Envuelta entre las sábanas y la angustía abrí el primer libro que compré por mí misma. Más de trecientas páginas, olí las hojas como usualmente lo hago cuando compro uno nuevo, este era distinto, comencé a ojear cada uno de los pemas que habían adentro, impresos uno por página. Mientras avancé me di cuenta que quien los había escrito décadas atrás se sentía como yo.
Alejandra Pizarnik, la figura delicada, diminuta, con los ojos intensos como si vieran más allá del mundo. Escribió poesía, prosa, cartas, críticas literarias; escribió la vida misma, la que era profundamente amarga para ella.
Las letras fueron un refugio, escribió el amor como sus cartas y poemas a Silvina Ocampo: "Quien siente mucho, se jode y no encuentra palabras y entonces no habla y es ésa su condena. Me apresuro a emitir mil gracias por las flores que recibí gracias a vos el sábado 29/11/69 a las 7 u 8 del crepúsculo, son tuyos o no los dibujos o incisiones o mascarillas...
Un abrazo breve
para que admires qué
pronto conseguí un
gravador de papeles
como el tuyo,
A".
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Supongo que a veces se sentía como una mancha oscura, asustada, en un rincón de la biblioteca rumiendo libros y quejándose de dolor. Otras veces como un monstruo gigante que deboraba todo a su paso y de vez en cuando como una niña curiosa tras los estantes de las librerías en Buenos Aires.
Doce obras publicadas, cientos de poemas que salieron a la luz, sus diarios que se hicieron públicos tras su muerte. ¿qué es lo íntimo, entonces? El miedo de la vida misma quedó plasmado en una escritura directa y poética, verse a sí misma como un ente aterrador fue parte del naufragio.
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El miedo
En el eco de mis muertes
aún hay miedo.
¿Sabes tú del miedo?
Sé del miedo cuando digo mi nombre.
Es el miedo,
el miedo con sombrero negro
escondiendo ratas en mi sangre,
o el miedo con labio muertos
bebiendo mis deseos.
Sí. En el eco de mis muertes
aún hay miedo.
El cigarrilo a medio fumar, la pluma en la mano, el cuaderno de apuntes, un libro, así hay fotos de Alejandra por todos lados como toda una celebridad. Pero su escritura era tan íntima que parecía estar leyéndome en su estudio rodeadas de paredes de páginas, como un castillo impenetrable.
A medida de que pasaba las hojas del libro, sentí caer las lágrimas por mi cara (algo irremediable en mí), supe que la poesía de Alejandra podía salvarme, algo que no pudo hacer por sí misma. Sentí su mano pequeña rodear mi cara y vi como su sonrisa honesta me decía lo imposible.
El 25 de septiembre de 1972, Alejandra Pizarnik decidió tomarse una cantidad absurda de Seconal, un medicamento para la angustia y la ansiedad, su cuerpo no pudo salvarse (tampoco quería estar en este mundo atroz), su alma se elevó en medio del cielo casi cálido de la primavera y expandio sus alas para cobijarme del frío. No regresó jamás, pero su poesía alcanzó el límite de la belleza y una forma pura de ver el mundo.
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Alejandra pura, con un corazón dotado de amor, dejó su mano a disposición de la tierra, para leerla una y otra vez, sin reparo.
Yo soy...
mis alas?
dos pétalos podridos
mi razón?
copitas de vino agrio
mi vida?
vacío bien pensado
mi cuerpo?
un tajo en la silla
mi vaivén?
un gong infantil
mi rostro?
un cero disimulado
mis ojos?
ah! trozos de infinito
No olvide conectarse a la señal en vivo de la HJCK, el arte de escuchar.
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