¿se tranquilizaría un poco y se pondría más amable? ¿O más odioso y bruto? ¿Cómo iba a saberlo ella? Encontró el vino sin necesidad de salir de la cocina. Rich y ella solían beber vino tinto con moderación todos los días, porque se supone que es bueno para el corazón. O malo para algo que no es bueno para el corazón. Con el miedo y la confusión no se acordaba de cómo se llamaba aquello. Porque tenía miedo. Por supuesto. El cáncer no iba a servirle de ayuda en ese momento, de ninguna ayuda. El hecho de que fuera a morirse al cabo de un año se empeñaba en no anular el hecho de que podía morirse en aquel mismo momento. —Oiga, este es del bueno —dijo él—. Sin tapón de rosca. ¿No tiene un sacacorchos? Nita fue hacia un cajón, pero él se levantó de un salto y la apartó, sin demasiada brusquedad. —No, no, ya lo cojo yo. Usted ni se acerque a este cajón. Vaya, qué cantidad de cosas buenas hay aquí. Puso los cuchillos en el asiento de su silla, donde Nita no pudiera alcanzarlos, y empezó a abrir la botella con el sacacorchos. A Nita no le pasó inadvertido hasta qué punto podía ser perverso aquel instrumento en sus manos, pero ella no tenía la menor posibilidad de poder llegar a usarlo. —Solo iba a coger unos vasos —explicó, pero él dijo que no.—Nada de cristal. ¿No tiene de plástico? —No. —Pues tazas. Y la estoy viendo. Nita sacó dos tazas y dijo: —Para mí solo un poquito. —Para mí también —contestó él, muy formal—. Tengo que conducir. —Pero se llenó la taza hasta el borde—. No quiero que un madero meta la cabeza por la ventanilla para ver cómo estoy. —Los radicales libres —dijo Nita. —¿Y eso qué significa, a ver? —Es algo del vino tinto. O los destruye porque son malos o los refuerza porque son buenos. No me acuerdo. Tomó un sorbo de vino y no le dieron ganas de vomitar, al contrario de lo que esperaba. Él bebió, de pie. —Cuidado con esos cuchillos cuando se siente —dijo Nita. —No empiece a tomarme el pelo. —Cogió los cuchillos, los metió en el cajón y se sentó—. ¿Se cree que soy tonto? ¿Se cree que estoy nervioso? Nita se arriesgó. —Solamente pienso que nunca había hecho una cosa así —dijo. —Claro que no. ¿Qué se ha creído, que soy un asesino? Sí, vale, los maté, pero no soy un asesino. —Es distinto —dijo Nita. —Hombre, claro. —Yo sé lo que es. Sé lo que es librarse de alguien que te ha ofendido. —¿Ah, sí? —He hecho lo mismo que usted. —Venga ya… Empujó la silla hacia atrás pero no se levantó.—No me crea si no quiere, pero lo he hecho —afirmó Nita. —Y una mierda. ¿Cómo lo hizo? —Con veneno. —Pero ¿qué dice? ¿Que les dio ese puto té o qué? —Solo a una persona. Una mujer. Al té no le pasa nada. En teoría alarga la vida. —Yo no quiero que me alarguen la vida si tengo que beber una guarrería así. Además, pueden descubrir el veneno en el cuerpo de un muerto. —No estoy segura de que sea así con los venenos vegetales. De todos modos, a nadie se le habría ocurrido mirar. Era una de esas chicas que tuvo fiebre reumática cuando era pequeña y lo fue arrastrando toda la vida; no podía practicar deporte ni hacer gran cosa, continuamente tenía que sentarse a descansar. Nadie se llevaría una sorpresa si se moría. —¿A usted qué le había hecho? —Era la chica de la que se había enamorado mi marido. Iba a dejarme para casarse con ella. Me lo había dicho. Yo lo había hecho todo por él. Estábamos arreglando esta casa juntos. Él era lo único que tenía. No habíamos tenido hijos porque él no quería. Aprendí carpintería y aunque me daba miedo subirme a las escaleras, lo hacía. Él era mi vida. Y de repente me iba a echar a patadas por esa quejica inútil que trabajaba en la secretaría. Todo aquello por lo que habíamos trabajado se lo quedaría ella. ¿Era justo? —¿Cómo se consigue veneno? —Yo no tuve que buscarlo. Estaba en el jardín de atrás. Ahí mismo. Había un huerto con ruibarbos desde hacía años. En las nervaduras de las hojas del ruibarbo hay veneno más que suficiente. No en los tallos. Los tallos son lo que nos comemos. Son buenos, pero las nervaduras rojas y finitas de las hojas, esas son venenosas. Yo lo sabía, —152— aunque tengo que confesar que ignoraba la cantidad exacta que necesitaría para que fuera efectivo, así que lo que hice fue una especie de experimento. Tuve suerte en varias cosas. En primer lugar, mi marido estaba fuera, en un simposio, en Minneapolis. Podría habérsela llevado, claro, pero eran las vacaciones de verano y ella tenía que quedarse a cargo de la oficina.Otra cosa era que a lo mejor no estaba completamente sola, que podía haber otra persona. Y además, ella podría haber sospechado de mí. Tuve que suponer que ella no sabía que yo lo sabía y que seguía considerándome una amiga. La habíamos invitado a casa, nos llevábamos bien. Tuve que confiar en que mi marido, que era de esas personas que lo dejan todo para el final, me lo habría contado a mí para ver cómo me lo tomaba pero no le habría dicho a ella que me lo había contado. Entonces, ¿por qué deshacerse de ella? A lo mejor él no se había decidido. »No. Habría seguido con ella de alguna manera. Y aunque no siguiera, ella nos había envenenado la vida. Había envenenado mi vida, así que yo tenía que envenenar la suya. »Preparé dos tartaletas, una con las nervaduras venenosas y otra sin ellas. Naturalmente, hice una señal en la que no tenía. Fui a la universidad, compré dos cafés y fui a su oficina. Estaba sola. Le dije que tenía que ir a la ciudad y que al pasar por los jardines de la universidad había visto una panadería muy bonita que mi marido siempre elogiaba por su café y sus pasteles, de modo que entré a comprar las tartaletas y los cafés, pensando en que estaría sola cuando el resto de la gente se había ido de vacaciones y en que yo también estaba sola, con mi marido en Minneapolis. Ella estaba encantadora, muy agradecida. Dijo que se aburría un poco y que como la cafetería estaba cerrada tenías que ir al edificio de ciencias a por café y que le ponían ácido clorhídrico. Ja, ja, qué gracia. Así que fue como una fiestecita.—Yo el ruibarbo no puedo ni verlo —dijo el hombre—. Conmigo no habría funcionado. —Pero con ella sí. Tuve que arriesgarme a que empezara a hacer efecto deprisa, antes de que se diera cuenta de lo que pasaba y le hicieran un lavado de estómago, pero no demasiado rápido para que no lo relacionara conmigo. Tenía que quitarme de en medio enseguida. El edificio estaba vacío, y hasta la fecha, que yo sepa nadie me vio entrar ni salir. Naturalmente, conocía algunos atajos. —Se cree muy lista. Se fue de rositas. —Como usted. —Lo que yo he hecho no es tan rebuscado como lo que hizo usted. —Pero para usted era necesario. —Hombre, claro. —Lo mío también era necesario. Salvé mi matrimonio. Mi marido comprendió que ella no le habría hecho ningún bien. Estoy casi segura de que se habría puesto enferma con él. Ella era así. Habría sido una carga para él. Y él lo comprendió. —Más vale que no haya puesto nada en los huevos esos —dijo el hombre—. Como lo haya hecho, se va a arrepentir. —Claro que no. Ni se me habría ocurrido. No es algo que haga con frecuencia. La verdad es que no sé nada de venenos. Me enteré de eso por pura casualidad. El hombre se levantó con tal brusquedad que derribó la silla en la que se sentaba. Nita observó que no quedaba mucho vino en la botella. —Necesito las llaves del coche. Nita fue incapaz de pensar por un instante. —Las llaves del coche. ¿Dónde las ha puesto? Podía ocurrir. En cuanto le diera las llaves del coche podía ocurrir. ¿Serviría de algo contarle que se estaba muriendo de cáncer? Qué estupidez. No serviría de nada. Morir de cáncer más adelante no le impediría hablar hoy. —Nadie sabe lo que le he contado —dijo—. Es usted la única persona con quien he hablado de esto. Sí que iba a remediar eso las cosas. La ventaja que había alegado probablemente le había entrado por un oído y le había salido por el otro. —No lo sabe nadie todavía —dijo el hombre, y Nita pensó: Gracias a Dios. Va por buen camino. Lo comprende. ¿O no? Quizá, gracias a Dios. —Las llaves están en la tetera azul. —¿Dónde? ¿En qué jodida tetera? —En la esquina de la encimera… Se rompió la tapa y la usábamos para guardar cosas… —Cállese. Cállese o la hago callar yo bien callada. —Intentó meter la mano en la tetera azul, pero no le cabía—. ¡Joder, joder, joder! —gritó; volcó la tetera, le dio un golpe contra la encimera, y no solo cayeron al suelo las llaves del coche, las de la casa, monedas diversas y un fajo de dinero antiguo de Canadian Tire, sino que unos cuantos trozos de cerámica azul se desparramaron por el suelo. —Las del cordel rojo —dijo Nita con un hilo de voz. El hombre se puso a dar patadas a las cosas hasta que cogió las llaves que quería. —Bueno, ¿qué va a decir del coche? Que se lo ha vendido a un desconocido, ¿no? Nita tardó unos segundos en comprender la importancia de aquellas palabras. Cuando cayó en la cuenta, la habitación se puso a temblar. —Gracias —dijo Nita, pero tenía la boca tan seca que no sabía si le había salido ningún sonido. Algo debió de salirle, porque el hombre dijo: —155— —No me dé las gracias todavía. Tengo buena memoria —añadió—. Muy buena memoria. Y ese desconocido, no se parecerá en nada a mí. No querrá que se pongan a desenterrar cadáveres en los cementerios, ¿no? Acuérdese: como suelte algo, lo suelto yo. Nita seguía mirando al suelo. Sin moverse ni hablar, solo miraba el revoltijo del suelo. Se había marchado. Se cerró la puerta. Nita siguió sin moverse. Quería cerrar la puerta con llave pero no podía dar ni un paso.Oyó que arrancaba el motor, después se apagó. ¿Qué pasaba? El hombre estaría tan nervioso que lo hacía todo mal. Otra vez arrancaba, volvía a arrancar y giraba. Los neumáticos en la grava. Fue temblando hasta el teléfono y comprobó que aquel hombre había dicho la verdad; lo había cortado. Junto al teléfono había una de las múltiples estanterías que tenían. Aquella estaba llena sobre todo de libros viejos, libros que no se abrían desde hacía años. La torre orgullosa. Albert Speer. Los libros de Rich. Alabanza de las verduras y las frutas conocidas. Platos suculentos y elegantes y nuevas sorpresas, recopilados, probados y creados por Bett Underhill. Cuando terminaron la cocina, Nita cometió el error de intentar cocinar como Bett durante una temporada. Una temporada muy corta, porque resultó que Rich no quería que le recordaran todo aquel follón y ella no tenía suficiente paciencia para tanto cortar y hervir. Pero aprendió unas cuantas cosas que la sorprendieron, como las propiedades tóxicas de ciertas plantas conocidas y por lo general inofensivas. Debería escribir a Bett. Querida Bett, Rich ha muerto y yo he salvado la vida haciéndome pasar por ti. ¿Qué le importa a Bett que haya salvado la vida? Solo hay una persona a la que realmente merece la pena contárselo.Rich. Rich. Ahora se da cuenta de lo que es echarlo en falta de verdad. Como si al cielo le chuparan todo el aire. Debería ir al pueblo. Había una comisaría detrás del ayuntamiento. Debería comprarse un teléfono móvil. Estaba tan impresionada, tan terriblemente cansada que apenas podía moverse. En primer lugar, tenía que descansar. La despertó un golpe en la puerta, que seguía abierta. Era un policía, no uno del pueblo, sino de la policía provincial de tráfico. Le preguntó si sabía dónde estaba su coche. Nita miró hacia la grava donde lo aparcaban antes. —Ha desaparecido —dijo—. Estaba ahí. —¿No sabía que lo habían robado? ¿Cuándo fue la última vez que se asomó y lo vio? —Debió de ser anoche. —¿Estaban las llaves dentro? —Supongo que sí. —Tengo que decirle que ha sufrido un grave accidente. Un accidente sin otros coches implicados a este lado de Wallenstein. Al conductor se le fue a la cuneta y lo destrozó. Y eso no es todo. Buscan al hombre por triple asesinato. Esas son las últimas noticias que tenemos. Asesinato en Mitchellston. Ha tenido suerte de no tropezarse con él. —¿Está herido? —Muerto. Instantáneamente. Merecido se lo tiene. Luego siguió un sermón amable pero severo. Dejarse las llaves en el coche. Una mujer que vive sola. Nunca se sabe en los días que corren. Nunca se sabe.No olvide conectarse con la señal en vivo de la HJCK, el arte de escuchar.
En la quietud de una tarde de primavera, el mundo literario se viste de luto para despedir a una de sus luminarias más resplandecientes. El 14 de mayo de 2024, el universo de las letras se entristece al despedir a la incomparable Alice Munro, cuya pluma tejía historias que traspasaban las fronteras del tiempo y el espacio.Nacida el 10 de julio de 1931 en Wingham, Ontario, Munro exploró los recovecos más profundos del alma humana a través de relatos que se erigían como monumentos a la cotidianidad. Su prosa, sutil y penetrante, hilaba los hilos invisibles que conectan las vidas de sus personajes con las experiencias universales de amor, pérdida y redención."Ella no es una persona de la alta sociedad. De hecho, rara vez se la ve en público y no realiza giras de promoción de libros", comentó el crítico literario estadounidense David Homel después de que Munro alcanzara la fama mundial.La obra de Munro, marcada por una maestría narrativa incomparable, se erige como un testamento de la complejidad de la condición humana. En obras como "Dance of the Happy Shades", su primer libro de cuentos publicado en 1968, y "The Moons of Jupiter", exploró la intimidad de las relaciones familiares y los vínculos que nos atan y nos liberan.💬 Síganos en nuestro canal de Whatsapp aquí.Uno de los sellos distintivos de Munro fue su habilidad para tejer la vida rural canadiense en sus narrativas, dotando a sus relatos de una autenticidad que resonaba en el corazón de sus lectores. En "The Bear Came Over the Mountain", un cuento incluido en su colección "Hateship, Friendship, Courtship, Loveship, Marriage", Munro exploró las complejidades del amor y la vejez con una delicadeza que conmovió a generaciones de lectores.Sin embargo, fue con su obra maestra, "Dear Life", publicada en 2012, que Munro se consagró como una de las voces más importantes de la literatura contemporánea. En este conjunto de relatos, la autora desnuda las verdades esenciales de la existencia humana, explorando la fragilidad del tiempo y la inevitabilidad del cambio con una lucidez desgarradora.A lo largo de su prolífica carrera, Munro fue galardonada con innumerables premios, incluido el Premio Nobel de Literatura en 2013, que reconoció su contribución excepcional al arte de la narrativa corta. Su legado perdurará en las páginas de sus libros, en las mentes y los corazones de aquellos que fueron tocados por su genio creativo. Hoy despedimos a una titán de las letras, pero su luz seguirá brillando en cada palabra escrita, en cada historia contada. No olvide conectarse a la señal en vivo de la HJCK, el arte de escuchar.
Conocidas internacionalmente por haber coronado algunos de los picos más altos de América Latina, como el Aconcagua (6.961 metros) en Argentina o el Huayna Potosí (6.088) en Bolivia, con sus atuendos tradicionales, las escaladoras dicen haberse visto obligadas a posponer la expedición por sus elevados costes.“Salir al Everest es nuestro sueño desde que empezamos a escalar, pero es muy costoso”, explica Llusco, que cita los precios de los seguros de alta montaña, que suelen superar los 6.500 dólares por persona, como el principal obstáculo.“Ahora mismo deberíamos estar en el campamento base, pero no es un viaje fácil. Tenemos familia, maridos e hijos, e ir sin seguro sería demasiado arriesgado. Aun así, seguimos luchando y preparándonos”, indican las montañistas, que se encuentran en Madrid invitadas por la ONG Entreculturas.💬 Síganos en nuestro canal de Whatsapp aquí.Una historia de películaLlusco y Quispe son dos de las cinco mujeres aimaras que en 2019 coronaron el Aconcagua, el pico más alto de América.La gesta quedó grabada en el documental ‘Cholitas’ (2019), que además de esta hazaña recoge las dificultades a las que tuvieron que hacer frente hasta poder escalar en igualdad de condiciones con los hombres.“Cuando escalamos el Huayna Potosí había muchas mujeres en los ascensos a las montañas de Bolivia, pero también mucha discriminación”, recuerdan.Las mujeres ejercían habitualmente de guías y porteadoras en las rutas hasta los campamentos altos y de ellas dependía el buen funcionamiento de los campos base, pero cuando llegaba el momento de ascender, los hombres siempre prescindían de ellas.“A las mujeres de pollera -un tipo de falda tradicional- se nos decía que teníamos que estar en la casa, cuidando de los hijos, cocinando, lavando…”, cuenta Llusco: "Me preguntaba: ¿por qué no podemos llegar hasta la cima, como los varones?”Abriendo caminoY eso fue precisamente lo que hicieron: llegar hasta la cima. En 2015 Llusco, Quispe y otras nueve mujeres se organizaron bajo el nombre de ‘cholitas escaladoras’ y ataviadas con sus sombreros, blusas y polleras comenzaron a culminar montaña tras montaña.Desde entonces han coronado una decena de cumbres repartidas por América Latina; experiencias por las que se muestran “orgullosas y agradecidas” y con las que sienten haber “abierto camino” para las nuevas generaciones.“Queremos trasladarles a las niñas, a las jovencitas, que las montañas ya están abiertas. Y que lo que nosotras hemos hecho, ellas también lo pueden hacer”, concluyen.🔴 No olvide conectarse a la señal en vivo de la HJCK, el arte de escuchar.
En 1900, cuando Matilda Burgos llegó a la capital del país, el casco de la ciudad terminaba, hacia el norte, en el río del Consulado, y frente a la Beneficencia Española hacia el sur. Los límites por el oriente estaban demarcados por Jamaica, mientras que por el occidente se prolongaban hasta el Bosque de Chapultepec. Las líneas de los tranvías eléctricos unían ya a las amenas villas de Tacubaya, Mixcoac y San Ángel con el ritmo acelerado de la ciudad.Desde las primeras horas de la mañana, la prisa de la gente cambiaba la dirección del aire en las calles, y de noche las luces incandescentes del alumbrado público protegían a los vecinos de colonias acomodadas y las correrías de los transeúntes en perpetuo desvelo. Al empezar el siglo habitaban la ciudad, de acuerdo con el censo general de población, 368,898 capitalinos. Matilda Burgos, a los quince años, se convirtió en la número 368,899.Con la frente apoyada en el cristal de la ventanilla del tren, Matilda observó la lenta aproximación del animal urbano con una mezcla de terror, asombro y desesperación. Era la primera vez que veía edificios. El pulso aumentó de ritmo en sus muñecas y una súbita marea de sangre en la parte posterior del cerebro le ocasionó un efímero dolor de cabeza. Sus manos quietas sobre el regazo y su rostro impávido frente al espectáculo de la ciudad, sin embargo, no la traicionaron. Decidió esconder su miedo. Nadie la vería llorar. Se mordió los labios. Mientras el tren reducía la velocidad y el sobresalto cundía entre los pasajeros antes adormilados, su nueva soledad brilló con color púrpura en sus ojos. El recuerdo del aroma de la vainilla llegó de improviso y, de igual manera, la venció. Una lágrima, antes de que se diera cuenta, rodó por su mejilla hasta alcanzar la comisura de la boca.—Todo va a salir bien, no te preocupes —una voz en tono bajo, mesurado, la sacó abruptamente del ensueño. Con ademanes discretos, intentando evitar que ella sintiera vergüenza, el hombre de tez blanca y nariz aguileña le estaba ofreciendo su pañuelo blanco. Matilda lo aceptó. En una de las esquinas pudo ver las iniciales J.B. bordadas con hilo color café. Le sonrió.—Gracias, señor —el acento pueblerino que salió de sus palabras venía de lejos. De la infancia. Entonces, entre sus brazos, sobre el marchito pecho masculino, Matilda lloró en la ciudad por primera vez.El interior de la Biblioteca Nacional está lleno de murmullos apagados, ecos monótonos que chocan y luego desaparecen en la porosidad de las muros. Joaquín, cuya figura se desliza en las calles, en los bancos y en los comercios con los movimientos de alguien que no acaba de ajustar en la maquinaria de la ciudad, camina por los pasillos del recinto con soltura, serenidad, algo inusitado. En el salón de lectura sólo se escucha el lento paso de las hojas y, a veces, el compás de un par de tacones alejándose sin prisa. Antes de abrir uno de los siete libros que ha acomodado en pila sobre la mesa, Joaquín advierte que la luz del sol matutino forma caprichosas figuras geométricas en el piso. Papantla. 💬 Síganos en nuestro canal de Whatsapp aquí.El fotógrafo desea que esa luz ilumine la historia de la mujer, cada ángulo de su rostro, cada marca que el tiempo haya dejado en las rodillas, en los ojos. Más que tenerla dentro de sí y a oscuras, Joaquín necesita tenerla alrededor, luminosa. Como siempre, Joaquín necesita un contexto para aproximarse a una mujer. A los cuarenta y nueve años, todavía es un hombre que se enamora como si tuviera todo el tiempo por delante, y nada más que hacer. Totonacapan. Tajín. Tecolutla. Después de repasar los nombres en silencio, el fotógrafo los escribe sobre los renglones azules de su libreta. Detrás de cada uno, espiándolo sobre el lomo de las letras, los ojos juguetones de Matilda lo miran asombrarse y, luego, contener el sobresalto. Cada información lo aproxima un poco más a ella. Los totonacas arribaron a la zona del Tajín alrededor del año 800 de nuestra era, tiempo después y por razones que permanecen en el misterio, el área fue abandonada hacia el siglo XII. El territorio del Totonacapan iba desde las riberas del río Cazones hasta las del río La Antigua e incluía, sobre un costado de la sierra Madre, a Huauchinango, Zacatlán, Tetela, Zacapoaxtla, Tlatanquitepec, Teziutlán, Papantla y Misantla. Los nombres le sugieren ciénagas remotas, lodazales, paludismo, encarnizadas epidemias pero, poco a poco, a medida que las descripciones de los libros aumentan y la inmensa vegetación llena el espacio con variados tonos de verde, el olor de la miel, la zarzaparrilla, la pimienta, el copal y la vainilla lo transportan a lo que quisiera imaginarse como una parte de paraíso terrenal. En los dibujos de Tierra Caliente, la gente de razón aparece montada a caballo y las mulatas a pie, cubiertas con sencillos vestidos blancos, llevan tinajas de barro sobre la cabeza.La guerra de Independencia estalló pronto en el norte del antiguo Totonacapan y se extendió hasta bien entrada la década de los veintes. Mientras que el dominio militar de la zona no fue estable, se produjeron tomas y retomas de los principales puertos y plazas. En 1812 hubo un asalto insurgente frustrado contra Tuxpan. Al año siguiente los realistas tomaron Tihuatlán, Tepetzintla y Papantla. En 1816 se apoderaron de la importante base de aprovisionamiento insurgente que se encontraba en Boquilla de Piedras. Papantla es atacada de nuevo en 1819. Pedro Vega, Simón de la Cruz y Joaquín Aguilar fueron líderes destacados, aunque el caudillo que sobresalió fue Serafín Olarte, quien cohesionó a numerosos contingentes indígenas y mantuvo una denodada defensa, en su bastión de Coyuxquihui, contra las tropas coloniales. Los nombres se amontonan, los nombres no dicen nada. Las fechas son columpios donde Joaquín mece un aburrimiento largo, una expectación llena de urgencia. «¿Cuando, a qué hora apareces, Matilda?» En las ilustraciones que acompañan a las crónicas y los recuentos históricos, Papantla parece ser un poblado apacible aunque desordenado. Los blancos caseríos, techados con tejamanil o teja, se erigen entre zanjas y elevaciones sin organización aparente.No olvide conectarse a la señal en vivo de la HJCK, el arte de escuchar.
En los pasillos del Museo Metropolitano de Arte de Nueva York, MET, se encuentran numerosas historias, unas más conocidas que otras y algunas más curiosas; grandes pinturas y esculturas y otras del tamaño de la palma de nuestra mano, como es el caso del autorretrato Belleza revelada.A sus cuarenta años, la pintora estadounidense Sarah Goodridge pintó su retrato en miniatura más famoso, en este caso un autorretrato, de su pecho al descubierto rodeado por una tela blanca, ni su rostro ni su torso aparecen en la pieza de apenas 6.7 por 8 centímetros pintada con acuarelas sobre marfil.Además de ser una obra de arte, la pequeña pieza también representó una declaración de intenciones de la pintora de pretender al reconocido estadista, y para ese momento viudo, Daniel Webster, con quien los historiadores explican, quería contraer matrimonio.Aunque tal unión nunca se llevó a cabo, pues el estadista contrajo matrimonio con otra mujer, la descendencia de Webster conservó el autorretrato hasta 1980 cuando lo vendieron a Gloria Manney, quien años más tarde, en el 2006, lo donó al MET.Para la época en que Goodridge terminó está pintura se encontraba en la cúspide de su arte, con la que inició desde muy niña. Era reconocida por su habilidad para pintar con mucho detalle retratos en miniatura de personajes influyentes en Estados Unidos, un formato que generaba cierta conexión y cercanía con quienes los poseían pues se veían en la necesidad de acercarse a la pintura para apreciar tales detalles.💬 Síganos en nuestro canal de Whatsapp aquí.Se presume que Goodridge sostenía o sostuvo una relación con Webster al momento de enviarle Belleza revelada, pues años antes, en 1825, trabajó en un retrato del hombre y sostenían correspondencia. El retrato de Webster actualmente hace parte de la colección del Museo de Bellas Artes de Boston.Lo que hoy llamaríamos una ‘nude’ fue una expresión artística transgresora para mediados del siglo XIX, donde la pintora estadounidense, pionera en este tipo de arte en formato miniatura, cargó de detalles sutiles su propia imagen. Unos pezones pequeños y una piel tersa son el foco principal de la pieza rodeada por la imagen de una tela suave, blanca y en movimiento, además un pequeño lunar también resalta sobre la piel de aquel cuerpo.Lo sobresaliente en la técnica de Goodridge puede atribuirse a sus estudios en su vida adulta, cuando se mudó con su hermana Elizabeth, también pintora, a Boston donde aprendió del miniaturista Elkanah Tisdale; sin embargo, su talento tiene sus orígenes mucho antes.Nacida el 5 de febrero de 1788 en Templeton, Massachusetts, empezó a pintar desde niña y, con los años, a desarrollar una carrera autodidacta, pues en aquel entonces la pintura, la formación y la educación no era de acceso para las mujeres, lo que solo sigue agregando valor al desarrollo de su arte. 🔴 No olvide conectarse a la señal en vivo de la HJCK, el arte de escuchar.
Su comisario, José Lebrero, consideró este lunes, en la presentación de la muestra, que "es difícil rebatir" que Blanchard es "la mejor artista mujer en la historia del cubismo" y además de ser cubista "estuvo en otras batallas y se preocupó por otras cuestiones, y eso históricamente le pasó factura".El sistema del arte fue en su momento "condescendiente y piadoso" con Blanchard y "desconsideró su obra", por lo que esta exposición "cubre de modo ejemplar distintos momentos de la trayectoria" de la artista española y es un acto de "justicia museística", aseguró.Blanchard nació, como Pablo Picasso, en 1881, "pero su trayectoria artística no va más allá de veinte años", por lo que es "relativamente corta" comparada con otros artistas, ya que murió en 1932, añadió.La retrospectiva forma parte de una investigación más amplia sobre esta creadora "con lecturas acerca de su obra que tienen más que ver con el siglo XXI que con algunas canónicas" del XX.Se divide en tres partes, una primera de los años de aprendizaje, la segunda sobre la fase cubista y una última sobre la etapa postcubista y la vuelta a la figuración.💬 Síganos en nuestro canal de Whatsapp aquí.Sobre el vínculo con Picasso, el comisario apuntó que cuando Blanchard viaja a París en 1909, uno de los primeros artistas a los que conoce es a él, "pero hay poco documentado sobre lo que pudo ser esa relación".La artista había decidido abandonar España "por una recepción bastante negativa de su obra, sobre todo la moderna, cuando empieza a no hacer lo que sus profesores, que eran hijos del arte del siglo XIX"."En París cambia su nombre, como Picasso, y lo convierte con su apellido materno. Se integra en la ciudad, pero en el círculo de artistas cubistas todos eran hombres y ella no sería ni modelo, ni musa, ni amante ni esposa de ellos", señaló.Uno de los testimonios más certeros de la relación Picasso-Blanchard lo dio el poeta chileno Vicente Huidobro en una carta escrita a su madre pocos días después de asistir al entierro en París de la pintora.En esa misiva, encontrada recientemente, Huidobro relataba que en el entierro estaba "todo lo mejor de París" y, a su lado, Picasso se lamentaba por cómo iba "disminuyendo" su grupo "batallador y heroico" de artistas."Cuán pocos quedamos y en tan pocos años tantos muertos", le dijo el pintor, que "reconocía así la obra de Blanchard", resaltó Lebrero.🔴 No olvide conectarse a la señal en vivo de la HJCK, el arte de escuchar.
Prohibida en Normandía es la última novela de la española Rosario Raro (1971), una historia basada en hechos reales, que se publica cuando se cumple el 80 aniversario del desembarco de las tropas aliadas en el norte de la Francia ocupada por los nazis, el Día D, el 6 de junio de 1944.Gellhorn (San Luis, Estados Unidos, 1908 - Londres, 1998) había cubierto antes conflictos bélicos en España en 1937, Finlandia en 1939 o China en 1940, y siempre intentó escribir con una mirada puesta hacia la mujer y las consecuencias que las guerras tenían para ellas."Lo que ella nos ha legado de las guerras es la intrahistoria, las vidas anónimas que realmente son quienes sufren las consecuencias de los grandes acontecimientos bélicos", dice la autora, con cuya novela ha querido devolver a esta reportera el "primer plano que le fue escamoteado".Porque Gellhorn escribía para la revista del Ministerio de Defensa estadounidense Barras y estrellas y también para Colliers Weekly, pero no le acreditaron para cubrir el desembarco "por un único motivo, que era mujer, ya que su profesionalidad estaba fuera de dudas", dice Raro en un encuentro con periodistas.A Gellhorn no se le dio la importancia que tuvo como corresponsal de guerra, asegura la autora: "Ella dijo literalmente que no quería ser una nota a pie de página de la vida de otra persona. Y se la define por ese parentesco, por ser 'una de las mujeres de Hemingway', cuando eso solo fue un paréntesis de menos de cinco años en su biografía".💬 Síganos en nuestro canal de Whatsapp aquí.En la novela se refleja cómo el propio Hemingway tampoco la apoyó especialmente en su empeño de cubrir el desembarco de Normandía; "llegó a decirle que él lo que quería era una mujer en la cama y no una periodista en el frente", recuerda Raro, quien asegura además que el Premio Nobel de Literatura no le perdonó que fuera la única mujer que le abandonó.Tras cruzar el Atlántico en un carguero noruego, intentó de todas las formas posibles cubrir el desembarco como periodista y, al no conseguirlo, se hizo pasar por camillero. "Ella tuvo que enfrentarse a varios frentes simultáneos, no solo el de la guerra", relata Rosario Raro.Gellhorn estaba empeñada en que su crónica fuera la primera que llegara a América y la dictó a través de un militar estadounidense por teléfono. Pero no la publicaron, como comprobó al volver a Estados Unidos, y cuando amenazó con denunciar a la revista, un par de meses después publicaron un texto mutilado que se titulaba Alguien dijo que estuvo allí ya."Fue tremendo, sin otorgarle ninguna credibilidad. Y mientras tanto, Hemingway había aparecido en portada rodeado de soldados y además declarando que él había dirigido parte de las maniobras en las playas de Normandía". A él le condecoraron y a Martha Gellhorn la condenaron por saltarse las normas.La novela recupera también uno de los episodios menos conocidos del desembarco que contribuyó a la victoria de los aliados, la operación Fortitude, que contó con los mejores actores de la época: se trataba de crear un ejército fantasma, una "gran superproducción" para desviar la atención del Ejército alemán hacia las costas de Calais en vez de Normandía.La "indómita" reportera, que escribió varios libros, continuó su labor a lo largo de su larga vida e incluso con 81 años cubrió la invasión de Estados Unidos a Panamá; "siempre estaba donde sucedía la acción", resume Rosario Raro.🔴 No olvide conectarse a la señal en vivo de la HJCK, el arte de escuchar.
Esta pieza audiovisual de la Unidad de Búsqueda de Personas dadas por Desaparecidas (UBPD), producida por Radio Televisión Nacional de Colombia (RTVC), inicia el viaje por las entrañas de este flagelo con Herminia Jiménez navegando en una lancha el río Caunapi, en el departamento de Nariño, mientras habla de su hijo Rodrigo Fernando Jiménez, desaparecido el 7 de julio de 2012."Por fin voy a tener un lugar a donde ir a visitarlo todos los días", dice Herminia, quien eligió una ceremonia con alabaos, esos cantos de resistencia y memoria del Pacífico colombiano, para darle sepultura a Rodrigo, cuyo cuerpo fue recuperado por la UBPD en noviembre de 2023.A esta historia se unen la de Omaira García, una excombatiente que buscó a su padre desde 2017, la de Gladys Vargas, una madre que busca a su hijo desaparecido por paramilitares en 2002, y la de Daniela Mostacilla, una mujer indígena del pueblo Nasa, quien por 20 años buscó el cuerpo de su papá.Según los realizadores, los 68 minutos del documental, dirigido por Santiago Díaz-Vence, están dedicados a las más de 111.000 personas dadas por desaparecidas en el contexto del conflicto armado, a los seres queridos que las buscan y a los equipos profesionales que trabajan de manera humanitaria y extrajudicial.Por cielo y tierra, que también será emitido en el canal institucional, relata además cómo nació la UBPD en 2016 con la firma del acuerdo de paz entre el Gobierno colombiano y las extintas FARC.Para la directora de la UBPD, Luz Janeth Forero, la desaparición como un flagelo "aberrante" y "doloroso" que debe acabar, y remarcó que en Colombia "no hay un solo municipio que no lo padezca".En Medellín, capital de Antioquia (noroeste), considerado el departamento que más desaparecidos puso en la guerra -más de 23.000 personas-, colectivos de víctimas y organizaciones de derechos humanos se dieron cita en el Teatro Comfama para un estreno que incluyó momentos simbólicos.Allí, en cada una de las 289 sillas del recinto, como sucedió en otros auditorios del país, pegaron nombres de desaparecidos, pero para darle un espacio a las 111.640 personas que son buscadas en Colombia, se necesitarían 386 teatros como el de Medellín.💬 Síganos en nuestro canal de Whatsapp aquí.Reflejo de lucha y resistenciaGloria María Araque, coordinadora del grupo de trabajo de la UBPD en Antioquia, dijo que este documental es una forma de unirse a las víctimas y de decirles que "no están buscando solas", además de ser un "llamado" a la solidaridad de la sociedad colombiana frente a la desaparición de tantas personas en el país.Por su parte, la lideresa Luz Elena Galeano, de la organización Mujeres Caminando por la Verdad, señaló que en el documental "se refleja la lucha y la resiliencia, pero sobre todo la fuerza que hemos adquirido (...) hemos resistido a pesar del dolor; el renacer de las cenizas es lo que nos tiene hoy acá, luchando día a día, queriendo encontrar esa verdad, esa justicia y, en especial, a nuestros seres queridos desaparecidos".🔴 No olvide conectarse a la señal en vivo de la HJCK, el arte de escuchar.
Ed Potton, del periódico The Times, encontró la película "un poco ligera", y aunque elogió los esfuerzos de Marisa Abela, la actriz que interpreta a la estrella, por cantar como Amy Winehouse, dijo que no está a la altura de su inimitable voz.Para Peter Hoskin del Daily Mail, la película no logra ilustrar el "genio rebelde" de la cantante. "Es mejor escuchar Back to Black, el álbum o la canción, y recordar qué convirtió a Amy en una estrella", afirmó.Zach Schonfeld señaló en The Guardian que este tipo de películas biográficas "siguen siendo rentables"."Es casi imposible pensar en una razón sincera para hacer una película sobre Winehouse, a menos que esté motivada por la codicia", escribió la periodista especializada en música Roisin O'Connor, hija de la cantante Sinead O'Connor, en el diario The Independent.Estilo peculiar Amy Winehouse, que fue hallada muerta por una sobredosis de alcohol en 2011 con solo 27 años, dejó su huella en el mundo de la música con su voz ronca y conmovedora, sus letras íntimas y poderosas y un estilo único, inspirado en los años 50, con su moño y sus múltiples tatuajes.En 2006, su segundo álbum Back to Black, premiado con un Grammy en Estados Unidos, la dio a conocer en todo el mundo, impulsada por su éxito Rehab, en el que la londinense relataba su lucha contra las adicciones.El filme biográfico de la directora británica Sam Taylor-Johnson, conocida por Cincuenta sombras de Grey, es la segunda película dedicada a la cantante tras el documental ganador del Oscar de Asif Kapadia, Amy, en 2015, que fue criticado por la familia Winehouse.💬 Síganos en nuestro canal de Whatsapp aquí.Ese filme, el segundo documental más taquillero de la historia en Reino Unido, se centraba demasiado en los aspectos negativos de la vida de la estrella, según el padre de la cantante.El padre de Amy Winehouse asistió el lunes al estreno de la película en Londres junto a su exmujer, Janis, aunque la directora Sam Taylor-Johnson afirmó que la familia de la cantante no había contribuido."Era importante reunirme con ellos por respeto", explicó al sitio Internet especializado en cine Empire, "pero no podían cambiar las cosas ni dictarme lo que debía rodar".Búsqueda de la "verdad"La cineasta señaló que buscó "la verdad" sobre la vida de Amy Winehouse. "Amy amaba a su padre, hiciera lo que hiciera, bueno o malo", explicó la directora del filme.El actor Eddie Marsan, que interpreta a Mitch Winehouse, padre de la cantante, dijo que intentó evitar caer en la "cómoda" posición de "culpar a alguien" por la muerte de la artista, ya fuera su progenitor o su exmarido, Blake Fielder-Civil.Back to Black describe la tormentosa relación romántica de la cantante, ya que su exmarido fue acusado de introducirla en el consumo de heroína.Blake Fielder-Civil dijo en 2018 que siempre cargaría con "la culpa" de desempeñar un papel importante en las adicciones de Amy Winehouse.Marisa Abela, que interpreta a la cantante, destacó que el objetivo de la película no era "juzgar" a los personajes de la historia y sus decisiones. "Si los espectadores sienten que Amy no debería haber confiado en tal o cual persona, están en su derecho (...) pero los únicos malos en nuestra historia son las adicciones y los paparazzi. No le decimos a la gente lo que tiene que pensar", afirmó.Pese a algunas críticas, la película promete ser un éxito debido al aura que rodea a la cantante, aunque hayan pasado ya casi quince años desde su muerte, y también debido a atracción que despiertan los filmes biográficos musicales, casi siempre rentables, independientemente de su calidad.🔴 No olvide conectarse a la señal en vivo de la HJCK, el arte de escuchar.
"Esta tendencia no es realmente nueva, ya se ha visto hace años, pero se ha hecho viral entre los jóvenes de la generación Z (nacidos entre la última década del siglo XX y la primara del XXI) por su aspecto romántico", explicó este viernes la experta en comunicación de moda y directora de la empresa Vality, Alicia Hernández, quien aseguró que es una moda cíclica."Hace años estuvo vinculada a la estética de Lolita, de Vladimir Nabokov, ahora los más jóvenes apuestan por el 'coquette' de manera excesiva, incluso tan excéntrica que roza el disfraz", añade Hernández, quien, por otra parte, augura que esta moda tiene los días contados.Este estilo, que se inspira en el vestuario de películas como Las vírgenes suicidas (1999), María Antonieta (2006), Cisne negro (2010) o la serie Los Bridgerton (2020), exhala nostalgia, calidez y belleza sosegada.Pero el inicio de esta moda es más antiguo. 'Coquette', termino francés que traducido al español significa coqueto, es un estilo que se remonta al siglo XVIII cuando el rococó tardío sedujo a la reina María Antonieta que actualizó su vestuario con ornamentos decorativos como corsés, grandes lazos, encajes, plumas, flores, vistosos pliegues y volantes.Tras años en los que primó el chándal y los patrones de aire deportivo y la estética "ugly" (feo), resurge una moda que apuesta por una moda hiperfemenina que abraza los vestidos de corte imperio, calcetines y medias de punto, perlas y lazos por doquier como muestra en su colección la diseñadora española Alicia Rueda.Una moda que también han sacado a escena para esta primavera-verano 2024 firmas como Nina Ricci, Moschino, Richard Quinn, Chanel, Rodarte, Miu Miu, Erdem o Simona Rocha a base de tejidos como el satén, el tul o el encaje y detalles sofisticados como flores, lazos, volantes o botones joya.💬 Síganos en nuestro canal de Whatsapp aquí.El diseñador español Jorge Vázquez siempre defendió el estilo femenino y coqueto, una idea que materializa a través de siluetas drapeados, prendas que se recogen marcando la cintura y a las que (casi) siempre enriquece con lazos, volantes o plumas con buen gusto.Detalles del estilo 'coquette' también se ven en la colección masculina "Cruising in the Rose Garden", de Palomo Spain, un trabajo romántico y provocador a partes iguales en el que el diseñador apuesta por piezas de esencia palaciega llena de detalles coquetos como encajes, bordados y puntillas.La cantante y compositora Lana del Rey (Nueva York, 1985) ha sido una de las encargadas de revitalizar esta tendencia en una campaña de publicidad de la firma Skims.Alexa Chung, Olivia Palermo, Lily Rose Deep o Sydney Sweenery son otras de las artistas que se suman a esta moda que reivindica el gusto por lo femenino como han mostrado en alfombras rojas.Esta moda ha cautivado a la generación Z, jóvenes que echan mano de referencias de la década de los 90 y los 2000 "con el fin de expresar inocencia y dulzura", dijo la psicóloga Candela F. Carretero."No pasan por alto las camisetas interiores blancas, piezas que subrayan la feminidad", recordó Pepa Fernández, experta en comunicación de moda, quien advierte que esta moda trata de deshacerse de la etiqueta que (hasta ahora) le vinculaba a la fantasía sexual."Ya no se ve esta moda como algo sexual, negativo, infantil ni ñoño, al contrario, el 'coquette' reivindica exclusivamente lo femenino", concluyó F. Carretero.🔴 No olvide conectarse a la señal en vivo de la HJCK, el arte de escuchar.
Entre el 22 y el 26 de mayo, la Casa de Poesía Silva realizará la Semana Libros y Versos para conmemorar los 128 años de la muerte del poeta colombiano José Asunción Silva. Esta edición estará dedicada a explorar la relación entre la poesía y las ciencias médicas.Para ahondar en este tema, los conversatorios, lecturas de poemas, talleres, presentación de libros, caminata poética y venta de libros de poesía tendrán la participación del Departamento de Psiquiatría de la Universidad Nacional de Colombia, el Doctorado en Neurociencias de la Pontificia Universidad Javeriana y su Laboratorio de investigación Cognición, Neurociencia y Contexto y por supuesto, de la HJCK.Además, participarán Los Impresentables literatura y cultura emergente y la Red de Talleres de Escritura Creativa y Tertulias Literarias, Relata.La relación entre ciencia y poesía, que es transversal en esta programación cultural tiene su origen en el poema titulado Avant – Propos, que da inicio al poemario Gotas Amargas. En él, Silva es el primer poeta en Colombia que establece la equivalencia que puede existir entre la poesía y la medicina al proponer que, así como aquella medicina popular de la época, conocida bajo el nombre de Gotas Amargas, era capaz de mejorar un estómago estragado, de la misma manera los poemas de este poemario son capaces de sanar el alma. De allí que se decidiera que el propósito de esta semana sea el de resaltar la relación entre la poesía y las ciencias médicas, mostrando cómo ambas pueden enriquecerse mutuamente. A través de conversatorios, lecturas de poemas, talleres y presentaciones de libros, se busca promover un diálogo interdisciplinario que honre la memoria y el legado de José Asunción Silva.Programación de la Semana Libros y Versos 2024Miércoles, 22 de mayoConversatorio y lectura de poemas: «Autopsia al corazón del poeta»Es noticia bien difundida que José Asunción Silva aparece muerto en su casa debido a un disparo en el corazón propiciado por un revólver Smith & Wesson que reposa cerca de su mano. Hoy en día existen varias teorías al respecto de la muerte del poeta que se dividen principalmente entre aquellas que asumen que su muerte es debida a la propia mano y aquellas otras que siguen la teoría expuesta por Enrique Santos Molano en la cual se establece el posible asesinato del poeta. En este interesante conversatorio los doctores, de la Universidad Nacional de Colombia, Franklin Escobar (Psiquiatra forense de la Universidad Nacional de Colombia) y Nelson Téllez (Médico patólogo forense, escritor y editor) conversarán con Rodolfo Ramírez Soto (poeta y experto en la vida y obra de José Asunción Silva) al respecto de las señales que se deben buscar, según sus especializaciones médicas, para poder tomar partido por una u otra teoría.🕒 6:30 p.m.📍 Auditorio de la Casa de Poesía SilvaJueves, 23 de mayoPresentación de libros: Editorial independiente Matera LibrosSe tiene documentado que la noche del sábado 23 de mayo de 1896 José Asunción Silva realizó una velada literaria en su casa en la cual recitó varios poemas de su autoría. Con el ánimo de rememorar la actividad de aquella noche la Semana Libros & Versos destinó la actividad del jueves 23 para presentar la obra de tres poetas emergentes que recientemente han publicado su primer poemario con el sello Editorial Matera.🕒 6:30 p.m.📍 Auditorio de la Casa de Poesía Silva💬 Síganos en nuestro canal de Whatsapp aquí.Viernes, 24 de mayoConversatorio y lectura de poemas: «Gotas amargas: la poesía como cura desde 1891»Gotas amargas quizá sea el poemario más particular, cercano a lo antipoético, compuesto en Colombia entre 1891 y 1895. En él el autor propone que sus textos alivian el alma de la sociedad Bogotana que está entregada a los excesos formales románticos. Su poemario, además de crítico con las costumbres sociales del momento, también apunta a sanar los vicios del oficio poético y la mayor enfermedad de la época: la depresión, conocida en aquellos días como el Mal del siglo. Los doctores Hernando Santamaría (Director del Departamento de Psiquiatría – Universidad Nacional de Colombia) y Lucas Herrera Leiva (Poeta, médico psiquiatra y doctorante en neurociencias) hablarán con la periodista Camila Builes (Directora de la HJCK y magister en literatura) y nos contarán, a la luz de la documentación científica contemporánea, qué tan cierta es aquella idea de que un poema sea capaz de aliviar los males del cuerpo.🕒 6:30 p.m.📍 Auditorio de la Casa de Poesía SilvaSábado, 25 de mayoTalleres de creación y apreciación poéticaCon el ánimo de dar una parte práctica a la conversación realizada el viernes el Laboratorio de investigación: Cognición, Neurociencia y Contexto, de la Universidad Javeriana de Colombia, desarrollará algunos ejercicios experimentales con los asistentes del Taller de Poesía Ciudad de Bogotá: Los Impresentables 2024, que ese día abrirá su sesión al público en general que quiera hacer parte de estos ejercicios en los que se estudia la relación entre la experiencia literaria y el cerebro.🕒 10:00 a.m. a 12:00 p.m.📍 Sala de lectura de la Biblioteca especializada en poesía de la Casa de Poesía SilvaInscripción previa, aquí.Domingo, 26 de mayoCaminata Poética: «Tras los pasos de Silva»: Las enfermedades de la Bogotá de 1865-1896Silva vivió en la Bogotá de los años 1865 a 1896. Para esos años las enfermedades que más asolaban a los ciudadanos eran el cólera, el tifo y la viruela. Varias de ellas llevaron a la muerte a los hermanos de José Asunción Silva. En este recorrido visitaremos las casas que habitó el poeta rememorando cómo eran en aquellos años y haciendo notar cómo el entorno resultaba propicio para la propagación y desarrollo de estas enfermedades. Para ello contaremos con la compañía del médico pediatra y salubrista Bryan Castañeda quien nos contará más detalles de estas enfermedades y los métodos más comúnmente empleados para enfrentarlas.🕒 8:30 a.m.📍 Parque Santander, BogotáTalleres de creación y apreciación poéticaEl ejercicio poético como una actividad artística que propicia la sanación también se ha visto estudiado en la relación existente entre la poesía y la música. En el taller del domingo se explorarán diversos géneros musicales a partir de los cuales se puede entretejer una composición poética.🕒 11:00 a.m. a 1:00 p.m.📍 Sala de lectura de la Biblioteca especializada en poesía de la Casa de Poesía SilvaInscripción previa, aquí.Los eventos de esta agenda cultural son de entrada libre, y en los casos que se requiere inscripción previa, solamente tendrá que diligenciar el formulario mencionado en la descripción de cada evento. Ver esta publicación en Instagram Una publicación compartida por Fundación Casa de Poesía Silva (@casadepoesiasilva) 🔴 No olvide conectarse a la señal en vivo de la HJCK, el arte de escuchar.
El director de cine franco-polaco de 90 años, al que varias mujeres han acusado de agresión sexual y violación, había tachado la acusación de Lewis de "odiosa mentira".Los jueces del tribunal correccional de París no debían pronunciarse sobre si el director violó o no a Lewis, sino sobre si abusó de la libertad de expresión en una entrevista que concedió a la revista Paris Match en 2019.En aquella entrevista, el director de "Chinatown" y "El bebé de Rosemary" calificó de "odiosa mentira" la acusación de la actriz, quien en 2010 afirmó que este la "agredió sexualmente" durante un 'casting' en su domicilio en París en 1983, cuando ella tenía 16 años."Como ven, la primera cualidad de un buen mentiroso es una excelente memoria. Charlotte Lewis siempre es mencionada en la lista de mis acusadoras sin que nunca se señalen [sus] contradicciones", añadió el director en la entrevista.Los magistrados consideraron que estos comentarios constituían "un juicio de valor sobre el carácter polifacético de la demandante".El tribunal apreció "una discrepancia significativa entre la admiración y el reconocimiento (de la actriz) hacia el director, que expresó públicamente hasta 2010, y la denuncia del carácter violento de su relación en el momento en que decidió tomar parte en la vindicta contra él".La abogada de Polanski, Delphine Meillet, dijo que era un fallo "importante". "Se puede poner en duda las declaraciones de parte acusadora", señaló.💬Síganos en nuestro canal de WhatsApp aquí."Un día muy triste"Charlotte Lewis expresó su "tristeza" tras el fallo. "Es un día muy triste para las mujeres que denuncian a sus agresores", dijo llorando. Su abogado, Benjamin Chouai, indicó que su clienta "probablemente" apelaría. "Esto no ha terminado", advirtió.Durante el juicio por difamación celebrado en marzo, Lewis, que actuó en la película "Piratas" de Polanski en 1986, declaró que fue víctima de una "campaña de difamación" que estuvo a "punto de destruir" su vida tras sus revelaciones.Los abogados de Polanski, que no asistió al juicio, citaron una entrevista de Lewis publicada en 1999 por el desaparecido periódico sensacionalista británico News of the World. El diario atribuía a Lewis estas declaraciones: "Quería ser su amante (...) Probablemente lo deseaba más que él". Pero la actriz denunció que no eran "exactas".Los abogados de Polanski estiman que su cliente fue "abandonado a merced" de la opinión pública en "el asfixiante contexto del #Metoo" y denuncian un "juicio absurdo".A lo largo de su carrera, varias mujeres han acusado al ganador de tres premios Óscar y de una Palma de Oro en el festival de Cannes por "El pianista" de agresión sexual y violación, algunas cuando eran menores. El director siempre ha negado estas acusaciones por hechos prescritos, que no le han impedido trabajar.Desde hace más de 40 años, está considerado como un prófugo en Estados Unidos, donde fue condenado por mantener relaciones sexuales ilegales con Samantha Gailey, una menor de 13 años.En 2025, el director deberá enfrentar un juicio civil en la ciudad estadounidense de Los Ángeles, después de que una mujer lo acusara de violarla en 1973 cuando era menor.El fallo coincide con el día de la inauguración del 77º Festival de Cannes, que abrió sus puertas este martes en un clima de efervescencia, con una nueva oleada de movilizaciones contra la violencia sexual en el cine francés.No olvide conectarse con la señal en vivo de la HJCK, el arte de escuchar.
Con la aparición de Un pianista de provincias, el escritor uruguayo Ramiro Sanchiz se ha consolidado entre los mejores exponentes de la ciencia ficción latinoamericana. Esta novela transcurre en un futuro distópico con un trasfondo agudo sobre el medio ambiente: la naturaleza, quizás cansada de tanto plástico que le arrojan, termina asimilando esos desechos y ahora se extiende por todo el planeta una masa, mitad vegetal y mitad plástica, a la que llaman la maraña.En ese escenario demencial, un pianista y su manager van viajando de pueblo en pueblo, ofreciendo recitales de música clásica en pequeños salones. Esa trama le permite a Sanchiz involucrar en su prosa la música, en particular el repertorio para piano. Y una obra aparece mencionada constantemente, como una obsesión: las Variaciones Goldberg de Johann Sebastian Bach.Pero además, Un pianista de provincias presenta una vez más al personaje de Federico Stahl, que ya ha aparecido (de otras maneras) en sus libros anteriores. Se trata de un experimento en marcha, que sus lectores han seguido con mucho interés: en palabras de Sanchiz, todo hace parte de “una macronovela que narra las diversas alternativas en la historia personal de su protagonista”. Lo cierto es que, en esta encarnación, el protagonista se gana la vida tocando el piano. Ramiro Sanchiz visitó Bogotá y conversé con él acerca de este recurso narrativo, del género de la ciencia ficción y, por supuesto, de la música.💬 Síganos en nuestro canal de Whatsapp aquí. Quiero empezar preguntándote por Federico Stahl, el protagonista, porque es el mismo personaje de todas tus novelas, pero en cada libro tiene una vida diferente. ¿Por qué decidiste hacerlo pianista en esta historia?En las primeras versiones, Federico Stahl era un vehículo para que yo contara cosas autobiográficas. En los primeros cuentos, por ejemplo, estaba muy presente mi experiencia como guitarrista. Resulta que entre 2004 y 2006 mi banda se movió bastante: tocamos por todo Uruguay, queríamos ser una mezcla de David Bowie con Smashing Pumpkins. No nos salía nada de eso pero, bueno, fue un momento de mucha efervescencia del rock uruguayo, y muchas de esas experiencias fueron a parar a la primera novela. Después vinieron otros libros con Federico y otras vidas posibles, por decirlo así: historiador de la aviación, drag queen, muchas cosas. Pero quería tener un Federico pianista, en parte, por una fascinación de toda una vida con las Variaciones Goldberg de Bach. Y me gustó esa idea del pianista itinerante en un mundo post apocalíptico. Como escritor, ¿cómo haces para que se sienta que es el mismo personaje, y no distintos personajes con el mismo nombre?Siempre habrá una tensión entre las dos posibilidades. En esencia, es la misma persona que tomó distintas decisiones. ¿Cómo se resuelve? Con una apelación a determinadas experiencias de infancia que son comunes a todos esos posibles Federicos. Esa vida de los años ochenta, la música, los videojuegos, las series de televisión, todo eso es como un sustrato de identidad de donde todos los Federicos abrevan. Son como variaciones: tengo esta historia, esta línea básica, y le voy cambiando cosas. La novela tiene una ecología muy propia. Todo el tiempo está presente algo llamado la maraña, una mezcla de plástico y vegetal que lo devora todo. Me recordó el océano de la novela Solaris de Stanislaw Lem, que más que océano era un ser vivo enorme.Yo soy un super lector de Lem. Y Solaris me parece una de las grandes obras del siglo XX: esa idea del océano como una otredad absoluta. Y la ciencia, que en la novela quizá está más presente que en la película de Tarkovski, la ciencia que intenta dar cuenta del océano y fracasa todo el tiempo. Me gustaba la idea de algo que está más allá del entendimiento humano, una especie de “cosa-identidad”. Entonces la pregunta era cómo hacer eso, pero sin caer en el monstruo con tentáculos o con miles de ojos. Y dije: ¿Qué tal si no es un monstruo, si es una cosa que se reproduce, como una especie de virus? Así nació el escenario de la novela. Faltaba el personaje, quién iba a recorrer ese mundo, porque yo quería que fuera algo de carretera, y muy musical. Entonces, bueno, surgió un pianista. Un pianista de provincias, además.Exacto, porque en ese momento ya no hay más que provincias. En un mundo globalizado hay metrópolis y periferia, pero imagínate un mundo donde ya no haya esas subdivisiones. ¿Tuvo algo que ver la pandemia en esa inspiración para la novela?En muchos sentidos. En el sentido más inmediato, la escribí en 2020, que era un momento peculiar para ponerse a escribir. En Uruguay no sufrimos tanto en términos de aislamiento, porque teníamos, qué se yo, veinte casos diarios. Luego se disparó, pero ese máximo de contagio se matizó porque llegaron las vacunas. Pero lo que yo notaba más era la incertidumbre, los futuros perdidos. ¿Cuántos teníamos planes para el 2020? Y no pasó. Y otra cosa que notaba eran las teorías conspirativas. Entonces, para la maraña, imaginé que no había un discurso consensuado científico, que todos estaban arrojados a una especulación salvaje. Por eso casi todos los personajes tienen su teoría de qué es la maraña, de qué pasó, y el lector se queda sin saber. Federico Stahl y su manager se van adentrando en la selva, una selva que describes como prehistórica y de troncos carnosos, y no pude evitar pensar en tu coterráneo, Horacio Quiroga, quien hizo de la selva el escenario de muchos de sus relatos.Horacio Quiroga es alguien inevitable, está en el ADN de los lectores uruguayos. Desde la escuela primaria está muy presente, y él tiene todos estos cuentos de Misiones, de esa selva allá. Pero también me interesaba La Vorágine. En estos días caí en cuenta que yo la había leído, y me había impresionado muchísimo. Siempre recordé el final: se los tragó la selva. Pero lo que yo había leído era una versión abreviada ¡Yo pensaba que La Vorágine era un cuento corto! Porque era parte de una colección para estudiantes que había allá, muy barata, de tomos chiquitos… Bueno, ahora caigo en cuenta que no leí La Vorágine (risas). Pero toda esa idea de internarse en un paisaje que te va devorando, ese fue mi primer plan para la novela. Hablemos de música. La obra más mencionada a lo largo de la novela es el ciclo de las Variaciones Goldberg de Bach. Me llama la atención que eres guitarrista pero eliges una obra escrita para clavecín, que se adapta al piano.Yo soy guitarrista de atrevido, porque nunca tomé estudios formales, pero con el tiempo me fui interesando en aprender un poco de armonía. Mi amor por la música va mucho más allá de lo que yo puedo tocar. Allá por 2002 yo estaba en la universidad, estudiaba literatura, y mi proyecto era convertirme en un académico especializado en Marcel Proust. Y tuve la enorme fortuna de coincidir con una profesora que me enseñó sobre la influencia de la música en Proust. En algún momento ella planteó la idea de que Proust había estructurado sus siete tomos, su obra, como variaciones. Me dijo: “las Variaciones Goldberg son un referente” y yo pensé: “no tengo la más pálida idea de qué es eso”. Entonces me fui a una disquería y el vendedor me sacó la versión tocada en clavecín por Keith Jarrett. Una versión muy linda. Y a partir de ahí me fascinó. Seguí leyendo sobre Bach, en particular el libro de Douglas Hofstadter, y entré en una locura. Es una obra a la que vuelvo siempre, es fascinante. Federico Stahl es obligado a tocar lo que tú llamas los “clásicos pop”: Para Elisa de Beethoven y la Marcha turca de Mozart. ¿Por qué piensas que existen unos clásicos que se vuelven masivos?Hay una serie de factores. En Estados Unidos, en los años 50, la radio acercó muchas piezas del repertorio especializado al gran público. Pero incluso antes de eso, a mucha gente de niña se le enseñaba piano, era parte de la educación. Yo mismo estudié hasta cierto punto, me mandaba mi abuela, y ahí aprendí Para Elisa. También puede haber cosas intrínsecas sobre ciertas melodías brillantes y memorables: el cuarto movimiento de la novena sinfonía de Beethoven… Y después las cosas que usa el cine: un día estaba yo escuchando el Concierto para piano No. 21 de Mozart y me dice mi padre: “¡Eso es de la película Elvira Madigan!”. El cine logró eso, que muchos clásicos sean instantáneamente reconocidos. Revisemos la discografía de Federico. Primero graba un disco de Chopin y Liszt, luego su segundo álbum coniene las Suites francesas de Bach. Hasta ahí tenemos un patrón muy claro, pero el trecer álbum está dedicado a Scriabin, eso es más raro…Me interesaba cierta pretensión de genio de Federico. Quería que eso lo llevara a meterse en esa línea de piezas para piano que cada vez se van volviendo más complejas. Y Scriabin, bueno, estaba loco, tenía esta obra que él suponía que iba a canalizar energías espirituales. Y me gustaba la idea de que Federico va a una provincia, tiene que tocar la Marcha turca, pero se las arregla para citar obras más esotéricas. Porque en los “clásicos pop” tenés toda una zona amable con el escucha, pero luego todos tenemos inmensos baches. Yo, por ejemplo, soy un ignorante en cuanto a ópera. Y más adelante tenés todas estas obras que son más raras: todas las vanguardias, el dodecafonismo, el serialismo. Me gustaba que Federico tuviera la obligación comercial pero se las arreglara para meter a Schönberg. En la novela eso se refleja en la carrera discográfica que él tiene. Yo sabía que él iba a fracasar con las Variaciones Goldberg, porque él sostiene que no las sabe tocar, pero quería que hubiera una presencia del barroco, del romanticismo y algo de vanguardia. Especulemos un poco con la carrera del pianista. Si no hubiera llegado la maraña, si su carrera hubiera continuado, ¿cuál hubiera sido su siguiente grabación?A lo mejor iba a tocar el Concierto para piano y orquesta No. 2 de Rachmaninov. Iba a tender a ese despliegue. A lo mejor iba a ser el Martha Argerich de su generación, pero la cuestión es que se corta esa discografía, ¿no? Pero creo que igual el libro tiene otra discografía implícita, porque también habla mucho del rock. Pero, para complicar la historia del rock, inventé que David Bowie se moría antes de hacer el disco Let’s Dance. En la ciencia ficción vos tenés ese concepto de la historia alternativa. Una de las imágenes más poderosas es la de un piano viejo que está carcomido por la maraña. Sin embargo, en todo este apocalipsis que plantea tu novela, la música se salva. ¿Por qué? ¿Qué tiene la música que podría sobrevivir a una hecatombe?Justo estaba leyendo un libro acerca de cómo pensar los mundos posibles. Y en uno de los ensayos hablaba de la evolución del lenguaje, de cómo en algún momento la ciencia dijo: “no vamos a saber esto, porque es imposible, no hay fósiles que te digan cómo hablábamos”. Pero más recientemente, con otras técnicas, se vuelve a plantear que se puede estudiar eso. Y resulta que la música y el lenguaje tienen en principio una base común y luego se separan. El primer lenguaje pudo ser la música. Entonces nosotros hablamos, expresamos, nos pensamos a nosotros mismos con la música. La música nos construye. En mi adolescencia la identidad consistía en saber si tú eras hincha de Guns N’ Roses o de Nirvana. Mi madre, cuando hablaba de los Beatles, siempre decía que su favorito era George. En el fondo quizá estamos hablando con música. Por eso me parece que si hay una catástrofe, o no sé qué proceso evolutivo que nos haga prescindir del lenguaje, no hay nada que pueda acabar con la música. No hay pandemia que pueda con eso. Excepto la extinción, pero yo no quería narrar la extinción.No olvide conectarse a la señal en vivo de la HJCK, el arte de escuchar.
Con una aceptación de la crítica internacional del 88%, además de 17 premios y 24 nominaciones, llega a Colombia Frontera Verde, la impactante película que denuncia la crisis humanitaria que se vive en las puertas de la Unión Europea: Una familia siria que huye de la guerra y viaja con la esperanza de entrar a Suecia, queda atrapada, junto a otras centenas de refugiados, en la "zona de la muerte", un bosque entre Bielorusia y Polonia. Un drama desgarrador de la directora Agnieszka Holland, reconocida por sus contribuciones a la nueva ola del cine polaco y una de las más prominentes cineastas de su país. Distribuida por Cine Colombia, Frontera Verde se estrena este jueves 16 de mayo en las principales salas del país.Con guion escrito por Agnieszka Holland junto a Maciej Pisuk y Gabriela Lazarkiewicz, Frontera Verde se enmarca en el género de ficción para presentar historias reales que ella misma recogió entre los inmigrantes que viven a diario este conflicto en las fronteras. Con elementos que aluden al documental y narrada en varios idiomas, los mismos que construyen la Torre de Babel que se erige en el drama de esos corredores sembrados de injusticia y olvido, la película se teje a través de las historias de una familia de refugiados sirios, una profesora afgana y un guardia fronterizo, quienes dejan aflorar sus miedos, su humanidad, sus sombras, su resiliencia y esperanza. Una película valiente que es denuncia y alerta de los estragos del totalitarismo, y que durante su lanzamiento fue objeto de una campaña de odio impulsada por el partido ultraconservador en Polonia, lo que obligó a rodear a la directora de un fuerte dispositivo de seguridad durante su campaña promocional.Frontera Verde cuenta con un elenco encabezado por comprometidos actores de distintas nacionalidades, en muchos casos exiliados por su activismo y denuncia de los problemas sociopolíticos de sus países, como Jalal Altawil (La Conspiration du Caire), Maja Ostaszewska (Schindler’s List; Time of Honor), Behi Djanati Atai (Under the Shadow), Tomasz Wlosok (Raven), Mohamad Al-Rashi (Cover Up), Dalia Naous (La fracture), Monika Frajczyk (Prime Time), Jazmina Polak (The Art of Loving) y Taim Ajjan.El equipo técnico que sacó adelante el rodaje está encabezado por el director de fotografía Tomasz Naumiuk, la directora de arte Katarzyna Jędrzejczyk, la diseñadora de vestuario Katarzyna Lewinska, el ingeniero de sonido Roman Dymny, la edición de Pavel Hrdlička y el compositor musical Frédéric Vercheval. Todos bajo la producción de Maria Blicharska-Lacroix y Damien Mc Donald.No olvide conectarse a la señal en vivo de la HJCK, el arte de escuchar.
En las últimas décadas, la denuncia y lucha contra las violencias sexuales en contextos del conflicto armado han ganado un lugar cada vez más central en la búsqueda de verdad, justicia y reparaciones. Sin embargo, esa atención no se ha extendido a las violencias reproductivas.En este sentido, continúan siendo invisibles experiencias traumáticas como esterilizaciones, abortos, anticoncepción y embarazos forzados, así como las maternidades y paternidades provocadas por la violencia sexual.Con esa temática, desde este 14 de mayo y durante un mes, en el Museo Nacional, en Bogotá, se “bordará”’ esta problemática por medio de la exposición “Tejer justicia reproductiva: conflicto y paz en Colombia” y una serie de talleres colectivos de entrada libre.La exhibición consiste en un acercamiento a las experiencias de cuatro mujeres afrocolombianas cisgénero y un hombre afrocolombiano transgénero, quienes quedaron en embarazo luego de sufrir violencias sexuales cometidas por grupos armados. Por diversas razones, que a veces incluyen falta de acceso a servicios de aborto seguros, gratis y libres de prejuicios, dieron a luz. Sus frustraciones, dolores, alegrías y ambigüedades han sido plasmadas en diferentes piezas que se exhiben a lo largo de esta exposición.“El hombre trabajó con dibujo y escritura creativa, hizo un patakí que se compone de tres momentos de su experiencia de violencia reproductiva: su reconocimiento como un hombre transgénero en embarazo, las implicaciones que esto tuvo para su ser y lo que ha pasado desde que dio a luz hasta llegar a ser el hombre que es hoy en día”, explica Tatiana Sánchez Parra, investigadora de la Universidad de Edimburgo.Agrega que, a su vez, “las mujeres crearon piezas en las que trabajaron con diferentes técnicas como patchwork, fotobordado, serigrafía… y en cada una de las piezas están reflejando y plasmando diferentes texturas y momentos de sus experiencias de violencias reproductivas. Algunas nos hablan de su embarazo, lo que pasó durante y después del parto, así como diferentes momentos asociados a la crianza de sus hijas e hijos”.La exposición y los talleres forman parte de un proyecto de investigación colaborativo y etnográfico de la Universidad de Edimburgo (Reino Unido), con el financiamiento del United Kingdom Research and Innovation (UKRI) y el apoyo de Women’s Link Worldwide.“Trabajamos para visibilizar la violencia reproductiva como una forma de violencia basada en genero autónoma y diferente de la violencia sexual, que debe ser investigada y sancionada por la Jurisdicción Especial para la Paz en Colombia”, explica María Cecilia Ibáñez, abogada de Women's Link Worldwide.¿Cómo la guerra ha transformado la vida reproductiva de las personas? ¿Cómo nos imaginamos la justicia reproductiva? ¿Cómo incluimos preguntas sobre sexualidad, reproducción, placer y cuidado en los procesos de verdad, justicia y reparación? Alrededor de estas preguntas se construyó el ciclo de talleres Tejer justicia reproductiva: conflicto y paz en Colombia, para dialogar y generar reflexiones colectivas.💬 Síganos en nuestro canal de Whatsapp aquí.Durante las sesiones se realizará la costura de una colcha de retazos para visibilizar las violencias reproductivas y construir justicia reproductiva. Esta pieza construida colectivamente será una obra itinerante que seguirá abriendo caminos y encuentros. Todos los talleres serán gratuitos, pero los cupos son limitados y se requiere registro previo.Conozca las actividades y talleres de la exposiciónMayo 14: Apertura de la exposición y espacio de co-creación “Tejer justicia reproductiva: conflicto y paz en Colombia”. Entrada libre.📍 Sala Talleres del Panóptico🕒 5:30 p. m.Taller de serigrafía, patchwork y colcha de retazosAprenderemos a hacer serigrafía y patchwork, y trabajaremos en la creación de una colcha de retazos, la cual será un reflejo de nuestras diversidades, empatías y trabajo para lograr no sólo que las violencias reproductivas sean reparadas, sino para que no vuelvan a repetirse. El taller será dictado por Judith Barrera y Karol Cardona (Pulpoink Casa Taller, Cali), quienes lideraron parte del proceso creativo de las piezas expuestas en la exhibición. Registro.📍 Sala Talleres del Panóptico🕒 Mayo 15: 2:00 p. m. a 5:00 p. m. - Mayo 16: 10:00 a. m. a 1:00 p. m.Taller mi cuerpo altar desde el dibujoA través del dibujo, la meditación y la construcción propia sobre la espiritualidad, conectaremos con ese “empaque” llamado cuerpo, para celebrarlo en un ritual colectivo y, a la vez, individual. El taller será dictado por le artiste Naki (Posá Suto, Cali), quien hizo parte del proceso de creación de las piezas expuestas. Está dirigido a personas y organizaciones afro y disidentes de género. Registro. 📍 Sala Talleres del Panóptico🕒 Mayo 17: 2:00 p.m. a 5:00 p.m.Taller de crochet, creación de granny squares y colcha de retazosAprenderemos a hacer crochet y granny squares. Trabajaremos en la creación de una colcha de retazos, la cual será un reflejo de nuestras diversidades, empatías y trabajo para lograr no sólo que las violencias reproductivas sean reparadas, sino para que no vuelvan a repetirse. Este taller nos invitará a imaginar caminos y redes hacia la justicia reproductiva. Será dictado por la artista plástica Valery Martínez Castillo y contará con la participación de Tatiana Sánchez Parra (Universidad de Edinburgo), investigadora principal del proyecto. Registro.📍 Sala Talleres del Panóptico🕒 Mayo 22: 2:00 p.m. a 5:00 p.m.🔴 No olvide conectarse a la señal en vivo de la HJCK, el arte de escuchar.