
Por una vida que resurgirá, liberada del hierro: Poesía por la paz. Bajo este lema, Medellín vuelve a vestirse de palabras. Hasta el 12 de julio de 2025, la ciudad celebra la 35ª edición del Festival Internacional de Poesía, un evento que ha logrado lo que pocos: convertir la poesía en un ritual popular, multitudinario, con más de 60 actividades gratuitas y la participación de más de 60 poetas provenientes de 45 países. Pero más allá de los números, el festival es hoy una declaración ética y estética: la palabra como resistencia, como tejido colectivo, como posibilidad de reconciliación.
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Desde su inauguración en el Teatro al Aire Libre Carlos Vieco, en el Cerro Nutibara, Medellín ha sido testigo de una polifonía de voces que trasciende fronteras: poetas de Palestina, Colombia, Sudán, Vietnam, Libia, Canadá, Noruega, Argentina y muchos más han traído a escena no solo sus versos, sino sus historias, sus luchas, sus dolores y su esperanza. Se escuchan idiomas que quizás no se entienden, pero que igual conmueven: árabe, sami, francés, quechua, emberá. La poesía, parece decir el festival, es menos un idioma que una forma de estar en el mundo.
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Palabras como refugio y resistencia
Este año, el festival se celebra en un mundo desgarrado por múltiples crisis: guerras reanudadas, desplazamientos forzados, colapsos climáticos, censura, polarización. Frente a ese paisaje, la poesía no es un adorno, sino una herramienta vital. En palabras de Fernando Rendón, su fundador y director, “la poesía nos recuerda el origen sagrado de la vida y nos llama a recuperar nuestra humanidad en medio de un mundo que a menudo olvida su belleza”.
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Y no es una frase hecha. Este festival nació en 1991, en plena efervescencia del conflicto armado y la violencia del narcotráfico. Entonces, parecía una locura invocar la poesía en una ciudad que se desangraba. Pero ese gesto, precisamente por su audacia, fue un acto de resistencia. Hoy, el festival es uno de los encuentros literarios más importantes del planeta y un modelo de cómo el arte puede contribuir a la transformación social.
Palestina, el dolor como geografía poética
Una de las presencias más conmovedoras ha sido la del poeta palestino Murad al-Sudani, Secretario General de la Unión General de Escritores y Autores Palestinos, quien agradeció al festival su solidaridad poética con Gaza. Al-Sudani no solo compartió versos, sino un testimonio estremecedor de los 666 días de matanza en Palestina, un genocidio en curso que –dijo– “intenta borrar la memoria y la conciencia”. En su discurso, recordó a los más de 46 artistas asesinados, bibliotecas destruidas, museos saqueados. “Palestina no es solo una cuestión política –afirmó–, es una cuestión estética y espiritual que resiste la fealdad con el esplendor de las palabras”.
Es justamente en la voz de estos poetas perseguidos, exiliados o silenciados donde la poesía cobra su sentido más pleno: como grito, como consuelo, como denuncia. Como posibilidad de decir lo indecible.
El alma del festival: el público de Medellín
Una de las singularidades más sorprendentes del Festival de Poesía de Medellín es su audiencia. A diferencia de otros eventos literarios, aquí no hay elitismo ni solemnidad: hay fervor. Parques llenos, plazas abarrotadas, barrios periféricos convertidos en ágoras. La gente escucha con devoción, aplaude, llora, pregunta. La poesía, en Medellín, no es solo arte: es experiencia compartida. Un espacio donde las palabras se encarnan y se hacen carne común.
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Este carácter profundamente popular del festival lo ha convertido en un movimiento cultural y social. Con eventos simultáneos en distintos municipios de Antioquia, transmisiones en vivo por Señal Colombia y RTVC, y la aparición de programas como Verso a Verso para visibilizar nuevas voces jóvenes, el festival expande sus fronteras y democratiza el acceso a la poesía.
Un puente de palabras para el mundo
Este año, las voces participantes incluyen figuras como Mohammed Bentalha (Marruecos), Natasha Kanapé Fontaine (Canadá), Ahmed Zakaria (Egipto), Adnan Al-Sayegh (Irak), Lorca Sbeiti (Líbano), Ashour Al-Tuwaibi (Libia), y una sólida representación colombiana con poetas como Adriana Lizcano, Lucía Estrada, Ana Sofía Buriticá y Nataly Domicó, representante de la nación Emberá Eyábida.
Con esta diversidad, Medellín se convierte en capital de la libertad de expresión, en un cruce de lenguajes y culturas donde la poesía se levanta como herramienta para pensar en el medio ambiente, los derechos de los pueblos indígenas, la justicia social, la paz. En un mundo donde los festivales poéticos del mundo árabe han desaparecido por censura o guerra, Medellín aparece como faro.
Una ciudad que sigue creyendo en la belleza
Treinta y cinco años después de su primera edición, el Festival Internacional de Poesía de Medellín mantiene intacto su espíritu: confiar en que la palabra poética puede reparar las heridas del alma colectiva. En un tiempo donde la esperanza parece un bien escaso, Medellín lanza un mensaje al mundo: todavía es posible resistir con belleza. Todavía es posible sanar con palabras. Todavía es posible celebrar la vida.
Como lo escribió Darwish, y como lo recordaron desde el escenario del Cerro Nutibara: “Somos menos tristes si escuchamos al ruiseñor”. Medellín, una vez más, escucha. Y canta.
Consulta la programación completa en www.festivaldepoesiademedellin.org. Todas las actividades son gratuitas y abiertas al público.
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