Ahora "todo lo que tenemos es nuestro talento". "No son ni zapatos, ni ropa, ni joyas, solo nuestro talento y nuestros instrumentos", dice esta joven de 24 años a la AFP.
"Segura, pero con el corazón roto", Nadia llegó esta semana a Stevns, a una hora de Copenhague, lejos de las bombas de Járkov, la ciudad que dejaron atrás en el primer día de guerra.
Se alojan en la "Scandinavian Cello School", que acoge habitualmente a músicos del mundo entero, pero ahora está dedicada exclusivamente a albergar artistas ucranianos.
"Los apoyamos exactamente en las mismas condiciones que a los otros, es decir, les ofrecemos un sitio donde estudiar, cama y techo", explica su director Jacob Shaw.
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Gracias a su red de contactos, ha organizado el exilio de músicos ucranianos desde el primer día del ataque ruso, el 24 de febrero.
Seis ya han llegado a Dinamarca y otros tres deben hacerlo en los próximos días. Por ahora, pueden quedarse durante tres meses.
Nadia, su prometido Micha, ambos violistas, y la hermana de este Kseniia Kusherova, una violinista de 24 años, tenían previsto unirse a la escuela.
"El 24 de febrero nos despertamos con el ruido de las bombas. Era aterrador, realmente aterrador, el pánico se propagó por nuestra residencia universitaria, recogimos nuestras cosas y nos fuimos todos", recuerda todavía emocionada.
La primera etapa los llevó a casa su madre en Donets, un pueblo en las cercanías. Después se fueron a Lviv, en el oeste, y pasaron a Polonia con el resto de la familia de Kseniia.
"En Lviv esperamos ocho horas en el andén a cero grados y no conseguimos un tren", relata Nadia. Finalmente, en coche, tren y autobús, consiguieron llegar a Varsovia.
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Micha, su prometido, no las acompañó. Como la mayoría de hombres entre 18 y 60 años se tuvo que quedar en Ucrania. Con su padre y su hermano volvió como recluta a su casa, en Krivói Rog, en el centro del país.
Nadia está preocupada, aunque estén en contacto permanente: "Nos enviamos mensajes, hablamos cada día, cada hora", explica.
Regresar a casa
Con larga melena castaña y mirada viva, Nadia se replantea los planes de vida que tenía antes de la invasión.
"Tenía tres trabajos, mis estudios, alumnos, amigos, todo lo que necesitaba y grandes proyectos de vida", explica.
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El conservatorio y la universidad de Járkov fueron bombardeados. Los instrumentos quedaron destruidos. Su profesor se quedó allí, en un refugio, para cuidar a su madre inválida.
"No podemos imaginar qué ocurrirá en el futuro porque no paran de bombardearnos. No podemos prever ya nada", se desespera la joven.
"Solo quiero regresar a casa, que Dios salve a nuestras familias y nuestros amigos. Ese es mi plan ahora". "Pero Putin está loco. Y no está dispuesto a parar", lamenta.
En Stevns, un remanso de paz entre el mar y la campiña al sur de Copenhague, se ha instalado en una pulcra habitación bajo la azotea.
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Allí o en la sala de música instalada en otro edificio practica la viola.
Con sus amigas, Olesia Kliepak y Marharyta Serdiuk, que tuvo que pasar varios días escondida en Járkov antes de unirse al grupo en Polonia, Nadia y Kseniia disfrutan de la tranquilidad, aunque no pueden evitar cierta angustia.
A varios centenares de metros, la playa cura su melancolía.
Tradicionalmente ultra restrictiva en materia de asilo, Dinamarca dio un giro de 180 grados para los ucranianos y anunció derogaciones en la legislación actual para facilitar su entrada en el mercado laboral.
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El país escandinavo de 5,8 millones de habitantes se abrió a acoger hasta 20.000 ucranianos. Desde el inicio del conflicto hasta el 8 de marzo, unos 850 han solicitado asilo o permiso de residencia.
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