Antes que nada, quería expresarles mi profundo agradecimiento por este extraordinario premio que me han concedido.
Y ahora, puesto que de eso se trata, hablemos de la humanidad.
Entre los que los biólogos denominan animales auténticos, es decir los mamíferos, el hombre es el único que mata a su hembra. Y calificamos ese acto como bestial, siendo así que ninguna otra bestia, fuera de nosotros, lo comete. Eso es la humanidad.
Pero también hay humanos que pierden la vida a manos de sus torturadores para proteger a sus semejantes, para no denunciarlos, y sé muy bien de lo que estoy hablando. Esto también se llama humanidad.
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Están los miembros de la orquesta que tocan una sinfonía y nos regalan la forma más pura de la belleza, y están los que orquestan guerras y que, por cada cien litros de sangre derramada, son condecorados con una nueva medalla.
Y nosotros, aplaudimos con el mismo fervor a unos y a otros.
Con esto, quiero decirles que no tengo una visión idealizada de lo humano y que yo, en mí misma, experimento esa dualidad. Acepto tanto mi violencia como mi benevolencia, esperando siempre que la segunda prevalezca sobre la primera.
Durante mucho tiempo he creído que la clave para que cualquier ser humano pudiera vivir con dignidad, para que nunca sufriera brutalidad o humillación por su sexo, su etnia o su color, era la educación. ¿Pero no tenía Goebbels un doctorado en filosofía? ¿El Dr. Mengele no había hecho el juramento hipocrático?
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¿Estaremos equivocados cuando definimos educación? Quizás antes de educar a nuestros hijos para que tengan éxito económico y social, debiéramos enseñarles que el verdadero éxito radica ante todo en el humanismo.
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Que lo que permitió al hombre situarse por encima de todos los seres vivos fue que creó sociedades; y una sociedad solo existe porque –a diferencia de un animal que está condenado a morir cuando se rompe una pata– nosotros cuidamos de nuestros semejantes. Los llevamos a hombros y los ponemos a salvo.
El hombre por sí solo no sobrevive en la naturaleza. Sólo sobrevive juntándose con otros y creando sociedades. Y la condición sine qua non para lograrlo es la empatía.
Quizás en la educación, en vez de enseñar a nuestros hijos a aprenderlo todo de memoria y a recitarlo como loros, deberíamos enseñarles ética, civismo y sobre todo compasión y bondad. Y les aseguro que no soy de las que ponen la otra mejilla. Por una bofetada recibida devolvería diez, pero trato de no ser nunca yo quien pega la primera.
Y, por último, les leeré un poema de Saadi, gran poeta iraní del siglo XIII:
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Los seres humanos son parte de un mismo cuerpo,
y tienen un mismo origen.
Cuando la vida causa dolor a un miembro
los demás no descansan.
Tú que eres indiferente al sufrimiento de los demás,
No mereces llamarte humano.
Gracias por haberme escuchado, y a la humanidad en su integridad.
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