El Instituto Caro y Cuervo y el Centro de Memoria Paz y Reconciliación presentan el volumen digital Naturaleza Común , resultado de un laboratorio creativo donde se convocó a firmantes de paz del partido Comunes para que escribieran relatos de no ficción sobre su experiencia con la naturaleza durante los años del conflicto armado colombiano. En la HJCK conversamos con Juan Álvarez, escritor y docente del ICC que además fue el coordinador de este laboratorio con acceso libre para el público. Además, contamos con las voces de Doris Suárez Guzmán, Karen Pineda e Isabela Sanroque, tres de las protagonistas coautoras de estos relatos.
Juan, ¿de dónde surge la necesidad de retratar este puñado de memorias?
Considero que gran parte de lo que se pretendió reunir en este proyecto fueron esas historias excepcionales que yo sabía que existían al interior de lo que fue el conflicto armado en Colombia y que debían ser contadas. Una de ellas, por ejemplo, es la experiencia de los excombatientes con la naturaleza, puesto que yo sabía que el tiempo de combate de los guerrilleros era un tiempo menor al que transcurre mientras que ellos están viviendo al interior de la selva, escondiéndose y comunicándose con las distintas comunidades indígenas y campesinas que habitan allí.
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Todo esto me hizo tener la sospecha de que esta historia existía. Para poder encontrarla, nos acercamos al Centro de Memoria, Paz y Reconciliación para que nos sirviera como contacto con el fin de conversar con el partido FARC. Una vez logrado, a ellos les interesó mucho esta convocatoria de diálogo y la construcción de memoria, no desde la dicotomía entre víctima y victimario, sino desde los lugares posibles donde podemos encontrarnos. A su vez, vieron que aquí había una posibilidad para pensar la reconciliación y los concesos a futuro. Esos dos elementos lograron que estos relatos existan como una historia real.
Sin embargo, es válido rescatar en ellos las paradójicas consecuencias y beneficios dentro del conflicto armado que a veces pasan por alto; uno de ellos es el desacelerado deterioro de los ecosistemas y del medio ambiente debido a la presencia de grupos insurgentes y demás actores muy importantes que desafortunadamente, hoy no hacen parte del compás del Estado.
¿Quiénes integraron el equipo de trabajo que hicieron posible este laboratorio?
Yo trabajé con cuatro asistentes de investigación, estudiantes de Maestría en Escritura Creativa del Instituto Caro y Cuervo: Andrés Castaño y Christian Rincón en el frente editorial y Lisa Colorado y Sergio Román en el frente gráfico, pudieron sacar adelante este trabajo editorial digital. Ellos se acercaron a 20 excombatientes en principio. Sin embargo, pese a algunas vicisitudes de los participantes en el proceso y algunos problemas para permanecer, los textos que terminaron publicándose en este primer volumen fueron los de once de ellos.
¿Cuál fue ese camino que ustedes tomaron para llegar a los que alguna vez fueron protagonistas de la guerra y que estos se decidieran a contar sus relatos?
El intermediario clave fue el Centro de Memoria, Paz y Reconciliación que hizo el acercamiento al Partido FARC y a la Asociación Nuevo Agrupamiento; a través de ellos, se les contó la iniciativa y se les invitó a los que están allí en procesos de reincorporación a ser parte, y poco a poco fueron apareciendo personas interesadas en relatarlas y así conformamos el equipo.
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La mayoría de estos relatos que usted coordinó están integrados por mujeres... ¿Por qué?
Es una cuestión del azar. La idea inicial de conformar este grupo era organizarlo de manera balanceada en materia de género. Sin embargo, lo que ocurrió fue que aparecieron muchas más mujeres interesadas que se incorporaron definitivamente al proyecto. Esa es la razón por las que resultaron siendo nueve de ellas las protagonistas de este laboratorio.
Hablemos de esos relatos de "Naturaleza Común", pero quiero que sean justamente sus protagonistas las nos lo cuenten. Doris, hablemos de su historia. Hablemos de Rollito, el protagonista de su relato y que usted retrata de manera tan vívida. ¿Por qué decidió, entre todas las anécdotas suyas en la selva, retratar a este "iletrado sabio" como usted lo llama?
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En los talleres de lectura, empezamos a leer algunos textos que nos sirvieran de referencia para comenzar a escribir nuestros relatos, y fue allí donde empecé a hacer memoria y se me vinieron a la cabeza los recuerdos de "Rollito". Luego, cuando hicimos los ejercicios con los camaradas, yo le conté al profe Juan sobre él, le dije que aunque él era analfabeta, a la vez podía leer otras cosas. A partir de ese momento, me fui encausando en ese recuerdo. Aunque en el Frente al cual yo pertenecía, la mayoría de compañeros murieron, solamente uno de ellas fue receptivo a ayudarme. Entonces, yo no soy la única autora de esta historia sino que a la vez, todos somos hijos de una misma memoria colectiva, y este relato es fruto de ello.
Analfabestia, burro, torpe, bruto, ignorante. Si usted pertenece a la generación de la guayaba sabe que estos calificativos, que horrorizarían a un pedagogo moderno, eran usados contra las personas a quienes el asunto de leer y escribir no se les daba. Años después descubrí que la única forma de leer no es con los signos gráficos que aprendemos en la escuela. Existen muchas maneras de leer. Existen personas que, lejos de ser brutas, han desarrollado otro tipo de habilidades que la mayoría de los letrados no tenemos.
Aunque firmamos el Acuerdo de Paz con el Estado colombiano en 2016 para sentar las bases de una verdadera democracia y darle una salida civilizada al conflicto, mis camaradas siguen muriendo asesinados. Y hemos decidido no volver a la guerra y tratar de conquistar las transformaciones que soñamos por la vía política. Ahora que dejamos las armas, da otro tipo de miedo. Pero da más miedo volver a la guerra.
"Los secretos para llegar al monte" es el título que decidió darle al relato y que anticipa con toda maestría su paso por la espesura de la selva. ¿Después de todo, fue una "decisión correcta", como lo afirma?
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Sí, claro. Cuando yo decidí ingresar a la organización fue una decisión de vida que asumí desde ese momento hasta hoy, que seguimos trabajando desde otro camino pero que el objetivo ha sido el mismo: trabajar para la gente. Durante el curso yo le manifesté al profesor y a mis compañeros que me sentía un poco desubicada pese a la experiencia que yo había tenido. Aunque yo no fui guerrillera, mi experiencia fue de miliciana desde Bogotá. En ese orden, la naturaleza la viví de manera diferente y casi que tardía, pero cuando llegó fue una experiencia muy bonita. Todo fue tal cual como lo imaginé. A pesar de que la guerra fue cruda, viví esa parte romántica de la selva.
La noche anterior me costó conciliar el sueño. En mi mente saltaban todo tipo de dudas acerca de aquella persona que se encontraría conmigo. Estaba ansiosa, pero por fin llegó la hora y me dirigí hacia el lugar de nuestra cita: la plazoleta de Unilago. Me senté en un banco y empecé a observar a mi alrededor. Me preguntaba quién llegaría o cómo podría reconocerlo/la. Sobre las once de la mañana se me acercó un sujeto alto, de gafas extrañas y buzo a rayas.
Lo primero que observé es que se veía bastante extravagante. Me saludó por mi nombre así que de inmediato comprendí que era él la persona que estaba esperando. A medida que hablábamos yo me sentía más segura de haber tomado la decisión correcta: pertenecer a la Red Urbana Antonio Nariño, lo cual planeé como camino para llegar a hacer trabajo desde el monte, un sueño que tenía desde que puse mi voluntad en esto.
Isabela, usted decide tomar como protagonista de su relato a la fauna que habita en la selva. ¿Por qué elegir ser la voz de ellos para narrar toda esa experiencia?
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Realmente desde que comencé el curso tenía esa idea. A mí me gusta mucho escribir y tenía muy presente hacer una historia para expresar la experiencia con los animales, porque la selva era nuestra casa, nuestro refugio y allí vivíamos con los camaradas, que eran como nuestra familia. Y siento que parte de ese escenario y de la vida guerrillera es la fauna. Incluso, nosotros nos despertábamos en la mañana y veíamos a los micos balanceándose sobre los árboles o a las aves volar sobre el cielo. Eso ya hacía parte de esas cosas que no se cuentan como experiencias del conflicto. Entonces yo tomé la decisión de contarlo. Nuestra relación con los animales era fascinante. De allí aprendimos a interactuar con ellos, incluso con animales salvajes en nuestras caletas. Ese era un escenario que para muchos, solo es posible encontrarlos en un zoológico.
Caminando sigilosos, con el fusil en guardia, los guerrilleros atravesaron atentos treinta kilómetros hasta que llegaron al punto que les habían ordenado. Era una zona conocida como ‘Termales’ porque entre las cuevas formadas por las piedras fluían torrentes de agua caliente. Exhaustos, y con las botas empantanadas de sudor, se organizaron para bañarse por turnos con la guardia necesaria. Entre risas, fueron saliendo de las piscinas naturales y se dispusieron a construir sus caletas sencillas—camas hechas con materiales del monte—. En ese momento, el compañero Omar se percató de la presencia de una puma que los observaba desde la tranquilidad de las piedras.
Los guerrilleros corrieron a esconderse detrás de los árboles igual que en la guerra se busca una trinchera. Sin embargo, la hembra, de casi un metro y medio de largo, color marrón claro, se detuvo frente a ellos con total confianza, los observó altiva y despampanante y siguió su camino. La tropa se juntó con los corazones acelerados para hablar de lo impactante del animal. Todos habían temido un ataque predador y salvaje. La tranquilidad férrea de aquella puma hembra los sorprendió y les quedó en la memoria para siempre.
En la ciudad hay una visión muy distorsionada del monte. Y es apenas obvio que entre el afán y el bullicio en el se mueve, esa visión sea casi ajena y fragmentada. ¿Qué fue eso que ustedes vivieron en el monte y que nadie más vivió?
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Nosotros hemos visto muchas cosas que poco tienen en cuenta. Me parece importante señalar que alrededor de todas estas experiencias, una de mis motivaciones era la lectura. Justamente el libro "De noches y fusiles" de Alfredo Molano fue uno de los más importantes para mí. No soy una persona que haya podido viajar mucho, pero la experiencia de recorrer el Yarí en una chiva durante seis hora fue algo que fue bonito. Por eso me parece importante que ejercicios como estos que se desarrollan alrededor de la naturaleza, construyen lazos de reconciliación. Además dan fe de que las personas excombatientes también somos seres que observan, que preservan y que cuidan, y a la vez, se rompe ese imaginario que desfigura la humanidad nuestra.
Para ustedes, ¿cuál es la importancia tiene poder relatar estas memorias?
Es muy importante la visibilización que el Centro de Memoria, Paz y Reconciliación está dando a nuestro proceso de convivencia con la naturaleza y de explorar nuestra humanidad. Es algo completamente distinto a los que ya se ha desarrollado. A pesar de que llevamos cuatro años de este proceso de implementación, en el país hay todavía medios que nos siguen estigmatizando y nos siguen demonizando, destacando la cara horrorosa de la guerra y nuestro protagonismo, desconociendo la cotidianidad nuestra. Ojalá estos relatos pudieran llevarse a escuelas, colegios y universidades para que las personas conozcan estas otras realidades. Aunque nosotros tuvimos un lado oscuro, también tuvimos momentos luminosos al interior de la organización. Por eso es importante saber cuál es la historia que van a saber y conocer las futuras generaciones.
Juan, si alguien está interesado en conocer los demás relatos que hacen parte de este laboratorio que usted coordinó, ¿en dónde los podrían encontrar?
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Cualquier persona puede encontrarlos en las páginas web de las dos instituciones con las que trabajamos: en las páginas del Instituto Caro y Cuervo y del Centro de Memoria, o a través de este link pueden descargarlo de forma totalmente gratuita para conocer los demás relatos.