Profesor en la Universidad de Londres, Phillips quiso escribir 'Los guerreros de Dios' para mostrar "la diversidad, la flexibilidad de la idea de cruzada, en el sentido de que también sucedieron en la Península Ibérica o en el Báltico, también hubo cruzadas contra cristianos, contra mongoles, contra herejes, contra otomanos, mientras que habitualmente se han asociado las cruzadas a Tierra Santa, algo que acabó en 1291 con el sitio de Acre".
En una entrevista, Phillips no cree que las cruzadas anticiparan el mundo actual, pero "sí ha pervivido esa idea como metáfora en el lenguaje de algunos grupos extremistas", aunque "el concepto medieval de Cruzada, en el sentido de la llamada que hacía el Papa a luchar por la fe, a cambio de recompensas espirituales ha desaparecido para siempre". "El papel de los papas fue fundamental, sin papas no hay cruzadas absolutamente".
Pervive, continúa el autor, la idea de cruzada como "algo moralmente bueno" y así, por ejemplo, se hablaba de cruzada contra el brexit o de cruzada contra el racismo en el deporte, pero al mismo tiempo también es utilizada por la extrema derecha en Occidente con la idea de luchar contra los musulmanes.
Una de las aportaciones de Phillips es abrir el foco de lo que se consideraba "enemigo musulmán", un genérico detrás del cual se escondían multitud de dinastías y grupos étnicos distintos.
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La yihad es una idea fundamental en el Corán, que está ahí desde el principio del Islam, mientras que la cruzada es un concepto que se inventa a finales del siglo XI el papa Urbano II, que invita a los cristianos a ir a Jerusalén a retomar la Tierra Santa a cambio de recompensas espirituales.
Phillips desmonta el cliché de que los cruzados querían conquistar tierras porque lo cierto es que la mayoría volvieron a casa: "Occidente no se estableció en Oriente Próximo porque sencillamente no tenía un afán conquistador, y si hubieran querido reconquistar Jerusalén, habrían necesitado establecer un Estado político para mantener las conquistas", explica.
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En un momento de reivindicación de la mujer en la historia, recuerda Phillips que siempre se ha pensado en las cruzadas en términos de "hombres que luchan", pero en su ensayo reivindica a mujeres como la reina Melisenda de Jerusalén, que "gobierna, se aferra a la corona de Jerusalén, a pesar de su marido, que intentó apartarla, que al final acabó haciéndose con la corona y manteniéndola, y ejerció el poder a través del mecenazgo, de las conexiones políticas".
Si las cruzadas fueran una serie de televisión, el autor cree que el capítulo estrella sería el de la tercera cruzada, con Ricardo Corazón de León y Saladino como grandes antagonistas, pues son "figuras muy familiares para los lectores".
Al margen de las clásicas, Phillips dedica un capítulo a las otras cruzadas, como el proceso contra los templarios de Felipe IV de Francia, que hizo desaparecer en el siglo XIV; los caballeros teutónicos contra los paganos bálticos, a pesar de que algunos de los gobernantes de la zona ya se habían convertido al cristianismo; o los Reyes Católicos al acabar la expulsión de los musulmanes de la península Ibérica con la conquista de Granada en 1492.
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El historiador pone su atención asimismo en las "cruzadas modernas", desde la invasión napoleónica de Egipto y Siria, los escritos de Walter Scott que devolvieron el interés por las cruzadas medievales en pleno romanticismo, o la cruzada que proclamó George W. Bush después tras los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001 de Bin Laden.
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