Poema de invierno - Jotamario Arveláez (Colombia)
Llovió toda mi infancia.
Las mujeres altas de la familia
aleteaban entre los alambres
descolgando la ropa. Y achicando
hacia el patio
el agua que oleaba a los cuartos.
Aparábamos las goteras del techo
colocando platones y bacinillas
que vaciábamos al sifón cuando desbordaban.
Andábamos descalzos remangados los pantalones,
los zapatos de todos amparados en la repisa.
Madre volaba con un plástico hacia la sala
para cubrir la enciclopedia.
Atravesaba los tejados la luz de los rayos.
A la sombra del palo de agua
colocaba mi abuela un cabo de vela
y sus rezos no dejaban que se apagara.
Se iba la luz toda la noche.
Tuve la dicha de un impermeable de hule
que me cosió mi padre
para poder ir a la escuela
sin mojar los cuadernos.
Acababa zapatos con sólo ponérmelos.
Un día salió el sol.
Ya mi padre había muerto.
SAN ONOFRE, CALIFORNIA - Carolyn Forché (Estados Unidos)
Hemos avanzado mucho al sur.
Más allá, la más vieja mujer
bombardeando limas en chales negros.
Portillo rayando su nombre
en las paredes, los delgados listones
de orín, niños acariciando el lodo.
Si seguimos, podríamos parar
en la calle en este mismo lugar
donde alguien desapareció
y podríamos escuchar las palabras
¡Ven con nosotros! Si eso sucediera, conduciríamos
nuestras vidas con las manos
atadas. Es por eso que sentimos
que es suficiente escuchar
al viento meciendo limones,
a los perros andando en las terrazas,
sabiendo que mientras las aves y el tiempo caliente
se mueven siempre al norte,
los lamentos de aquellos que desaparecen
tardarían años en llegar aquí.
Confesión matinal - Mauricio Redolés (Chile)
Siempre pero con distintas luces
se me repite la misma pesadilla
la que tuve la noche del once de octubre de 1980
fue la siguiente:
Una línea de tren partía en dos la ciudad
esa línea no era posible atravesarla
por ella pasaban todos los trenes atrasados del mundo
descuartizando los intrépidos que osaban cruzarla
por eso a uno y otro lado los simples mortales
nos mirábamos las caras e intentábamos cambiar voces
sobre nuestras vidas.
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(Uno de ellos era el Nano
y yo le gritaba
«Nano juntémonos alguna vez en la vida»
y el Nano me contestaba
«Sí, pero estamos envejeciendo cada vez más»)
Esta soledad desnuda - Mónica Laneri (Paraguay)
Panorámica de barrio,
soy
el negativo de mi alma.
¿Cómo vestir la soledad desnuda?
El pasado es un camino pedregoso
que retorna, a veces,
como si arrojara
esas piedras a la cara.
Nadie pregunta.
No respondas,
no comentes.
Hay un viejo fantasma de callejón
asolando la oscuridad maldita.
A veces, negar es afirmar,
y afirmar es morir un poco
o morirse a medias
solo un poco de amor.
No al exceso,
no a las historias,
no a los milagros,
no al “felices para siempre”.
Es suicida tener
de la eternidad un instante
y de un instante una vida.
Es más cuerdo e ineficiente
reiterarse por los días de los días
y almas de las almas.
¿Para qué vivir si sabe a muerte?
¿Para qué amar si sólo de a dos se
mata?
Y de matar,
hay que matar el sabor de la vida en
tu boca,
un instante
de la eternidad un beso,
y del beso, esta soledad desnuda.
Waria - Maribel Mora Curriao (Chile)
Nuestros padres enterraron a sus dioses
y nosotros con desdén
borramos las huellas del valle elegido.
Tras la huida la inercia los cuerpos
las plegarias y el cielo
cayéndose a pedazos.
A nuestra espalda los bosques
agudas llamaradas
la cara
el gesto
las manos
las heridas.
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Demasiado tarde para lamentos.
Demasiado tarde para ternuras.
Déjame limpiar el rostro pétreo
de esta carne débil.
Déjame el susurro
unas pocas palabras.
Las calles y avenidas
aplastaron los sueños
los cercos como lanzas
hacia el cielo.
El mirar de reojo la mueca
el silencio... y luego
nada que nos hable
de nosotros.
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Nada detrás de estas murallas.
No olvide conectarse a la señal en vivo de la HJCK, el arte de escuchar.