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Cinco poemas para conocer la obra de José Luis Díaz Granados

Compartimos cinco poemas del escritor, poeta, novelista y periodista colombiano José Luis Díaz Granados, quien nació en julio de 1946, en Santa Marta.

Cinco poemas para conocer la obra de José Luis Díaz Granados

Júbilo


No faltarán palabras para cantar el júbilo,
siempre tendré un murmullo
para abrir el silencio,
para herir la clausura de la noche.
Siempre tendré en mi boca un balbuceo,
un canto, una balada,
nunca un eco que roce mi boca o mi destino.
Nunca vendré de nadie para alabar tu piel,
sobrarán los instantes para besarte toda.
No faltarán sonrisas
ni goces en las esperadas ceremonias.
Todo se hará a su tiempo y será pronto.
Abandonémonos a este ocio impaciente.

Espía


Hay alguien espiando por el cerrojo de mi puerta,
detrás de la ventana, sobre el techo,
bajo las tablas de mi alcoba hay alguien que me
espía,
que devora mis lápices pero también mis sueños,
alguien espiando muerde mi desdicha.
Hace tiempo siento esa presencia
y me he ido acostumbrando a su pesada sombra.
Me acompaña a la mesa, me prepara los tintos,
bebe a mi lado, duerme, se desvela
porque conoce todos mis secretos.
El que me espía escribe este poema.

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Reencuentro


Hoy he vuelto a ver a mi padre
treinta años después de haberlo acompañado
a la estación final.
He encontrado a un hombre joven,
inclinado sobre sus palabras
sosegado, fumando...
He vuelto a verlo
y le he hablado de mis hijos,
de mi nieto reciente.
Y me ha mostrado su radiante ternura.
Ha bebido sólo la mitad de su copa
y, nostálgico, se ha marchado su fantasma.
Me he encontrado a mí mismo
sorprendido y a punto de llorar
mirándome al espejo
donde veo, otra vez, el rostro de mi padre,
amoroso e inocente,
como si en la estación del silencio,
esta noche, y sólo por esta noche,
estuvieran de fiesta.

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El rapto de mis sueños


¿Dónde estoy? Yo despierto
y no encuentro mis cosas.
¿He perdido las llaves
que me inducen al vuelo?
No me encuentro en mis libros
ni veo mi propio espejo
ni la dolida mesa
de los papeles ciegos,
ni las voces de siempre
ni mis zumos terrestres.
No me palpo a mí mismo,
pero tampoco he muerto.
No encuentro mis fantasmas
ni veo mi geografía.
Solo capturo ahora
avenidas inéditas
y una calle sin rumbo
por donde yo me pierdo
sin mis ángeles vivos.
Yo despierto y me duele
el rapto de mis sueños.

La fiesta perpetua


Mi historia está llena de silbidos y júbilos,
de voces, de incesantes preguntas,
de estaciones narradas
para un inventario de cicatrices.
Mi historia es una casa que envejece
con sus recintos intactos. Mi historia
es un cuerpo que habita entre estupores
y una boca que incendia las palabras
cuando bebe el amor. Mi historia debe ser
un banquete,
una fiesta perpetua
donde conviven el duende y el disturbio.

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