Yo conocí a una persona que todos los días se vestía y caminaba lento, se hacía en el mismo lugar, leía enciclopedias, se ponía gorro de lana, guantes, chaqueta, todo azul oscuro. En clase leíamos a César Vallejo. Salía de clase, pálido, y así un tiempo. Hasta que un día nos cruzamos antes de llegar a clase y por algo tocamos el tema de la ropa, de que siempre usaba lo mismo y me dijo que claro, que él se había pasado a vivir a esa chaqueta. Raro. Porque los demás cambiábamos de casa, casi todos los días.
Ese día, esa persona me dijo que la literatura no le bastaba.
Digamos que uno tiene dinero para hacer mercado, la educación pagada y vive en una casa de espacios amplios, que permanece sola. Hace frío. Muy pocos muebles. Esta persona vivía ahí y compraba su comida en lugares donde le daban un plato compuesto por una mezcla de: granos de mazorca, mayonesa, pollo desmechado, papas fritas de paquete trituradas, queso doble crema rayado, piña, salsa rosada. Pero no le alcanzaban ni la escritura, ni el arte, ni la filosofía, ni las enciclopedias, ni las drogas, ni la música, ni tocar guitarra.
A mí me impresionaba que su escritura no le alcanzara porque ya tenía lo que los demás no teníamos pero deseábamos con tanta furia que dudábamos que pudiéramos lograrlo algún día.
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Que la escritura ya exista, pero no sea la casa. Que la casa, en cambio, sea la ropa. Que la casa de cemento sea un lugar vacío.
En cambio, para todos los demás de esa clase la ropa seguía siendo la ropa y la escritura un lugar por venir, una finalidad.
La literatura no salva la vida. No salva ni siquiera una vida.
La literatura no salva de querer quitarse la vida.
La literatura no salva de quitarse la vida, en efecto.
César Vallejo me dio una estructura, porque yo carecía de una.
Yo carecía de estructura, de orden.
El orden para mí era algo ajeno. Algo que debía aprender y que estaba por fuera de mí. Con César Vallejo me demoré en entender -porque uno se demora en llegar a uno mismo- que ese orden podía venir de uno.
César Vallejo era como un dinosaurio, como un fósil, con toda la estructura de su esqueleto intacta, encontrada intacta. Casi se para y vuela.
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César Vallejo era un dinosaurio porque era el lenguaje desde el origen del lenguaje. Desde que había habido lenguaje, que es siempre, porque todo viene de la o, como dice un poeta. Todo viene de la o.
Con César Vallejo se está en un lugar del lenguaje que es de dinosaurios o de vértebras, de costillas gigantes, de andamios, como el origen de los edificios, varillas finas de acero, o de hierro, cosas de ingeniería, bases, puntos de apoyo.
Eso que sostiene el puente. Ahora bien: sin puente no hay nada.
En la prehistoria estaban el hierro, la línea y el punto. Y los mamuts. Y la madres mamuts.
Vallejo es las varillas de hierro del lenguaje que son flexibles y duras a la vez. Planta cimientos. Es un diccionario. Yo pude por fin hablar español, pensar en mi lengua, darle forma a lo que se venía.
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Era el porvenir y todos los dinosaurios. Era la lengua de Marte y sobre todo la de los soles de Marte.
Vallejo era una oscuridad con costillas. Es decir la luz con costillas.
Con Vallejo puedes tener un cuerpo, te da un lugar para la vida.
Vallejo te da un esqueleto con el que puedes mover tuercas, articular húmeros, desajustar cabezas. Robustecer montes. Hinchar visiones. Cúmulos.
Con Vallejo pudes tener un cuerpo y unos pulmones para darles respiros a las frases que son las varillas del cuerpo que lo sostienen en la gravedad. Por las palabras de Vallejo caminamos sobre el pavimento. Los chinos andan, los indios se yerguen, los yemenitas se acuestan porque Vallejo les dio varillas para su cuerpo. Todas las varillas de todos los cuerpos del mundo vienen de él.
Así son las cartas de amor.
Totalizantes. Arrasadoras.
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Vallejo no salvó a mi amigo. Pero no debía hacerlo. Uno se salva a uno porque así es y después estás tú, amor.
Después está tu español que es las varillas de todos los cuerpos.
De las estrellas de mar. Por supuesto.