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Rosario Castellanos: cien años de literatura y feminismo mexicano

El 25 de mayo de 1925, hace cien años, nació la escritora mexicana Rosario Castellanos, un pilar en la literatura de su país y América Latina. Le contamos sobre su vida y obra.

Rosario Castellanos
Foto de Rosario Castellanos para el archivo de la UNAM.
Archivo de su hijo Gabriel Guerra Castellanos.

Las manos de Rosario Castellanos han escrito la historia de México y sus mujeres. Escribieron el descontento, el amor, el dolor y la risa. Rosario Castellanos creó un mundo en donde cabían todos con ella, escribió con furia y desató la ira de su mano a la desigualdad, plantó el amor como un árbol gigantesco que luego dio frutos para que todos se alimenten y su voz dulce acogió la ternura.

Hace cien años nació la escritora mexicana Rosario Castellanos, el 25 de mayo de 1925, uno de los nombres más importantes para la literatura en su país y en Latinoamérica.

Castellanos nació en Ciudad de México, pero apenas su madre se repuso viajaron de nuevo a Chiapas donde creció y se crio. Su familia era una familia criolla y tenía como ayudantes a indígenas nativos (de allí empieza su interés por este tema) Rufina, mujer tzeltal y nana de Rosario, le contaba las tradiciones de su pueblo y compartía tiempo significativo con ella.

La infancia de Castellanos estuvo marcada por el duelo, en 1933 falleció su hermano menor Benjamín (quien sería el heredero de la familia), en sus Cartas a Ricardo, publicadas en 1994, la escritora habló sobre la muerte de su hermano refiriéndose así: “Aunque nunca me lo dijeron directa y explícitamente, de muchas maneras me dieron a entender que era una injusticia que el varón de la casa hubiera muerto y que en cambio yo continuara viva y coleando. Siempre me sentí un poco culpable de existir”. Años más tarde, cuando publicó su primera novela Balún Canán en 1957 retrató este mismo suceso, la protagonista pierde a su hermano menor, Mario.

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Rosario ingresó a la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), donde estudió Filosofía y Letras, y más tarde realizó estudios de posgrado en Estética en la Universidad de Madrid, esto la convirtió en la primera mujer escritora del estado de Chiapas. Durante su estancia universitaria, entró en contacto con pensadores como José Gaos y Octavio Paz, y con poetas de la llamada generación del 50, consolidando su voz crítica y literaria. En 1950 escribió su tesis Sobre cultura femenina, texto pionero del feminismo mexicano, donde denuncia la exclusión de las mujeres de la esfera intelectual. Aquí un fragmento:

“¿Existe una cultura femenina? Esta interrogación parece, a primera vista, tan superflua y tan conmovedoramente estúpida como aquella otra que ha dado también origen a varios libros y en la que destacados oficiales de la Armada Británica se preguntan, con toda la seriedad inherente a su cargo, si existe la serpiente marina. La naturaleza de ambos problemas, aparentemente tan desconectados, tiene un lejano parentesco ya que en los dos se examina cuidadosa, rigurosamente, la validez con la que corre, desde tiempos inmemoriales, un rumor. Asimismo se procede, para dictar el fallo, a la confrontación de los testimonios, ya sean en pro ya en contra, de las hipótesis afirmativas. Porque hay quienes aseguran -y son siempre lobos de mar con ojos de lince- haber visto el antedicho ejemplar zoológico y hasta son capaces de describirlo (aunque estas descripciones no concuerden entre sí ni resulten siquiera verosímiles), de la misma manera que otros aseguran haber presenciado fenómenos en los que se manifiesta la aportación de la mujer a la cultura por medio de obras artísticas, investigaciones científicas, realizaciones éticas. Pero hay también, al lado de estos generosos y frecuentemente exagerados visionarios, un coro de hombres cuerdos que permanecen en las playas y que desde allí sentencian la imposibilidad absoluta de que monstruos tan extraordinarios como las serpientes marinas y las mujeres cultas o creadoras de cultura, sean algo más que una alucinación, un espejismo, una morbosa pesadilla. Y, para llevar hasta su fin el paralelo, el ánimo de quien pondera las tesis y antítesis respectivas queda en suspenso. ¿Cómo conciliar los extremos opuestos? ¿Y cómo inclinarse hacia uno cualquiera de ellos si pesan tanto las afirmaciones vehementes como las negativas rotundas? Dejemos que los técnicos de la Armada de Su Majestad continúen deliberando y que mientras tanto la Enciclopedia Británica guarde en prudente reserva sus opiniones”.

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Esta tesis fue el comienzo del pensamiento crítico de Castellanos sobre el papel de las mujeres en el mundo.

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Su primera novela, Balún Canán, es una mirada autobiográfica a la vida en Chiapas desde la perspectiva de una niña mestiza. En esta obra, el mundo indígena aparece con una complejidad pocas veces vista en la literatura mexicana de entonces. Con una prosa densa y poética, Castellanos muestra las tensiones entre criollos e indígenas, pero también los conflictos internos de una niña que comienza a percibir la injusticia.

En 1962 publicó su novela más conocida, Oficio de tinieblas, donde radicaliza su postura crítica. Aquí reconstruye la rebelión tzotzil de 1869, pero con una carga simbólica y metafórica que trasciende lo histórico. La novela explora el racismo estructural, la religión como instrumento de control, y la imposibilidad de redención dentro de un sistema colonial que aún persiste.

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Como ensayista, su libro Mujer que sabe latín... es una colección de reflexiones lúcidas sobre el papel de la mujer en la historia y la cultura. Aquí critica tanto la marginalización como la autonegación que la cultura occidental impone sobre lo femenino.

Jorge Emilio Pacheco escribió en el prólogo de la colección Voz viva de México lo siguiente sobre la obra de Castellanos: “Los motivos que pueblan toda honda conciencia aparecen al lado de una voz que canta la elegía de una raza perdida. Del mundo indígena, rescata algo que atraviesa su sangre, que finca en las raíces de su ser. Su personal manera de declarar las cosas trae consigo la resonancia de los libros sagrados y la perduración de la poesía prehispánica. No es extraño que esta dualidad se manifieste con nitidez en los poemas dramáticos que Rosario Castellanos escribió por entonces y que se editaron hasta 1959. Judith pasa de las profundidades de la Biblia a un pueblo de la tierra caliente, sitiado por un ejército enemigo, en la Revolución. La historia de Salomé renace en San Cristóbal, durante el porfiriato, en ocasión de un posible levantamiento de los indios chamulas. La intensidad del verso lleva estas obras a una altura trágica. Singulares y casi solitarias, constituyen dos aciertos que el teatro mexicano debería redescubrir”.

Entre 1962 y 1971, Rosario Castellanos fue profesora en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, donde dictó cursos de literatura comparada, novela contemporánea y un seminario sobre crónica. Durante su estancia en Chiapas, también enseñó en la Facultad de Derecho. Entre 1966 y 1967, fue invitada como profesora en las universidades de Wisconsin y Bloomington, una experiencia que evocó con lucidez en sus Cartas a Ricardo. Más adelante, mientras desempeñaba su labor diplomática en Israel, impartió clases de literatura iberoamericana en la Universidad Hebrea de Jerusalén.

Castellanos también cultivó la poesía con una voz introspectiva y afilada. Libros como Trayectoria del polvo, Poemas y Poesía no eres tú muestran una evolución desde el lirismo melancólico hasta la ironía feminista. En su poesía, lo íntimo se vuelve político, lo cotidiano se carga de denuncia como hemos podido escuchar en este episodio.

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El amor y el desamor también fueron temas fundamentales para la escritora, uno de mis poemas favoritos y más dolorosos es Desamor.

Desamor
Me vio como se mira al través de un cristal
o del aire
o de nada.

Y entonces supe: yo no estaba allí
ni en ninguna otra parte
ni había estado nunca ni estaría.

Y fui como el que muere en la epidemia,
sin identificar, y es arrojado
a la fosa común.

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En 1971 Rosario Castellanos fue nombrada embajadora de México en Israel, allí cumplió su papel diplomático e impartió clases en la Universidad de Jerusalén. El 4 de agosto de 1974 salió de bañarse para contestar una llamada y recibió una descarga eléctrica por el cable de la lámpara del que no sobrevivió.

Elena Poniatowska escribió en el prólogo de Cartas a Ricardo: “Rosario fue una gran escritora mexicana y lo fue no sólo para sí misma sino para las demás; las que vendríamos después. [...] En cierta forma es gracias a ella que escribimos las que ahora escribimos". Castellanos labró un camino de tierra fértil para que las nuevas generaciones de mujeres pudieran florecer.

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