En marzo de 1952, una niña de apenas once años era ovacionada con una estruendosa lluvia de aplausos tras interpretar el Concierto en Re Mayor para piano y orquesta de Haydn en el Teatro Ópera de La Candelaria. “La niña pianista” la llamó la prensa en esa ocasión con la misma fuerza que aplaudía el público consagrándola como una joven promesa que habría de revolucionar la música nacional. Y no se equivocaron.
Hoy, a sus 81 años, Blanca Uribe recuerda con nostalgia aquel suceso con la misma lucidez con la que interpreta de memoria las notas del concierto de piano de aquel momento que le cambió la vida. “El piano me eligió a mí”, dice. "Nací en una familia de músicos: mi papá, mis tíos y tías, mis abuelos y mi bisabuela, todos eran músicos". Y allí comenzó todo. Su formación musical fue influenciada por las constantes reuniones de su familia que terminaban en interminables conciertos.
"Mi papá era un gran músico que tocaba la flauta, el clarinete y el saxofón, así como el violín y el chelo. Mis tías en cambio, tocaban piano", recuerda. Sus primeras lecciones formales de piano las tomó al lado de su abuela, María García de Uribe, quien iba a almorzar a su casa una vez a la semana. Y se volvió una tradición. "Para mí era un juego", agrega. Las clases duraron un poco más de un año, hasta que Blanca fue invitada al Conservatorio de Bogotá, ciudad en la que trabajaba su padre.
Publicidad
Desde su llegada a la capital, sus primeras cuitas musicales estarían marcadas por tres maestros que le enseñaron el camino que la conduciría a convertirse en una auténtica maestra de piano: Elvira Pardo de Escobar, en Bogotá; el maestro Pietro Mascheroni, en Bellas Artes, una vez se muda a Medellín. Finalmente, en esa academia conoció a Lucía Manighetti, una profesora italiana formada en el Conservatorio Verdi que llevaba varios años en el país. “Ella le dijo a mi papá que había talento”.
Después de esa memorable interpretación por primera vez en el Teatro Colón junto al también pianista antioqueño Darío Gómez Arriola, la Orquesta Sinfónica de Antioquia se interesó por su talento y con la que haría varias presentaciones. A sus trece años, tras una corta gira de conciertos, Blanca viajó a Kansas para estudiar piano en un conservatorio y al cabo de tres años y medio, viajó a Viena, donde fue apadrinada por Diego Echavarría Misas, quien le regaló un piano Steinway alemán comprado en Hamburgo e importado a América y que ahora se impone en la sala de su casa.
“Mi papá me preguntaba: ‘¿No te da miedo irte por allá?’ Aunque yo me hacía la fuerte, en realidad me moría del susto en el viaje", cuenta entre risas. Aunque no fue fácil su travesía por el viejo mundo, sin embargo logró traer de vuelta a Colombia un par de premios bajo el brazo y el prestigio de llevar una beca de la OEA para seguir especializándose en música en la Escuela Julliard de Nueva York.
En 1969, se presentó a una audición en el prestigioso Vassar College. Ganó la plaza como profesora y permaneció en esa institución durante 36 años. "Después de que me dieron el puesto, me gustó mucho la calidad de los alumnos. Todos tenían un nivel intelectual altísimo", recuerda. Pese a que pasó un largo tiempo fuera del país, nunca se sintió en casa. Sus raíces estaban en Colombia. "Aunque los paisas podemos nacer donde nos dé la gana, este ha sido mi lugar y siempre quise volver", dice.
Publicidad
Pese a ese deseo, en los años ochenta, las bombas, le narcotráfico y la pelea entre carteles de droga le hicieron saber que no era el momento de volver. No sería hasta 2003, en uno de sus año sabáticos, cuando Blanca finalmente regresó al país para dar un curso de pregrado en Música en la EAFIT dirigido a profesores y estudiantes a través de una invitación que le hizo la maestra Cecilia Espinosa.
"Esa es quizás una de las mejores decisiones de mi vida", afirma. Desde el 2005, la maestra Blanca pianistas de pregrado y de maestría de la facultad de música y en mayor de 2013, se convierte en la primera profesora emérita de la EAFIT, una distinción que le fue entregada por Juan Luis Mejía, rector de esa institución; desde entonces, este reconocimiento se le otorga a los docentes cuya trayectoria haya sido destacada de manera excepcional por sus contribuciones al progreso académico y prestigio de esa universidad. Con añoranza recuerda que “en ese momento estaba tranquila porque pensaba que la distinción de ser emérito era para varios, hasta que me llamaron al escenario, me dio pena y nervios”.
Finalmente, en medio de la conversación, evoca los grandes momentos de su vida en el escenario, como el concierto en la que fue solista junto a la Orquesta de Filadelfia, o cuando en Berlín interpretó el Concierto para piano No. 4 de Ludwig van Beethoven y su gira por Polonia y por los países del Este. Pero el tiempo ha pasado, y con él, las nuevas generaciones de públicos que asisten a sus conciertos donde al terminar la última nota, se alzan en una lluvia de aplausos y vítores. "Mi público en Colombia hoy en día es variado. Hay mucho joven y eso es magnífico. Es un público muy entusiasta. Es maravilloso ver la cantidad de personas con deseos de ser músicos".