Los relatos de Colombia parecen ser anacrónicos y redundantes en los términos. Desde donde sea que se examine salen a flote términos como violencia, patria, ríos, muerte y dolor. Esa es la razón por la que los titulares de las noticias parecen sostenerse en el tiempo y parecer actuales aunque se lleven décadas de diferencia.
Contar lo que sucede tiene muchas formas de entenderse. Para algunos será la necesidad de dejar registro de una vida que existió antes, para otros, es parte de la garantía de no repetición y para María Mercedes Carranza era una pulsión. Su obra poética da cuenta de eso, del lenguaje como un nervio expuesto y depurado, de la forma coloquial y honesta que le permitió ser un puente bello en medio del dolor de un país que se enfrenta a la guerra, luego de la guerra.
María Mercedes Carranza fue poeta y periodista. La poesía fue en su vida un universo dado desde los lazos más profundos en ella, hija de Eduardo Carranza y parte de la familia de Elisa Mújica, centros indispensables en la definición de su propia visión sobre la literatura, la vida y el país. En su labor de periodista fue incisiva con las investigaciones y durante las jornadas de reportería. Esa fue la escuela que le permitió dimensionar no solo la importancia, sino el valor de la información y la comunicación libre y responsable.
Su cercanía a líderes políticos como Carlos Lleras y Luis Carlos Galán la llevaron a la Lista Nacional de unidad para la constituyente, como representante del ADM-19, Alianza Democrática M-19. Fungió como constituyente junto a Aída Avella, Helena Herrán, María Teresa Garcés, quien también pertenecía a la ADM-19.
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Para 1990, en medio de la convocatoria de la lista, Carranza estaba a cargo de la dirección de la Casa de Poesía Silva y escribía, aunque es redundante porque las poetas están todo el tiempo escribiendo. Aceptó con una sola condición: su participación no estaba mediada por la militancia de ningún movimiento, sino por su sentimiento y responsabilidad como ciudadana, mujer y poeta. Bajo esa claridad, Carranza abandonó todos sus proyectos para dedicarse de lleno a la futura constitución.
La asamblea nacional constituyente estuvo dividida en cinco comisiones, Carranza hizo parte de la primera que se encargó de discutir principios, derechos y la reforma constitucional. En 1999, durante una entrevista con Margarita Vidal, Carranza aseguró que su participación en esta comisión y cada uno de sus votos fueron el producto de una revisión exhaustiva, consciente y profunda que asumió, a pesar de entrenarse en Derecho en medio de cada sesión.
Como parte de esa comisión, Carranza fue defensora de los valores democráticos y junto a Avella fueron abanderadas en la defensa de los derechos de las mujeres, abriendo el debate a temas como el aborto que si bien no prosperaron a lo largo de la Asamblea, fueron las primeras redes para las leyes que persisten hoy. La libertad de prensa, los derechos culturales y la comunicación fueron también banderas izadas para Carranza, que no se mantuvo muda en las discusiones sobre temas como la extradición.
Sin embargo, Carranza siempre fue honesta y clara, para ella la Constitución seguía siendo incompleta. Había mejorado, claro, pero seguían existiendo vacíos que consideraba problemáticos, a pesar de los avances. En el 2001, para el Tiempo, habló de sus reparos con la Constitución que había biso promulgada: “Me arrepiento de no haber dado la pelea para despenalizar el aborto, me arrepiento terriblemente de haber trabajado y votado la creación de la CNTV, también de haber votado y apoyado la circunscripción nacional para la elección de senadores, además de haber votado porque el Congreso eligiera a los magistrados de las Cortes, porque eso politizó la justicia. Son muchos arrepentimientos porque la Constitución tiene serios problemas”.
La redacción de la Carta Magna estuvo completamente a su cargo. Sus líneas de escritura y cuidado del lenguaje se mantuvieron orientados a la búsqueda de un relato incluyente y claro en el que los ciudadanos se pudieran encontrar. Más allá de ser bien escrito, es un texto claro en el que parece estar detallado un país que no hemos vivido y que sigue violando los derechos fundamentales: el Derecho a la vida, a la paz, a la libertad.
Desde el presente, la Constitución de 1991 es el retrato de la posibilidad y el encuentro de una realidad crudamente distinta. En medio del estallido social que atraviesa el país, de movilizaciones que fluctúan, de declaraciones mezquinas por parte de los dirigentes y de la muerte como única certeza, nos convocada cada noche la misma pregunta de siempre: ¿cómo cambiar Colombia?
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Pero nos quedan las palabras. Las que conforman la Constitución y las que han retratado el país, allí todavía perdura el legado de María Mercedes Carranza. Lamentablemente, este país, esta patria, esta casa sigue siendo un cementerio de tierra húmeda, todos seguimos asistiendo a un funeral inacabado. Como sabiamente lo escribió Carranza: “En esta casa estamos todos enterrados vivos”, pero recordando a los Wayuú y su transcripción del Artículo 12: Nadie podrá llevar por encima de su corazón a nadie ni hacerle mal a su persona aunque piense y diga diferente. Ojalá, más pronto que nunca, nos queden páginas limpias para escribir sobre un país en el que ninguno de sus relatos estén escritos con sangre.