Nadie se imaginaría lo que "La reina del Soul" tuvo que soportar antes de que los reflectores y las cámaras se posaran sobre ella, como el primer rayo de sol ante una superficie oscura. El camino de Aretha Louise Franklin, quien nació el 25 de marzo de 1945 en Memphis, Tennessee, estuvo lleno de tropiezos y reparos, de puertas cerradas y escenarios clausurados porque la violencia del racismo es así, absoluta y sorda.
Las iglesias fueron el primer espacio abierto a su voz. Sobre el piano de las iglesias de Detroit, Michigan, Franklin parecía elevar a los asistentes al cielo, gracias a su talento y devoción, hasta que su madre falleció y el silencio se posó como una nube densa sobre ella. Sin embargo, la casa de dios fue el refugio para su dolor y el cielo abierto para su talento.
Siendo una de las voces principales del coro de la iglesia, a los 14 años, tuvo una primera oportunidad de grabar un disco. "The gospel soul of Aretha Franklin”, fue la primera producción en el que la artista figuró como centro. Ese fue el inicio de una carrera que tomaría cuerpo y fuerza en la década de los 60, cuando el jazz apareció como un interés genuino, pero la potencia de su voz rápidamente se decantó por el gospel y del blues.
En 1967 llegó el gran estruendo de Franklin: "I never loved a man the way I love you". Una canción de culto para los amantes del género y quizás, de las más importantes en la historia. Pero el éxito vendría después con "Respect", compuesta por Otis Reading, que consagró a Franklin como una de las voces indispensables en el soul, pionera en interpretación y única en su manera de cantar. Para 1967 su grandeza era innegable y la academia de los Grammy reconoció el disco “I never loved a man the way I love you”, con dos premios.
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La década de los setenta fue fértil para sus canciones. Destacan producciones como “Aretha now”, publicado en 1968, y algunos sencillos como "Think y I say a little prayer", hasta que el peso del duelo la convirtió, de nuevo, en silencio. La muerte de sus dos hermanas la sintió como un quiebre en el espíritu y le tomó una década regresar a la música. Lo hizo con "A Rose is Still a Rose", un álbum transversal en el nuevo sonido del soul, con mezclas de R&B contemporáneo y algunos destellos de hip-hop que enaltecieron su ya adorada figura.
Aunque Aretha Franklin ya había hecho historia, seguía existiendo un vacío, un espacio abierto al reconocimiento de su carrera que se veía limitado por una sola razón: ella era una mujer negra. Pero, una vez más, Franklin arañó y redujo esa indiferencia absurda al convertirse en la primera mujer negra en ingresar al Salón de la Fama del Rock & Roll, un museo de archivo sobre la historia musical de Estados Unidos que rinde homenaje y reconocimiento a los artistas más destacados de la música.
Para 1987, año en el que Aretha Franklin fue seleccionada, menos de 100 mujeres hacían parte del panteón musical y ninguna de ellas era negra. Ella fue la primera y su voz abrió paso a nuevos oídos, unos más dispuestos y conectados con las historias que las mujeres contaban. Aunque pasó una década luego de su ingreso para que otra mujer hiciera parte del Salón de la Fama, sin su reconocimiento, trabajo y profundo talento, Jefferson Airplane, Joni Mitchell, Bonnie Raitt en 2000 y Stevie Nicks no habrían hecho parte nunca.
"La reina del soul" es el sobrenombre que acompaña la inscripción de Franklin en el museo. La descripción sostiene que fue "la primera mujer en ingresar al Salón de la Fama del Rock & Roll", además de haber sido "una artista de pasión, sofisticación y dominio, cuyas grabaciones siguen siendo himnos que definieron la música soul. Larga vida a la reina".