Glenn Gould no estuvo en este mundo sino 50 años, (nació en 1932), muchos para la gente a la que atormentó con sus caprichos, pocos para quienes admiraron su genio.
Empezó a los tres años encaramado en un artefacto que lo izaba para llegar a las teclas del piano. Su sufrida madre le vigilaba y le enseñaba a la vez. Un día, a los seis años, escuchó un recital del famoso pianista polaco Joseph Hofmann y quedó en un estado de excitación del cual, aparentemente, nunca se liberó. Siempre recordó esa experiencia que, según sus propias palabras, “lo dejó hechizado.”
Muchas cosas pueden decirse sobre la exasperante y sin igual personalidad de Glenn Gould tomando aquí y allá trozos de su vida y conceptos de sus biógrafos . Dentro de ellos, a nuestro juicio el más certero es Harold Charles Schonberg. En su libro “Los grandes pianistas” nos habla sobre el pianista canadiense.
Los conceptos de Schonberg comienzan con las siguientes palabras:" quedó sólo un foco de resistencia importante: la respetada Rosalyn Tureck, artista admirable, una mujer que había dedicado su vida a Bach y a la práctica de la interpretación de Bach, una instrumentista con una mano izquierda independiente ideal para el pentagrama de Bach. Sin embargo, hasta a Tureck la miraron con cierta sospecha. Tocaba el piano.
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Y en 1955 apareció Glenn Gould. Su carrera fue una de las más extrañas en la historia del piano. Uno de los grandes excéntricos de la música, fue sin embargo un instrumentista excelentemente dotado, cuyas ideas cambiaron el enfoque de Bach que tenían los músicos. Su primera grabación, las legendarias Variaciones Goldberg, que apareció en 1955, fue una revelación para muchos. Exhibía una combinación de personalidad, finura, ideas nuevas, ritmo movido, tempos rápidos y seguridad técnica que significó un enfoque nuevo de la interpretación de Bach.
Tenía autoridad. Quizá los musicólogos podrían desmenuzarlo. No importa. Lograba que los oyentes creyeran. Sobre todo, estaba la cualidad lineal de la ejecución. Glenn Gould tenía una habilidad extraordinaria para separar las líneas contrapuntísticas, pesarlas, contrastarlas entre sí y tocarlas en tándem”.
Para muchos músicos de hoy, Glenn Gould es un símbolo, una especie de Bobby Fischer del piano. Como el excéntrico genio del ajedrez, fue un talento asombroso que se retiró pronto a una vida de reclusión. Como Bobby Fischer, Glenn Gould dictó sus propias leyes, siguió su camino, no le preocupó lo que el mundo pensara de él y terminó por hacer que el mundo aceptara su voluntad. No es de extrañar que representara algo a lo que todos los músicos jóvenes aspiraban.
De Ludwig van Beethoven a Glenn Gould le gustaban las primeras obras y algunas de las últimas, en particular la Gran Fuga , que consideraba “no sólo la mayor obra que Beethoven escribió, sino quizá la composición más asombrosa de la literatura musical”. Por lo que concierne a las sinfonías, el Concierto para violín, la Sonata Waldstein, Gould “no podía explicarse” por qué eran tan populares.
La música fue la vida de Glenn Gould, ni siquiera terminó la escuela secundaria. Cuando comenzó a dar conciertos, lo hizo como artista ya cabal y con programas muy poco usuales. Tocaba muy poca música romántica. Sus programas naturalmente incluían a Bach. Tocaba algo de Beethoven, en especial las tres últimas sonatas. También les echó una mirada a compositores que generalmente no se asociaban con recitales de piano: Sweelinck y Gibbons, por no mencionar más de dos. Luego daba un gran salto hasta Berg y Webern. Explicó que “tengo una laguna de un siglo delimitada más o menos por El arte de la fuga por un lado y Tristán e Isolda por el otro; todo lo que está en medio es en todo caso motivo de admiración más que de amor.”
Además de intérprete, Glenn Gould escribió mucho, tanto como para llenar un grueso libro de 461 páginas que editó Tim Page. Las notas de programa para los discos estaban siempre escritas por él, y colaboró en muchas revistas. Sus escritos ilustran su propia paradoja . Sus observaciones sobre música y sobre la vida en general son una mezcla de profundidad, inteligencia, adolescencia, humor pesado que no divierte y verdaderas tonterías. A Glenn Gould le encantaba asombrar, lanzar ideas sin haberlas trabajado a fondo.
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A menudo se expresaba en paradojas. De vez en cuando se encuentra una humildad decorosa. En resumen, sus escritos son como el músico Gould: en el mejor de los casos brillan de manera irritante o irritan brillantemente.
No es de extrañar que los músicos pusieran el grito en el cielo. ¿Quiso en realidad Gould decir todo lo que dijo? ¿O es que, como dice Lewis Carroll “sólo lo hace para fastidiar porque sabe que irrita”? En una ocasión Rudolf Serkin oyó a Gould hacer comentarios de esta clase en una transmisión de radio. “Dijo ridiculeces que me enfurecieron. Pero al final tocó y todo se arregló. ”
En la otra cara de la moneda estaban los músicos y críticos que idolatraban a Gould y todo lo que él representaba. Para ellos, era el único pianista joven con cerebro e individualidad verdaderos.
Glenn Gould sólo durante nueve años fue pianista de concierto, pero esos nueve años le convirtieron en una superestrella. Solicitado en todas partes, tocó en Europa, Rusia e Israel además de Estados Unidos. Se retiró a los treinta y dos años. Algunos años antes había anunciado que dejaría de tocar en público cuando tuviera treinta, para dedicarse a grabar, y cumplió su palabra. El 28 de marzo de 1964 dio su último concierto, en Chicago. Murió trágicamente joven, en 1982, después de un ataque al corazón. Tenía sólo cincuenta años.
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Podrá escuchar una selección de obras de Glenn Gould en la nueva edición de El músico de la semana, el lunes 2 de octubre a las 3:00 p.m. por la señal en vivo de la HJCK.