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'Cuarto de desechos', de Carolina María de Jesús

La escritora Carolina María de Jesús escribía en sus diarios como hobby, pero un día el periodista Audálio Dantas descubrió su don inigualable para las letras. Por eso le traemos un fragmento de "Cuarto de desechos", un libro con sus escritos más significativos.

Carolina María de Jesús
Carolina Maria de Jesus firma ejemplares de su libro en 1960.
INSTITUTO MOREIRA SALLES.

Cuarto de desechos es el resultado de un descubrimiento maravilloso en las favelas de Sao Paulo, Carolina María de Jesús escribía desde adentro, desde la profundidad de su contexto y su corazón. En 1958, el periodista Audálio Dantas visitó la favela donde vivía la escritora y decidió hacer su reportaje sobre ella.

Carolina María de Jesús le entregó todos sus textos y él se dedicó a recopilarlos, decidieron lanzar el libro y llegó a ser uno de los más exitosos en la literatura brasilera. De Jesús interpretaba la ciudad como una casa, por eso nombró su libro como Cuarto de desechos , que en portugués significa también desahucio, ella vivía allí, donde la familia deja la basura y las cosas que ya lo le sirven.

"La imagen del cuarto de desechos es, por tanto, rica en sentidos y es muestra de la agudeza y creatividad de una autora cuya importancia muchas veces ha querido ser reducida a la de haber dado un testimonio de lo que significaba ser habitante de una favela", menciona el prólogo del libro.

Cuarto de desechos

15 de julio de 1955

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Cumpleaños de mi hija Vera Eunice. Pretendía comprarle un par de zapatos. Pero el costo de los géneros alimenticios nos impide la realización de nuestros deseos. Actualmente somos esclavos del costo de vida. Encontré un par de zapatos en la basura, los lavé y remendé para que ella los usara.

Yo no tenía un centavo para comprar pan. Entonces lavé tres botellas de litro y las cambié con Arnaldo. Él se quedó con las botellas y me dio el pan. Fui a recibir el dinero del cartón. Recibí 65 cruzeiros. Compré 20 de carne. 1 kilo de tocino y 1 kilo de azúcar y 6 cruzeiros de queso. Y el dinero se acabó.

Pasé el día indispuesta. Me di cuenta de que estaba resfriada. En la noche el pecho me dolía. Comencé a toser. Resolví no salir por la noche a recoger papel. Busqué a mi hijo João José. Él estaba en la calle Felisberto de Carvalho, cerca del mercadito. El bus cogió a un muchacho en la acera y la turba afluyó. Él estaba en ese núcleo, le di unas palmadas y en cinco minutos él estaba en casa.

Ablucioné a los niños, los dejé en el lecho, me ablucioné y entré al lecho. Esperé hasta las 11 a cierto alguien. Él no vino. Tomé un Mejoral y me acosté nuevamente. Cuando desperté el astro rey se deslizaba en el espacio. Mi hija Vera Eunice decía: —¡Vaya a buscar agua, mamita!

16 de julio
Me levanté. Le obedecí a Vera Eunice. Fui a buscar agua. Hice el desayuno. Le dije a los niños que no había pan, que tomaran solo café y que comieran carne con fariña. Yo estaba indispuesta, decidí santiguarme. Abrí la boca dos veces y me certifiqué de que tenía mal de ojo. La indisposición desapareció, salí y fui donde don Manoel a llevar algunas latas para vendérselas. Todo lo que encuentro en la basura lo recojo para venderlo. Dio 13 cruzeiros. Me quedé pensando que necesitaba comprar pan, jabón y leche para Vera Eunice. ¡Los 13 cruzeiros no alcanzaban! Llegué a casa, mejor dicho, al rancho, inquieta y exhausta. Pensé en la vida turbulenta que llevo. Recojo papel, lavo ropa para dos jóvenes, permanezco en la calle el día entero. Y siempre me quedo corta. Vera no tiene zapatos. Y a ella no le gusta andar descalza. Hace unos dos años que pretendo comprar una máquina de moler carne. Y una máquina de coser.

Llegué a casa, hice almuerzo para los dos muchachitos. Arroz, fríjoles y carne. Y voy a salir a recoger papel. Dejé a los niños. Les recomendé jugar en el patio y no salir a la calle, porque los pésimos vecinos que yo tengo no dejan a mis hijos en paz. Salí indispuesta, con ganas de acostarme. Pero el pobre no reposa, no tiene el privilegio de gozar del descanso. Yo estaba inquieta interiormente, iba maldiciendo mi suerte. [...] Recogí dos costales de papel. Después regresé, recogí un poco de chatarra, unas latas y leña. Venía pensando: cuando llegue a la favela habrá novedades. Tal vez doña Rosa o la indolente Maria dos Anjos hayan peleado con mis hijos. Encontré a Vera Eunice durmiendo y a los niños jugando en la calle. Pensé: son las dos. ¡Creo que voy a pasar el día sin novedades! João José vino a avisarme que la camioneta que regala dinero estaba llamando para donar víveres. Cogí la bolsa y fui. Era el dueño del centro espiritista de la calle Vergueiro, 103. Me regalaron dos kilos de arroz, ídem de fríjoles y dos kilos de pasta. Quedé contenta. La camioneta se fue. La inquietud interna que sentía se ausentó. Aproveché mi calma interior para leer. Cogí una revista y me senté en el pasto, recibiendo los rayos solares para calentarme. Leí un cuento. Cuando empecé otros aparecieron los niños pidiendo pan. Escribí una nota y se la di a mi hijo João José para que fuera donde Arnaldo a comprar jabón, dos mejorales y el resto en pan. Puse agua al fuego para hacer café. João regresó. Dijo que había perdido los mejorales. Volví con él para buscarlos. No los encontramos.

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Cuando yo venía llegando al portón, encontré una muchedumbre. Niños y mujeres que venían a quejarse porque José Carlos había apedreado sus casas. Para que lo castigara.

17 de julio
Domingo. Un día maravilloso. Cielo azul y sin nubes. El sol está tibio. Dejé el lecho a las 6:30. Fui a buscar agua. Hice café.

Escuche lo mejor de la música clásica por la señal en vivo de la HJCK.

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