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El lenguaje perdido en medio del tiempo

Con la muerte de la última hablante de la lengua Yagán en Chile, es imposible no preguntarse cómo la desaparición del lenguaje ancestral afecta directamente toda la ideología y el universo de una región. La lengua materna anda en canoas y a pie, corriendo en medio de una cacería para su exterminio y parece cada vez más segura esta extinción.

Pueblo Yagán
Jóvenes yámana en canoa. Estancia Remolino, Canal Beagle, Tierra del Fuego. En: “Fueguinos. Fotografías Siglos XIX y XX. Imágenes e Imaginarios del Fin del Mundo.” Margarita Alvarado, Carolina Odone, Pedro Mege. Editorial Pehuén. S/F.
Charles Wellington Furlong, 1907.

Hace una semana Chile perdió a la última mujer que hablaba la lengua Yagán, Cristina Calderon, quien desde muy chica recorrió los fríos territorios de la Patagonia chilena junto a su familia en canoas y a temperaturas bajo cero. Ella fue la última descendiente de los pueblos indígenas del sur de Chile que conservaba la lengua originaria, lo que significa que fue la última poseedora de un universo complejo de lenguaje, creencias e interacciones. Calderón intentó heredar a las generaciones que venían estos conocimientos, por ejemplo, su nieta Cristina Zárraga creó un diccionario y un libro de historias llamado “Hai Kur Mamašu Shis (Quiero contarte un cuento)”. Su hija, Lidia González contó a la AFP que su madre aprendió el español a los nueve años, pero nunca dejó de hablar su lengua madre.

El pueblo Yagán es originario del sur chileno, habitaban en la costa meridional de Isla Grande de Tierra del Fuego, en las costas del Canal Beagle y en las islas Hoste, Navarino, Picton y Wollaston. Se dedicaban a la caza, la recolección y a la pesca, se movilizaban en canoas por el mar a temperaturas de -10° C, las mujeres eran quienes remaban y pescaban en las heladas aguas, además eran las únicas que sabían nadar.

La pérdida del lenguaje no es algo nuevo, ha sucedido desde la llegada de los colonizadores a América Latina, acto que privó a los pueblos originarios de transmitir sus costumbres a las nuevas generaciones. Cuando llegó el hombre blanco y decidió evangelizar las “tierras descubiertas”, arrasó con la cultura ancestral y empezó a disminuir la cantidad de indígenas que hablaban el lenguaje de sus antepasados.

“Después de la llegada de los primeros europeos a América, una parte sustantiva de la historia y lo que pudiera conocerse como literatura de los pueblos originarios de nuestro continente se mantuvo en la oralidad; y aunque se dejó constancia de nuestro pasado prehispánico en textos que posteriormente escribieron en grafías latinas frailes y descendientes de las culturas indígenas, no todo el acervo de nuestras lenguas y culturas se traspuso en los libros de aquellas épocas.”, escribió Jorge Miguel Cocom en el prólogo de “Antes del Amanecer” (2010).

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No obstante, la cultura y las historias ancestrales permanecieron vivas gracias a la oralidad: la narración oral permitió que el lenguaje no fuera borrado del mapa tan fácilmente. Los pueblos indígenas optaron por compartir historias reales y ficticias transmitidas por generaciones gracias a la práctica de contar, los relatos de viejos sabios se convirtieron en mitos y leyendas que se conocen hasta nuestros días.

“La narración en vivo de historias (mitos, leyendas, epopeyas, experiencias diversas, ficciones) es una actividad expresiva común a las más diversas culturas del globo. Es decir, es una manera de expresarse el ser humano, como lo son la música, la danza, el teatro, la literatura, etc.”, dice el argentino Daniel Mato en El arte de narrar y la noción de la literatura oral (1995).

En Colombia existen más de 65 lenguas indígenas según la ONIC (Organización Nacional Indígena de Colombia), en 30 de los 32 departamentos existen indígenas que las hablan y la mayoría las comparte con las nuevas generaciones, sin embargo, la preservación está en peligro y esto es un declive para la cultura ancestral del país.

Por ejemplo, Miguel Rocha menciona en su libro “Antes del Amanecer” lo siguiente: “La lengua camëntsá es una lengua relativamente aislada que hoy en día contará con menos de cuatro mil hablantes, mientras que la lengua inga o quechua es una de las más habladas en América, con un número de hablantes que supera los ocho millones”, hablando de los pueblos inga y camëntsá quienes habitan el Valle de Sibundoy en el Putumayo.

“El relativo aislamiento en que viven igualmente muchos de los que sí se conocen ha preservado sus lenguas y formas de vida. Sin embargo, esa no es la condición de muchos otros, pues están en serio riesgo de desaparecer. Y eso significaría prácticamente el fin de unas culturas milenarias”, menciona el profesor Juan Gonzalo Betancur en su texto “Colombia tiene en grave riesgo otro tesoro: sus 68 idiomas”.

En agosto del 2019 la Universidad del Norte en Barranquilla realizó una Escuela de Lingüística y la analista del discurso Adriana Bolívar mencionó que el lenguaje y la cultura tienen una relación estrecha y fundamental para entender los diferentes pueblos que habitan en una región. La lengua permite adentrarse en el mundo de los pueblos recónditos y perdidos en medio del colonialismo y la extinción.

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¿Cómo influye la pérdida del lenguaje indígena en la literatura?

Las historias ancestrales que se escuchan en los rincones de Colombia son fundamentales para que permanezca el legado cultural que los pueblos originarios han mantenido vivo por más de 500 años. La tradición, las costumbres y la forma de comunicación se ve reflejada en esos cuentos que montan niños en serpientes y hablan de los hijos del sol, ¿cómo se conocería la historia de los pueblos si no fuera por su literatura y su narración oral? La memoria se está deteriorando y por eso es que se debe preservar el relato vivo.

Por esta razón es fundamental dar a conocer relatos que siguen permaneciendo en medio de esta ola de extravíos lingüísticos. En el libro “Antes del Amanecer”, Miguel Rocha recopila historias de diferentes pueblos originarios que habitan Los Andes y La Sierra Nevada de Santa Marta. “Los textos presentados provienen en su mayoría del arte verbal oral, conectados como están con formas de escritura familiares a otros objetos, seres y espacios, como los tejidos, las vasijas de barro, las figuras de oro y tumbaga, las pinturas y relieves rupestres, los animales, las plantas, las piedras, las montañas, los ríos y, en fin, todo tipo de «libros» en donde el pensamiento y las historias se han guardado, escrito y cantado desde hace mucho pero mucho tiempo”, cuenta Rocha en la primera parte del libro.

La literatura indígena transmite cultura y la vida del lenguaje renace de entre las cenizas como el fénix, como tantos caciques que nacieron en lagunas y lagos, como el retrato de los sabios que compartieron sus historias con los hijos de sus hijos y como a quienes llevan el mensaje sin pensar en el tiempo o en el espacio.

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Le dejamos algunos fragmentos de historias escritas por indígenas Misak que hacen parte de la antología “Antes del Amanecer”:

Dos hermanos ya muy mayores (Dagua, 1998: 105-106)

Kɵsrɵkɵllimisak y Srekɵllimisak son dos hermanos ya muy mayores. Este último es un anciano con las manos llenas de llagas y que usa un bordón de oro; su trueno suena muy duro y el camino de su piisik, viento del aguacero, es por los ríos; por eso tiene que venir por Piendamó y Silvia. El primero es menos viejo y viene de arriba; su trueno suena como despacio, como metido en una olla, y su viento, el viento mayor, el viento Tombe, tiene su camino por los altos. Antiguamente, como Srekɵllimisak era muy viejito, se cansaba y le tocaba descansar en un sitio que tuviera laguna, parado sobre una peña bien firme para que esta no se moviera cuando él hiciera tronar. Kɵsrɵkɵllimisak, su hermano menor, lo veía muchas veces y se llenaba de envidia contra él porque le producía miedo a la gente, quemaba casas, tumbaba árboles y hacía escándalo. Entonces le buscaba pelea. La vara de Srekɵllimisak lleva fuego en la punta y por eso puede lanzar el rayo. Con ella va a la laguna, mete la punta en el agua y así sale la lluvia a través del trueno

Los hijos del agua (Bárbara Muelas, 2005: 28-33)

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En el principio fue solamente el Pishimisak, un ser muy bueno, muy sabio, conocedor de todo. En ese entonces la tierra era muy grande, amplia y buena en todo su entorno. Tenía de todo; no faltaba nada. En ese entonces el territorio guambiano era tan grande y amplio que el ojo no alcanzaba a divisar sus límites. No era un corralito como los resguardos de ahora. Abajo hacia el valle estaban Pisintarau, Piuya, Tunya, Kalutu, Turimpiu, Kɵlinchaku, Kilkasrɵ, Kalimpiu, Yautu. Por los lados del volcán Puracé, Kuknuk, Patia, Tɵmpiu, Nupirau. Hacia arriba se encontraban Pishimpala, Ñimpipisu, las lagunas, y Panikketa, Malpasrapchak, Pantsɵtaro, Tuktarɵ, Pullantarɵ, Palotarɵ.

Así era nuestro territorio hacia acá, hacia allá, hacia arriba y hacia abajo; era tan grande que no faltaba nada.