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Alejandra Pizarnik, la niña herida

A propósito de los 50 años de fallecida de la poeta argentina Alejandra Pizarnik, decidimos hablar de su escritura y de como es leerla desde una perspectiva ajena.

Alejandra Pizarnik
La poeta Alejandra Pizarnik, en un retrato sin datar.
ARCHIVO FLIA D'AMICO-DIGISI (EDITORIAL HUSO) Tomado de El País.
mis alas? / dos pétalos podridos / mi razón? / copitas de vino agrio / mi vida? / vacío bien pensado / mi cuerpo? / un tajo en la silla / mi vaivén? / un gong infantil / mi rostro? /un cero disimulado / mis ojos? /ah! trozos de infinito
(Yo soy…, La tierra más ajena, 1955)

Hace un par de años conocí la poesía de Alejandra Pizarnik, la sentí al principio dolorosa, sin embargo, me adentré en su bosque lleno de monstruos aterradores que la consumieron poco a poco. Pensé en Alejandra como una niña que nunca quiso crecer, que como Alicia solo quería ver el jardín (como ella misma mencionó alguna vez), pero este mundo atroz la obligó a convertirse en lo que siempre rechazo.

La escritura de Pizarnik llegó a mí cuando la niebla no me dejaba ver, todo oscuro sin destello alguno, pegajoso y sombrío, áspero y feroz; sentía que la vida se me iba en un suspiro o en una lágrima, que en cualquier momento desaparecería con la última de ellas. En medio de un evento multitudinario de libros pedí sus poemas, con mis pocos ahorros los compré y me encogí en un rincón a devorarlos hambrienta.

Comencé cuidadosamente como si estuviera velando lo más puro, leí uno por uno, marqué mis favoritos, escribí lo que me hicieron sentir (como hacía ella con sus lecturas, todo lo sabías Alejandra), lloré con algunos y me clavé en otros. Su poesía se convirtió en aquel lugar seguro a donde corría asustada cuando el mundo de alrededor se volvía hostil, yo tampoco quería crecer, me quería quedar niña.

leyendo mis propios poemas / penas impresas trascendencias cotidianas / sonrisa orgullosa equívoco perdonado / es mío es mío es mío!!
(Fragmento – Poema a mi papel, 1955)

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Pasé de leerla a aprender de ella, escribí también mis penas, lo que dolía de tan adentro, la falta de cariño, el estrés, el abandono; todo lo escribí y nunca lo compartí, Alejandra quemó más de 100 poemas un día, yo decidí enterrarlo todo, tan bajo tierra que ya se debe estar pudriendo. Pizarnik era tan minuciosa, cada cosa que le gustaba la anotaba, andaba con libretas pequeñas por todas partes, a mano todo, como un tesoro a la memoria.

Lea aquí: Julio Cortázar y sus clases magistrales.

El mundo real fue cruel con ella, no encajaba en una vida burguesa llena de gente estirada y bien vestida, Alejandra siempre se peinaba y se vestía igual, pero era completamente única, no hubo nadie como ella, sus amigos así lo dicen, fugaz, épica, inmensa. En alguna carta Julio Cortázar le escribió que a veces le recordaba a La Maga de Rayuela, pero ella fue más que un personaje, fue el pilar de la poesía.

Pizarnik 2
Yo no sé de pájaros, no conozco la historia del fuego. Pero creo que mi soledad debería tener alas.
La carencia.

Alejandra y yo nos enamoramos, separadas por los años, escribimos cartas de amor y poemas incontables para quienes amamos, sumidas en el amor firmamos las cartas como “tuya, Alejandra”; yo sin darme cuenta de que había algo de ella en mí. Pura coincidencia llevar su mismo nombre, ese que rechazó al principio de su escritura y que luego se volvió el sello de su literatura.

Como un poema enterado / del silencio de las cosas / hablas para no verme.
(18, Árbol de Diana, 1962)

En algún momento de mi vida sentí dedicarme a la poesía, puede que no sea tarde todavía. Un día me senté a hablar con una amiga y nos surgió la pregunta ¿por qué siempre escribimos de la tristeza? Se sintió depresivo, lúgubre, desesperanzador, pero mientras volvía a casa pensé que la tristeza es el medio y escribir es el refugio; así te veo Alejandra, leerte fue el orificio en el árbol más grande del jardín, en donde me escondí del miedo y te consumí toda.

Fuiste esa niña herida que nunca quiso ser mujer, que abrió un mundo para aquellos a quienes nos pesa la vida tan abrumadora, escribiste tanto de ti misma que te reflejaste como un espejo magnífico ante la gente, la muerte vino por ti, tú la llamaste desesperada, pero vives, vives dentro de mí, ya te tengo muy dentro y te consagro como niña amiga de mi niña interna, quédate aquí, Alejandra, todavía no te vayas.

Cada hora, cada día, yo quisiera no tener que hablar. Figuras de cera los otros y sobre todo yo, que soy más otra que ellos. Nada pretendo con este poema si no es desanudar mi garganta.
(Fragmento – Extracción de la piedra de locura, 1968)

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