En la sala hace frío. Es de noche y el sonido ambiente de la puesta en escena se confunde con la lluvia que cae en la ciudad hace varias horas. Mientras las personas se acomodan, revisan sus tickets, apagan sus celulares y se funden dentro de sus abrigos, un hombre sentado en la tarima cabila. Tiene un semblante serio, hasta parece preocupado y esquiva la mirada. Se hace un silencio y el sonido de la lluvia incrementa de forma gradual en el auditorio. Afuera quizá la lluvia arrecia también.
El escenario se ilumina con un logo de policía en el fondo y descubrimos rápidamente que ese hombre se trata de Rolo (Rafael Rubio) y junto a Dani (Tiberio Cruz) empezarán a tejer una historia a dos voces que estará marcada por la tragedia. Cada situación nos revela una amistad permeada por los opuestos: uno alto, el otro bajo. Uno impulsivo, el otro más racional. Uno soltero, otro con esposa, hijos y hasta un perro.
Acompañamos a los personajes patrullando por las calles de la ciudad o viendo televisión en casa y junto a ellos avanzamos en una atmósfera que se parece a la de las tormentas, a través de temas como la corrupción, el racismo, la pobreza, la ingenuidad y hasta el propio sistema. A veces los personajes nos hablan directamente, en otras simplemente basta con sentirnos inmersos en cada situación a medida que nos damos cuenta que esos policías podrían llamarse de cualquier forma, tener cualquier rostro y estar en cualquier ciudad. Se nos hacen conocidos y genuinos. Estamos ante una historia universal.
El guión fue creado en el 2006 por Keith Huff, productor y escritor de algunas series icónicas como “House of Cards”, “American Crime” o “Mad Men”. “A Steady Rain” (Su nombre original en inglés) fue estrenada en el New York Stage and Film’s Powerhouse Theater en el (2006) y en Broadway bajo la dirección de John Crowley y protagonizada por Hugh Jackman (nominado a los Oscar en 2013 por “Les Misérables” a mejor actor) y Daniel Craig (Aclamado en su papel como James Bond) siendo récord de venta en taquilla. Y esta adaptación no se queda atrás en calidad. Los pequeños detalles en los nombres, los lugares reconocibles de Bogotá y hasta el lenguaje utilizado que engloba toda la historia son un acierto.
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No obstante, aunque a veces pareciese inconexa, si de algo estamos seguros como humanidad es que la memoria jamás funcionará como la de Funes, aquél personaje de Borges que no conoce el olvido. Los recuerdos son fragmentos, interpolaciones, confusiones, saltos en el tiempo y sobre todo vacíos para explicar por qué actuamos como lo hacemos en momentos de tensión o qué nos impulsa a irnos por un camino en específico.
Por último, una pregunta empezará a rondar. ¿Quién es el malo de esta historia? Y procurando responder, la obra nos desgarra con una verdad que a medida que avanza se hace más evidente: lo trascendental ocurre en lo cotidiano y la moral es una moneda dando vueltas en el aire mientras que las decisiones que tomamos están marcadas por un destino irremediable. Desde el accionar en una emergencia, hasta la máxima repetida tantas veces: Todo por el amor serán pronunciadas. Y ninguna podrá inclinar el veredicto final para el espectador. Los hechos solo nos ofrecen algunas certezas y las voces solo son perspectivas de un mismo acontecimiento.
Lluvia constante no es “Un oasis de horror en medio de un desierto de aburrimiento” como la famosa frase de Baudelaire. Es la vida misma poniendo a prueba en situaciones inimaginables, la condición humana. Y la lluvia no cesará. Ni afuera, ni en la historia. El agua no es una promesa de limpieza, ni de purificación del espíritu. Hay un rayo de sol cuando el temporal pasa que alumbra todo con una luz cálida, pero una certeza implícita queda en el aire: Volverá a llover.
La obra estará en el auditorio Sonia Fajardo Forero de la Universidad Konrad Lorenz, en Bogotá, hasta el 26 de marzo con funciones de jueves a sábado.
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